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Sandra Lorenzano

22/06/2025 - 12:02 am

Un niño, un abrazo y la paz

Sea que pensemos en murales comunitarios, en adolescentes de Ecatepec y sus performance, en grupos de mujeres bordadoras, en nuestras madres buscadoras, en las Abuelas de Plaza de Mayo, o en tantos otros ejemplos, pensamos en la cultura como esperanza.

¿Qué relación hay entre un niño, un abrazo y la paz? La historia que hoy quiero contarles tiene que ver con estos tres elementos y es parte de un hermoso proyecto llamado “La paz se toma la palabra” creado por la Subgerencia Cultural del Banco de la República de Colombia. Nacido en el marco de los diálogos de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, busca crear espacios de reflexión sobre el conflicto armado y los caminos de la justicia y la no repetición. A partir de él surgieron diversas iniciativas: “La escucha como un hecho de paz”, “Hacer las paces”, “Cartas de la persistencia”, entre otras.

Me detengo en una de las que más me han conmovido: “Los niños piensan la paz”; un espacio para que sean ellas y ellos quienes hablen de lo que viven, piensan, sienten y sueñan. Porque también, como los adultos, y muchas veces más que ellos, viven violencias de todo tipo: social, política, familiar. Mucho de lo que dijeron está reunido en un libro que tiene el mismo título -Los niños piensan la paz- de descarga libre y gratuita. Sus páginas nos emocionan y sacuden; como dice Ángela Pérez Mejía en el prólogo: “La inocencia inteligente de los niños dibujará sonrisas y su dolor nos avergonzará”*.

Allí está la historia que quiero compartir con ustedes esta semana. El coordinador de los talleres infantiles que se desarrollaron a nivel nacional y autor del libro, Javier Naranjo, la cuenta así:

…en una ocasión un niño empezó a llorar cuando leí su escrito, sin mencionar nombres, era la historia de un amiguito que él quería mucho y al que el papá había matado, al chico lo abrumó el dolor, yo me detuve sin saber bien qué decir y en medio del silencio grávido del grupo un compañero se levantó, se acercó y lo abrazó, los demás se fueron parando para abrazar a su amiguito y lo mismo hicimos las profesoras que asistían y yo. Todos estábamos conmovidos. Creo que esta afinidad y empatía profunda por el sentir del otro, por el otro esencialmente, que así se vuelve también yo, fue algo que surgió de manera natural, estoy seguro (me atrevo) de que nuestra reacción atenta y cálida nos hacía entrar en una atmósfera que sanaba un poco las heridas y nos hacía sentir al niño que cada uno es, acompañado, escuchado, abrazado.  

La escena de ese abrazo colectivo y amoroso representa la imagen más límpida de aquello que queremos decir cuando decimos “Paz”. 

Quizás los procesos de paz, cualquiera de ellos, en Colombia, en México o en Gaza, sean aquellos que justamente permitan que el niño que cada uno de nosotros sigue siendo pueda sentirse acompañado, escuchado, abrazado.

Aprender a escuchar es tal vez el primer paso para construir paz; aprender a escuchar más allá de las palabras -como el niño que se levantó a abrazar a su compañero-, más allá de los juicios y prejuicios, más allá de las propias certezas y convicciones. No se trata de levantar la voz para hacernos oír, sino de hacer silencio para que nos lleguen las palabras de los demás. Ante una realidad que vocifera impidiendo el diálogo, la escucha es un aprendizaje.

Por eso otras de las líneas de “La paz se toma la palabra” se llama precisamente “La escucha como un hecho de paz”. ¿Qué hacemos con aquello que sentimos cuando escuchamos los relatos de las víctimas de violencia? ¿Qué hacemos con la incomodidad o el dolor que nos producen? ¿Cómo transformamos esa escucha en el abrazo simbólico que quien habla está necesitando? En el caso colombiano, la Comisión de la Verdad dejó “en documentos sonoros, relatos de víctimas y responsables que dan cuenta de lo que pasó, de las dinámicas, los patrones y factores por los que persistió el conflicto armado en Colombia, con el fin de promover un gran diálogo nacional hacia la no repetición”. 

A partir de materiales de apoyo, que incluyen las propias grabaciones de las víctimas, una cartilla para mediadores, conferencias y un podcast que reúne conversaciones con los principales especialistas del mundo sobre el tema, se construye un camino para hacer de nuestra escucha un modo de contribuir a la paz. 

Escuchar, compartir, crear, abrazar. Esos son los caminos para construir una comunidad libre de violencia. Para sembrar esperanza. Porque si no es para sembrar esperanza, para qué lucharíamos por la paz; una paz que, como dice en su nombre el movimiento creado por el poeta mexicano Javier Sicilia después del asesinato de su hijo a manos del crimen organizado, implique también “justicia” y “dignidad”. 

Sea que hablemos del papel de los libros y la lectura en lugares tan diferentes como Apatzingán, Michoacán, en el hermoso proyecto de Cultura de Paz creado por el FCE hace unos años, o en la selva colombiana en aquel ejemplo de los poemas leídos en voz alta para ayudar a sanar las heridas de los jóvenes víctimas del conflicto armado, como lo he contado otras veces en este mismo espacio. Sea que pensemos en murales comunitarios, en adolescentes de Ecatepec y sus performance, en grupos de mujeres bordadoras, en nuestras madres buscadoras, en las Abuelas de Plaza de Mayo, o en tantos otros ejemplos, pensamos en la cultura como esperanza.

Lo dijo hace pocos días el Rector de la UNAM, Leonardo Lomelí, al crear el Programa Universitario de Cultura de Paz y Erradicación de las Violencias: “Nuestra misión es alimentar el pensamiento crítico, generar alternativas y sembrar esperanza”. Y retomó así una línea que va de María Zambrano a Byun Chul Han, y su nuevo libro El espíritu de la esperanza, del poeta Raúl Zurita (“…el oficio del arte es el de la esperanza” ) a Paulo Freire y su Pedagogía de la esperanza. 

Escribe el brasileño: “…la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo. No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico”.

Sembrar esperanza es, así, otro modo de abrazar, entre todas y todos, a ese niño que lloró en un salón de clases recordando a su amigo. 

*El libro se puede descargar gratuitamente en https://www.banrepcultural.org/proyectos/la-paz-se-toma-la-palabra/baul-de-herramientas/los-ninos-piensan-la-paz

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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