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Periodismo digital con rigor
20-12-2025 - 12:05 am
Aceptar hoy el razonamiento de Trump implicaría abrir la puerta a que Estados Unidos reclamara no sólo el petróleo mexicano, sino también la industria eléctrica nacionalizada en 1960 por el Presidente Adolfo López Mateos, incluida la Comisión Federal de Electricidad.

Para quienes hemos vivido y observado la evolución política de América Latina desde mediados del siglo XX, resulta profundamente desconcertante escuchar al Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmar que el petróleo que se encuentra en el subsuelo de Venezuela es propiedad de su país y que los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro lo habrían “robado”, otorgando así —según su razonamiento— el derecho a Estados Unidos de “recuperarlo”.
Esta afirmación no sólo es inesperada: contradice de manera frontal el derecho internacional vigente. Desde hace décadas, la comunidad internacional reconoce sin ambigüedad que los Estados son soberanos sobre su territorio y sobre los recursos naturales que se encuentran en él, incluido el subsuelo.
Ese principio está expresamente consagrado en la Carta de las Naciones Unidas, que en su artículo 2 reconoce la igualdad soberana de los Estados y prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial de cualquier país. Más aún, la Resolución 1803 (XVII) de la Asamblea General de la ONU, adoptada en 1962, establece el principio de la soberanía permanente de los pueblos y las naciones sobre sus recursos naturales, señalando que dichos recursos deben servir al desarrollo nacional y al bienestar de sus pueblos.
Desde entonces, este principio se convirtió en una norma central del derecho internacional contemporáneo, particularmente para los países de América Latina, África y Asia, que lo impulsaron precisamente para poner fin al despojo histórico ejercido por las potencias coloniales y sus empresas.
Para México, el precedente que pretende establecer Donald Trump es especialmente grave. Bajo esa lógica, Estados Unidos podría declararse propietario de los recursos naturales del subsuelo de cualquier país latinoamericano. En el caso mexicano, basta recordar que tras la expropiación petrolera de 1938, decretada por el Presidente Lázaro Cárdenas, empresas inglesas y norteamericanas iniciaron intensos litigios internacionales. Sin embargo, ningún organismo internacional reconoció jamás que esas empresas —ni sus Estados de origen— fueran propietarias del petróleo mexicano.
Aceptar hoy el razonamiento de Trump implicaría abrir la puerta a que Estados Unidos reclamara no sólo el petróleo mexicano, sino también la industria eléctrica nacionalizada en 1960 por el Presidente Adolfo López Mateos, incluida la Comisión Federal de Electricidad. Sería un retroceso histórico que anularía décadas de construcción jurídica internacional.
Esta visión corresponde a la lógica de los imperios conquistadores de la antigüedad: la Roma de los tiempos de Cristo, la Grecia de cinco siglos antes de nuestra era o las campañas de Gengis Kan en Asia. Es una concepción basada exclusivamente en el poder del más fuerte, incluso más primitiva que la del colonialismo moderno. Españoles e ingleses, al menos, pretendían justificar sus conquistas con argumentos —sofistas, sin duda— de evangelización, civilización o progreso. Aquí ya no hay ni siquiera ese disfraz ideológico: basta con haber explotado un recurso en el pasado para reclamarlo como propio.
Llevada a sus últimas consecuencias, esta lógica supone que un país poderoso puede apropiarse del subsuelo, de los recursos naturales y eventualmente de la fuerza de trabajo de los pueblos considerados incapaces de gobernarse a sí mismos. Puede parecer una exageración, pero no lo es más que lo que nos habría parecido, a quienes nacimos antes de 1960, que un Presidente se declarara dueño del subsuelo de otro país y anunciara su intención de “recuperarlo”.
No se trata de una idea nueva. Aristóteles, en su obra Política, escrita en el siglo III antes de Cristo, justificaba la esclavitud como parte natural de la economía griega afirmando que “los poetas tienen razón cuando dicen que los griegos tienen derecho a esclavizar a los bárbaros”. Esa misma lógica —la del fuerte sobre el débil, la del supuesto superior sobre el inferior— reaparece hoy, despojada de cualquier barniz civilizatorio.
