Melvin Cantarell Gamboa
18/06/2025 - 12:05 am
Israel un pueblo sin tierra y una tierra sin pueblo II y último
Puede afirmarse que sólo el mito permite justificar el derecho de Israel sobre territorios palestinos.
Entre los años 597 y 587 a. de n. e., los babilonios, bajo Nabucodonosor, se apoderaron del reino meridional de Judá. En 586 asaltan y destruyen totalmente Jerusalén, ejecutan a algunos hombres notables, incluido el primer sacerdote Saraías, deportan a la clase dirigente y no dejan en el país sino a una parte del “pueblo bajo”, para cultivar las viñas y los campos. La caída de Judá castigaba sobre todo las inequidades de Salomón (la ausencia de campañas bélicas durante su reinado). En 539 Babilonia es conquistada por Ciro II, fundador de la gran potencia persa; este hombre practicó con los judíos que rescató de la esclavitud en Babilonia, el derecho de gentes (un concepto ético-jurídico creado por Francisco de Victoria en el siglo XVI para obligar a España a respetar la vida de los habitantes originales de América; la teoría se fundamenta en el derecho natural y establece normas y principios superiores a las leyes de los Estados, a los que obliga, en caso de guerra, a tratar al enemigo vencido como un ser igual, a ser justo y moral con ellos y no recurrir a la fuerza y la dominación). Dueño de Babilonia, Ciro ofreció a todos los judíos que lo quisieran el regreso a Palestina, dispuso la reconstrucción del Templo y devolvió a los judíos el tesoro de oro y plata capturado por Nabucodonosor en Jerusalén. (La narración exacta y completa de este relato puede ser consultada en el primer tomo de Historia Criminal del Cristianismo de Karlheinz Deschner, páginas 78 y 79). Hoy Israel ataca a Irán la antigua Persia de Ciro II ¿Cómo interpretar este acto? ¿Cómo un pueblo puede comportarse belicosamente, sin agotar antes todos los recursos diplomáticos?
Hegel, que conocía muy bien la cuestión judía en Alemania, donde exigían su emancipación, no le dio muchos rodeos al asunto y escribió “Sus actos son consecuencia de la ingratitud judía y haber vivido su historia como teocracia absolutista, donde la autoridad estatal se identifica con la voluntad divina; Israel, (sentencia), es una nación demente incompatible con las demás naciones, reserva todo su odio para los débiles y contestatarios, a los que llama “miembros gangrenados”, “seres próximos a la descomposición”, al mismo tiempo que desaprueba toda medida suave para con ellos. Como apologistas de la violencia, “los judíos consideran que el poderoso sólo debe considerarse a sí mismo por medio de la fuerza, pues su único fin es obtener la sumisión del enemigo” (Lecciones Sobre la Filosofía de la Historia. Alianza Universidad. Madrid. 1980). Juicios lapidarios que explican porque el Estado israelí procede con la máxima crueldad con los habitantes de Gaza y ahora contra Irán. Que nadie se engañe, el carácter inhumano de las guerras que desde 1948 libra Israel en el Medio Oriente: Egipto, Jordania, Líbano, Siria, Gaza y el conflicto iraní obedecen a la tradición judaica de poner la Ley de Moisés por encima de la capacidad humana de razonar, tomar decisiones y actuar de acuerdo a la razón y a las evidencias.
Su manera de actuar y los argumentos que esgrime para justificar sus razones son odios manifiestos hacia los otros. Israel a lo largo del conflicto en Medio Oriente se ha negado, con una postura falaz, que no hay otra verdad que no sea la suya, posición que obstaculiza toda posibilidad de arreglo; propiciando así otras guerras mortíferas que incrementarán el drama político en la región.
¿Cómo explicar esta intransigencia, esta negativa a comprometerse, a ceder o aceptar otros puntos de vista o perspectivas diferentes de la propia, para dar término a los actos perversos y a crímenes de lesa humanidad que hoy ofenden al mundo entero? Su posición inflexible e intolerante sólo proviene, como dijimos en la primera parte de este artículo, de convicciones fundamentadas en el dogmatismo asociado al fanatismo. ¿Son atribuibles al Estado israelí estos calificativos? ¿De dónde provienen? Son resultado de prácticas ancestrales repetidas durante largos periodos de tiempo e impuestas por el enorme poder espiritual, social y político que ejercen en el país un grupo de rabinos ultraortodoxos, cuyo poder e influencia proviene de dos fuentes, una ahistórica que se encuentra en los relatos bíblicos del Génesis, atribuidos a Moisés y otra más reciente infundidas desde 1921, por el Gran Rabinato de Israel. El citado Rabinato fue creado durante el mandato británico en Palestina y, desde entonces, mantiene una enorme influencia sobre el Gobierno.
En el primer caso, según la Torá, Dios otorgó a los judíos la tierra prometida con estas palabras: “Os doy tierras que vosotros no habéis labrado, y ciudades que no habías edificado, para que habitaseis en ellas, y os doy viñas y olivares que no habéis plantado”. (Karlheinz Deschner. Historia Criminal del Cristianismo, vol. I, página 62. Edit. Martínez Roca. 1990). ¿Qué revelan estas palabras? Que Israel nunca poseyó tierras propias, sino se apoderó de las ajenas; según Deschner, los derechos reclamados por el pueblo judío sobre la tierra prometida tienen como único argumento los relatos bíblicos surgidos en la época de Abraham y son válidos sólo sí se aceptan como verdaderos los versículos contenidos en el Génesis; en ellos se narra el viaje de los judíos de Mesopotamia a Canaán, la unión de las doce tribus de Israel y el pacto de Dios con Abraham; describe también la salida de los judíos de Egipto y su peregrinar por cuarenta años a través de la península del Sinaí hasta que Yahvé, el Dios judío, decide terminar con su nomadismo y dona las tierras de Canaán para asentarse, que como ya vimos estaban ocupadas por otros pueblos. Durante esas cuatro décadas son innumerables los pueblos que Israel destruyó, una nutrida red de naciones cananeas asentadas ahí desde la Edad de Bronce.
