Opinión en video
Opinión en video
Periodismo digital con rigor
18-12-2025 - 12:05 am
Quien sabe hasta donde y por cuanto tiempo los Estados Unidos de Trump insistan en imponer su “corolario” como lo está intentando ya en Venezuela y que amenaza con desembocar en un cambio de gobierno vía una invasión externa. Quién sabe si incluso puede intentarlo contra un México que se resiste a caminar por la senda de la derecha como ya lo hacen otros países y otros electorados de la región.
LA MALA SUERTE. Pues resulta que en nuestro continente ha reemergido una maldición: la de pretender que toda la América sea zona de influencia exclusiva de Estados Unidos, al menos así se asienta en la National Security Strategy o Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), un documento endosado personalmente por el propio Presidente Donald Trump.
La ESN, una comunicación de 30 cuartillas de Washington al mundo que anuncia que Estados Unidos se propone mantener su estatus como el gran poder internacional, aunque de manera tangencial admite que sus capacidades para imponer por sí sólo sus prioridades en todo el orbe ya no son lo que fueron tras ganar la guerra fría. Ante las realidades de Asia y Europa los estrategas de Trump han decidido rediseñar un tanto sus viejos planes, pero por lo que hace al hemisferio occidental Estados Unidos informa que está decidido a mantenerlo como una región de su exclusiva competencia y donde el juego interno y externo del poder será definido por Washington y por nadie más. Y ese “nadie más” incluye no sólo a actores extracontinentales sino también a todos los países del propio continente -una columna de opinión de Steven Simon y Jonathan Stevenson en el New York Times [08/12/2025] explora de manera sucinta las implicaciones de esta posición.
En su introducción al ESN Trump no tiene empacho en asentar, entre otras cosas, que se propone resucitar de entre los muertos a la llamada Doctrina Monroe (DM). De esta manera el mandatario asume sin mediar acuerdo o consulta alguna con los implicados, que es legítimo que la América Latina, Canadá y el Caribe sean vistos como regiones de dominio político y económico exclusivo de Estados Unidos. De aceptarse explícita o implícitamente esa posición de Trump entonces la soberanía nacional de 34 de los 35 países que conviven en el continente dejará de ser considerada como una de sus características para convertirlos en meros administradores de un poder que en última instancia reside en Washington.
¿Pero qué es la DM? Si por doctrina se entiende un sistema de creencias que pretende tener validez general, entonces lo enunciado por el Presidente norteamericano James Monroe el 2 de diciembre de 1823 en el mensaje a su congreso no es una doctrina sino apenas un pronunciamiento unilateral frente a hipotéticos proyectos de reconquista de la América española que entonces circulaban en las cancillerías europeas.
La esencia de la DM era subrayar que Estados Unidos, pese a no ser entonces una potencia, se proponía observar una regla muy simple: ese país no tomaría partido en las interminables disputas europeas, pero a cambio demandaba que Europa no intentara recuperar el control de los países americanos. Originalmente, Monroe y su Secretario de Estado supusieron que tamaña declaración sólo tendría sentido si Inglaterra la respaldaba con su flota, pero al final optaron por lanzarla en solitario y las potencias europeas simplemente no se dieron por aludidas.
Una década más tarde Inglaterra se apoderó de las islas Malvinas y Estados Unidos no chistó y en los 1860 Francia se lanzó sobre México sin tomar en cuenta a unos Estados Unidos que tenían una guerra civil entre manos. Sólo hasta que Estados Unidos alcanzó el estatus de potencia a fines del siglo XIX la DM fue rescatada por Washington. Fue entonces cuando el primer presidente Roosevelt (Theodore) formuló un “corolario” que explícitamente asentó que Estados Unidos era el único país autorizado para intervenir en los asuntos internos de los países vecinos ya que los que consideraba como su zona de influencia. Diez años más tarde y a raíz de la Revolución Mexicana y de la I Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson, sin acudir a ninguna “doctrina” o “corolario”, impuso la hegemonía norteamericana al sur del Bravo, empezando por México.
TRUMP Y EL SEGUNDO “COROLARIO”. Pues bien, con la publicación de la ESN en noviembre de 2025, Trump anunció que su objetivo final en política exterior es: “asegurar que Estados Unidos se mantenga como la nación más grande y exitosa de la historia humana y que albergue en su seno la libertad. En los años por venir…haremos a América [Estados Unidos] más segura, más rica más libre, más grande y poderosa que nunca”.
Y por lo que se refiere concretamente a nuestro continente la ESN anuncia lo que ya hay un nuevo “Corolario Trump” y que este reza así: “Tras años de descuido los Estados Unidos se propone recuperar y aplicar la Doctrina Monroe para restablecer su preeminencia en el hemisferio occidental y proteger así a nuestro país lo mismo que mantener nuestro acceso a puntos geográficos estratégicos en la región. Negaremos a nuestros competidores de fuera del hemisferio la capacidad de estacionar fuerzas o erigir estructuras que les den la capacidad de amenazarnos y de obtener la propiedad o el control de recursos estratégicos vitales en nuestro hemisferio”.
De las líneas anteriores y que obviamente hoy están dedicadas a China, se deduce que Estados Unidos se propone “recuperar” un derecho que nadie le ha otorgado pero que se deduce de una “doctrina” hemisférica que sólo Washington considera que es tal, es decir, que supuestamente constituye un conjunto de ideas u opiniones políticas, sustentadas por su gobierno para aplicarlas en todo un continente como si ese gobierno fuera el legítimo detentador de la soberanía de los 35 países del hemisferio, lo que no es para nada el caso.
Quien sabe hasta donde y por cuanto tiempo los Estados Unidos de Trump insistan en imponer su “corolario” como lo está intentando ya en Venezuela y que amenaza con desembocar en un cambio de gobierno vía una invasión externa. Quién sabe si incluso puede intentarlo contra un México que se resiste a caminar por la senda de la derecha como ya lo hacen otros países y otros electorados de la región. En cualquier caso, hay que estar preparados para, llegado el caso, reactivar el nacionalismo mexicano y defender la soberanía frente a las pretensiones de un inaceptable corolario Trump y de una igualmente inaceptable “doctrina”.
LEER
VER MENOS
18-12-2025 - 12:04 am
La doble intención de Grandeza es poner en alto el componente comunitario, no utilitario, y ético de las comunidades indígenas de México y, de paso, apreciar cómo una manera de –ser-- humanos puede revolucionar la práctica política. Para ello, López Obrador va visitando el racismo que acompañó la invasión europea de América y la blanquitud.
Casi al final de su libro, Andrés Manuel escribe: “Construyamos un nuevo pacto social agregando cláusulas de bondad y de humanismo mexicano; porque si, contra la corriente, los pueblos indígenas nos han rescatado del desastre, hacia adelante, con la inclusión de las antiguas enseñanzas, con un consenso más amplio y la suma de voluntades, nuestro querido México irá más aprisa, de menos a más”. Empiezo esta columna resaltando un término ---“nuevo pacto social”--- para hacer una lectura política de esta idea que propone el expresidente.
La doble intención de Grandeza es poner en alto el componente comunitario, no utilitario, y ético de las comunidades indígenas de México y, de paso, apreciar cómo una manera de –ser-- humanos puede revolucionar la práctica política. Para ello, López Obrador va visitando el racismo que acompañó la invasión europea de América y la blanquitud que dejó, hasta la fecha, en la disposición de sus colonizados que siguen sintiéndose inferiores por ser mexicanos. Las dos emplazamientos son rastreables desde la ideología que sembraron en Occidente los propios invasores españoles: que los indígenas eran caníbales, que masacraban a miles de prisioneros en un sólo día, que eran crueles y salvajes. Lo que López Obrador demuestra es que se trata de una ideología que justificó la esclavitud, el saqueo, y el desplazamiento forzado de millones de mexicanos. No solamente pone en un duda esa leyenda negra de mexicas, mayas, y pueblos del norte, que no es que fueran nómadas sino que los expulsaron para arrasar con los yacimientos de oro y plata, sino que enlatece sus obras materiales, científicas, pero sobre todo de una manera de ser y vivir en convergencia con los demás y el cosmos.
Nosotros fuimos enseñados un tipo de identidad que establece una mentira: que somos la mezcla de españoles con indígenas americanos. Las cifras nos dicen otra cosa. En México, el porcentaje de españoles peninsulares jamás pasó del 0.2 por ciento de la población. Por su parte, mestizos y castas ya para 1821 no pasaba del 20 por ciento. El resto, el 80 por ciento de la población mexicana es resultado de las combinaciones entre distintas poblaciones indígenas. Hoy llamamos pueblos originarios a quienes conservaron los idiomas y la cultura, y a ellos se refiere el primer impulso del texto de López Obrador. Pero el segundo se refiere a la colonización mental, a la blanquitud que permeó durante dos siglos ya de México como Nación. Para mí el mejor ejemplo es El laberinto de la soledad de Octavio Paz, que no es una obra histórica o filosófica, sino sólo poética, como casi todo en él. Ahí, como recordarán ustedes, se habla de una identidad psíquica donde sólo hay dominantes y dominados. Octavio Paz no ve la resistencia. Paz es alguien que mira el mundo en opuestos binarios, nunca complejos: negro-blanco; vida-muerte, femenino-masculino. Es más, Paz ni siquiera quiere ver la dualidad inventada por la Revolución mexicana entre españoles e indígenas, sino que propone considerar la identidad mexicana como una no-identidad, es decir, la nada, al que él llama “conciencia de la soledad”.