La diferencia es que, desde la segunda mitad del siglo XX, el mundo decidió jurídicamente que ese tipo de razonamientos eran inaceptables. Desconocer la soberanía de un pueblo sobre sus recursos naturales no es una opinión política: es una negación del orden internacional construido tras dos guerras mundiales.
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20-12-2025 - 12:03 am
La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización.
Ópera prima de la directora noruega Emilie Blichfeldt La hermanastra fea (The Ugly Step Sister), es una comedia negra, gore. Atrevida actualización del clásico de los hermanos Grimm y del francés Giambattista Perrault, Cenicienta, es mucho más cruda y oscura que la popular adaptación llena de clichés y edulcorada de Walt Disney. Es lo que La Sustancia de Coralie Fargeat, tendría que haber sido, pero que a pesar de su arranque espectacular terminó en efectismos y lugares comunes repetitivos. O lo que no consiguió Del Toro, tan genial en sus primeras películas como Hellboy o el Laberinto del Fauno, pero que seducido por los altos presupuestos y criterios hollywoodenses termina en la sosa adaptación de Frankenstein.
Y es que La hermanastra fea no busca complacer al público. Llena de claroscuros, en una refinada atmósfera neo-barroca y posmoderna, retrata los cuentos de terror y del Romanticismo alemán del siglo XIX, manifestación del espíritu del pueblo, de sus tradiciones y leyendas populares con personajes fantásticos pero humanos. Arquetipos que plasman las pulsiones de lo que somos.
La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización que expone las conductas actuales: la eterna lucha entre el bien y el mal, la muerte, la pobreza, la tristeza, la amargura, la ambición. Como un claro ejemplo de la era del espectáculo, como lo diría Debord, la belleza convertida en don maldito, por el que se es capaz de arriesgarlo todo, incluso la vida. La obsesión cosmética que debería empezar a preocuparnos.
La protagonista no es Cenicienta, sino Elvira, la hermanastra fea de la bella e insulsa Agnes. Usa braquets, tiene una nariz espantosa, es gorda. Ella y su hermana son hijas de una ambiciosa y sensual mujer, la madrastra, que se casa con el padre de Agnes creyendo que es rico. Al morir éste, quedan en la miseria. La madrastra somete a Elvira a todo tipo de torturas para volverla bella y casarla con el bobo pero guapo príncipe. La lucha por conseguirlo se convierte en un infierno que parece no terminar.
Un proceso que tiene un exquisito gusto dionisiaco, el regodeo en la sangre, en la putrefacción, nos lleva a revisitar a los Grimm, que fueron quienes decidieron cortar los pies de las hermanastras para que les quedaran las zapatillas. Antes de vivir ese último suplicio, Elvira sufrirá cuando le arranquen los braquets, le martillean la nariz para dejarla respingada y le cosan las pestañas postizas en los párpados. Y no sólo eso, Elvira, en homenaje a la legendaria María Callas, se traga el huevo de una solitaria para poder bajar de peso.
Desesperada al no lograr la perfección, la fatalidad se le viene encima. Al perder el pelo le es colocada una peluca rubia. El hambre la lleva a consumir cantidades absurdas de comida que alimentan al monstruo que ha engendrado. Todo este espanto, se convierte en una estampa perfecta que podría haber sido pintada por un genio barroco. Son pliegues visuales de artistas como Archimboldo o El Bosco.
Escenas de una fotografía espectacular, con un diseño de vestuario bellísimo. Flores y brocados forman los hermosos atuendos. Decorados exultantes en los que hasta lo podrido y tumefacto tiene un reducto de belleza. Un logro a la altura de Visconti o Bergman en su Fanny y Alexander. La obra de Blichfeldt no es sólo una película de asombrosa estética que habla de una fea. Es, además, inteligente, aguda y voraz, elegante, decadente. Se necesita valor y mucha inteligencia para verla porque es un cine exigente en todos los sentidos.
