Héctor Alejandro Quintanar
04/07/2025 - 12:05 am
Salinas Pliego y la propaganda nazi
¿Con quién se sentiría más identificado Goebbels? ¿Con una Presidenta de origen judío que ha combatido la pobreza y pugna por equidad o con un mamarracho oligarca que usa sus medios para lanzar consignas y bravatas elitistas? La respuesta es obvia.
Una vieja demanda de ciertas izquierdas en México es una reforma fiscal progresiva, cuyo fin último sea lograr que, a la larga, se dé mayor margen de maniobra a los programas sociales o, idealmente, se reconstruya un permanente Estado de bienestar. No es esta columna un espacio para debatir la pertinencia o no de tal cometido. Pero sí vale resaltar que, de 2018 a la fecha, con el corolario de que se informó en días recientes la mejora recaudatoria de la Hacienda Pública en un nueve por ciento, cobrar impuestos y poner en regla a grandes deudores ha sido un afluente fundamental para los gobiernos de la llamada Cuarta Transformación.
Así, sin reforma fiscal de por medio, con esa medida se ha logrado una recaudación que equivale a haberla tenido. Y el asunto tiene arrastre histórico. En el año 2006, fue notoria una anécdota que recordó el maestro José Agustín Ortiz Pinchetti, memorable luchador democrático y Secretario de Gobierno en el primer trienio de López Obrador como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal. Ortiz Pinchetti comentaba que un amigo suyo que simpatizaba con la candidatura de AMLO (al parecer el exministro de la Suprema Corte, Genaro Góngora, según reportó la prensa entonces), tuvo en aquellos álgidos días una reunión con varios empresarios.
Ahí, el amigo de Ortiz Pinchetti les preguntó a los magnates si realmente creían en las fábulas y mitos antipeje que la enloquecida campaña del PAN pregonaba en ese entonces, acerca de que el candidato perredista era un “peligro para México” que llevaría al país al desastre económico. La respuesta fue no sorprendente pero sí indignante: los empresarios se franquearon y dijeron que no se creían eso. Pero también aceptaron pagar dinero para promover tales infundios calumniosos. Y la razón de fondo la planteó Ortiz Pinchetti: los empresarios pagaban campañas de propaganda sucia porque temían que si llegaba López Obrador a la Presidencia, iban a tener que pagar impuestos que llevaban lustros evitando.
La anécdota es importante porque hoy, precisamente, está de nuevo en el cadalso de la opinión pública un empresario, o mejor dicho un oligarca abusivo, que se ha hecho famoso no porque su banco tenga certezas financieras loables o su televisora sea un ejemplo de contenidos de calidad, sino precisamente porque él, hoy, es un evasor de impuestos cuya deuda asciende ya a los 74 mil millones de pesos, en un proceso de evasión que viene desde el sexenio de Felipe Calderón. Y ese personaje es Ricardo Salinas Pliego, dueño de Tv Azteca, Banco Azteca, Elektra y otras empresas.
El hecho de que su adeudo creció después de 2006, y el hecho de que quizá en ese año electoral quizá Salinas Pliego apostó a varias candidaturas y facilitó espacio a la candidatura de López Obrador con el programa La Otra versión, hacen pensar que el oligarca pendenciero quizá no invirtió en la campaña sucia contra el candidato tabasqueño en esa coyuntura.
Pero da lo mismo, y nunca está de más repetir que esa campaña sucia contra AMLO en 2006, por su orquestación, modelo repitente, objetivo de pánico moral, clasismo, tintes de anticomunismo de guerra fría y apelación a la mentira desvergonzada, fue un esfuerzo que habría aplaudido el propio Joseph Goebbels, Ministro de propaganda de Hitler.
Pero algo que los comentócratas contemporáneos suelen omitir cuando hablan de fascismo o nazismo es que sus formas y modos son importantes, pero su verdadero eje está en su contenido. Lo que define al fascismo o al nazismo, así, no es un uniforme militar, sino para qué se usa la violencia. Y esa esencia fascista está en el supremacismo, es decir, en esa idea en sí misma violenta de que la sociedad está compuesta por personas que, por algún rasgo natural o un presunto mérito, merecen estar por encima de otros, que merecen algún grado de exclusión. O, en última instancia, la eliminación.