En realidad, Octavio Paz no habla de razas aunque sí de una psique ---“actitud vital”, escribe--- que está más en la mirada del poeta clasemediero, que en la realidad que mira. Así, ve a un sujeto, no a comunidades. Y lo ve con reticencias y hostilidades encubiertas. Dice: “Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables (…) El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo, y de los demás. Lejos, también de sí mismo”. Ese “mexicano”, así en abstracto, es hermético, mudo, indescifrable para Paz. Es un reprimido que, de pronto, reacciona sin ton ni son. Es la misma idea de las masas de revolucionarios que encontramos en las novelas de la Revolución, siempre retratando gente humilde que no sabe por qué lucha, llevados en una “bola”, crueles sin siquiera encontrar justificaciones racionales a tanta muerte. Es, una vez más, el fetiche del pueblo incomprensible para los aristócratas de la bibliografía. No es que lo sea, pero es la identidad que prefería el PRI para sus gobernados: ritualistas, formuláicos, aguantando y estallando sólo en las fiestas, que desprecian tanto a la vida como a la muerte, abnegados. Es el pueblo del PRI y a él obedecen sus prácticas. El corporativismo del Partido Único era el de entregarle a sus huestes, no lo que pedían sino lo que se requería para mantenerlos leales. El mexicano del Laberinto de la Soledad es priista. Es un sujeto, no una comunidad. Es un síntoma, no una continuidad. Paz lo describe casi como un perro apaleado que vive de las sobras de la casa. El mexicano de Octavio Paz es un acarreado de la CNOP.
Pero el Laberinto de la soledad se convirtió también en un retrato misógino, donde la invasión española tiene implicaciones sexuales. Escribe Paz: “Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados. Cuauhtémoc y doña Marina son así dos símbolos antagónicos y complementarios”. Así, se despacha Don Octavio a todas las mujeres indígenas que no importa si fueron fascinadas o violadas, traen consigo el estigma de la traición. Todo esto para que la supuesta “actitud vital” de todo mexicano quepa en su fórmula binaria entre lo cerrado y lo abierto, lo masculino y femenino, la vida y la muerte. Si bien eso puede servir para escribir poesía, no lo es para construir una ideología, que es lo que está tratando de hacer durante todo el ensayo sobre una especificidad que desconoce. Así, al final, este Paz que habla de los priistas tanpoco encuentra una solución a las contradicciones que bellamente ha escrito y termina diciendo: “La tesis hispanista, que nos hace descender de Cortés con exclusión de la Malinche, es el patrimonio de unos cuantos extravagantes —que ni siquiera son blancos puros—. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que también está sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado atención. El mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo”.
Muy distinto de este eurocentrismo vagamente existencialista, pero bastante racista y misógino de Paz, lo que emprende López Obrador es la historia de la resistencia contra una invasión. La llama “operación conejo” por una cita de Vasco de Quiroga en el Michoacán del siglo XVI, y consistió en la fuga de miles de indígenas de las medidas que los reducían a nuevas poblaciones para tenerlos cerca de los campos y minas y, también, de las iglesias. Eso explicaría por qué México tiene estas áreas metropolitanas megapobladas y 185 mil localidades rurales de menos de dos mil 500 habitantes. Pero políticamente, es crucial porque está demostrando con datos históricos, casi siempre de fuentes primarias, un movimiento de tres siglos que se opuso a la opresión de España moviéndose y apartándose. López Obrador no saca de eso una conclusión sobre el espíritu agazapado del mexicano o sobre su actitud vital irresponsable ante la vida y la muerte, menos de su psique, sino que está hablando de una estrategia no-violenta de defensa de la libertad que es colectiva y que marca la geografía del país hasta la fecha. Esa libertad tiene un contenido colectivo y de vida en común, y es palpable en nuestros pueblos y comunidades, en las zonas todavía solidarias de las centros metropolitanos, sus barrios.
López Obrador, basado tanto en Guillermo Bonfil Batalla como en Luis Prieto, hace la lista de los cinco principios de esa vida en común. El primero es la ausencia del afán de lucro y de la acumulación de bienes materiales. Es una vida que valora la autosuficiencia, el arreglo con lo necesario, y el pago del excedente en tributo a las autoridades. Estas autoridades no basan su distinción jerárquica tampoco en su riqueza o poder, sino en otra cosa mucho más complicada de obtener: el prestigio, es decir, el reconocimiento de su comunidad por los servicios que presta a sus semejantes. El trato deferente y respetuoso a esa autoridad tiene su contraparte en el descrédito y la burla de aquellos que no lo han servido a los intereses de la mayoría. De ahí, por supuesto, se desprende la idea de la austeridad republicana, es decir, del mínimo necesario en el funcionamiento de la administración de gobierno, tan preciado para la Cuarta Transformación.
El segundo principio es el carácter comunal de la tierra, donde ésta no es una propiedad mercantil sino un tiempo. El tiempo necesario para cosechar de ella lo que se necesita para vivir. No es de nadie. Es de ella misma, del planeta, del cosmos que forma parte de un todo interrelacionado. La usamos un momento de la existencia pero es ella, la tierra, la que debe proseguir sin nosotros. Ahí duermen los ancestros, nuestros muertos. De ahí, por supuesto, el que la 4T haya llevado a cabo el programa de reforestación más grande del mundo para darle empleos a los agricultores. El tercero es la ayuda mutua, el hoy por ti y el mañana por mí, que explicaría de alguna forma la solidaridad de los mexicanos cuando sucede cualquier desastre natural, ese espacio de poder que fue el origen de la primera Sociedad Civil, la de Monsiváis en el terremoto, no la de los panistas sin partido. También se explica con esa práctica, ese resorte moral de ayudar a quienes han caído en desgracia, el enorme volumen de remesas de los mexicanos en Estados Unidos que reciben las familias de origen. El cuarto principio es la defensa de la libertad. López Obrador toma de ejemplo la defensa de la tierra que mantenía al sistema capitalista a raya con sus técnicas de ayuda solidaria, pero también en la autonomía que daba a las poblaciones para no ser absorbidas por el trabajo de peón en una hacienda. Pero podemos encontrar esa defensa de la libertad en las luchas de ferrocarrileros, electricistas, maestros, estudiantes, campesinos y jornaleros. Hay siempre ahí una idea de que no se está luchando por sí mismo, sino para generaciones venideras, que el sacrificio vale la pena y que la derrota es victoria cuando has hecho lo correcto. El último principio es la honestidad, que se deriva de que los bienes materiales no sean lo que rodean al ser humano feliz, sino la gente que lo ama y respeta. Tomarlo como principio las prácticas que fueron defendidas con la resistencia de medio milenio por las comunidades va a contra pelo de la concepción casi cosmogónica del PRI y el PAN de que la corrupción en México era parte de la cultura, cuando no, hasta de la canasta básica. Peña Nieto, y antes Fox, nos machacaron con la idea de que la ratería y la deshonestidad tenían como motivación la falta de dinero y que, por tanto, sólo los pobres eran corruptos y los empresarios nos gobernarían con honestidad porque ya tenían su dinero. Lo que resultó es que la honestidad es una decisión moral entre hacer o no el bien y no que seas Vicente Fox o Ricardo Salinas Pliego hartándose de dinero público, privado, y hasta fantasma.
En la parte final del libro, Andrés Manuel escribe sobre que la forma de intercambio en la política no tiene nada que ver con la economía, es decir, con el dinero. La retribución por un servicio no es una paga, sino un acto de justicia que se premia con reconocimiento y amor. El “amor con amor se paga” está en el fondo de esa reflexión. Escribe el Presidente: “No se puede hacer política sin amor al pueblo. De ahí que si no se tiene esa convicción, más aún, si se milita en un partido de izquierda, lo mejor es hacerse a un lado y ocuparse de lo personal, quedarse en la comodidad de los negocios privados, pero no simular que se ayuda o se sirve si en realidad no se siente el ánimo ni se está dispuesto a querer a los semejantes.”
Lo que como lector e interesado en lo político me deja claro Grandeza de López Obrador es que está planteando una doble apuesta. Por un lado no está haciendo un manual de ética para gobernantes o gente poderosa al estilo de los renacentistas que aconsejaban normas para la virtud pública de reyes y obispos, sino que está planteando como ejemplo a seguir una serie de principios de cómo ser más que de cómo hacer. No está lejano de los debates sobre el Hombre Nuevo de las revoluciones latinoamericanas de los sesentas. Está proponiendo que seamos un poco como nuestras comunidades, todos, en México y fuera de él, con los mexicanos de los Estados Unidos. Por otra parte, lo que está planteando no es el clásico debate de décadas en México entre “asimilar” a los indígenas a una supuesta sociedad moderna, ni tampoco dejar estar a las comunidades desamparadas ante la ausencia de Estado, libres de ser aplastadas por las corporaciones internacionales, felices con el reconocimiento de su identidad pero sumidos en la injusticia de que no haya redistribución.
