Sandra Lorenzano
19/12/2021 - 12:03 am
Tocar las almas
"Todo lo que vemos nos sacude y conmueve: allí están Ana, Paula y María, las tres protagonistas, que conoceremos primero como niñas y luego en su entrada a la adolescencia; están las madres que viven aterradas ante la amenaza del narco de llevarse a sus hijas; pero están también la sororidad, los lazos amorosos que tejen las mujeres de todas las edades para proteger y protegerse, las alianzas, las lealtades".
Para Tania y Caterina, porque todas son nuestras hijas.
Todo es amenazante: la víbora que se desliza entre las piedras mientras las niñas juegan en el monte, los aviones que pasan fumigando los campos de amapola y “de paso” a quienes allí trabajan, los camiones del Ejército que recorren las carreteras con soldados armados y rostros cubiertos (“No los mires a los ojos”, dice Ana, una de las pequeñas protagonistas), los grupos de narcotraficantes que se llevan a las más jóvenes (“Venimos por la niña, madre”). La belleza del paisaje montañoso y verde de la sierra contrasta con la tensión y el miedo permanentes con que viven las mujeres en los territorios de México controlados por el crimen organizado.
Estoy hablando de la nueva película de la directora mexicana de origen salvadoreño, Tatiana Huezo, “Noche de fuego”, estrenada comercialmente en septiembre pasado, y disponible en Netflix. Conocida por sus dos obras anteriores, “El lugar más pequeño” (2011), sobre la guerra en El Salvador, y “Tempestad” (2016), sobre la violencia en contra de las mujeres en nuestro país y por la que recibiera el Premio Fénix de Cine Iberoamericano en la categoría Documental, “Noche de fuego”, su primer largometraje de ficción, es un excepcional retrato de la realidad vivida cotidianamente por millones de niñas y mujeres en nuestro país.
Basada en la novela de Jennifer Clement, Laidydi, y con la producción de Nicolás Celis, el mismo que produjera la celebrada “Roma”, de Alfonso Cuarón, la película de Tatiana Huezo ha recibido ya, en su corta vida, el premio “Un certain regard” en el Fetival de Cannes, el premio a la Mejor Película de la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, y ha sido seleccionada para representar en México en los premios Oscar, entre otros reconocimientos.
En esencia, un documental y una ficción para mí son la misma cosa, la esencia de una película es la misma: es poder trasladar a la pantalla una experiencia humana, poder caminar de la mano con personajes que puedan provocar algo en ti, en la panza, en la cabeza, dice Tatiana Huezo.[1]
¡Y vaya si lo logra! Todo lo que vemos nos sacude y conmueve: allí están Ana, Paula y María, las tres protagonistas, que conoceremos primero como niñas y luego en su entrada a la adolescencia; están las madres que viven aterradas ante la amenaza del narco de llevarse a sus hijas; pero están también la sororidad, los lazos amorosos que tejen las mujeres de todas las edades para proteger y protegerse, las alianzas, las lealtades. Partiendo de sus propias heridas y de las heridas de sus actrices, como lo ha dicho muchas veces la directora, va construyendo un relato a la vez dulce y desgarrado sobre el fin de la infancia.
Una de las características que más me impresionaron de la película es la increíble sutileza con que Tatiana Huezo da a entender lo terrible del contexto casi sin mostrarlo. Acostumbradas como estamos a ver sangre por doquier en las pantallas de todos los tamaños, pedazos de cuerpos, violencia pura y dura, esta mirada amorosa y discreta que arma alrededor de sus personajes y a través de la cual nos muestra la realidad, es para mí lo más valioso del film. El miedo es un personaje más, incorporado a la vida de todas las personas que viven en el pueblo, especialmente a la de las madres de las niñas, sin embargo jamás vemos ninguna escena de violencia explícita ni con tintes sangrientos. Huezo habla de uno de los tantos rostros del “capitalismo gore”, como lo llama Sayak Valencia, que hace de la violencia uno de los negocios más rentables de nuestra época, pero lo hace desde una propuesta alejada de la exhibición del horror, que apela en cambio a una suma de afecto y cuidados como estrategias de sobrevivencia.
A una de las vecinitas se la han llevado, las niñas cuidan que las vacas no invadan la casa que ha quedado vacía y desconfían de la respuesta de las madres sobre qué ha pasado, “se fueron a vivir a otro lado”. Pero ¿cómo?, dicen, “¿dejando la mesa puesta, y las cosas a medio hacer?”.