Y la moraleja, que me parece lo más importante en una audiencia actual. La cosmética siempre ha sido una tortura. Aunque cada vez se sofistica más. Someterse a una sesión de inyecciones de bótox, exponerse a los rellenos que engrosan los labios, permitir que hilos de oro penetren nuestra dermis para estirarla y las muchas y variadas intervenciones para cambiar nuestro físico, ser más bellas y recuperar la juventud. Un negocio millonario. Cada vez más mujeres se someten sin darse cuenta de que las están convirtiendo en monstruos de bocas gigantes, ojos empequeñecidos, pieles reventadas de tanto estirarlas y sin lozanía, expresiones duras y lo peor, idénticas unas a otras.
Es la otra lectura de la película: el vicio consumista de una sociedad que se aterra con la vejez y la muerte y lo único que muestra es la absoluta negación de valores. Olvidar que ser más viejo es ser más consciente, negar la vejez es querer detener el tiempo, con un deseo imposible que sólo provoca ansiedad y vacío.
La belleza es un concepto que cambia con el tiempo. En el pasado se prolongaba por épocas completas con un mismo estilo. Con la vertiginosidad de nuestros días, cambia incesantemente. Las redes sociales atienden el ego de quien sigue el patrón de moda; al promotor cosmético le interesa que los cambios sean pasajeros y superficiales para que el consumo no se detenga. Por eso la frustración y los intentos fallidos son cada vez más dolorosos y costosos, caducan en tres meses. Lo que podríamos intentar que dure más es la belleza interior que podría contribuir a que cierta luz de experiencia, de aprendizaje y sabiduría se refleje en el rostro. No puede haber una verdadera belleza si carece de esencia. El atractivo auténtico emana de las personas, es el valor que crece o no, al paso del tiempo. Es la luz a un rostro, el encanto de las arrugas cuando la sonrisa sale de adentro. Pero si no dejamos que esto aflore sólo quedan máscaras vacías circulando. Al final, a pesar de que se cumple el designio de que gane la buena y bonita, me parece que lo que nos propone Blichfeldt es que, lejos de conseguir la belleza de Agnes, en realidad todos somos Elvira.
@Suscrowley
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20-12-2025 - 12:02 am
La idea de que el crecimiento económico era la única vía para el desarrollo fue impulsada por corrientes del modernismo económico y, más tarde, por el neoliberalismo (el llamado Consenso de Washington); instituciones como el FMI y el Banco Mundial la promovieron mediante condicionalidad y manipulación, préstamos buitres y asesorías políticas.

El sino del escorpión se ha demorado recorriendo las viejas ideas del desarrollo económico propuesto por el capitalismo del siglo pasado y aún de este, para terminar convencido de que el mentado crecimiento económico como requisito para el desarrollo es un dogma al que se ha recurrido hasta el hartazgo. En tanto, los críticos de este concepto sostienen que el crecimiento ilimitado es insostenible ecológica y socialmente, y ante ello proponen alternativas como el decrecimiento, la economía del estado estacionario, la economía del donut y enfoques centrados en la redistribución.
La idea de que el crecimiento económico era la única vía para el desarrollo fue impulsada por corrientes del modernismo económico y, más tarde, por el neoliberalismo (el llamado Consenso de Washington); instituciones como el FMI y el Banco Mundial la promovieron mediante condicionalidad y manipulación, préstamos buitres y asesorías políticas. Y eso que, añade el alacrán, desde su surgimiento estas ideas ya eran criticadas desde las academias y desde los hechos prácticos por sus efectos limitantes.
La noción tiene raíces en la teoría de la modernización de mediados del siglo XX, que planteaba que los países “atrasados” debían seguir el modelo de industrialización y mercado de los países avanzados. Las primeras críticas a este dogma partieron de la teoría de la dependencia y los estudios críticos que documentaban cómo ese enfoque ignoraba las relaciones históricas de desigualdad, las estructuras de poder y los efectos de la inserción en la economía mundial.