Lo que está proponiendo con el “nuevo pacto social” es que seamos todos un poco menos materialistas, con más sentido del servicio a los demás, más solidarios, más libres en el sentido autosuficiente colectivo. Concibe a la política como una actividad en la que el motor no está en nosotros mismos sino en el otro vulnerable, a tal grado, que es ayudar lo que nos dé el sentido a seguir vivos.
LEER
VER MENOS
18-12-2025 - 12:01 am
La tentación centralizadora que hoy se presenta como novedad pragmática tiene ahí su linaje intelectual: la convicción de que México requiere tutela, dirección vertical y un centro fuerte que piense por los demás.

De los mismos que hace unos días produjeron a coro la idea de que la autonomía era un fetiche, esta semana se presentó, de nuevo de consuno, la apología de la centralización, otro episodio de una transformación que suena demasiado a remake, a refrito rancio de las peores tradiciones de la política mexicana.
Otra vez la voz cantante la llevó el joven ideólogo del nuevo credo. Carlos Pérez Ricart se ha graduado, con honores, como portavoz de la restauración ilustrada. Ya no se molesta en disimular. Se nos presenta como el intérprete sobrio y razonable de una evidencia mística: el poder ha vuelto al centro, y eso —dice, con mirada grave y ademanes de equilibrista profesional— es necesario. No deseable, no óptimo, no inevitable: necesario. Así, sin inmutarse, nos vende como reconstrucción lo que es simple regresión; como sofisticación lo que es pura obediencia. Le llama "placa tectónica", para darle empaque geológico, a lo que en realidad es un vendaval de caprichos concentrado en una sola heredera iluminada.
En su evangelio, nostálgico de los tecnócratas positivistas del porfirato –los denostados “científicos”–, centralizar es gobernar y mandar es, por fin, ejercer la razón. La dispersión —que en su versión caricaturesca incluye desde el federalismo hasta el pluralismo— no era pluralismo, sino anarquía; no era competencia, sino caos. Frente a ese retrato del pasado, cualquier restauración vertical se vuelve sensata. Sheinbaum, claro, redime al obradorismo. Y la concentración del poder es modernidad funcional, no reconcentración del poder a la manera priista. Lo que antes era regresión autoritaria, hoy es lucidez de Estado. Pérez Ricart, en versión posdoctoral, nos repite el mantra del siglo XIX: hace falta mano firme, con bata blanca y mirada progresista. Pareciera que el fantasma de don Lucas Alamán lo iluminó en una noche de insomnio de preposadas.
Lucas Alamán ya había recorrido ese camino con siglo y medio de anticipación. El federalismo, escribió con su habitual mezcla de lucidez y desprecio, era “uno de los inventos más hermosos de la política moderna”, aunque profundamente exótico para México, casi una pieza de museo constitucional importada sin manual de uso. La frase condensaba su visión del país: un territorio disperso, sin cohesión social ni burocracia capaz, donde la descentralización no producía libertades, sino cacicazgos, y donde la pluralidad no organizaba el poder, sino que lo descomponía. El federalismo fascinaba a las élites ilustradas por su elegancia teórica, pero a los ojos de Alamán funcionaba como un artefacto ornamental que institucionalizaba la fragmentación y debilitaba al Estado. La tentación centralizadora que hoy se presenta como novedad pragmática tiene ahí su linaje intelectual: la convicción de que México requiere tutela, dirección vertical y un centro fuerte que piense por los demás. Pérez Ricart no inventa nada. Actualiza, con léxico académico y metáforas geológicas, una vieja desconfianza hacia la pluralidad, esa que confunde diversidad con desorden y autoridad con razón histórica.
Es cierto que el federalismo mexicano fue desde el arranque una solución hecha a retazos, entre la necesidad local y el deslumbramiento ideológico. Surgió de una mezcla incómoda: el prestigio de los modelos ilustrados, que fascinaban en las logias masónicas de la época, y la necesidad urgente de acomodar a los caudillos con territorio y tropas. En ese revoltijo, Servando Teresa de Mier —devoto federalista y exiliado reincidente— impulsó con entusiasmo una copia libre de la Constitución estadounidense, sin importar que el terreno mexicano se pareciera poco al de Filadelfia. No era sólo admiración: era conveniencia. El diseño federal funcionaba como blindaje para quienes querían gobernar sus parcelas sin interferencias del centro.
La Constitución de 1824 consagró ese arreglo precario. En lugar de construir ciudadanía, conectó gobiernos estatales soberanos a un centro débil, sin recursos ni fuerza para coordinar. A cada estado se le reconocía el derecho a tener su propio ejército, como si no hubiera suficientes banderas en las guerras recientes. El Congreso federal —amplio, vociferante y sin capacidad ejecutiva— era más asamblea parroquial que institución de Estado. El equilibrio entre regiones fuertes y federación débil no fue error de diseño, sino su propósito central. Como lo ha mostrado la historiografía reciente, el federalismo fue menos una copia fallida que una traducción interesada: acomodaba un país fragmentado por la guerra, el patrimonialismo y la descomposición virreinal. Más que modelo político, funcionó como manual de supervivencia para una elite armada, desconfiada y sin proyecto común. Así comenzó nuestra gran tradición de instituciones elegantes al servicio de intereses mezquinos.
Los fallos del federalismo han sido el comodín histórico de la autocracia mexicana. Desde el siglo XIX, la dispersión del poder ha servido como coartada perfecta para justificar su recentralización patriarcal. Alamán no se andaba con rodeos: propuso la dictadura de Santa Anna como antídoto a la anarquía localista y, más aún, como etapa de transición hacia la monarquía que él consideraba necesaria para ordenar el caos criollo. En el otro extremo ideológico, los liberales, tan federalistas en el discurso opositor, no tardaron en volverse centralistas una vez en el poder. Juárez consolidó la Presidencia fuerte, pero fue Porfirio Díaz quien perfeccionó el modelo de dominación vertical, rodeado —como ahora— de intelectuales obsecuentes que justificaban la concentración del poder como única vía para civilizar la república.
La constante histórica resulta deprimente: cada vez que el federalismo tropieza, emerge un coro de voceros que clama por el regreso del padre autoritario. Hoy, los nuevos ideólogos del régimen desempolvan ese libreto con retórica transformadora. Con tono grave, repiten que el país exige un Estado fuerte —entiéndase: un Presidente absoluto— porque el pluralismo produce caos, el disenso es improductivo y el pacto democrático, una pérdida de tiempo.
Pareciera que los memes —en sentido darwiniano, no digital— que circulan en la cultura política mexicana son refractarios a la dispersión del poder, a la deliberación, a la alternancia. México, según esta visión, sólo es gobernable desde el vértice, con una autoridad incuestionable que ilumine con su sola presencia los caminos del progreso.
Lo único que queda claro es que estos jóvenes turiferarios del régimen no son demócratas: como don Lucas, creen en el poder patriarcal. El resto son retruécanos para justificar la nueva autocracia.
LEER
VER MENOS
18-12-2025 - 12:00 am
Hay que manifestar nuestro más enérgico rechazo al intervencionismo estadounidense militar en Venezuela, y al derramamiento de sangre del pueblo venezolano. Toda mi solidaridad con Venezuela que tiene, como México, derecho a su soberanía. Frente al imperialismo gringo, sólo cabe la condena.

Inaceptable, querido lector. El bloqueo que Trump ha anunciado sobre Venezuela y la intención de robarse su petróleo, tierra y recursos naturales, aduciendo que ¡son suyos! Sí, como lo leyó. El gobierno de Estados Unidos reclama que los recursos naturales venezolanos le pertenecen porque le fueron “robados” (porque en ejercicio pleno de su soberanía Venezuela los nacionalizó) y debido a ello, impedirá que barcos petroleros entren o salgan de Venezuela. Esto, además de todos los robos que Estados Unidos ha llevado a cabo del dinero venezolano en territorio estadounidense, es a todas luces ilegal, pero también un acto de guerra. Es imperialismo grotesco y brutal, como no habíamos visto hace mucho y se cierne ya, con sus más oscuras consecuencias, sobre Venezuela y su pueblo. Un pueblo que, además, ya ha sufrido en exceso, ahora será asfixiado por Estados Unidos quien buscará invadir al país para apoderarse de sus recursos aprovechando la debilidad del gobierno de Maduro.
El ataque de Trump no tiene nada que ver con la defensa de la democracia ni de los derechos humanos, y tampoco con la lucha contra el narcotráfico, sino con la descarada intención de robar los recursos naturales, en una abierta violación al derecho internacional y de la soberanía venezolana.
Derrocar al gobierno de Maduro sólo le interesa para conquistar sus intereses económicos y convertir a Venezuela en su colonia. Y es que Trump desde que llegó a la Presidencia llevó a cabo un plan muy claro y explícito para posibilitar la agresión: las declaratorias del narcotráfico como terrorismo, la declaración del gobierno de Maduro como terrorista, barcos y armamento desplegado, y la complicidad de una política opositora venezolana, María Corina Machado, capaz de traicionar a su país, ofrecer sus recursos naturales a Estados Unidos y sacrificar la vida de los venezolanos, con tal de deponer a su actual gobierno. Una traidora, vendepatrias cómplice del imperialismo más grotesco que, además, fue avalada por el Premio Nobel de la Paz. Un oprobio que sólo evidencia que los diversos poderes en el mundo han perdido la brújula moral o que se han corrompido a niveles bochornosos, como los premios Nobel.
