Mario Campa
14/05/2025 - 12:05 am
Trump libra una guerra contra los servicios
Al sumar la motosierra contra el Gobierno y las universidades, es claro que Trump subestima al sector terciario.
Es irrebatible que cuando Donald Trump trilla su eslogan Make America Great Again (MAGA) es la industrialización relativa lo que acapara su atención. Le obsesiona el poderío fabril estadounidense frente al de otros países, en particular contra una acechante China. El Presidente añora 1979, año en que la manufactura rozó los 20 millones de empleados, cuando hoy día no alcanza ni 13 millones con un 50 por ciento más de población y el doble de PIB. Los días en que Estados Unidos era la fábrica del mundo quedaron atrás, pero no murió con ellos la idea de que una economía necesita producir más bienes industriales para reinar. Tanto ayer como hoy, perdura la creencia popular de que los servicios no generan riqueza. El neomercantilismo de Trump es víctima del mismo prejuicio.
Los servicios son ubicuos en nuestra cotidianeidad. Al despertar, tomamos el teléfono inteligente para pronosticar el clima, usamos el correo electrónico para solicitar información, navegamos las redes sociales para despotricar y prendemos la televisión para ver las noticias. Para llegar al trabajo pedimos un taxi y para almorzar acudimos a la fonda de la esquina. Consultamos el saldo de la cuenta bancaria en las aplicaciones móviles, dejamos a los niños en la escuela y solicitamos una cita al dentista para remover una carie. Nos despabilamos en el cine y bebemos una cerveza en un bar para cerrar con broche dorado el día. En todos los casos anteriores, pagamos servicios. Si son digitales, acaso lo hacemos con clics; si son públicos, con impuestos. Típicamente, involucran actividades intensivas en trabajo manual e intelectual.
Las economías dependen más del sector terciario conforme alcanzan el desarrollo. Los servicios abarcan toda actividad productiva intangible ofrecida para satisfacer una necesidad inmaterial. Engloba las escuelas, los centros de investigación, los hospitales, las compañías de transporte de carga y de pasajeros, las tiendas de autoservicios y departamentales, los bancos, los hoteles, los restaurantes y las consultoras de negocios, entre otras. Estas actividades ganan peso en el empleo hasta concentrar la mayoría conforme el ingreso medio despunta. Como referencia, su participación en el trabajo de los Estados Unidos rebasó el 79 por ciento en el 2023, de acuerdo a cifras del Banco Mundial. Allí como en buena parte del mundo, su valía está subestimada.
Una explicación del peso de los servicios en las economías desarrolladas es la elasticidad-ingreso de la demanda. Aunque las aspiraciones personales demandan más bienes materiales conforme crecen la riqueza y el ingreso, el interés personal suele abrir el abanico del gasto a nuevas experiencias de vida, a la socialización recreativa y a infinidad de eventos culturales, musicales e intelectuales que sacian más la mente y el ánimo que el estómago. A medida que los ingresos del hogar superan niveles de subsistencia, disminuye la proporción de ingresos destinados a necesidades básicas, como alimentos y bienes manufacturados básicos. Por el contrario, la demanda de servicios aumenta de forma más que proporcional.
La creciente dependencia de los servicios está impulsada por cambios estructurales. Mayores ingresos, diferentes tasas de progreso tecnológico entre sectores, la globalización y la creciente complejidad y fragmentación de la producción explican una mayor demanda de servicios. En particular, la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) creó nuevos servicios como el desarrollo de software, el procesamiento de datos y las plataformas en línea. También transformó servicios existentes, como las finanzas — pensemos en Nu— y el comercio minorista —ahora, en Amazon—. Tanto la oferta como la demanda de servicios basados en la información experimentan un auge.
Que una economía dependa de los servicios no equivale en absoluto a estancamiento o atraso. Luxemburgo tiene uno de los ingresos medios más altos y es en gran medida atribuible a los servicios financieros. Singapur basó su desarrollo en los servicios logísticos y el comercio internacional. Muchas regiones de Francia dependen del turismo y de la demanda de servicios de hospedaje y consumo de alimentos fuera del hogar. Las Vegas vive del entretenimiento y la recreación. Silicon Valley casi no ensambla en California los bienes que diseña y en cambio programa allí los códigos que despliega. Nueva York depende de los servicios de publicidad en la avenida Madison, de los culturales de Broadway y de los financieros en Wall Street. En el largo plazo, las economías penden más del trabajo, en particular del intelectual, que de cualquier otro factor de producción.
No obstante, algunas reservas aconsejan cautela. Dani Rodrik señala que no todo el crecimiento del sector terciario beneficia por igual al desarrollo. El economista distingue entre los servicios transables de alta productividad (como las finanzas y el desarrollo de software), que pueden impulsar las economías, y los servicios no transables de baja productividad (como el comercio minorista), que pueden absorber mano de obra pero contribuyen poco al aumento de la productividad agregada. Rodrik también alerta sobre una "desindustrialización prematura” cuando los países en desarrollo se orientan hacia los servicios antes de construir una base manufacturera sólida y de alta productividad. En el segundo caso, Estados Unidos ya no enfrenta ese problema; en el primero, los aranceles de Trump afectarán por caídas del comercio internacional los servicios de importación y exportación, aquellos con mayores ganancias de productividad para Rodrik.
Pero Trump no sólo libra una guerra contra el intercambio de bienes. En respuesta a las agresiones unilaterales, los viajantes de Europa, Canadá y otros países cancelaron planes de viaje a los Estados Unidos. Los visitantes internacionales cayeron 10 por ciento en marzo frente al año anterior y aerolíneas como Delta recortaron sus estimados de ventas por la caída imprevista. Al sumar que esos viajeros comprarán menos entradas a parques temáticos como Disney World o museos como el Met, cancelarán su alojamiento en plataformas como Airbnb y visitarán menos el Yankee o Dodger Stadium, los ofertantes de servicios verán sus ventas y utilidades caer.
Trump también afecta a los servicios mediante un menor consumo privado esperado. La cultura estadounidense de las compras en shopping malls y en línea pierde fuerza cuando los bienes importados se encarecen o simplemente escasean. Cuando el consumidor enfrenta incertidumbre, utiliza menos su tarjeta de crédito — un servicio financiero— y compra menos en McDonald’s, Starbucks y Wal-Mart, cuyos servicios decaen. Ahora mismo, varios corporativos estadounidenses resienten un menor dinamismo general.
Al sumar la motosierra contra el Gobierno y las universidades, es claro que Trump subestima al sector terciario. El neomercantilismo que practica con acciones y omisiones dará algunos frutos dulces, como una mayor recaudación arancelaria de corto plazo. Pero también cosechará amarguras mediante efectos colaterales indeseados, como la zancadilla a los servicios por mayor incertidumbre y menor productividad. Queda como interrogante si la corta Presidencia de cuatro años en los Estados Unidos dará ocasión para dimensionar y castigar las imprudencias. Si la bomba estalla a tiempo, en manos de Trump, entonces la guerra contra los servicios habrá engendrado el fin de MAGA.
Malaventurado aquel que juegue con el bolsillo del consumidor estadounidense. Malabarea antorchas montado en un barril de pólvora.
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