En la práctica, la idea se institucionalizó en políticas de estabilización, liberalización y privatización resumidas por el Consenso de Washington (1989) y promovidas durante más de medio siglo por actores como el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro estadounidense. Todo ello no obstante los probados fracasos de estas políticas en casos como el de Chile, donde el crecimiento sostenido durante las décadas de la dictadura de 1970–1990, originó y mantuvo elevados y persistentes niveles de desigualdad hasta nuestros días.
O bien el caso argentino, donde el crecimiento temporal de los años noventa fue seguido por una crisis profunda en 2001 y gravísimos retrocesos económicos y sociales provocados por la liberalización rápida de mercados, convertibilidad cambiaria y elevado endeudamiento externo. Esto resultó en la expansión de la brecha de la desigualdad y se repite de nuevo hoy en ese país.
Por fortuna hoy la investigación académica y la puesta en práctica de otras políticas apuntan ya claramente a demoler ese dogma del crecimiento económico en sí y para sí, recapitula el alacrán. Críticos como Jason Hickel han estudiado el decrecimiento necesario ante los límites biofísicos, al argumentar que el crecimiento agregado choca con los límites planetarios: para cumplir los objetivos climáticos es necesario reducir el flujo material y energético de la economía y reorientar la producción hacia el bienestar social, no hacia la expansión del PIB (¡tómala Banco Mundial!).
A su vez Kate Raworth, autora del volumen Doughnut Economics (Economía del donut), propone un diferente marco normativo: la economía debe operar dentro de un marco social mínimo (derechos y necesidades humanas) y por debajo de los límites planetarios. Su tesis central es que la política económica debe garantizar el bienestar sin sobrepasar fronteras ecológicas.
También se extienden las críticas a otro tótem del desarrollo económico: el crecimiento del Producto Interno Bruto como única meta. El economista de origen indio Amartya Sen cuestiona la primacía del crecimiento medido por el PIB como indicador de progreso; su enfoque en las capacidades humanas sitúa la libertad y las oportunidades reales de las personas como objetivo último de la política, no el mero aumento de producción agregada.
Thomas Piketty, viejo conocido de este espacio, ha aportado sus bien sustentadas críticas en textos como Crecimiento, desigualdad y legitimidad, donde si bien no apoya el decrecimiento, sí critica la fe en el crecimiento como solución automática a la desigualdad, pues la propia dinámica del capital genera concentración de riqueza, por lo que demanda políticas redistributivas y fiscales para corregirla.
Quien de plano es radical en sus propuestas es el académico Tim Jackson, cuando sostiene que la prosperidad no depende necesariamente del crecimiento continuo; sino que es posible diseñar una economía post-crecimiento que garantice bienestar mediante redistribución, trabajo decente y límites ecológicos, Jackson ofrece incluso rutas políticas para lograr esta transición.
La propuesta económica desarrollada por Herman Daly, impulsa una “economía del estado estacionario”, que estabilice población y capital físico dentro de límites ecológicos, priorizando la sostenibilidad sobre la expansión continua del producto. Georgescu-Roegen, un pionero de la economía ecológica, ha introducido también en la discusión la idea de que los procesos económicos están sujetos a la ley de la entropía. Que resume tajantemente así: los recursos finitos y la degradación irreversible implican que el crecimiento material indefinido es físicamente imposible y exige repensar la producción y el consumo.
Para rematar, hay quien, con tintes ya más ideológicos, sostiene que el decrecimiento es también una crítica cultural, cuestiona la lógica consumista y propone una convivialidad económica que reduzca la producción y el consumo innecesarios priorizando la justicia social y la autonomía local.
Estas corrientes comparten la idea de que el crecimiento por sí solo no garantiza bienestar ni sostenibilidad, y sus diferencias en énfasis y propuestas —desde reformas fiscales y redistributivas hasta límites materiales y transformaciones culturales— enriquece y amplía la discusión exigiendo la reorientación de políticas hacia la equidad y la viabilidad ecológica.