El derramamiento de sangre ya ha empezado, querido lector, desde hace semanas. Trump ha estado asesinando a latinoamericanos en embarcaciones, sin proceso alguno, aduciendo que eran narcotraficantes y como si, además, Estados Unidos tuviera derecho a asesinarlos. Donald Trump es un asesino de la misma estirpe que el sicópata Presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, que a su vez es un émulo de Hitler. Sí, querido lector, suena inverosímil todo esto y sacado de una distopía proveniente de otro siglo, o de una novela, pero por desgracia es estrictamente real y está sucediendo ahora mismo. El genocidio en Gaza y la renovación de la política norteamericana imperialista son realmente escalofriantes porque provienen del mismo lugar: Estados Unidos. Si en un momento pensamos que ese mal, esa enfermedad estaba solamente en Medio Oriente, nos equivocamos.
El imperialismo estadounidense renovado es una amenaza no sólo para Venezuela sino para todos los países del mundo. Especialmente los latinoamericanos que poseen los recursos naturales o de ubicación geopolítica que a Estados Unidos le interesen. México está en los primeros lugares de la lista y Trump ya ha dado los pasos para legitimar, dentro de la política interna de Estados Unidos, un posible ataque militar como lo ha hecho con Venezuela: ya designó a los carteles del narcotráfico mexicanos como “grupos terroristas”, ya declaró que el gobierno mexicano es un “narcogobierno” (aunque a veces trate bien a la Presidenta Sheinbaum), y hace apenas unos días declaró al fentanilo como “arma de destrucción masiva”. Estas tres condiciones ponen en un riesgo inmenso a México y nadie debería desestimar las señales que no hablan, gritan las intenciones norteamericanas. El asesinato de tripulantes de embarcaciones a mansalva, indica que Estados Unidos se ha conferido a sí mismo el derecho de asesinar, no a personas sino a “terroristas” y a intervenir en cualquier parte del mundo para defenderse de “armas de destrucción masiva”, es decir, del fentanilo, lo que significa instalaciones donde se produzca, se guarde o transporte dicha droga. Es decir, en México.
Bajo esta nueva semántica defensiva, Estados Unidos ha dado los pasos para llevar a cabo intervenciones militares en nuestro país, disfrazadas de combate al narcotráfico, o para usarlas como amenaza real. Esta misma política puede ser usada contra el gobierno de Colombia o cualquier otro que despierte los apetitos económicos de Donald Trump, dispuesto a pasar por encima de la soberanía de cualquier país.
Estamos frente a una situación crítica tanto como latinoamericanos como mexicano, y reconocerlo y organizarse es preciso para poder enfrentar lo que viene. El gobierno de la Presidenta Sheinbaum tendría que tener ya una estrategia ante los distintos escenarios posibles que plantea la amenaza trumpiana.
Por lo pronto, hay que manifestar nuestro más enérgico rechazo al intervencionismo estadounidense militar en Venezuela, y al derramamiento de sangre del pueblo venezolano. Toda mi solidaridad con Venezuela que tiene, como México, derecho a su soberanía. Frente al imperialismo gringo, sólo cabe la condena.
LEER
VER MENOS
17-12-2025 - 12:05 am
Si algo enseñó la pandemia es que la sana distancia puede ayudar a reducir riesgos de contagio, aunque presenta inconvenientes de largo plazo. En el mejor caso, los aranceles contentarán a Washington, aumentarán la cuota de mercado de las importaciones mexicanas en Estados Unidos, blindarán a la industria automotriz y generarán recaudación para dinamizar el Plan México. En el peor, excluirán a México del futuro epicentro de la economía global.
En la política como en las relaciones humanas, la elección entre inconvenientes es un acto inexorable. La guerra comercial abierta por Trump lo ejemplifica. El Congreso mexicano aprobó el miércoles una legislación que incrementará, o impondrá por primera vez, aranceles a las importaciones de más de mil 400 bienes procedentes de países sin acuerdo comercial con México, y China acapara reflectores. Los aranceles que entrarán en vigor en enero abarcan más de una docena de sectores, desde autopartes y vehículos ligeros hasta textiles y aluminio, y oscilan entre el cinco y el 50 por ciento. Para bien o para mal, se trata del mayor cambio en la política comercial del país en lo que va de siglo.
El vuelco drástico responde a cuatro motivaciones perceptibles. En primer lugar, a la revisión programada del TMEC para 2026 en medio del mayor proteccionismo estadounidense desde la Gran Depresión, que tiene como efecto indeseado la presión de Washington para que México eleve el contenido regional y desaliente las exportaciones chinas que buscan burlar los aranceles prohibitivos por la puerta trasera. En segundo, al déficit comercial de casi 15 a 1 de México con China. En tercero, a una recaudación adicional estimada por Hacienda de casi 52 mil millones de pesos en una coyuntura de espacio fiscal acotado y endeudamiento creciente. Y, por último, a un relanzamiento de la política industrial bajo el paraguas del Plan México que pretende sustituir importaciones asiáticas y proteger el empleo en sectores vulnerables. Todo sugiere que la decisión obedeció a un análisis multifactorial.
La medida, necesaria para mantener la estabilidad macroeconómica, conlleva riesgos. La inflación es uno, si bien moderado: por un lado, un aumento de impuestos reprime la demanda agregada, y por otro los nuevos aranceles de hasta 50 por ciento a los automóviles chinos podrían incentivar el retorno de autos chuecos o bien encarecer por menor competencia los modelos de las armadoras tradicionales. Un riesgo mayor es la dependencia comercial que México no podrá sacudirse en décadas: ahora mismo, 85 de cada 100 dólares de exportaciones van a los Estados Unidos, y la tendencia es alcista. Por último, una tercera amenaza de cuidado es la irritación previsible de China.
Conforme a lo esperado, el gobierno de China manifestó desacuerdo. Un portavoz del Ministerio de Comercio instó el jueves a México a "corregir sus prácticas erróneas de unilateralismo y proteccionismo lo antes posible". Como antecedente, el Ministerio de Comercio inició a finales de septiembre una investigación sobre barreras comerciales y de inversión contra México, misma que está en marcha. Bajo aviso no hay engaño.
China está lejos de ser una blanca paloma del comercio internacional. Es la máxima historia de éxito y desarrollo de las últimas cuatro décadas, pero también encarna muchas de las amenazas vigentes de la economía global. ¿Cómo frenar la desindustrialización que China provoca en las naciones desarrolladas? ¿Cómo competir con sus generosos subsidios industriales, la subvaluación intencional del yuan y su poder asimétrico para fijar precios? ¿Cómo lograr soberanía en el Sur Global sin reproducir dependencias de antaño? ¿Cómo romper con el extractivismo que promueve y que condena al subdesarrollo a ventajas comparativas fijas y de escaso valor agregado?
México tenía un arsenal limitado de políticas para nivelar una cancha dispareja. De los aranceles ya se habló. La segunda opción son los controles de capital. Por poner sólo un ejemplo, China obliga a las multinacionales interesadas en invertir en el país a conformar empresas conjuntas con empresarios o gobiernos locales. Una razón histórica de peso es que el partido comunista chino desconfiaba de la corrupción del poder judicial. Si México fuera más selectivo con la Inversión Extranjera Directa, empresas como BYD podrían haber entrado al mercado nacional por la puerta grande. Sin embargo, cualquier control de capital habría tenido poco impacto de corto plazo en el déficit comercial, hoy bajo la lupa de Trump.
Una opción más realista era competir con sansón a las patadas. El economista Dani Rodrik calculaba hace una década que al menos dos puntos porcentuales de crecimiento del PIB chino eran atribuibles a la subvaluación del yuan, misma que Trump critica. Cuando China ingresó a la OMC, la organización limitó sus subsidios directos a la exportación e impuso un recorte general de aranceles. Para preservar su modelo orientado a la exportación, China devaluó por estrategia: una moneda débil en casa tiene el mismo efecto económico que un subsidio a las exportaciones combinado con un impuesto a las importaciones. México olvidó ese detalle. Si el Banxico no hubiera mantenido la política monetaria en territorio restrictivo durante años, otro gallo hubiera cantado. Al mantener tasas de interés elevadas en relación a la inflación y a otros países, el banco central incentivó la llegada de capitales de corta madurez en busca de retornos fáciles y poco productivos. La postura, ajena al poder ejecutivo, causó como efecto indeseable una superapreciación del peso en relación al yuan, engordando el déficit comercial de México. Los errores de política monetaria cuestan.
Con esta camisa de fuerza, el gobierno federal optó por nuevos aranceles. La historia de China en el siglo XIX, humillada por el colonialismo británico, hacen suponer que tomará nota de cualquier ofensa comercial. Un antecedente regional relevante es el de Canadá, que en octubre del 2024 aranceló con el 100 por ciento a los automóviles chinos y el 25 por ciento al acero y aluminio, para en marzo del 2025 ser contraatacada por China con represalias a bienes agrícolas y marítimos. La respuesta a México podría venir en una magnitud similar. En cualquier escenario, las relaciones se enfriarían.
