Fabrizio Lorusso
11/07/2024 - 12:05 am
Victoria antifascista en Francia
"La hipótesis en este momento es peregrina y provocativa, pero no carece de sentido si pensamos en el voto del domingo como una expresión del miedo generalizado frente a su concretización".
En la segunda vuelta electoral para la conformación del parlamento francés, el bloque de izquierda, el Nuevo Frente Popular, ha logrado el domingo pasado una victoria histórica contra la principal amenaza para la democracia en el país: el Rassemblement National (RN o “Agrupación Nacional” en español) de Marine Le Pen, Jordan Bardella y sus afines de la ultraderecha, con tendencias (más o menos) neofascistas.
También ha conseguido más escaños que el centro, o sea, la coalición Ensamble del presidente Manuel Macron. Su figura salió evidentemente debilitada. Fue el propio presidente galo que, tras unas elecciones europeas en que las derechas radicales habían avanzado en medio continente, decidió convocar comicios parlamentarios anticipados para dizque consolidar su mandato. Sin embargo, le salió el tiro por la culata y, en la primera vuelta, las fuerzas democráticas centristas y de izquierdas se vieron rebasadas por la derecha más impresentable.
Entonces, de manera muy estratégica y expedita, las izquierdas formaron un Frente Popular antifascista y establecieron, a su vez, acuerdos de “desistencia” con el centro macroniano. Esto fue para evitar que, en la segunda vuelta, el RN y los demás “ultras” lograran ganar una mayoría aplastante que forzara la salida del Primer Ministro actual, el macronista Gabriel Attal, e instalara un gabinete liderado por el Rassemblement.
La “desistencia” se asemeja al llamado “voto útil”, como lo conocemos en México. Consiste en un pacto por el cual se prevé la retirada estratégica de las y los candidatos a un escaño, pertenecientes a un partido que esté dentro del pacto, que en la primera vuelta llegaron en tercer lugar.
Esto es para que, en la segunda vuelta, se traten de juntar los votos del segundo y del tercer lugar en contra del primero y se obtenga la mayoría. Todos los escaños del congreso se eligen en Francia con el método uninominal mayoritario, pero con dos vueltas, lo que da chance de construir este tipo de estrategias cuando se presentan determinadas coyunturas.
La participación ha sido del 66.7%, la más alta desde 1981 en unas parlamentarias, y veinte puntos más que en 2022. El primer dato controversial es que ha ganado la alianza de izquierda, pero también el partido principal de la ultraderecha.
La victoria del Nuevo Frente Popular, liderado por Jean-Luc Mélenchon, y el crecimiento de su partido, “Francia Insumisa”, no se basó en una alianza a priori con el centro neoliberal de Macron, sino en un pacto estratégico que le puso un dique de contención, casi de último minuto, a la avanzada ultraderechista. Este logro se dio a pesar de la andanada de ataques mediáticos en contra del líder izquierdista para pintarlo como un extremista, antisemita y peligro para el país, asimilándolo así a la extrema derecha, como si fueran comparables porque representarían dos polos “extremos” y perniciosos.
En realidad, el programa del Frente, construido en tiempo récord entre la Francia Insumisa, los socialistas, los comunistas, los verdes y los disidentes de izquierda, reconoce el genocidio de Israel contra el pueblo palestino y no es antisemita, sino antisionista. Además, pretende revertir las reformas neoliberales en el mundo del trabajo, realizar el bloqueo de los precios de los productos básicos, la subida del salario mínimo hasta los 1,600 euros mensuales y suspender la reforma a las pensiones, volviendo a bajar la edad de jubilación, así como invertir en educación y salud pública, favorecer la integración de las y los migrantes. Se trata de reforzar la democracia, no debilitarla.
Por el otro lado, Le Pen y Bardella sí son un peligro para Francia, para Europa y la democracia, pues representan sectores importantes del gran capital, pese a presentarse también como personajes y fuerzas “populares”. Son básicamente racistas y xenófobos en su lenguaje y prácticas políticas. Comparar a la Francia Insumisa con RN es una falacia repetida de mala fe para favorecer al centroderecha y al macronismo.