Es bueno escuchar esta diversidad de propuestas distintas al dogma del crecimiento económico como panacea, sobre todo por estos lares económicos donde dogmas como el de la imposibilidad de subir el salario mínimo o de establecer la semana laboral de 40 horas siguen siendo armas de control económico de los poderosos.
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20-12-2025 - 12:01 am
La evidencia permite formular esta hipótesis cuando existe un bajo rendimiento en salud y materia de seguridad, déficit en la lucha contra corrupción y una inquietante inestabilidad por un bajo crecimiento económico.

“Esto no se va a dar en México. Hay mucho apoyo popular al Gobierno porque estamos cumpliendo”, afirmó, convencida, la Presidenta Sheinbaum, refiriéndose a la derrota de la izquierda chilena el pasado domingo.
Suena, sorpresiva, esa declaración, porque en otras derrotas o fraudes electorales, como los ocurridos Ecuador o Venezuela, ha evitado hacer este tipo valoraciones que dejan mal parada a la izquierda chilena.
Y es que de acuerdo con su dicho, los progresistas chilenos no habrían cumplido sus promesas electorales y la verdad, es que la izquierda chilena ha dado muestra de ser una izquierda madura e institucionalizada y eso no parece gustar a la más radical de Latinoamérica.
La expresión de Sheinbaum es por lo demás una autovaloración optimista del desempeño de su Gobierno, muy segura de sí misma, de lo contrario, llamaría a sus correligionarios a redoblar esfuerzos para que no suceda en México la derrota de Chile.
Sin embargo, ese optimismo, quizá no radica en el buen desempeño, sino en la captura de las instituciones de la transición democrática que dan una ventaja que no tuvo, ni buscaría tenerla, la izquierda chilena, por institucionalidad democrática.
Para comprobarlo basta leer a Jeannette Jara, la candidata presidencial de la coalición “Unidad por Chile”, sobre su derrota en segunda vuelta ante el republicano José Antonio Kast.
“Hoy día la democracia habló fuerte y claro… -comenzó diciendo la también exministra del Trabajo para cerrar con cortesía democrática- Hace pocos minutos me comuniqué con el Presidente electo José Antonio Kast para desearle éxito por el bien de Chile y de todas las personas que viven en nuestro país. Lo hice porque estoy convencida de que nuestra democracia se fortalece cuando respetamos la voluntad ciudadana, especialmente en los momentos difíciles, porque es la derrota donde más se aprende”.
En clave de juego democrático, la reflexión de la Presidenta Sheinbaum tendría que estar basada en la indispensable “incertidumbre democrática”, en la voz de las urnas.
Pero en el imaginario de Palacio Nacional no parece existir incertidumbre cuando tiene una visión más bolivariana que chilena; más cerca de Petro y Maduro que de Boric y Lula.
El optimismo de la Presidenta Sheinbaum está anclado en la idea de la invencibilidad de la coalición gobernante que tiene una estructura clientelar operando y están ganadas las instituciones electorales, lo que, en un escenario competitivo, como el que se prefigura para 2027, podría significar la diferencia entre ganadores y perdedores a nivel de los distritos electorales federales y los 16 gobiernos estatales y los cientos municipales.
Eso, sin contar, con lo que pueda favorecer la nueva Ley Electoral diseñada no en el consenso, sino en clave de partido hegemónico, como lo hacía el PRI, bajo el principio de: “quien hace la Ley, hace la trampa”.
Sin embargo, en política electoral nada es definitivo, los humores públicos son veleidosos como los vimos en este año en varios países latinoamericanos, donde liderazgos y partidos como los de Evo Morales, Rafael Correa o Cristina Kirchner, han sido derrotados ampliamente por candidatos de centro derecha y esta avalancha de derrotas podría tener algún efecto domino en el comportamiento electoral mexicano.
La evidencia permite formular esta hipótesis cuando existe un bajo rendimiento en salud y materia de seguridad, déficit en la lucha contra corrupción y una inquietante inestabilidad por un bajo crecimiento económico.