Si algo enseñó la pandemia es que la sana distancia puede ayudar a reducir riesgos de contagio, aunque presenta inconvenientes de largo plazo. En el mejor caso, los aranceles contentarán a Washington, aumentarán la cuota de mercado de las importaciones mexicanas en Estados Unidos, blindarán a la industria automotriz y generarán recaudación para dinamizar el Plan México. En el peor, excluirán a México del futuro epicentro de la economía global (Asia), acentuarán la dependencia en las tecnologías y el capital del Norte Global, no protegerán a industrias nacientes sino a intereses enquistados, y abrirán a Trump el apetito de más medallas en la forma de concesiones.
Con un nuevo orden mundial en ciernes, hoy cabe un lamento: pobre México, tan lejos de China y tan cerca de Estados Unidos. Pero mañana, las desventajas de la hiperglobalización serán más evidentes para quien tenga ojos para ver. Es una lección, por las malas, de soberanía elemental.
LEER
VER MENOS
17-12-2025 - 12:05 am
Anomia es un término sociológico creado por el francés Émile Durheim para describir una situación en la que las normas y las instituciones se hacen inestables para dar lugar a una situación en que la vida social, económica y política se torna desorganizada y sin orden por la usencia de derechos y expectativas de entendimiento.

“Política es aquello en lo que se tiene que estar preparado para todo, en especial cuando hace de la vida social no tanto una cuna de seguridad como la fuente de todo peligro, por lo tanto…, no puede ser el lugar de la felicidad humana; le distingue la desconfianza, la desilusión y la duda”
P. Sloterdijk
Crítica de la razón cínica
De la misma manera que los agujeros negros de Lifshitz se comportan de modo diferente, toman direcciones caprichosas, generan caos y crean en su entorno un cerco del que no se puede escapar debido a que lo protegen ambientes poderosos y sobrecogedores; el Presidente norteamericano Trump ha introducido a escala planetaria situaciones parecidas de desorganización, inestabilidad y falta de regulación que apuntan al desorden y a la confusión generalizada. En la intentona de “hacer grande a América de nuevo” se vale de medios ilegítimos para crear artificialmente conflictos, desintegrar acuerdos internacionales, obstaculizar la autonomía de los Estados, arruinar tratados económicos para el desarrollo global y utiliza la arbitrariedad como forma de justicia. Como si el mundo funcionara en ausencia de leyes, Trump actúa como los forajidos del lejano oeste norteamericano: audaz y expeditivo, con autosuficiencia irreflexiva, alarde de individualismo, depredador y egocéntrico en extremo para reinventar a diario la realidad y someterla a su “infalible” voluntad.
Sin nutrirse de la historia, de lecturas políticas, sin consultar los reportes escritos de sus asesores opera oralmente y, a causa de esta inestabilidad emocional y sus cambios repentinos se manifiesta incapacitado para la solidaridad y la cooperación; de ahí que, a causa de la ruptura entre inteligencia personal y habilidad política, tenga dificultades para respetar acuerdos y no obedezca el mandato de nadie; esto incluye la Constitución de su país, las reglas de la diplomacia y la normatividad de las instituciones internacionales y provoque continuamente situaciones caóticas que aceleran las contradicciones políticas y colocan al mundo en la lógica del conflicto.
No obstante, estas desviaciones y rupturas, el “gringo” pretende ser un héroe redentor, cuando en los hechos se exhibe como un fascista, al reducir la política al uso de la violencia; ignora que la paz, la justicia y la protección debieran ser las palabras sagradas de la política y no caer en el error de creer, como Platón en su libro la República, quien después de escribir que la verdad a de prevalecer sobre todas las cosas, afirma pocas líneas después, que la mentira es útil a quienes gobiernan un Estado, pues, de esa manera, cuidan la vida frágil de la República (Platón. Obras completas, 388-89 d, páginas 714-715 d. Editorial Aguilar). Sin embargo, en la actual correlación geopolítica, políticas de estilo trumpista no abonan a la mejora del mundo, pues, en el fondo, apuntan a un sólo objetivo: beneficiar exclusivamente a la plutocracia oligárquica norteamericana que, gracias a esas políticas, ve todos los días aumentar su riqueza y multiplicar su poderío económico, mientras su Presidente hunde a la comunidad internacional en la anomia.
Anomia es un término sociológico creado por el francés Émile Durheim para describir una situación en la que las normas y las instituciones se hacen inestables para dar lugar a una situación en que la vida social, económica y política se torna desorganizada y sin orden por la usencia de derechos y expectativas de entendimiento. Históricamente, por ejemplo, los aranceles son utilizados por los países poderosos para proteger su economía y fomentar la industria nacional; sin embargo, en un mundo globalizado su aplicación tiene consecuencias desastrosas para los mercados que, desregularizados, optan por crear restricciones a la libre competencia y obliga al uso de formas de intercambio que hoy podríamos considerar atávicas, como la vuelta a la práctica de relaciones desiguales entre los países en el reparto de la riqueza y la renta; de ahí el asombro que provocó Úrsula von der Leyen, presidenta de Unión Europea, al aceptar el 15 por ciento de aranceles que Trump les impuso sin reciprocidad alguna y aceptar el aumento del cinco por ciento del PIB nacional para la compra de equipo militar (principalmente a empresas armamentistas norteamericanas), a sabiendas que ese incremento destruirá y desmantelara los sistemas asistenciales (educación, salud, altos salarios y otros) que les llevó a los gobiernos socialdemócratas europeos 80 años construir y, lo peor, no percatarse que el intercambio que Estados Unidos les impuso no se ajusta a la ley del beneficio mutuo, en que la ganancia de una parte debe ser exactamente igual a la pérdida de la otra. En este caso, se trata de un intercambio desigual en el que una de las partes se queda con la ganancia, impidiendo a la otra su desarrollo; Inmanuel Wallerstein, quien acuño el término “intercambio desigual” para referirse al saqueo colonial de Occidente al Sur Global se preguntaría: ¿Se tratará ahora de la colonización norteamericana de Europa? Todo es posible, no debe perderse de vista que el imperio, pese a su decadencia y el reducido poder que le queda, quiere recuperar la hegemonía que ejerció a escala planetaria después de la caída del socialismo real en 1989; pero ojo, los europeos no son las únicas víctimas, ante el anuncio de Washington de que en lo sucesivo la doctrina Monroe guiará sus relaciones con América Latina nuestros países deben esperar también acciones más contundentes: golpes de Estado, imposición de gobiernos títeres, disturbios, desordenes, usos perversos de los medios, inconformidades inventadas, movilizaciones violentas y otras “chuladas” propias del imperio.
Vuelvo al tema de la anomia; en tanto desviación social la anomia se produce en periodos de crisis económicas, sociales y culturales; se caracteriza por comportamientos anormales de los individuos a consecuencia de condiciones críticas que reclaman cambios rápidos y de raíz que suelen ser ilegítimos, aunque innovadores. En este contexto, un fanático, dogmático, propicio a acciones descabelladas, como Trump, que, como ya dije, actúa como si el mundo no existiera y la única realidad es la que su cabeza construye, podemos afirmar, sin equivocarnos, que sus actos constituyen un síntoma de algo que no alcanzamos a ver, un campo oculto de carácter social y contenidos encubiertos qué dejan entrever la creación artificiosa de condiciones materiales que aceleraran la caída del capitalismo y el establecimiento de una sociedad poscapitalista. Sus oscilaciones, el cambio continuo de sus discursos y decisiones necesariamente están cargados de significados que es necesario develar.
Los cambios que ocurren a diario, si observamos con atención, han debilitado las bases históricas sobre las que descansa el sistema, sin que se hayan desarrollado, en términos sociales, las reglas que corresponden a una nueva realidad social fincada en la igualdad y la justicia social; pero, si damos un uso correcto las tesis de Durkheim y Merton, diríamos que Trump ha empeorado la enfermedad terminal que padece el capitalismo que, de continuar, a mediano plazo colapsará la economía de mercado; sí esto es así, el reto no es intentar corregir lo que está sucediendo, sino detectar correctamente estos síntomas y tomar las medidas conducentes para que los pueblos más dañados den un golpe de timón en el sentido correcto de sus intereses.
Trump no es, como afirman algunos analistas, un desquiciado, incluso si lo fuera, caería en la categoría del loco de Nietzsche quien escribió en Aurora, párrafo 14. Edomat: “Casi siempre la locura como fuerza disruptiva ha abierto el camino a las nuevas ideas, la que ha roto la barrera de las costumbres o de una superstición venerada. ¿Comprendéis por qué ha sido necesaria la ayuda de la locura? Esto es, [sin embargo], algo terrorífico… algo digno de miedo”; hay muchos ejemplos, obligados a fingir, los locos son síntoma, huellas que descubren lo que la realidad oculta; sólo un análisis correcto de sus significantes puede revelar su verdadera naturaleza.
En 2024 el economista y político griego Yanis Veroufakis publicó un libro con el título de Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo (Editorial Deusto), en él denuncia la aparición de la nueva nobleza que hoy concentra el poder económico y político mundial y que cambiará los paradigmas sociales y políticos actuales para imponer una nueva jerarquía que excluirá al ciudadano común de todo beneficio que se identifique con la justicia social, al mismo tiempo que cerrará toda posibilidad de ascenso social basado en la meritocracia o los emprendimientos personales.
