Susan Crowley
21/06/2025 - 12:03 am
Triunfar joven y no morir en el intento
Si la vida les concede los años, Mäkelä o Yuha afrontarán el compromiso de no quedarse en el éxito, o peor aún derivar en el mero espectáculo, sin lograr sumergirse en los infinitos pliegues que exigen los grandes autores. Enmendar errores que es lógico sean cometidos y apuntalar sus carreras de cara a la real trascendencia, más allá de asegurar su fama y dinero.
Por generaciones nos han acostumbrado a no confiar del éxito que llega demasiado pronto. La tradición refrenda una y otra vez que la fama y el reconocimiento vienen como un premio a los años de sufrimiento. Sacrificio, hambre, lidiar con la pobreza y con la desesperanza de tantas noche de incertidumbre, ¿llegará algún día el ansiado triunfo?
Abundan las biografías de jóvenes famosos. Pero subyace una noción de que, más allá del talento, el éxito obedece al azar, a un golpe de fortuna, y que la precocidad y facilidad de la recompensa perjudicó su verdadero potencial. Mozart, Basquiat, Schubert, Schiele, Morrison, Winehouse fueron transgresores de una u otra forma, en sus vidas encontramos buenas dosis de alcohol, hambre, drogas, enfermedades hasta cárcel en el caso de Schiele. Lo que es indudable es que dejaron una huella imborrable que con el tiempo se hace más grande. ¿Qué habría pasado si hubieran vivido más, experimentado más, y su legado fuera más amplio? Más allá de la leyenda de jóvenes impetuosos, ¿qué habría sido de ellos si hubieran alcanzado la vejez plena, la estabilidad y recibido el respeto unánime por sus largas trayectorias?
Hace unos pocos días murió a los 94 años Alfred Brendel, una institución en el piano. Logró una de esas carreras impecables, largas y prolíficas. Serán escuchadas una y otra vez sus interpretaciones de Mozart, Beethoven y Schubert. Su pasión y equilibrio, su amor por cada ejecución sólida y con carácter, de una profundidad incuestionable, de una agudeza y sobriedad que venían de su fuerza intelectual. Su experiencia de vida sin duda fue la guía para descubrir el poder y los claroscuros de aquellos músicos que tan bien interpretaba. A lo largo de décadas escaló las alturas negándose a caer en la frivolidad de la imagen o el histrionismo tan de moda hoy. Él mismo decía que para ser un gran pianista no necesitaba caerle bien a la gente, bastaba con hacer su trabajo lo mejor posible.
Una lección para los jóvenes, especie de rock stars del mundo clásico que hoy rompen récords, ganan Grammys, se presentan vestidos por los grandes diseñadores, posan en las revistas de chismes, toman aviones y cambian de país en cuestión de horas. Esos jóvenes que no pierden el tiempo, que son capaces de adentrarse al universo de cada compositor, que dan entrevistas controladas por sus managers, que tienen asistentes que llevan sus agendas. Que un día despiertan en un hotel de Berlín y la siguiente noche están tocando en Nueva York. Klaus Mäkelä apenas tiene 29 años; Yuja Wang tiene 38, pero lleva más de 10 en el candelero. Son dos ejemplos de carreras triunfadoras a edades increíbles. La paciencia de cultivar el conocimiento e ir escalando lentamente hasta llegar a la cumbre y así mantenerse no parece ser algo que les preocupe, por ahora.
El finlandés es un joven con una trayectoria alucinante: ha sido director titular de la Filarmónica de Oslo desde 2020 y director musical de la Orquesta de París desde 2021. Asumirá el cargo de director titular de la Orquesta Real del Concertgebouw en septiembre de 2027 y, al mismo tiempo, tomará el cargo de director musical de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Mäkelä es artista exclusivo de Decca Classics. Ha grabado dos álbumes con partituras de los ballets rusos de Stravinsky y de Debussy con la Orquesta de París. Con la Filarmónica de Oslo, grabó las sinfonías completas de Sibelius y los primeros conciertos para violín de Sibelius y Prokófiev con Janine Jansen.
Y parece que ahora su obsesión es Shostakovich. Un compositor que, como él, triunfó joven pero que vivió para pagar caro las mieles del éxito. Con la filarmónica de Oslo Mäkelä dirigirá la Quinta Sinfonía en los Festivales de Música de Salzburgo y Berlín. Esta temporada también dirige las Sinfonías 1, 11 y 15 en Oslo. Y acaba de grabar las sinfonías 4, 5 y 6 del compositor ruso, de las cuales circularon fragmentos escuchados por millones de personas, antes de que se presentara la grabación completa.