Y, también, juega, el factor psicológico sobre todo cuando se ve un final de ciclo político y la evidencia lo indica contundentemente en Ecuador, Bolivia, Argentina, Honduras, Chile.
Y en eso, será importante, el trabajo de la oposición en un caldo de cultivo favorable para aprovechar los pasivos de los gobiernos de la 4T y lo que puedan aprender de los triunfos opositores en otros países para aumentar sus posibilidades de éxito electoral.
Además, no hay que olvidar que en la elección de diputados federales en 2024 la oposición toda junta obtuvo el 44 por ciento de la votación emitida y hoy, las condiciones para hacer un contra relato esperanzador.
También, es de tomar en cuenta la presencia activa de Trump en la escena electoral latinoamericana como lo reclama Xiomara Castro, Presidenta de Honduras, que desconoce los resultados electorales bajo el argumento que el Presidente estadounidense se metió, opinando, en la elección presidencial.
También, también la izquierda peronista en la elección del Poder Legislativo argentino algunos analistas vieron que Trump había sido decisivo en el resultado cuando condicionó un préstamo de 20 mil millones de dólares a que triunfara la coalición de la Libertad Avanza.
Y este tipo de coacción del voto probablemente podríamos verla en el corto plazo Brasil, Colombia en 2026 y en el mediano plazo México en 2027, por razones estratégicas y será, muy importante, seguir las presiones previas a las negociaciones del T-MEC porque podría ser el insumo en la atmósfera electoral.
Estados unidos, en esa negociación, buscará equilibrar su balanza comercial con México, lo que podría significar vender menos o un mayor incremento de los aranceles estadounidenses.
En esas condiciones adversas, las narrativas de justicia social podrían llegar a un punto insostenible que atizaría la inconformidad y aumentaría el riesgo de una mayor conflictividad social y política terminando por complicar los márgenes de actuación del Gobierno.
Claro, también, será importante lo que haga la oposición partidaria especialmente si se fragmenta por no tener una bandera política común y cada uno de sus partidos iría por lo suyo y los partidos de nueva creación, especialmente, Somos México, tendrá que cumplir con el derecho de admisión con el mismo o el nuevo umbral electoral de la nueva legislación electoral.
En definitiva, el varapalo electoral en serie al progresismo latinoamericano lo ha dejado mal parado y frente a los comicios que vienen en los siguientes años son todo un desafío para izquierdas y derechas, y las elecciones intermedias de 2027 no serán fáciles para el oficialismo por el marcado desgaste en el ejercicio de gobernar, o sea, aun con todo eso o por eso, podríamos tenerlas en México con incertidumbre como lo fueron las chilenas.
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19-12-2025 - 12:05 am
Muchas veces, las personas evaluadas en, por ejemplo, las "mañaneras", no son asépticos ciudadanos que dicen luchar contra la corrupción, sino personajes con un pasado no muy halagüeño, y que han pertenecido y aún pertenecen a grupos de poder sumamente cuestionables. Ése es el caso de la señora María Amparo Casar, y hay que decirlo con firmeza: describir a esta persona como "periodista crítica" y suponer que ésa es la razón por la que se le investiga hoy desde la FGR, no es un argumento, es un vil chantaje.
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19-12-2025 - 12:04 am
El hombre naranja ya metió su nariz en los comicios de Bolivia, Argentina, Honduras y Chile, para inducir y presionar las votaciones en favor de candidatos de ultraderecha que simpatizan con el imperio y están dispuestos a someterse a los caprichos de Donald Trump, pero particularmente, abiertos a entregar sus riquezas naturales y su soberanía a los caprichos del gobierno gringo.
Las riquezas naturales de América Latina y el Caribe siguen siendo el más apetecido botín para el imperio más depredador de la historia de la humanidad. Por eso las amenazas y agresiones de Donald Trump, el abusivo, procaz y arrogante Presidente de Estados Unidos contra los mandatarios de países que resisten y defienden la soberanía de sus naciones como son los casos de Venezuela, Cuba, México, Brasil y Colombia. Nuestra región concentra un porcentaje muy importante de las reservas mundiales de petróleo, gas natural, minerales críticos fundamentales para la transición energética, como el litio; además de cobre y tierras raras, elementos químicos esenciales para nuevas tecnologías y aplicaciones modernas en electrónica, semiconductores, energías renovables, vehículos eléctricos y armamento de última generación, según establece la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en informes publicados entre 2023 y 2025.