El imperio socio económico que viene será absolutamente privado, el poder político y la riqueza se fusionarán para ejercer un poder común de tipo feudal-tributario, es decir, todos pagaremos impuestos a entes privados bajo la forma de renta para acceder a los productos digitales que ya monopolizan; el Estado quedará fuera de todo posible control de la economía y perderá toda influencia política; en adelante el verdadero poder pertenecerá a las empresas tecnológicas que controlan y moldean ya el comportamiento humano cerrando un cerco infernal de dependencias muy difíciles de combatir y resistir, pues si no compras o te suscribes pagando el tributo correspondiente, no existes.
¿Qué hace Trump en favor de este nuevo escenario? Dejar en manos privadas todo el poder; antes, con sus “locuras”, intenta garantizar al nuevo sistema los insumos suficientes para imponer sus proyectos; de ahí las presiones para subordinar a sus antiguos aliados al poder emergente, asegurar tierras y minerales raros con el dinero de Europa y los recursos naturales del sur global, en especial de Latinoamérica con la puesta al día de la Doctrina Monroe.
El plan apuesta por la centralización de las tecnologías de la comunicación, información e inteligencia artificial, la computación cuántica, el internet, la biotecnología, la robótica y la integración de sistemas que colaboren entre sí. Las empresas tecnológicas son Apple, Google, Facebook, Oracle, Amazon, Instagram, Tesla, Nvidia, IBM, WhatsApp y otras menores; sus dueños, billonarios en dólares, serán los nuevos señores feudales de gran parte del mundo; de ahí, su desinterés por resolver ninguno de los grandes problemas del planeta, a no ser el proyecto de reducir la población mundial a dos mil millones de seres humanos; los síntomas son claros, estos individuos, los hombres más ricos del planeta están adquiriendo grandes extensiones territoriales para construir ciudades que me atrevo a calificar de asépticas, es decir, sin Estado, sin impuestos, sin gente diferente de ellos (la servidumbre será substituida por humanoides); los espacios urbanos estarán libres de contaminantes, sin basura, sin pobres ni enfermos; habitados exclusivamente por “superhumanos” (ellos) construidos por sus tecnologías (biotecnología), con ADNs modificados para no enfermar y posibilidades de vivir más de cien años, con facultades corporales y mentales plenas, y esto no es “un gran paso de la humanidad”, nosotros, los marginados y humillados y los niños continuarán muriendo a causa de la pobreza, las enfermedades y los flagelos de todos los días, sin remedio.
LEER
VER MENOS
17-12-2025 - 12:04 am
No está mal, me digo, no está mal permitirme desertar de mis obligaciones, hojear un libro inútil, irme al cine, visitar un amigo, charlar con él toda la tarde aunque esta columna me quede corta.
Cada que llega la segunda semana de diciembre se me viene a la mente la frase: "Vientos tejocoteros" con la que Raúl Béjar Navarro —quien fuera el primer director de la ahora FES Acatlán— se refería a esta flojera que nos invade a todos en estas fechas. Es como si el cuerpo lo supiera, como si la cabeza, las manos, las piernas entendieran que ya vienen las vacaciones, y uno afloja el paso. Nosotros no hibernamos, no entramos en un periodo de vida latente, pero sí nos dan ganas de desertar de las obligaciones laborales o de las prisas por las citas perentorias e instalarnos en la inmanencia de la vida familiar; nos dan ganas de reconcentrarnos en nosotros mismos y mirar adentro.
Yo, lo confieso, me siento atravesado por esos vientos y, por eso, los invito a que cada quien mire dentro de sí mismo, y para asistirlos en este acceso les mostraré unas estampas de mi propio interior, cuya única virtud es que poseo un interior como el de cualquiera: me asomo dentro de mí y lo primero que descubro es que ando memorioso. La prueba está en el recuerdo con el que he iniciado esta columna: "vientos tejocoteros". No es una frase deslumbrante, a lo más es una imagen que, aunque precisa, resulta un tanto pueril, pues alude al hecho obvio de que las piñatas que andan reventando a fuerza de palos están retacadas de tejocotes cuyo perfume arrastra el viento. La recuerdo, no obstante, pues la escuché por primera vez hace casi cincuenta años, cuando yo era muy joven y me pareció deslumbrante. Cuantas cosas me lo parecieron entonces…
Cursaba el último año de la licenciatura en Filosofía en CU y, sin embargo, ya daba clases en Acatlán. Recién había leído las Meditaciones metafísicas de Descartes y tenía a mi cargo el curso de Ontología. Estaba obligado a parafrasear unos filosofemas que acababa de medio entender, y eso no era lo peor: lo más difícil era pararme frente al grupo de estudiantes, algunos mayores que yo, pues padecía de una timidez que me llevó muchos años superar. Así, que recuerdo, como si estuviera ahí, como tartamudee mi primer cogito ergo sum. Qué nuevo era todo entonces y qué arduo.
Y qué lejos quedaba Acatlán, cuatro camiones separaban mi casa de mi clase, cuatro camiones o, tal vez, cuatrocientos los que me separaban prácticamente de cualquier cosa… (aquí lo invito, lector, a que introduzca sus propios recuerdos: de seguro conserva los incidentes de cuando comenzó a trabajar).
Dirijo otra mirada a mi interior y encuentro que ahí algo está desacoplado, que faltan personas y sobran sentimientos, que tengo amores vivos por quienes ya no existen o simplemente se quitaron, se fueron. Hay un desajuste que me impide parear mis sentimientos: hay amores, pero también odios que ya no se dirigen a nadie que ande a mi alcance en este mundo.
En mi interior, sin embargo, no solo hay nostalgia y algunos sentimientos que carecen de referente, hay también un gusto por celebrar, por acercarme a los que siguen a mi lado, o están a la distancia de una llamada telefónica, o de un breve recorrido que me permita verlos, estucharles la mano, darles un abrazo, desearles lo mejor para el año que viene. Y junto a este gusto, en mi interior experimento una suerte de regocijo, de bienestar, porque el aguinaldo obra milagros, y uno muy importante es sentir que mis bolsillos están más abultados que de costumbre.
No está mal, me digo, no está mal permitirme desertar de mis obligaciones, hojear un libro inútil, irme al cine, visitar un amigo, charlar con él toda la tarde aunque esta columna me quede corta. Sé que en SinEmbargo me lo tolerarán, sé que quienes me siguen regularmente estarán de acuerdo conmigo en que le pare aquí. Y no porque "otras tierras del mundo reclamen el concurso de mis modestos esfuerzos", sino, sencillamente, porque entenderán que los vientos tejocoteros me quieren llevar a otra parte.
LEER
VER MENOS
16-12-2025 - 12:05 am
A nadie se le debe fabricar un delito, pero tampoco nadie debe quedar impune si lo cometió. Si efectivamente Casar Pérez está en contra de la corrupción y la impunidad, como se ufana la organización que fundó el oligarca Claudio X. González, no debe oponerse a que se esclarezca el caso.
El escándalo de corrupción que involucra a María Amparo Casar Pérez por recibir decenas de millones de pesos del erario federal por la muerte de su marido —suicidio, según la autoridad local, accidente, de acuerdo con Pemex— debe analizarse en el tiempo y en las circunstancias de 2004, cuando era alta funcionaria del Gobierno de Vicente Fox y como coordinadora de asesores del secretario de Gobernación, Santiago Creel, que diseñó, ejecutó y validó numerosas decisiones tramposas, no en su actual condición de opositora, una coartada política que le sirve para su defensa mediática, pero que no debe estar por encima de las evidencias documentales del caso.
Si la presidenta del grupo de presión Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) está tan segura de que todos los pagos que ha recibido por 20 años son legales y legítimos, no tiene por qué preocuparse. Con toda la documentación va a dejar en ridículo a la Fiscalía General de la República (FGR) y a Petróleos Mexicanos (Pemex), que el año pasado la denunció por presuntamente recibir recursos económicos a los que no tenía derecho, porque su marido se suicidó después de haber trabajado sólo 159 días en la empresa.
En este, como en cualquier caso, que se preocupen los corruptos. A nadie se le debe fabricar un delito, pero tampoco nadie debe quedar impune si lo cometió. Si efectivamente Casar Pérez está en contra de la corrupción y la impunidad, como se ufana la organización que fundó el oligarca Claudio X. González, no debe oponerse a que se esclarezca el caso. Ella misma puede, públicamente, exhibir la documentación y defender su condición de mujer íntegra. Tan repugnantes son los mafiosos del crimen organizado como los delincuentes de cuello blanco.
El tema fundamental es muy simple: Dejar claro que Carlos Fernando Márquez Padilla, el esposo de Casar Pérez que era coordinador de asesores del director de Administración de Pemex, murió como consecuencia de un accidente o si se suicidó. El dictamen pericial de la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal establece que se privó voluntariamente de la vida. Entonces, si se suicidó, cuando tenía sólo cuatro meses de haber iniciado ese trabajo, ¿su viuda tenía y tiene derecho a los más de 30 millones de pesos que ha cobrado por dos décadas?
¿O es que el acta del Ministerio Público que certificó el suicidio del esposo de Casar Pérez en 2004 fue alterada sólo para dañarla años después como opositora? ¿O las autoridades de Pemex otorgaron a la viuda los beneficios por muerte accidental, pese a que se privó de la vida? ¿Fue un acto de influyentismo o de corrupción? El director de Administración de Pemex, jefe del fallecido, era Octavio Aguilar Valenzuela, hermano de Rubén Aguilar Valenzuela, vocero de Fox y los dos amigos de Casar Pérez y de Creel.
