Author image

María Rivera

13/03/2025 - 12:01 am

Impunidad

Nadie se llame a engaño: las madres buscadoras de todo el país encuentran restos todos los meses. Suben fotos a sus redes, que todos vemos. La indiferencia es otra manifestación de la enfermedad que nos corroe, no sólo a los criminales. México lleva ya mucho tiempo enfermo crónicamente, desangrándose frente los ojos de todos.

Impunidad.
Objetos son numerados en el campo de exterminio encontrado por el Colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. Foto: Fiscalía del Estado de Jalisco.

Es muy difícil, querido lector, escribir nuevamente sobre del horror que sucede en nuestro país desde hace muchos años. No sólo la indignación colectiva ha ido desapareciendo, también las palabras se han desgastado para hablar de lo que ocurre. En parte, porque los horrores siguen cometiéndose sin que nada, ni nadie, a lo largo de los sexenios, haya sido capaz de detenerlos. Me refiero, naturalmente, a la crueldad y brutalidad que se instalaron en nuestro país a partir de la guerra contra el narcotráfico decretada por el Presidente Felipe Calderón. Ese sexenio conocimos, en muy pocos meses, del cáncer que consumía a nuestro país. La prensa se llenó de retratos descarnados y brutales de la crueldad sin nombre. Masacres, desmembramientos, violaciones, inhumaciones clandestinas, y múltiples horrores que hasta cuesta trabajo escribir, salieron a la luz y convulsionaron al país. Las víctimas comenzaron a tomar relevancia, a partir del año 2011. Posteriormente, los colectivos de mujeres buscadoras. El fenómeno de los desparecidos surgió con toda su crueldad; Ayotzinapa como una piedra de sangre que nos sepultaba. Todavía recuerdo, con escalofrío, aquellos años terribles que se convirtieron, para muchos, en años de desesperación y activismo. Años convulsos que luego de un tiempo se apagaron, como una hoguera.

Sin embargo, el horror no, querido lector. El horror siguió en nuestro país como un incendio, por lo bajo, para de vez en cuando lanzar fuertes llamaradas: masacres que al paso de los años nos han seguido horrorizando, hasta el día de hoy. Cambios de gobiernos, de partidos políticos, de ideología, nada ha logrado detener esa fábrica de dolor y muerte que acompaña al tráfico de drogas. Nadie ha logrado detener a los ejércitos de criminales mexicanos que se pelean por las plazas, mucho menos restaurar el sentido de moralidad y legalidad, el Estado, que tenemos perdido. El cáncer llegó a los ganglios linfáticos y hasta lo que no parece enfermo, forma parte de la enfermedad.

No son sólo quienes cometen actos terribles contra otros, sino quienes los permiten y toleran. Ese es el corazón de esta tragedia nuestra. La verdadera tragedia se llama impunidad, querido lector. Y son, justamente, los encargados de cuidar que casos como el del rancho de Teuchitlán no sucedan, quienes los posibilitan. Las autoridades de seguridad en todos los niveles, municipal, estatal y federal, así como el aparato judicial, están rotos, corroídos por la corrupción. De otra manera no sería posible no sólo que ocurriera una barbarie como el campo de entrenamiento y exterminio recientemente expuesto, sino varios, durante años. No son nuevos, querido lector. Desde hace años la autoridad conoce del fenómeno. Hace exactamente catorce años, en el mes de marzo, cientos de personas fueron secuestradas en camiones de pasajeros en San Fernando, Tamaulipas, por criminales para reclutarlos, y fueron asesinados en brechas. Los obligaron a pelearse y matarse entre ellos, con mazos, psicópatas asesinos. Casi doscientos cuerpos encontró la autoridad, aunque uno de los criminales detenidos declaró haber asesinado a seiscientos. Lo mismo que sucedía en Jalisco y lo mismo que sucede, seguramente, ahora mismo en otras partes ¿y por qué sucede, querido lector? La respuesta es de tan obvia, ofensiva. Sucede porque los criminales saben que pueden hacerlo. Así. Saben que nadie los detendrá, que pueden secuestrar muchachos, mujeres, niños y asesinarlos y las autoridades no harán nada. Si acaso los detienen, las autoridades no investigarán. Eso es lo que ocurrió en Jalisco y es un ejemplo perfecto para explicar por qué suceden estas tragedias. Cientos, miles de personas desparecidas y asesinadas, cremadas o enterradas en fosas clandestinas, nunca serán buscadas por las autoridades, y tampoco sus asesinos.

Los detendrán por otros delitos, si es que los detienen. Cementerios clandestinos, hornos crematorios, ropa, calzado, maletas, cuadernos, huesos, cuerpos, no importa cuántas evidencias encuentre la autoridad, porque no investigará qué ocurrió, quiénes fueron asesinados, por qué y quiénes cometieron los crímenes: no les importa o están coludidos con los criminales: no hay otra explicación posible. Sólo consignarán que encontraron un campo de entrenamiento o una casa de seguridad y si acaso, algunos detenidos, pero de los crímenes y las víctimas, la historia y la justicia, nada. Un silencio sepulcral, o un perdón implícito es lo que suele suceder porque las autoridades no
investigan y como no investigan, todo queda en la impunidad y el olvido. Sí, el olvido, querido lector, promovido por gobiernos y funcionarios, a los que les conviene que nada se sepa, incluso dentro del propio Gobierno. Hasta que aparecen las madres buscadoras y uno de esos casos cobra relevancia mediática y entonces, todos se dan golpes de pecho ¿pues dónde estaban, o mejor dicho, qué hacían mientras cientos de personas eran retenidas contra su voluntad, sometidos a torturas bestiales, y asesinados y cremados o inhumados o disueltos en ácido? Mejor dicho ¿qué están haciendo ahora mismo para detener esos centros de tortura y muerte? Porque el problema, querido lector, no es una gripa: es un cáncer que recorre todo el país y no se soluciona con sólo investigar este caso, sino todos. No se necesitan abrazos, ni balazos, sino una cosa mucho más elemental y civilizatoria: justicia, justicia, justicia.

Nadie se llame a engaño: las madres buscadoras de todo el país encuentran restos todos los meses. Suben fotos a sus redes, que todos vemos. La indiferencia es otra manifestación de la enfermedad que nos corroe, no sólo a los criminales. México lleva ya mucho tiempo enfermo crónicamente, desangrándose frente los ojos de todos.

La impunidad no es nueva y no es exclusiva de este sexenio, ni del pasado, ni del antepasado, es una práctica continua en nuestro país. Por eso, desde hace años, son las madres quienes se encargan de buscar, con sus manos, a sus hijos desaparecidos. Saben, perfectamente bien, que la autoridad no lo hará, aunque sea su obligación. También saben que todos los restos que encuentren, muy probablemente, tampoco sirvan de nada porque no existe la voluntad política de hacer justicia. Literalmente, las personas desaparecidas y asesinadas no le importan a nadie, salvo a sus familiares. Así es este país bajo el panismo, el priismo o el morenista “humanismo mexicano”, querido lector. Esa es la tragedia, la enfermedad que desde hace años nos corroe: México está enfermo de violencia sangrienta, impunidad y corrupción, incurable.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Lo dice el Reportero

Opinión

Opinión en video