Para poder cuidarlas, las madres en su angustia, buscan impedir que sea visible cualquier signo de femeneidad: les cortan el pelo muy corto, “para que no se te suban los piojos”; les fajan los pechos cuando empiezan a notarse, les impiden jugar a maquillarse. Es el único modo posible de que pasen inadvertidas. Cuando se acercan los hombres armados, esconden a las niñas en unos pozos que han cavado en la tierra, que semejan cunas y tumbas a un tiempo, y las cubren con ramas. Rita, la madre de Ana -la estupenda Mayra Batalla, una de las pocas actrices profesionales del film-[2], ruega porque el padre, migrante “del otro lado” y que se ha desentendido de su mujer y su hija, pueda llevarse a la niña con él para salvarla.
En este universo claustrofóbico -a pesar de los paisajes abiertos-, vale la pena subrayar el papel que cumple la escuela o, mejor dicho, algún maestro sensible y generoso, como creador de un espacio de protección, descubrimiento, aprendizaje y amistad.
Más allá de las características de la producción: un casting de más de 800 niñas para encontrar a las maravillosas protagonistas, los meses completos de convivencia, los tres años de trabajo y las nueve semanas de rodaje con un equipo de 100 personas, el gran trabajo fotográfico de Daniela Ludlow, y el sonoro de Lena Esquenazi, en una realidad en la cual poder calcular de dónde vienen los sonidos y qué tan cerca o lejos están es clave para ser la clave para salvar la vida… más allá de todo esto, están las preguntas que dan origen a las historias que se cuentan: ¿cómo es crecer en una zona tomada por el narcotráfico? ¿Cómo es crecer en un país en el que la violencia en contra de las mujeres, dentro y fuera de los hogares, no deja de aumentar, en un país con once feminicidios al día y casi cien mil desaparecidos? ¿Cómo es crecer cuando el monstruo -con rostro de hombres armados- y el terror que provoca están siempre presentes? Ésta es la realidad que cubre cada vez más amplias zonas del país. Un dato que parece anecdótico muestra nuestro pavoroso día a día: la novela de Clement sucede en el estado de Guerrero, pero la violencia real que se vive en esa región hizo que fuera imposible filmar allí. Había que buscar alguna locación similar a la original. La Sierra Gorda de Querétaro fue la elegida, y allí el pequeño pueblo llamado “Neblinas” (nombre digno de Juan Rulfo).
En un momento la pequeña Ana les pregunta a sus amigas, “¿Qué creen que nos pase cuando una de nosotras tres de repente se vaya?” No hay mujer, en el México de hoy, que no se haga esta misma pregunta. Nos la hacemos con respecto a nuestras hijas, a nuestras amigas, a nuestras estudiantes, a nosotras mismas. La pregunta de Ana es la pregunta de todas; el miedo de Rita es el miedo de todas. Por eso nos conmueve tanto, por eso nos sacude. No hace falta que la directora nos muestre la sangre, ni los cuerpos despedazados, ni los grupos de madres que cavan en la tierra buscando los cuerpos amados, todas sabemos que están allí. Quisiéramos abrazar entonces a todas las Ana, las Paula, las María, las Rita, y tejer con ellas un manto protector.
¿Crees que el cine puede cambiar la realidad?, interpelan a Tatiana Huezo:
…no, no creo. Al menos, no estoy segura de que el cine pueda cambiar al mundo, desgraciadamente. El cine, sin embargo, despierta las miradas y los pensamientos. El cine toca las almas. El cine, como el arte, provoca, acompaña, nos consuela, nos da esperanza, nos da vida. No sé si eso sea suficiente.[3]
El consuelo y la esperanza como armas de lucha, de resistencia, de resiliencia y de amor. No es poca cosa.
[1] En Forbes México, 1 de julio de 2021.
https://www.forbes.com.mx/forbes-life/entretenimiento-cannes-festival-noches-de-fuego-tatiana-huezo/
[2] Vale la pena destacar el gran trabajo de actores y actrices tanto profesiones como no profesionales. Especialmente de las tres chicas protagonistas: Marya Membreño como Ana adolescente, Ana Cristina Ordóñez González como Ana niña, Alejandra Camacho como Paula adolescente, Camila Gaal como Paula niña, Giselle Barrera Sánchez como María adolescente, Blanca Itzel Pérez como María niña.
[3] “La normalidad de los que sufren – Una entrevista con Tatiana Huezo”, realizada por Nicolás Ruiz Berruecos, en Gatopardo, 20 de julio de 2021.
https://gatopardo.com/arte-y-cultura/tatiana-huezo-entrevista-noche-de-fuego/
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