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Francisco Ortiz Pinchetti

19/08/2016 - 12:00 am

La otra Reforma

Lo único que tengo que agradecerles a los maistros de la CNTE es haberme obligado a repasar la Reforma de principio a fin.

Lo único que tengo que agradecerles a los maistros de la CNTE es haberme obligado a repasar la Reforma de principio a fin. Foto: Especial
Lo único que tengo que agradecerles a los maistros de la CNTE es haberme obligado a repasar la Reforma de principio a fin. Foto: Especial

Lo único que tengo que agradecerles a los maistros de la CNTE es haberme obligado a repasar la Reforma de principio a fin. No me refiero por supuesto al ordenamiento jurídico aprobado por el Congreso en 2013 e impugnado por ese sector históricamente disidente del magisterio nacional. Víctima de uno de sus cotidianos bloqueos, me vi forzado a caminar los poco más de tres kilómetros de la otra Reforma, la originalmente conocida como Paseo de la Emperatriz, que el emperador Maximiliano ordenó construir en 1864 y así nombrado en honor de Carlota, su mujer. Después de la ejecución del monarca extranjero en Querétaro en 1867, se llamó sucesivamente Paseo Degollado, Paseo Juárez y finalmente, por decisión del presidente Sebastián Lerdo de Tejada en 1872, Paseo de la Reforma.

El tramo original, que es al que me refiero, es el comprendido entre el actual Monumento a los Niños Héroes (conocido también como Altar a la Patria) hasta la glorieta donde estuvo desde 1852 la estatua ecuestre de Carlos IV, “El Caballito”, obra de Manuel Tolsá, en la confluencia con el Paseo Nuevo o de Bucareli y la actual avenida Juárez.

Y es que por muy diversas circunstancias esa calzada inigualable de nuestra capital, su más bello paseo sin duda, está entrañablemente ligada a mi existencia. Como una especie de eje, separa y reúne a ambos lados de su trazo mis primeras tres décadas de vida. Del lado Norte, la colonia Cuauhtémoc fue el escenario de mi infancia; del lado Sur, la colonia Juárez atestiguó mus andanzas juveniles y estudiantiles y mis primeros pasos profesionales.

Les platico que, por principio de cuentas, nací en pleno Paseo de la Reforma, en el no tan lejano octubre de 1944. Fue precisamente en el Sanatorio Reforma donde, como se dice, vi mis primeras luces. Estaba ubicado en el número 359, justo donde hoy se levanta la torre del HSBC, junto al porfiriano chalet de la familia Cusi –que milagrosamente sobrevive— en la esquina con Guadalquivir y frente al monumento de la Independencia. Asistí al kínder en las postrimerías de los años cuarenta en la Escuela Inglesa, que estaba en la misma glorieta, en un predio que desde los sesenta ocupa el Sanborns del Ángel, junto al hotel María Isabel Sheraton.

Mi niñez, efectivamente, transcurrió en las calles de la colonia Cuauhtémoc aledañas al gran Paseo. En la calle Río Ebro vivimos en dos casas distintas. Después nos cambiamos muy cerca de ahí, a Río Po, casi esquina con Río Lerma. Mis paseos cotidianos casi invariablemente eran al Paseo de la Reforma, que en ese tramo tiene sus grandes camellones laterales poblados de encinos y fresnos. Recuerdo claramente aquellas bancas de cantera, que todavía existen, donde mi madre se sentaba mientras yo correteaba por la calzada de tierra.

Años después el destino me regresó a la Reforma. Ahí está todavía, en la esquina con Río Sena, una antigua casona, que perteneció en su tiempo al regente Fernando Casas Alemán (1946-1952), donde se instalaron las oficinas de la Unión Social de Empresarios Mexicanos (USEM). Ahí trabajé unos años con mi querido cuñado Rafael Pardo, que era el gerente de esa agrupación afanada en convertir a los hombres de negocios de este país a través de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por esos tiempos, a finales de los sesenta y principios de los setenta, en el Paseo de la Reforma había varios cines famosos, como el Chapultepec, el Diana, el Latino, el Roble (que en su tiempo fue el mayor de la ciudad, con 4,200 localidades, y donde se inició la Muestra Internacional de Cine), el París, el Paseo. Había también algunos cafés muy concurridos, como el Café París, el Place Bandome, el Rendez Vous y los Samborns del Ángel y de Lafragua.

Hoteles recuerdo, además del ya mencionado María Isabel, el Hilton en la esquina con Insurgentes, el Reforma, el Montejo y los todavía existentes Plaza e Imperial. Frente al Hotel Plaza, a un lado del monumento a la Madre, persiste una gasolinera donde solíamos ir a conocer a los autos participantes en la carrera Panamericana y que ahí cargaban combustible. Hoy, esa estación es una de las primeras en el país que ha dejado de ostentar el logotipo de Pemex.j

La Zona Rosa, enclavada en la colonia Juárez, estaba en su apogeo. Recuerdo numerosos cafés, como el Kinneret y el Konditori, el Sambons de Niza a los que solíamos concurrir. Y restaurantes como el Toulouse Lautrec del pasaje Jacarandas (donde dicen que se reunían José Luis Cuevas, Carlos Fuentes, Pita Amor, Manuel Felguerez, Luis Guillermo Piazza y otros artistas e intelectuales, a los que nunca vi por cierto); el Chalet Suizo y el Lau, ambos en la calle de Niza, y otros que sólo conocí por fuera, imposible mi capacidad económica para disfrutarlos: el Belinghausen, el Alfredo’s, la Llave de Oro, el Champs Elises de la calle Amberes. Y Centros nocturnos como el Normandíe, el Señorial y el Villa Fontana, con sus afamados violines, sobre el propio Paseo de la Reforma.

También por aquellos años ingresé a la casa Excélsior, donde mi padre trabajó por más de 30 años, ubicada… en Reforma 18. De ahí salí con dos centenares de cooperativistas el 8 de julio de 1976, hace 40 años, como resultado del llamado “golpe” del gobierno de Luis Echeverría contra el director Julio Scherer García.

Todo esto recordé durante mi trayecto por el centenario Paseo, diseñado originalmente por el arquitecto francés Luis Bolland por encargo directo del emperador austriaco. Me asombraron los cambios que ha experimentado y me dolieron las pérdidas que ha sufrido. Hoy, cuatro grandes, sobrecogedoras torres, dominan el paisaje: la torre mayor, la torre Reforma, la torre BBV Bancomer y la torre Punta Reforma, en construcción aun. En cambio, sólo cuatro o cinco mansiones porfirianas (de las 14 registradas en 1960) sobreviven a la demolición. Una de ellas es la ya nombrada Casa Cusi. Otra, en la glorieta de Cuauhtémoc, en Reforma 150, la Casa Gargollo, ocupada por el University Club desde fines del siglo IXX, y la ubicada en la esquina con Río Rin, remozada y ocupada ahora por un banco.

No está por supuesto “El Caballito”, que fue trasladado a la plaza Tolsá en 1979. Tampoco La Calesa, donde los reporteros de Excélsior solíamos desayunar. Tampoco el Ambassadeurs, el icónico Amba, en los bajos de Reforma 12, en cuyo quinto piso estuvieron las oficinas del semanario Revista de Revistas, donde por cierto también trabajé un par de años al lado de Vicente Leñero, mi director y amigo. Esa es mi otra Reforma. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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