Sandra Lorenzano
06/07/2025 - 12:02 am
Ovillo. Los que se quedan
Con retazos de colores van contándole al mundo sus historias de resistencia, de resiliencia, de cuidados. A cargo de la casa, de la milpa, a veces de los nietos, son las mujeres quienes mantienen vivo el “fuego del hogar”, ese focolare, como se dice en italiano, con el que sueñan quienes se han ido.
“Hay un pueblo en Oaxaca donde el tiempo se mide en puntadas de aguja”, dice el cartel que invita a ver la obra de teatro “Ovillo”.
Cuatro actrices de diferentes edades bordan sentadas frente al público. Bordan y cuentan, y a medida que lo hacen van llenando el escenario de historias. Historias en las que el tiempo se mide en puntadas de aguja.
Cuando hablamos de migración, solemos hablar de quienes se van. Claro, qué otra cosa podría interesarnos sino esa decisión de dejarlo todo para probar mejor suerte lejos de la propia tierra; una decisión que lleva a las y los migrantes a arriesgar la vida, para huir de la pobreza, de la violencia, de la oscuridad. Como lo cuenta la poeta somalí afincada en Londres, Warsan Shire, en su poema “Hogar”: “Nadie deja su hogar a no ser que su hogar se haya vuelto la boca de un tiburón…”
Y para escapar de ese tiburón la gente se enfrenta a viajes cada vez más riesgosos. Las noticias son brutales: jóvenes que caen del lomo de la Bestia -el criminal tren de la migración-, mujeres violadas, tráfico de personas, secuestros… Como en los cuentos tradicionales, quienes migran deben pasar múltiples pruebas; ya no se trata de vencer dragones o buscar objetos mágicos, sino de evitar caer en manos de la “migra”, o de los sicarios, escapar de las redes de trata, o de la sed del desierto.
Cuando hablamos de migración, solemos hablar de quienes se van, decía, y poco decimos sobre quienes se quedan. No menos heroicos que aquellos, quienes se quedan deben aprender a convivir con las ausencias, con los vacíos, con los silencios. Viven pendientes del teléfono, del correo, de los mensajes que llegan a través de alguna vecina cuya hija, cuyo hijo, cuyo marido, también hace meses que salió de casa, buscando llegar “al otro lado”. ¿Dónde está? ¿Pudo cruzar? ¿Tiene frío, tiene sed, tiene hambre? ¿Está escondido? ¿Está asustado? ¿Ha encontrado gente buena en su camino? ¿Le acercará alguien un vaso de agua, un trozo de pan, una cobija?
Esto nos narra, en sus lienzos coloridos, el grupo llamado “Hormigas bordadoras de San Francisco Tanivet”, de Oaxaca. “En nuestro pueblo han emigrado muchas personas: esposos, hijos, tíos, hermanos. Y quienes nos quedamos, sufrimos. Esto es parte de lo que reflejamos en nuestras telas”.
La dramaturga Sonia Gregorio, autora de “Ovillo”, conoce bien el tema. Ella misma creció en Oaxaca; su hermano y todos los hombres de su familia materna se fueron “de mojados”.
En algún punto me empecé a preguntar cómo se vive la migración, pero no desde los de allá sino desde quienes nos quedamos esperando… Viendo a mi mamá, mis tías, mis abuelas, había algo de este lado, que muchas veces pasan años tus familiares allá, hasta 20, y de pronto un día vuelven y es como si vieras a un desconocido o hablas por teléfono con ellos y no sabes cómo relacionarte.
Conoció a las “Hormigas bordadoras” y su trabajo, y decidió crear una obra de teatro sobre ellas, sobre las ausencias, sobre la espera. Las puntadas de los bordados buscan contar el desgarramiento de la separación y a la vez sanar. Las “Penélopes” oaxaqueñas han hecho del acto de bordar mucho más que un modo de esperar, lo han transformado en un camino de empoderamiento. Así recuperan la memoria de la comunidad, construyen puentes entre el aquí y el allá y, sin duda, hacen valer su trabajo. Como sucede con las Tejedoras de Mampuján de Colombia, de las que hemos hablado otras veces en este espacio, o como en los “Bordados por la paz” de México, las puntadas hablan, cuentan vidas y sueños. “Ovillo” es un homenaje a todas ellas.*
Por su parte Mariana Gándara, una de las dramaturgas y directoras jóvenes más destacadas de México, hace una puesta en escena dinámica y creativa. “La obra propone un ejercicio de autorepresentación: no hablar por las mujeres indígenas, sino crear el espacio para que ellas hablen desde el escenario”, explica. A Sonia Gregorio la acompañan otras tres actrices de Oaxaca, que vienen de pueblos de migrantes en los que sólo quedan mujeres, niños y ancianos.
Como parte de las funciones, las “Hormigas bordadoras” fueron invitadas al Centro Cultural del Bosque a impartir un taller llamado Creando historias entre telas e hilos. Taller de bordado testimonial. Finalmente, ¿quién no tiene una historia que contar, una herida que sanar, una ausencia que abrazar?
“Ovillo” cierra con un conmovedor baile, en el que actrices y público se mezclan, todos con lágrimas en los ojos, acompañados por la Banda Mixantena de Santa Cecilia. Puro ritmo oaxaqueño para recordar y celebrar que las penas pueden volverse música bordada con hilos de colores.
*La obra nació en un programa de residencias internacionales que coordinaron Teatro UNAM y The Royal Court Theatre, y tuvo su estreno mundial en Londres. En los próximos meses hará una gira por distintos teatros de México.
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