Sandra Lorenzano
25/05/2025 - 12:02 am
Paren el mundo
Hacía mucho que la falta de empatía no me pegaba tanto como estos días. Nos hemos convertido en monstruos que disfrutan ver sufrir a los demás. ¿Cuándo pasó? ¿Cuándo dejó de importarnos el sufrimiento ajeno? ¿Cuándo dejaron de dolernos las fotos de los niños muriendo en Gaza?
Ella tenía veinte años y era de Xalapa, Veracruz. Él tenía 23 y había nacido en San Mateo del Mar, Oaxaca. Ella era una gran nadadora y le faltaba poco para titularse de ingeniera civil. Él siempre había querido ser marino. Se llamaban América Yamilet Sánchez y Adal Jair Marcos. Compartían su pasión por el mar.
Si ustedes no saben de quiénes estoy hablando, podrían pensar que estas líneas son el comienzo de una historia de amor. Pero lo son de un cuento de terror, en realidad.
Vi, como todos, las imágenes del accidente del buque escuela Cuauhtémoc en Nueva York, primero con incredulidad, luego con desolación. Imaginé la angustia que debían haber sentido quienes estaban en los mástiles -una tradición que significa respeto y orgullo- viendo cómo se acercaban al puente sin poder hacer nada. Después supe que como miraban hacia la proa, estaban de espaldas al lugar del accidente. ¿Era mejor no ser conscientes de lo que iba a pasar?
Hace apenas un par de semanas el Cuauhtémoc pasó por La Habana, cantamos con los mariachis, nos reímos con los marinos, hablamos de sueños, de viajes, de la vida en altamar. ¿Era ella tal vez la chica que me contó que una receta de su abuela la salvaba de sentirse mareada en las tormentas? ¿Era él el muchacho que diciéndome “para usted, maestra”, me pasó un trozo del pastel que reproducía la forma del barco? No lo sé, ni lo sabré nunca. No sabré si les sonreí, si conversé con ellos, si los abracé, si les dije que -como buena mexicana que ha elegido serlo- me emociono con todos los símbolos: con la bandera, con el himno, con José Alfredo, con el buque escuela, y más aún cuando estoy lejos. Que por eso me emocionaba verlos a ellos allí, tan felices y tan comprometidos con su vocación. Lo que sí recuerdo es que muchos cantamos a voz en cuello -les juro que es verdad-: “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido, y que me traigan aquí”, esa canción de Chucho Monge que hizo famosa Jorge Negrete.
¡Qué te vas a imaginar cuando la cantas que a lo mejor un día demasiado cercano se te cumpla, que tal vez de verdad pronto mueras lejos “de aquí”! Y ese aquí es todo lo que cada uno ama: para mí ese aquí es la gente querida, el aire después de la lluvia, las jacarandas, las risas compartidas con las amigas, la infancia de mi hija. ¿Qué perfume tendría el “aquí” de América y Adal? ¿A quién extrañarían durante el viaje? ¿Qué palabras, qué foto, que recuerdos les servirían de talismán ante la nostalgia?
Leo en algunos artículos, en redes sociales, escucho en programas de radio y televisión un cierto regocijo: “El país se hunde como el Cuauhtémoc”; “Si manejan el país como los barcos, ya sabemos qué nos espera”, o frases por el estilo. Frases irónicas y crueles como las que pocos días después se repiten ante el atroz asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, los dos cercanos colaboradores de Clara Brugada, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. “Disfruten lo que votaron”, la más frecuente. “Transportaban dólares”, “Quién sabe en qué andarían”.
Hacía mucho que la falta de empatía no me pegaba tanto como estos días. Nos hemos convertido en monstruos que disfrutan ver sufrir a los demás. ¿Cuándo pasó? ¿Cuándo dejó de importarnos el sufrimiento ajeno? ¿Cuándo dejaron de dolernos las fotos de los niños muriendo en Gaza?
Susan Sontag, en su libro Ante el dolor de los demás, publicado en 2003, habla del modo en que nos “acostumbramos” a mirar imágenes del horror. Hoy creo que estamos yendo más allá, no sólo ha dejado de importarnos la muerte ajena, sino que se ha convertido en motivo de burla, de desprecio, de grosería, no demasiado diferente de lo que sucedía en aquellas fotos analizadas por la propia Sontag, en que un grupo de soldados estadounidenses se divierte torturando prisioneros iraquíes-: sea que hablemos de la historia dantesca detrás de Teuchitlán, de las Madres buscadoras, de crímenes a sangre fría en Calzada de Tlalpan o en Palestina, o de dos jóvenes que amaban el mar.
A veces dan ganas de dejar de pertenecer al género humano. “Paren el mundo que me quiero bajar”.
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