La consigna de Yahvé a los judíos para tomar esas tierras que no eran suyas, ocasionó la barbarie más cruel de que se tenga memoria; se transgredieron las leyes más elementales que hacían posible la convivencia entre vecinos; con esos pueblos a los que nunca reconocieron humanidad, los judíos fueron caóticos y arbitrarios, asesinaron mujeres y niños; prefirieron exterminarlos antes que negociar; dice el texto bíblico: “cuando gracias a Yahvé tu señor haya caído en tus manos una ciudad enemiga, pasarás por la espada a todos los hombres que en ella habiten, y serán tuyas las mujeres y los niños, así como las bestias y todo cuanto hubiere en ella… Ni uno solo debe quedar con vida” (K. Deschner, op. Cít., pag 63).
Continúo citando al historiador: “Esas batallas no eran profanas, sino obra de un reino sacerdotal y una nación santa a la cabeza de la cual estaba Yahvé, un Dios obsesionado con su absolutismo como ningún otro, que no perdona a nadie su castigo…En toda la historia de las religiones, este señor de los ejércitos, de la huestes de Israel, héroe terrible de una crueldad inigualada y singularmente sanguinario hervía en celos y afán de venganza; quería espadas bien afiladas para ejercer el exterminio sin misericordia, poseyó y destruyó muchas naciones, acabó con ellas sin dejar alma viviente; "no contraerás amistad con ellas ni les tendrás lástima, no emparentarás con las tales, dando tus hijas a sus hijos… Exterminarás todos los pueblos que tu señor pondrá en tus manos. No se apiaden de ellos tus ojos” (Deschner, págs. 62- 63).
Matanzas sin conmiseración que tuvieron consecuencias contradictorias e insolubles: las exigencias necesarias de un pueblo, el judío y la imposibilidad práctica de satisfacerlas; muchos pensadores, hombres de buena voluntad y sin prejuicios contra los judíos llegaron a la conclusión que es imposible legalizar en las actuales condiciones y sin reconocer el derecho de los palestinos a un territorio, si Israel no muestra respeto por la vida humana y reconoce la igualdad entre las razas y los hombres, si no reconoce el derecho de sus vecinos palestinos para habitar este mundo sin agresiones ni violencia, sólo un pueblo acostumbrado a la violencia sistemática puede negar humanidad a los otros; pues no es posible que un pueblo civilizado no sepa que la naturaleza del “otro” es también la suya.
En el libro de Sand que aquí comentamos, el filósofo dice que el gran error de Israel ha sido adoptar en el actual contexto mundial la forma más rígida y arcaica de organización estatal al identificar religión y política, pues hace aparecer la cuestión palestina, no en su existencia concreta e inmediata, sino como una manifestación carente de realidad que niega a Palestina sus derechos y soberanía; tema sobre el que opinan y deciden todos, menos los directamente afectados. Las leyes actuales de Israel, en lugar de preocuparse por entero de las necesidades sociales de los ciudadanos israelíes, están al servicio de los intereses políticos del Estado, sirven a objetivos privados y no a los públicos, es decir, consienten la arbitrariedad de un Gobierno disociado de lo comunitario.
En consecuencia, puede afirmarse que sólo el mito permite justificar el derecho de Israel sobre territorios palestinos y no sólo eso, si nos basamos en los hechos y evidencias históricas encontramos argumentos sólidos para deconstruir la metafísica judía; está probado que Moisés no es el autor del Pentateuco, los cinco libros del Génesis, sino obra de otros hombres que vivieron después de él, como afirmó por primera vez, en 1656, el más inteligente y sabio filósofo judío Benito Spinoza (ver su Tratado Teológico-Político. Juan Pablo Editores. 1975). Escribirlo llevó a Spinoza a ser expulsado de la comunidad judía y ser estigmatizado con un Herem (anatema); de modo parecido se ha negado validez a las pruebas arqueológicas citadas por Shlomo Sand en su libro que niegan la existencia histórica del éxodo de Egipto, la monarquía de David y Salomón, que Saúl unificara a las doce tribus de Israel y que sea real el relato que narra la expulsión del pueblo de Israel por el general romano Tito, más tarde Emperador de Roma. Según Sand, estos mitos no son más que pretextos para reclamar derechos históricos inexistentes; incluso se inventó el término “exilio” para dar vida a otra falsa creencia: que los romanos deportaron de Jerusalén a la población judía (Flavio Josefo).
Para concluir, de apoderarse Israel de Gaza y continuar su expansión y colonización a costa de sus vecinos y destruir el complejo tecnológico que produciría energía nuclear para los iraníes no dará paz ni seguridad al Estado judío ni a los ciudadanos israelíes; sólo el reconocimiento de la humanidad de los habitantes de Gaza, su derecho a un hogar, a un territorio, la existencia de un Estado palestino libre e independiente y la firma de un tratado de paz duradero con Irán hará triunfar la civilización sobre la barbarie.
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