Óscar de la Borbolla
04/06/2025 - 12:04 am
La obsolescencia de la curiosidad
La historia humana se explica entonces a partir de ese motor que llamamos insaciabilidad y de los cambios que han experimentado las explicaciones que nos hemos dado.
Hay dos momentos en la historia humana cuya conexión me resultaría impensable si no fuera por un rasgo que todos los seres humanos compartimos: esa peculiar inquietud que se llama curiosidad. Sin este factor sería inimaginable haber pasado de los primeros homo sapiens refugiados en una cueva, a esta suerte de semidioses que hoy vivimos enseñoreados del planeta.
Sé que los factores son muchos; pero hoy quisiera concentrarme en uno: en esa insatisfacción consustancial que a todos nos lleva a hacernos preguntas: a buscar, a no contentarnos simplemente con lo que hay y darlo por sentado. Otros animales son tan viejos como nosotros o incluso más antiguos. Se me ocurren los perros que nos han acompañado casi desde el principio o los peces que ya nadaban en las aguas antes que nosotros. Ellos siguen igual; nosotros, no.
La maldición que aguijonea a los seres vivos es el hambre o, en general, las necesidades; pero ningún banco de peces luego de satisfacerse, o ninguna jauría de perros luego de saciarse, ha buscado más; nosotros, sí. Nadie, salvo nosotros, ha siquiera intentado inventarse una explicación que dé cuenta de su estancia en el mundo; nosotros hemos inventado mitos, religiones, filosofías e inclusive ciencia para satisfacer esa hambre innecesaria: un hambre que no reclama alimento sino explicaciones; un hambre que se manifiesta en preguntas. Somos en esencia inquisitivos, aunque unos se conformen con la primera respuesta que encuentran o les brindan, y otros, en cambio, se vean impelidos por una insaciabilidad que no se colma nunca, y de ahí que desborden el catálogo de las explicaciones existentes. Es esta curiosidad la conexión lo que integra a los primeros de nuestra especie y a estos que somos ahora. Esta diferencia no se advierte entre los primeros perros o peces y sus respectivos contemporáneos. Nosotros somos los únicos seres caracterizados por esa insaciabilidad. A los demás les basta con estar.
La historia humana se explica entonces a partir de ese motor que llamamos insaciabilidad y de los cambios que han experimentado las explicaciones que nos hemos dado. Primero fueron cuentos o mitos donde la fantasía jugaba un papel decisivo: sonaban coherentes y resultaban convincentes. Con la filosofía y el dominio de la razón se idearon explicaciones mucho más sofisticadas y, sobre todo, apegadas a la razón, su validez radicaba en su consistencia lógica. Ser y pensar son la misma cosa, se dice en la presocrática, y Hegel afirma: "todo lo real es racional y todo lo racional es real". Pero la razón engendra metafísicas que pueden ser impecables desde la lógica, pero sus conclusiones no necesariamente se corroboran en el mundo. Con Galileo, las explicaciones de pura razón sufren un duro golpe y nace la ciencia moderna. Era lógico que los objetos, dependiendo de su peso, cayeran a distinta velocidad, como sostenía Aristóteles: ante la razón resulta obvio que una bola de plomo y una de madera tiradas desde lo alto, lleguen al piso desfasadas: la de plomo antes que la de madera. Sin embargo, Galileo mostró experimentalmente que ambas llegan a la vez. En la ciencia moderna cambian las explicaciones: la razón se subordina al experimento y llevamos siglos aceptando que el experimento es la piedra de confirmación de las teorías. Hoy las explicaciones, los modelos se han vuelto tan complejos que la superioridad de uno frente a otros radica más que nada en su capacidad de predicción.
Acepto que todo esto es un reducidísimo esqueleto que raya con la caricatura para referirse a la historia del conocimiento, pero valga para mostrar un punto: lo que se ha mantenido fijo en los seres humanos desde el comienzo hasta nuestro tiempo no es otra cosa que la necesidad de explicaciones. Somos los únicos que buscamos entender lo que somos y cuál es nuestro origen.
Insaciabilidad, curiosidad, necesidad de explicaciones, o como quiera llamársele, ha sido lo que nos ha mantenido siendo lo que somos y lo que nos ha vuelto lo que somos. ¿Por qué insisto en ello, cuando la mayoría lo admite, y hasta parece algo obvio? Pues para recordar que eso que hemos sido se está diluyendo peligrosamente. Me preocupa que hoy la curiosidad se satisfaga de inmediato con respuestas fáciles y que no madure como para generar búsquedas a fondo; me preocupa que en la ciencia, por muy exuberante que parezca, casi se concentre en descubrir nuevas aplicaciones y se descuiden los asuntos de fondo y, de manera principal, me preocupa que con la rápida invasión de la inteligencia artificial, en unos años se abandonen las preguntas y vivamos colmados, satisfechos, con respuestas muy eficaces, pero ajenos a lo que alguna vez fue nuestra naturaleza. Me preocupa que lleguemos a estar tan saciados que nos baste con solo estar sin preguntarnos más, pues hasta estas preguntas serán tarea de la IA. Me preocupa, en suma, que los seres humanos se vuelvan obsoletos al desaparecer lo que nos distingue del resto de los seres vivos: eso que entendíamos cuando nos desvelaba el deseo de encontrar explicaciones.
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