Por eso es curioso que el señor Salinas Pliego, en días recientes, en relación a su evasión fiscal, haya acusado a la Presidenta Claudia Sheinbaum de hacer una campaña “al estilo de Joseph Goebbels”. Pasemos por alto el despreciable agravio de acusar de nazismo a una Presidenta de origen judío, cuyos abuelos maternos fueron objeto de persecución. No es la primera vez que algún petimetre envilecido hace una tontería similar. En 2007, por ejemplo, en el noticiario conducido por Ciro Gómez Leyva, de manera irresponsable y miserable se comparó al cineasta Luis Mandoki (que en ese momento presentó la película Fraude: México 2006), quien es de origen judío, con Leni Riefenstahl, la cineasta de Hitler. Algo parecido hizo la señora Ann Ximénez Fyvie, cuando en un grotesco artículo en el periódico Reforma en 2020, acusó a Hugo López Gatell (cuyo apellido es de origen judío) de ser como Joseph Mengele, arquitecto del genocidio nazi.
Retomemos a Salinas Pliego y su acusación inescrupulosa contra Claudia Sheinbaum. Es momento de apelar a la memoria. El padre del oligarca contemporáneo fue Hugo Salinas Price, quien no sólo fue un predicando de la evasión fiscal igual que su hijo desde la fundación de Elektra, sino que además fue financiero del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación, MURO, grupúsculo de choque de ideología fascista cuyo fin era atacar y amedrentar a grupos estudiantiles de izquierdas en la UNAM.
Cegados por el puritanismo religioso y creyentes de la añagaza de la súbita invasión soviético-comunista en México, los integrantes del MURO, a quien el gran Eduardo del Río, Rius, llamaba “unos nazis de biberón”, eran a tal grado violentos y a tal grado peligrosos, que el propio arzobispo de México en los años sesenta, Darío Miranda, los condenaba, mientras el grupúsculo MURO tenían entre sus hazañas cosas como el secuestro y paliza dada al gran periodista Miguel Ángel Granados Chapa, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, por el hecho de haber escrito un reportaje sobre ellos.
Las amistades de Salinas Price eran también muy reveladoras: además de su apoyo al muro, era cercano a Jorge Prieto Laurens, precursor del Frente Popular Anticomunista, entidad fanatizada que, por su nombre, bien pudo haber fundado algún camisa parda del nazismo alemán o un camisa negra del fascismo italiano.
Quizá ello explique la virulencia del anticomunismo trasnochado que aún expele el contenido de Tv Azteca, televisora que, como cualquier facho trumpiano en 2020, llamó a no obedecer las directrices contra la pandemia dadas por el Gobierno mexicano, al cual también acusa de comunista porque en sus libros de texto de educación básica utiliza la palabra “asamblea”, que para Javier Alatorre y otros monos de ventrílocuo, es prueba suficiente de que el peligro rojo acecha al país.
Hoy, Salinas Pliego juega un papel parecido al de las ultraderechas contemporáneas globales. Si bien se trata de un vulgar oligarca que ha hecho fortuna gracias a componendas con el Estado, sea a través de la evasión o sea forjando telebancadas en el Congreso, donde destaca su hija Ninfa Salinas; tiene sin embargo el descaro de asumirse como un presunto libertario, aplaude al prepotente de la impotencia Javier Milei, usa un lenguaje sórdido, más propio de pared de baño público que de un adulto funcional; lanza invectivas sexistas contra funcionarias y políticas de Morena, y apela a que el Estado y los “gobiernícolas” son enemigos existenciales.
Así, Salinas Pliego reúne, junto con su árbol genealógico, las pulsiones fascistas más elementales: se trata de un supremacista misógino; se trata de un anticomunista trasnochado (y aquí nunca sobra enfatizar que el anticomunismo es la esencia del nazismo, aunque las mentes perezosas equiparen a Hitler con la Unión Soviética); se trata de un mentiroso mendaz y se trata de un perdulario que usa a sus guiñapos televisivos o textuales, como Alatorre o López San Martín, para expeler indecencias.
Así, ¿con quién se sentiría más identificado Goebbels? ¿Con una Presidenta de origen judío que ha combatido la pobreza y pugna por equidad o con un mamarracho oligarca que usa sus medios para lanzar consignas y bravatas elitistas? La respuesta es obvia. Y también es obvia la razón por la cual Salinas Pliego acusa de nazismo a la Presidenta de México. Ya lo decía el propio Joseph Goebbels, en su lista de once ejes rectores de propaganda, donde el tercero es el llamado “principio de trasposición”, que consiste, sin más en cargar sobre los adversarios los errores y defectos propios. Es ese el caso de Salinas Pliego.
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