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Óscar de la Borbolla

23/04/2025 - 12:04 am

Boceto del cerebro sobreinformado

Cuando el cerebro se acostumbra a una rutina deja de registrar lo que recibe y recicla la imagen que él supone debe estar ahí. Esto lo saben muy bien los neurocientíficos y los magos.

Aunque la civilización en la que nacemos está marcada por la historia y hoy es muy diferente de aquella de cuando vivíamos en las cavernas, nuestro organismo es exactamente el mismo que el que tenían nuestros antepasados hace más de 50 millones de años: nuestro cerebro no ha cambiado. Esto significa que se mantiene, como entonces, en un constante estado de alerta recibiendo todos los estímulos que le llegan de los sentidos. Y si bien es cierto que, de manera consciente, solo prestamos atención a lo que nos interesa, esto no significa que, aun distraídos, no estemos recibiendo toda la información.

El contexto histórico ha cambiado y, sobre todo, en los últimos 20 años en lo que respecta a la cantidad de estímulos que se reciben por día: nuestros abuelos o bisabuelos que pasaron su vida sin dejar nunca su terruño y en una pequeña comunidad, y sin contar con la tecnología de comunicación que hoy existe, es probable que el número de estímulos que recibieron a lo largo de toda su vida no fuera ni la décima parte de los que recibimos hoy en un solo día.

Solo imagínese estar siempre en la misma casa, recorrer las mismas habitaciones, contemplar el mismo paisaje por la ventana: el árbol de siempre meciéndose, aunque unas veces con más hojas y otras, con menos; pero ahí, siempre ahí como una fotografía. Y ahora imagínese lo que miramos en una pantalla en una sola hora: la cantidad de estímulos distintos que recibimos.

Cuando el cerebro se acostumbra a una rutina deja de registrar lo que recibe y recicla la imagen que él supone debe estar ahí. Esto lo saben muy bien los neurocientíficos y los magos. Y deberían de tenerlo presente los conductores que, cuando manejan por las calles habituales, lo hacen de forma automática, sin darse cuenta… el cerebro descansa cuando conoce de memoria los retos y, por eso, pone ante nosotros lo consabido; en cambio, cuando se le expone a un intenso bombardeo de estímulos, el procesamiento de tantísimos datos causa estrés, fatiga mental y depresión. Hoy vivimos cansados cerebralmente por las horas que pasamos ante las pantallas y, para colmo, nos hemos convertido en una sociedad adicta a la estimulación visual. Horas y horas secuestrados contemplando la pantalla del teléfono, la pantalla de la tableta, la pantalla que nos entretiene en nuestra habitación. Nos pasamos el tiempo de la vigilia y, a veces, el que deberíamos dormir, recibiendo estímulos.

Pensar en la cantidad de estímulos que actualmente mantiene excitados nuestros cerebros, permite comenzar a entender una buena parte de los males que nos aquejan: la soledad, la depresión, el estrés, la falta de sentido de la vida…

Pero afoquemos para ver más de cerca un solo aspecto: una consecuencia de pasarnos la vida ante la pantalla: la llamada sobreinformación. En la red todos opinan, todos publican; pero, principalmente, likean y republican. La consecuencia es un piélago de información en el que sobresalen las opiniones, las fotos o los videos que más gustan, o sea, lo que más despierta emociones (conste no digo explicaciones). Asomarse a la red es, por tanto, ver una y mil veces lo mismo: el mismo asesinato, la misma desgracia ambiental, la misma declaración política que pone en riesgo la seguridad mundial, en suma: la misma mala noticia (recuérdese que las buenas noticias no venden).

Pero entendamos lo que nos ocurre cuando  —al margen de su calidad o su grado de verdad— vemos muchas veces lo mismo. Pues, en primer lugar, si vemos lo mismo no vemos lo otro, vemos uniformidad, no diversidad (y además el algoritmo se encarga de encerrarnos en un solo bando), y segundo, cuando vemos lo mismo nuestro cerebro se pone en modo automático que, para el caso, equivale a creer que así son las cosas, como cuando manejamos por las mismas calles y nuestro cerebro proyecta lo que cree que va a estar ahí. Lo que vemos de forma repetida adquiere estatuto de realidad.

¿Y qué es lo que vemos? Pongamos algunos ejemplos: crisis climática, crisis económica, crisis de violencia: vemos crisis por todas partes. Ojo, no digo que no las haya, digo solamente que cuando vemos y vemos lo mismo: crisis y crisis en todo, se provoca una reacción tan sobreestimulada que nos mueve al desánimo y a la depresión, reacciones que, a su vez, lejos de ayudar a buscar soluciones, a organizarse para resolverlas, provocan inmovilidad y abatimiento. Todos, pero principalmente los jóvenes, viven con la certeza de que no hay futuro.

Siempre ha habido crisis: no imagino lo que habría ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial si hubiera tenido tanta prensa como la que hoy tiene cualquier declaración de Trump; no imagino lo que hubieran sentido quienes vivieron la etapa de la Revolución Mexicana o de la Revolución Francesa si, encima, todo el día y la noche les hubiera estado atronando sin tregua la web con fotos y videos una y otra y otra vez…

Que cada cual saque las conclusiones que guste, yo solo anoto un último detalle curioso: hoy como nunca está de moda la meditación, y el tejido comienza a repuntar: dos excelentes formas de darle descanso al cerebro.

X @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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