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Jorge Alberto Gudiño Hernández

31/08/2019 - 12:05 am

En cámara lenta

“Se le puede aplaudir al gobierno todo combate a la corrupción… siempre y cuando no vulnere a nadie en el camino”.

Foto. Cuartoscuro

No puedo ni imaginar lo que debe sentir un padre al enterarse de que uno de sus hijos tiene cáncer. El llanto y la desesperación deben convivir con una brizna de optimismo para convencerse de que derrotarán a la enfermedad juntos. Además, se debe tener la templanza suficiente para convencer al pequeño de que esas cosas pasan pero pueden superarse. Los vaivenes emocionales (que son lo de menos, toda vez que la enfermedad es lo más relevante) deben ser agotadores.

El cáncer es una enfermedad cara, lo sabemos bien. Durante décadas, pudimos ver alcancías para combatir el cáncer infantil en diferentes comercios. Eran redondas, con un anillo alrededor que servía para cerrarlas y, también, las hacía parecer platillos espaciales. Nunca vi una vacía. Ignoro cuánto se juntaba o si puede conocerse el dato pero casi siempre tenían hasta billetes adentro. Como si esa conciencia del padre que no está pasando por ese amargo trance, bastara para contribuir con otro, completamente desconocido, al menos a avivar su esperanza.

La mayoría de los mexicanos no tiene seguro de gastos médicos mayores. Así que, al ser detectada una enfermedad como ésta, la única posibilidad es acudir a instituciones públicas para conseguir el tratamiento. Esta semana nos enteramos de que, al menos dos de los medicamentos esenciales para la quimioterapia infantil estaban agotados. Las razones, demasiado burocráticas como para detenernos en ellas salvo porque, entre éstas, parecía existir un conflicto entre productores y compradores: o no se había licitado bien, o se había querido acabar con la corrupción en los procesos, o alguien (siempre es un alguien) no consideraba importante la distribución en tiempo y forma.

A la pésima noticia de que sus hijos padecen cáncer, estas semanas les llegó a muchos padres una peor: no había medicamentos para atenderlos. Impotentes, algunos se lanzaron a pedir recursos, préstamos, donaciones. Otros, llevaron a su desesperación a una súplica. Ninguno se resignó a ver morir a sus hijos en cámara lenta. Todos debieron entrar, de nuevo, en esa espiral de emociones que, aunque es lo de menos, también lastra.

Se le puede aplaudir al gobierno todo combate a la corrupción… siempre y cuando no vulnere a nadie en el camino. Esos daños colaterales son una tontería de otra administración. En cualquiera de los casos, vale más una licitación amañada (de haberla habido), un conflicto de intereses (de haberlo habido) o el peor de los cochupos (de existir) a que un niño se quede sin medicamentos. En verdad, esa línea no se debió cruzar nunca. Hay quienes, de hecho, pueden pecar por omisión. Y no hay argumento que valga ante la desesperación de un padre. Mucho menos, ante la enfermedad de un niño.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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