Gustavo de Hoyos Walther
25/02/2025 - 12:04 am
La fuerza de las regiones
Un país debería aprender a respetar e incluso a fomentar el amor a las regiones, pues, en el fondo, la pasión regional puede robustecer la identidad nacional.
Quizás México no se entienda sin no se comprende su carácter regional. Por una serie de razones, el mundo se ha organizado en lo que llamamos Naciones-Estado. Estas constituyen el núcleo de las identidades. Aún hoy, ser mexicano o boliviano o japonés es, en general, la seña de identidad más importante de muchas personas. Pero junto con el nacionalismo existen otras pasiones identitarias igualmente válidas. Por ejemplo, el politólogo, Samuel P. Huntington, pronosticaba al inicio de la década de los 90s que las identidades del futuro las constituiría la noción de civilización, que es una unidad mucho más amplia que la de Estado-Nación. Así, por ejemplo, a su juicio, un ruso se siente más identificado como parte de la civilización eslava y cristiano-ortodoxa que de la de su país.
De igual manera, se podría argumentar que existen fuertes identidades regionales dentro de una Nación-Estado. Esto es claro si revisamos el mapa del mundo. Por poner un ejemplo entre muchos, un habitante del Tíbet quizás se sienta más tibetano que chino o indio.
Las identidades regionales están incluso muy presentes en la Unión Europea, zona del mundo caracterizada por un proyecto de homogeneización económica, política, social y cultural donde se ha tratado de promover una identidad supranacional, con políticas como la creación de una moneda única o el Tratado de Schengen para la movilización de personas.
No obstante el éxito relativo del proyecto de la Unión Europea, las regiones siguen desempeñando un papel como seña de identidad. Un europeo se puede sentir tirolés o mediterráneo o báltico con igual fuerza con que se siente parte de la Unión Europea.
Quizás la naturaleza humana se apegue más a la multiplicidad de identidades que a la singularidad de estas. Muchas veces las identidades regionales se pueden reforzar con proyectos económicos o políticos que puedan afianzarlas. Así, por ejemplo, el proyecto del Corredor Interoceánico en el Istmo de Tehuantepec, en caso de ser exitoso en su conclusión, pudiera promover la identidad regional en esa zona. Esto sería más positivo que negativo.
Sucede frecuentemente también que las identidades regionales rebasan las fronteras entre naciones, como en los casos que hemos mencionado del Tíbet y la Unión Europea.
Siendo este el hecho, un país debería aprender a respetar e incluso a fomentar el amor a las regiones, pues, en el fondo, la pasión regional puede robustecer la identidad nacional.
En este sentido, quizás haya que repensar las bases de nuestro federalismo y adecuarlo a la multiplicidad de identidades. Habría que pensar en uno que tenga en cuenta la unidad de las ciudades, del municipio, de los Estados, de las regiones, de la nación e incluso trasnacional, pues hay que recordar la gigantesca población mexicana que vive en Estados Unidos, quienes muy probablemente se sienten mexicanos y estadounidenses.
Los mexicanos lo somos de muchas formas y con múltiples identidades. Esa es nuestra riqueza.
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