El joven director parece no tener límites. No sólo cosecha tan joven un éxito tras otro; lo hace bien. Con pasos firmes que se reflejan con ovaciones de pie de públicos conocedores. Pero no todo es miel y hojuelas. En contra de la reverencia de sus fans, la crítica considerada seria, conocida por su dureza y a veces necesidad de mostrarse por encima de los artistas, a los que hace y deshace sin piedad, no está contenta con lo hecho por Mäkelä.
Se dice que la grabación es el verdadero legado de un director de orquesta, porque, ¿de qué otra manera podemos constatar su nivel si no lo vimos y escuchamos en vivo? Es aquí donde la cosa se complica para el joven director. Las tres sinfonías de Shostakovich, cuya dificultad merece el respeto de quien se atreva a enfrentarlas, han sido denostadas por considerarse planas, sin textura, sin la profundidad que el ruso amerita. ¿Por qué las grabó tan joven y con tan poca experiencia?, ¿por qué no dejó que el tiempo le trajera la sabiduría, el rigor y la profundidad necesarias? ¿qué hacer con un récord de ventas de una interpretación que muchos dicen es mediocre? Para ponerlo en términos más románticos, si Mäkelä muriera hoy, ese sería su legado, ¿lo haría inmortal? ¿O ya es inmortal al llenar auditorios y arrancar lágrimas y aplausos por doquier? El éxito ha colocado a este joven en el pódium de los triunfadores o en el blanco de sus detractores. Al ser tan famoso, no se le permiten fallas. Está en medio del ojo de huracán y cualquier error puede ser significativo para su carrera, sobre todo, si queda grabado.
El caso de Yuja Wang es algo más que un fenómeno comercial. Una fuerza casi animal que se funde con el piano con total sensualidad y que, a pesar de sus atuendos, que hacen pensar que los pidió prestados a las bailarinas de un antro porno, su equilibrio entre forma, fondo, es decir técnica y emociones es perfecto. No se le puede criticar, aunque rompa todas las reglas no dichas de la tradición. Nada que objetar, no todavía. Dentro del margen clásico Wang puede abarrotar por igual a la Elb Philarmonie de Hamburgo que la de Berlín; el Carnegie Hall o el Auditorio Nacional de la Ciudad de México y al día siguiente continuar su gira y pasar una buena parte de su tiempo libre, practicando y cargando pesas para lucir su espectacular musculatura.
En una nueva faceta, es directora invitada de otro conjunto de jóvenes talentosos, a los que ha puesto a girar y que, en parte, le deben a ella su popularidad, la Mahler Orquestra. Fundada por el director Claudio Abbado quien, por cierto, a pesar de empezar su legendaria carrera muy joven, tardó muchos años en ser reconocido. El enorme talento del italiano no hizo eco con su lento ascenso; pero cuando llegó pisó fuerte. Además de su sencillez y cálida dirección, sus grabaciones de ciclos completos de las sinfonías de Mahler son consideradas de lo mejor en el repertorio. Abbado se dio tiempo de crear dos festivales, y por varios años fue el director de la Filarmónica de Berlín donde cambió la rigidez de Karajan por una humildad genial. Un ejemplo de perseverancia y plenitud que brinda una larga trayectoria.
Volviendo a Mäkelä, falta mencionar su romance con Yuha, que fue muy sonado y del que corrieron buenas dosis de tinta en las páginas de sociales, este affaire tal vez no quede en sus biografías. Pero los enterados se hacían verdaderas ecuaciones para saber en qué momento de sus agendas podrían pasar una noche juntos.
¿Qué ven en ellos los empresarios y funcionarios de las salas de concierto más importantes del mundo? Estos jóvenes y otros como el cellista Gautier Capuçon, los pianistas Igor Levit, Daniil Trifonov o la hiper sensual Khatia Buniatishvili están generando públicos con aire de irrefrenable juventud tan necesario en las a veces anquilosadas salas de concierto. Si la vida les concede los años, Mäkelä o Yuha afrontarán el compromiso de no quedarse en el éxito, o peor aún derivar en el mero espectáculo, sin lograr sumergirse en los infinitos pliegues que exigen los grandes autores. Enmendar errores que es lógico sean cometidos y apuntalar sus carreras de cara a la real trascendencia, más allá de asegurar su fama y dinero.
Yuha ya logró explorar esos niveles de audacia y sensibilidad, no hay duda. Siempre y cuando no ceda a la tentación de buscar el efectismo para vender boletos. Sólo nos queda desear que sus micro vestidos no se conviertan en la razón del espectáculo y por ello termine haciendo un involuntario performance del Origen de la vida de Courbet en vivo y a todo color.
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