Más aún: ¿Por qué la viuda se hizo acompañar del escritor Héctor Aguilar Camin para pedirle al Procurador Bernardo Bátiz cambiar la causa de la muerte de Márquez Padilla de suicidio a muerte accidental? ¿Mintió el Presidente Andrés Manuel López Obrador al revelar este “asunto muy penoso” en su libro Gracias, el año pasado? Son preguntas legítimas y de inobjetable interés público.
Pero, además, ubiquémonos en el tiempo de la muerte de Márquez Padilla: En octubre de 2004, el Gobierno de Fox ya había tomado decisiones tramposas y antidemocráticas con el fin de mantener a su grupo en el poder y consolidar la candidatura presidencial de Creel, de cuyo proyecto Casar Pérez era pieza estratégica.
Muchos quisieran que nadie lo recuerde, entre ellos Casar Pérez y sus vocingleros, pero un año antes, en noviembre de 2003, PRI y PAN se repartieron a los consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE), colocando a Luis Carlos Ugalde como presidente, y también con la participación de Creel y su coordinadora de asesores colocaron a los integrantes del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI), los supuestos “contrapesos” que tanto lloran ahora.
Creel y Casar Pérez fueron artífices de los videoescándalos de marzo de 2004, en cuya trama intervinieron también Carlos Salinas de Gortari, Diego Fernández de Cevallos, Eduardo Medina Mora y el empresario Carlos Ahumada, y luego tramaron el desafuero de López Obrador como Jefe de Gobierno, consumado el abril de 2005, en el que los tres poderes del Estado actuaron como mafia.
Casar Pérez también intervino directamente en el “decretazo” de Creel, en octubre de 2002, para darle a Televisa, TV Azteca y a toda la industria de la radiodifusión el gran regalo de eliminar el pago del 12.5 por ciento en tiempos fiscales. Ellos también diseñaron la entrega de los permisos para casinos, con dedicatoria a Televisa, cuya fundación estaba encabezada por Claudio X. González Guajardo, amigo de ellos dos.
Menciono sólo estos seis episodios truculentos y antidemocráticos en que intervino Casar Pérez, para acreditar que no se trata de una “lúcida” académica y desinteresada integrante de la sociedad, sino una política y servidora pública que intervino en decisiones de Estado que exhiben los intereses facciosos que defiende, los de un grupo político-empresarial que fue expulsado del poder en 2018 por el voto popular y que se articula en torno al magnate Claudio X. González Guajardo.
Es el grupo de Carlos Salinas de Gortari, de quien Claudio X. González padre fue asesor personal y su hijo ostentó la misma condición con Ernesto Zedillo y lo fue un tiempo de Enrique Peña Nieto, hasta que llegó la ruptura y ambos magnates descubrieron —como una iluminación— que en México existía la corrupción.
Se trata de la gran corrupción empresarial de la que forma parte Kimberly Clark de México, la propia empresa familia de los Claudio X., y de otros magnates del país que han financiado al grupo de presión que preside Casar Pérez.
Casar Pérez no lo sabe, porque no es periodista, pero el verdadero periodismo somete a escrutinio a todos los poderes, a los constitucionales y a los fácticos: A los políticos, a los económicos, a los mediáticos, a los religiosos, a los criminales…
LEER
VER MENOS
16-12-2025 - 12:05 am
El Programa Sectorial de las Mujeres 2025–2030 es ambicioso, parte de una lógica sistémica y estructural y se adhiere al marco de derechos humanos. Sin embargo, su éxito dependerá de su capacidad para convertir los objetivos presentados en prioridades presupuestarias reales.

Por Andrea Larios Campos
El 25 de noviembre, la Secretaría de las Mujeres del Gobierno federal publicó uno de los instrumentos de política pública más relevantes para las agendas de igualdad sustantiva y la erradicación de las violencias basadas en género: el Programa Sectorial de las Mujeres 2025–2030. Se trata de un documento que combina un diagnóstico amplio sobre las desigualdades estructurales de género en nuestro país con la definición de una agenda de política pública de mediano y largo plazo.
El diagnóstico es contundente. Reconoce que, pese a los avances normativos e institucionales de las últimas décadas, la transversalización de la perspectiva de género en la acción pública sigue siendo fragmentaria y desigual entre sectores y niveles de gobierno. Documenta la persistencia de brechas profundas en el ejercicio de los derechos sociales y económicos de las mujeres, particularmente en salud, participación laboral, cuidados y autonomía económica, con impactos diferenciados para mujeres indígenas, afrodescendientes, con discapacidad o en situación de pobreza. Así mismo, reconoce que las violencias contra las mujeres no constituyen hechos aislados, sino un fenómeno estructural, generalizado y sostenido por patrones socioculturales e institucionales que el Estado no ha logrado desmantelar de manera efectiva.
Partiendo del diagnóstico, la Secretaría de las Mujeres ha definido seis objetivos prioritarios a ser atendidos durante este sexenio –con la Secretaría como ente coordinador de la Política Nacional Programa Sectorial de las Mujeres 2025–2030– a través de 26 estrategias y 179 líneas de acción. Desde Fundar queremos destacar tres elementos que nos parecen diferenciadores respecto a versiones anteriores de este instrumento:
A) Primero, que el énfasis del Programa Sectorial no está puesto únicamente en la atención de problemas específicos que ya existen, sino también en las transformaciones culturales necesarias para atender sus causas estructurales. Además, se enfatiza el papel del Estado como garante de derechos, incluido el derecho al cuidado, recientemente reconocido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
B) Segundo, que los objetivos estratégicos delineados en el Programa Sectorial se vinculan de manera directa con los objetivos transversales que se desglosan en el Anexo 13 del Paquete Económico 2026, aunque aún falta hacer explícita la vinculación entre las líneas de acción del Programa sectorial y las acciones transversales que tienen presupuesto etiquetado en el Anexo 13.
C) Finalmente, el programa incorpora un conjunto de indicadores con metas y líneas base. Varios de estos indicadores buscan medir resultados o impactos en las problemáticas identificadas, en vez de sólo medir las coberturas de los programas. Sin embargo, para su construcción, algunos dependen de información estadística que no se levanta de manera periódica por el Inegi, lo que limita la posibilidad de realizar ajustes oportunos a las políticas y programas con base en evidencia actualizada.
Hacia adelante, la principal pregunta a responder será qué tan viable es la materialización de los objetivos y metas planteados. Desde Fundar lo hemos dicho de manera reiterada: sin recursos no hay derechos. Las políticas públicas sólo pasarán del papel a la realidad si cuentan con un presupuesto suficiente que se asigna y ejerce conforme a principios de eficiencia y equidad.
En conclusión, el Programa Sectorial de las Mujeres 2025–2030 es ambicioso, parte de una lógica sistémica y estructural y se adhiere al marco de derechos humanos. Sin embargo, su éxito dependerá de su capacidad para convertir los objetivos presentados en prioridades presupuestarias reales, haciendo uso de un sólido mecanismo de evaluación que utilice indicadores pertinentes que muestren de manera clara si se va avanzando hacia la meta o no.
En Fundar estaremos monitoreando su implementación.
Andrea es investigadora en el programa de Justicia Fiscal de @FundarMexico.
LEER
VER MENOS
16-12-2025 - 12:04 am
Carlos Márquez tuvo 129 días de contratación en Pemex, porque la mañana del 7 de octubre de 2004 moría, según concluyó la autoridad, por suicidio.
La pensión vitalicia y otras prebendas que María Amparo Casar y su familia han obtenido de Pemex desde hace más de 20 años es otro caso que muestra los privilegios, el influyentismo y tráfico de influencias de la casta dorada en los gobiernos de la transición prianista a costa principalmente de Pemex.
Su cónyuge –cuya pensión de viudez Casar ha cobrado por más de dos décadas– trabajó en Pemex sólo 129 días, por lo que no cumplía con la antigüedad mínima para que se le otorgara una pensión, tampoco su muerte ocurrió en circunstancias en que la paraestatal tuviera obligación de pagarle pensión alguna, ya que fue un suicidio.
Carlos Fernando Márquez Padilla ingresó como empleado a Pemex en junio del año 2004. Se le dio un cargo en un alto escalafón no por su formación académica, tampoco porque hubiese aprobado examen alguno de selección, ni siquiera porque hubiese presentado su currículum ante el área de recursos humanos y que ésta lo hubiese puesto en etapa de exámenes que probaran sus capacidades para el cargo que se le asignaría, sino porque era amigo de Octavio Aguilar Valenzuela, designado por Vicente Fox como Director Corporativo de Administración de Pemex. Octavio Aguilar es hermano de Rubén Aguilar, a quien Fox tenía como vocero.
La élite panista, que en campaña dijo que llegaría a sacar las tepocatas prietas de la corrupción en el Gobierno, en realidad se repartieron cargos públicos para uso y goce del privilegio de mandar, para cobrar y gozar ellos lo que antes cobraban y gozaban los priistas, y mucho más costoso para el erario.
Estaba en la Presidencia un Fox y esposa pagando con recursos públicos insumos ostentosos y costosísimos para Los Pinos, y el derroche se hacía extensivo a secretarios de Estado y a quienes dirigían las paraestatales, pagándose a cuenta de éstas también lujos y privilegios.