La Agrupación Nacional o RN creció notablemente y, como partido singular, es la primera formación política del país: pasó de 17 escaños en 2017 a tener ahora 126. Finalmente, los tres bloques que se conforman ahora son casi equivalentes, pues el de las izquierdas, gracias al hecho de que compitieron unidas, tiene 30 diputaciones más (193) que el Ensamble de Macron (163), pero si las derechas se hubieran unido en bloque, hubieran quedado en primer lugar (221).
De todas formas, lo que nos dicen estas cifras es que ninguna coalición o partido por sí sola cuenta con mayoría absoluta (el 50%+1) del parlamento, así que se abre una temporada de negociaciones bastante larga: el presidente ha rechazado las dimisiones del Primer Ministro, Attal, y le ha pedido quedarse un tiempo más para supuestamente gestionar el tema de las olimpiadas, pero también “enfriar” las veleidades postelectorales de la izquierda melénchoniana. Por eso, más que por una vena reflexiva o gradualista, Macron ha anunciado de que tomará su tiempo la conformación del nuevo gobierno, probablemente después del verano y las olimpiadas.
Se barajan cuatro opciones: (1) un gobierno de mayoría del Frente Popular con Ensamble, en donde incluso podría llegar a ser Primer Ministro un miembro de la Francia Insumisa, pero probablemente no su líder, Melénchon, quien continuamente es descalificado por sectores conservadores y buena parte de los medios de comunicación; (2) un gobierno de minoría solo del Frente Popular que tendría que negociar con el centro cada proyecto y utilizar más la herramienta del decreto; (3) un gobierno del ala “derecha” del Frente Popular (ecologistas y socialistas) con Ensamble para excluir al ala más de izquierda y “populista” conformada por la Francia Insumisa y los comunistas.
Existe una cuarta posibilidad, técnica y teóricamente posible, aunque de pesadilla y altamente improbable, porque subvertiría el mensaje de las urnas, la estabilidad democrática y la institucionalidad: los partidos de ultraderecha podrían buscar una alianza con Ensamble o partes de esta coalición.
La hipótesis en este momento es peregrina y provocativa, pero no carece de sentido si pensamos en el voto del domingo como una expresión del miedo generalizado frente a su concretización, ahora o en el futuro, y si proyectamos el crecimiento, en Francia y en el resto del continente, de estas derechas extremas que se van comiendo el centro y la derecha moderada para luego obligarlo a cogobernar.
Por ahora, el dique antifascista parece haber funcionado, pero no será para siempre y los ataques inmediatos de medios y mercados contra Melénchon no preanuncian una transición fácil hacia un programa de gobierno reformista de izquierda, sino que apuestan por el desgaste, la imposición de candados y la dilación. Las elecciones francesas nos recuerdan de alguna manera los casos de Lula en Brasil, con la victoria del frente democrático de izquierda, centro y centroderecha neoliberal contra la reelección de Bolsonaro en 2022.
Allí también, como ahora se vislumbra en Francia, se perfiló y se conformó un gobierno relativamente débil y de compromiso, el cual ha tenido estrechos márgenes de maniobra para cambiar el estatus quo y se ha neoliberalizado significativamente.
Por ahora, la posibilidad de que, después de Finlandia, Italia, República Checa y Croacia, también Francia se sumara al “club” de los ultras de derecha ha sido esquivada, pero el voto ha sido una campana de alarma.
Otro mensaje es que, para ganar, la izquierda debe seguir siendo izquierda, sin desvirtuarse. Aun negociando, no debe abandonar objetivos y principios, ni simplemente navegar en las aguas de la sobrevivencia política y del minimalismo acrítico.
La incertidumbre sobre el próximo gobierno, sus alcances y planes, y el mantenimiento del frente republicano y democrático, más allá de las elecciones, marcarán la agenda en las calurosas semanas veraniegas.
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