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Jorge Alberto Gudiño Hernández

21/01/2017 - 12:00 am

Las gradaciones del mal

Parto de lo evidente: lo sucedido en El Colegio Americano en Monterrey es una tragedia por donde se le vea. Ya se ha dicho que fue un hecho aislado, que no estamos ni cerca de lo que sucede en Estados Unidos. En realidad, para construir la narrativa de la tragedia, esto poco importa. El asunto […]

¿Por qué el Presidente alza tanto la voz en un caso que, si bien trágico, es aislado y con pocas víctimas? [...]. Puestos a comparar, el asunto de las quimioterapias falsas de Veracruz es mucho más grave. Foto: Cuartoscuro
¿Por qué el Presidente alza tanto la voz en un caso que, si bien trágico, es aislado y con pocas víctimas? […]. Puestos a comparar, el asunto de las quimioterapias falsas de Veracruz es mucho más grave. Foto: Cuartoscuro
Parto de lo evidente: lo sucedido en El Colegio Americano en Monterrey es una tragedia por donde se le vea. Ya se ha dicho que fue un hecho aislado, que no estamos ni cerca de lo que sucede en Estados Unidos. En realidad, para construir la narrativa de la tragedia, esto poco importa. El asunto es claro: un estudiante sacó una pistola en clase, disparó contra su maestra y algunos de sus compañeros, y luego se disparó a él mismo. Es trágico y es doloroso. Sobre todo, porque lleva la violencia a un sitio donde solíamos sentirnos a salvo. Cuando yo mando a mis hijos a la escuela por la mañana, cuando yo mismo voy a dar clases a la universidad, cuando me recuerdo entrando por la puerta con la mochila a cuestas, siempre he estado convencido de que son lugares seguros. Lo sigo estando. Sin embargo, es imposible negar la grieta que ya se ha vuelto evidente en la tranquilidad que nos acompaña.

En estos días ha habido ya muchas personas que han intentado dar con los culpables. Dentro de lo que he leído, la mayoría señala a los padres, a su educación, por no haber atendido una clara depresión de su hijo. A esa postura abona el hecho de que el arma haya sido del papá. Después las cosas se complican: hay quien culpa al sistema educativo, al trato que el agresor recibía en la escuela, a la sociedad que está permeada de violencia, a la facilidad que se tiene para conseguir un arma y, claro está, al gobierno. Me sorprende que pocos sean quienes culpan al atacante: él sólo es producto de todas esas malas influencias a las que estuvo expuesto. No tengo estudios en psicología pero me parece que algo hay dentro de una persona, más allá de una depresión, para que decida disparar en su propio salón de clases.

El Presidente y varios secretarios de Estado han sido generosos en comunicados y condolencias. Incluso se han anunciado varios planes para revertir este tipo de acontecimientos. No hablaré aquí de lo ridículo que resulta el programa “Mochila segura” ni del montón de cosas que violenta. Lo que llama mi atención es el hecho de que el Presidente haya aparecido tanto tiempo frente a las cámaras y micrófonos dando un mensaje. Cuando lo hizo, sólo había muerto el atacante pese a la gravedad de las heridas de un par de víctimas. ¿Por qué el Presidente alza tanto la voz en un caso que, si bien trágico, es aislado y con pocas víctimas? Supongo que porque es de las pocas ocasiones en que el gobierno no tiene responsabilidad alguna. Entonces resulta sencillo aparecer frente al país con un aura de empatía y soluciones bajo el brazo.

Puestos a comparar, el asunto de las quimioterapias falsas de Veracruz es mucho más grave. Vayamos por partes. En la medida en la que no existe una denuncia y que no se han fincado responsabilidades más allá de las declaraciones de un Gobernador, toda la historia podría ser falsa. Sin embargo, de ser cierta, este atentado trasciende, por mucho, al arrebato inexplicable del muchachito que le disparó a su maestra y a sus compañeros. La razón es simple: había conocimiento de causa, premeditación, alevosía y ventaja.

Véase, si no: durante varios años se le administraron dosis falsas de quimioterapia a muchos niños con cáncer. En lugar del medicamento necesario les daban agua destilada. Se habla hoy en día de ocho niños fallecidos por culpa del tratamiento o de la falta del mismo. Podrían ser más o podrían ser menos. A veces se puede correr con suerte. Sin embargo, la agresión fue a muchos más pequeños. Sí, esos mismos que iban con la esperanza a cuestas a los hospitales para recibir el tratamiento que los curaría. Y alguien (varias personas, supongo) decidió que bien podía ganar algún dinero si, en lugar de gastarlo en el caro medicamento, lo sustituía por bolsas de agua destilada.

Se vea desde donde se vea, si lo anterior es cierto, es de un nivel de maldad que supera, con creces, casi a cualquier otro. No por nada algunos medios ya están hablando de crímenes de lesa humanidad. Entiéndase: las víctimas no tenían culpa alguna, no eran enemigos de nadie y no estaban frente a un agresor trastornado. No: las víctimas eran niños enfermos de cáncer a quienes se decidió dar agua destilada en lugar de su medicamento a sabiendas que eso no los iba a curar. Y todo por dinero.

Sobra decir que el Presidente no ha abierto la boca en este caso. Al menos no en público. Concediéndole el beneficio de la duda, supongamos que no lo ha hecho porque falta confirmar el carácter de verdadero de la acusación. No está mal que sea prudente. Sin embargo, dudo que, llegado el momento, decida alzar la voz como ya lo hizo en el caso de Monterrey.

No hay forma de cerrar bien este texto. El horror se multiplica. No sólo por los hechos aislados sino por toda la violencia y los muertos a los que nos vamos acostumbrando. También, porque dentro de esa cotidianeidad se nos puede sorprender fácilmente: cuando descubrimos que el mal tiene gradaciones y que es posible convertirse en víctima incluso sin saberlo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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