Ese era el ambiente en el Pemex del Gobierno de Fox, quien designó como director general a Raúl Muñoz Leos, un excontratista representante de un corporativo trasnacional que le vendía servicios a Pemex. Raúl a su vez es esposo de Hilda Ledesma, la amiga de Martha Sahagún. Martha cargaba a cuenta de la Presidencia sus costosos vestidos, y el esposo de Hilda a cuenta de Pemex pagó hasta las cirugías estéticas de ésta.
En Gobernación Santiago Creel colocó a María Amparo Casar como coordinadora de asesores.
Al esposo de Casar, Carlos Márquez, Octavio Aguilar lo había conocido en el año 2000, porque su hija era amiga de la hija de Márquez y Casar, y por la “amistad” entre las hijas, primero lo llevó a Sedesol y luego, en marzo de 2004 “lo invitó” a Pemex, donde Aguilar le dio un puesto de los escalafones más altos, en nivel 45 (de los 48 que hay en Pemex) que a Márquez le significaría no sólo de los sueldos más elevados, sino una cuantiosa “compensación” garantizada, dinero para su “canasta básica”, para su gas doméstico, para la gasolina de sus vehículos, seguros para sus vehículos; suministro de vehículo, chofer a su servicio, el pago de colegiaturas en las más costosas escuelas privadas para sus hijos, gastos médicos en atención privada y el reintegro de los gastos en medicamentos que realizara no sólo él, sino su familia.
Ser ejecutivo en Pemex en esos niveles significaba todas las prebendas que a la élite de la burocracia dorada conllevaba: subir por elevadores “privados”, tener acceso al “Comedor Ejecutivo”, cuya suntuosidad, costo y derroche ya he descrito en anteriores columnas.
Así llegó Carlos Márquez a Pemex, contratado a partir del 1 de junio de 2004. Apenas firmó el cargo y dos semanas después ya tramitaba que se le diera un “préstamo administrativo” por 447 mil 600 pesos, al mes siguiente un crédito para un vehículo (era un Minicooper chili color rojo con negro, con quemacocos panorámico), después reembolsable por “gastos de transporte de funcionario”, otra de las prebendas en Pemex, y otros prestamos que tramitó apenas llegado al cargo.
Me recuerda a cuando Calderón llegó como director de Banobras, en febrero de 2003, y lo primero que hizo fue asignarse un préstamo hipotecario, también exprés. Su designación como titular de Banobras incumplía los lineamientos de la institución, pero se le impuso, y lo que él llegó a hacer allí primero fue darse su crédito, aunque ese tipo de préstamos sólo se podían autorizar a empleados con una antigüedad mínima de tres años ininterrumpidos en el cargo, lo que no cumplía, pero se autorizó el préstamo en ese entonces por tres millones 100 mil pesos.
Banobras era una de esas instituciones de la que se servía la casta dorada, sólo por citar dos casos: el de Calderón asignándose su millonario préstamo hipotecario; y el ocurrido en los años del peñanietismo cuando de Banobras se le pagaban a Fox, sus “cursos de liderazgo” que le costaban a Banobras más de 20 mil dólares por cada funcionario a quien se mandaba a “capacitarse” al Centro Fox.
Carlos Márquez tuvo 129 días de contratación en Pemex, porque la mañana del 7 de octubre de 2004 moría, según concluyó la autoridad, por suicidio.
Tengo muy presente el día y el caos que se vivió en Pemex esa mañana, porque precisamente estaba en disputa una de las contrataciones más cuantiosas que Oceanografía buscaba que se le asignaran ejerciendo tráfico de influencias mediante la gestoría que hacían los hijastros del Presidente Fox y la esposa de éste, según narraron directivos de Pemex.
Ese mismo día, el contralor interno de Pemex Exploración y Producción, Jorge Ramos, me explicaba telefónicamente que no los dejaban salir de las instalaciones de Marina Nacional en tanto no se concluyera la diligencia que desarrollaban las autoridades de la entonces Procuraduría “por el suicidio” del funcionario.
A reconocer el cuerpo, como “testigos de identidad” llegaron los cuñados de Márquez. El acta de la entonces Procuraduría relata que los cuñados “manifestaron que posiblemente se trataba de un suicidio ya que el hoy occiso tenía poco de haberse separado de su esposa, y estaba deprimido por esa causa”. A ellos se les entregaron las pertenencias de Márquez.
La versión de la “separación” también la comentó el jefe y “amigo” de Márquez, Octavio Aguilar, en una de las declaraciones. También el hermano de Carlos, quien relató que desde hacía dos meses Carlos y María Amparo estaban separados, que el hijo vivía unos días con él y otro con ella, y que la hija se encontraba estudiando en París.
Una semana después, el 15 de octubre, María Amparo Casar le enviaba una carta al Gerente Corporativo de Recursos Humanos de Pemex, Marco Antonio Murillo Soberanis, para que Pemex le depositara la “pensión post-mortem”, especificándole el número de cuenta para tal depósito.
Y cuatro días más tarde, el 19 de octubre, desde la Dirección Corporativa de Administración, es decir, la oficina de Octavio Aguilar, se le mandaba a su subalterna Gerencia de Administración Financiera de Pemex a cargo de Miguel Ángel Feijoo la indicación para que se hicieran los trámites para los beneficios que se le darían a Casar.
Tanto la Gerencia Corporativa de Recursos Humanos de Pemex, como la Gerencia de Administración Financiera eran subordinadas de Aguilar, el “amigo” que llevó a Márquez como su coordinador de asesores.
En esas áreas se operaron los trámites para que se le diera la pensión vitalicia, aun cuando en casos de suicidio, como fue el caso de Márquez, no procedía pensión alguna; también para que se le pagara el seguro de vida, los gastos funerarios y el resto de prebendas.
Los trámites se hicieron en procedimiento exprés y con evidente influyentismo, considerando que en muchos casos los directivos de Pemex les escatimaban el apoyo mínimo a familias de trabajadores, incluso de aquellos que realmente fallecidos en siniestros, y no como el caso de Márquez que fue un suicidio.
Documenté muchos casos de familias que se veían sometidas a peregrinar para que se les reconocieran sus derechos y que además se les daban cantidades ínfimas.
Pero en el caso de Casar, era evidente el privilegio para quien era la asesora principal y coordinadora de asesores del Secretario de Gobernación, que en orden jerárquico es la segunda posición en importancia en el Gobierno, sólo detrás de la Presidencia; como evidente fue también que se le dieron beneficios que no correspondían con lo que la Ley mandataba. Las prebendas incluyeron además de la onerosa pensión vitalicia de la que ha gozado desde entonces, así como los pagos que Pemex hizo para las colegiaturas para sus hijos en el ITAM.
El amiguismo, las influencias fue lo que le valió a Márquez la contratación y las prebendas derivadas del alto escalafón en que Aguilar lo puso. Y las influencias le valieron a su familia las prebendas que a costa de los recursos de Pemex han tenido por más de dos décadas.
Es claramente una muestra del tipo de privilegios fomentados por gobiernos que crearon estructuras burocráticas doradas para hacer del servicio público el escalafón desde donde, a cuenta del erario, se consentían y consentían a sus familias con lujos excesivos y derroche, en un sistema donde entre ellos mismos se repartían los cargos por amiguismo e influencias, garantizándose a sí el privilegio de mandar y de costearse los privilegios a cuenta del erario.
En febrero del año 2024, al detectarse las irregulares en la pensión y prebendas que recibían los beneficiarios de Carlos Márquez, la directora jurídica de Pemex le solicitó al titular de la subdirección de Capital Humano suspender el pago, derivado de que “de manera irregular se le reconocieron las prestaciones laborales aplicables a un riesgo de trabajo, podríamos estar en presencia de un prolongado detrimento al patrimonio de esta empresa. Lo que podría constituir incluso, actos de corrupción, conductas ilícitas y contrarias a la ética e integridad corporativa de Pemex”, cita el oficio emitido por el área jurídica de Pemex.
Pero Casar se amparó y un Juez obligó a la petrolera a seguirle pagando. En el año 2024 también Pemex presentó una denuncia penal ante la Fiscalía General de la República por las irregularidades en que incurrieron los funcionarios de Pemex en el año 2004 para autorizarle a Casar y sus hijos la pensión vitalicia y otras prebendas, que han tenido un cargo al erario de más de 30 millones de pesos.
La FGR abrió la carpeta de investigación por cargos de delito de uso ilícito de atribuciones y facultades.
Procesar el caso significa que se aplique la Ley en un evidente caso de prácticas con anomalías mediante las cuales Casar y su familia han recibido millones de dinero de Pemex, que son recursos públicos.
Este tipo de casos son otra muestra de los diversos mecanismos mediante los cuales se saqueaba a la petrolera: también mediante millonarias pensiones y prebendas autorizadas por influyentismo.
Este tipo de casos evidencian también el porqué los costos de administración y gasto corriente de Pemex resultaban tan exorbitantes, y es que se obligaba a la paraestatal a pagarle a su alta burocracia no sólo sueldos exorbitantes, sino enormes prebendas, también extensivas para la familia de esa casta dorada.
La revisión a las onerosas pensiones que paga Pemex es un tema pendiente.
LEER
VER MENOS
Opinión en video
Opinión en video