Hasta el martes 16 de diciembre del 2025 la cadena estadounidense de noticias CNN había documentado 25 botes destruidos y 95 personas asesinadas por órdenes de Donald Trump, en aguas del Mar Caribe y en el Océano Pacífico. Ejecuciones extrajudiciales, en franca violación al derecho internacional y a los derechos humanos, cometidos en forma sistemática desde el 2 de septiembre del 2025, en aguas internacionales, contra embarcaciones que presuntamente transportaban narcóticos, según ha dicho el gobierno de Estados Unidos sin haber presentado, hasta la fecha, alguna información que corrobore o justifique sus afirmaciones.
Habría que recordar que el miércoles 10 de diciembre del 2025 todos los medios de información del planeta dieron testimonio de que barcos de guerra estadounidenses interceptaron un buque petrolero frente a las costas de Venezuela. “Acabamos de incautar un petrolero frente a la costa de Venezuela, un petrolero grande, muy grande; de hecho, el más grande que se haya incautado jamás", declaró el Presidente estadounidense, Donald Trump, en una conferencia en la Casa Blanca. El gobierno de Venezuela calificó la acción estadounidense como “un robo descarado y un acto de piratería internacional que responde a un plan deliberado de despojo de nuestras riquezas energéticas".
El martes 16 de diciembre del 2025, con la arrogancia y la grosera insolencia que caracteriza al sátrapa estadounidense, Donald Trump publicó un mensaje en su red social: “Venezuela está completamente rodeada por la Armada más grande jamás reunida en la historia de Sudamérica. Esta sólo crecerá, y la conmoción para ellos será como nunca antes la han visto, hasta que devuelvan a Estados Unidos todo el petróleo, las tierras y otros activos que nos robaron previamente”.
Y el ladrón que representa los intereses de la nación más voraz y depredadora de la historia agregó: “Estados Unidos no permitirá que criminales, terroristas ni otros países roben, amenacen o dañen a nuestra nación, ni permitirá que un régimen hostil se apodere de nuestro petróleo, tierras ni ningún otro activo, todo lo cual debe ser devuelto a Estados Unidos inmediatamente”.
El hombre naranja ya metió su nariz en los comicios de Bolivia, Argentina, Honduras y Chile, para inducir y presionar las votaciones en favor de candidatos de ultraderecha que simpatizan con el imperio y están dispuestos a someterse a los caprichos de Donald Trump, pero particularmente, abiertos a entregar sus riquezas naturales y su soberanía a los caprichos del gobierno gringo.
¿Por qué le interesa tanto al imperio tener en América Latina gobiernos títeres, de extrema derecha, que comulguen con sus intereses y los intereses de una oligarquía empresarial que pretende dominar al mundo? Porque en América Latina y el Caribe se concentra una parte importante de los minerales críticos para la transición energética. Por ejemplo, Chile cuenta con el 31.3 por ciento de las reservas mundiales de litio, Argentina con el 13.3 por ciento y Brasil con el 1.3 por ciento. Con respecto al litio, México posee reservas que ascienden a 1.7 millones de toneladas, lo que le ubica como el noveno país del mundo con el 1.9 por ciento y el tercero en América Latina, sólo superado por Chile y Argentina.
La Universidad de Chile explica que el litio se utiliza como un elemento energético, en almacenamiento de energía, en la fabricación de baterías y tecnología termosolar, en la eficiencia energética y en la producción de reactores para generar energía, se advierte en el informe 2025 sobre Inversión Extranjera Directa, elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Nuestra región se ubica como la segunda productora mundial de litio, con una participación del 33 por ciento. Chile se destaca como segundo productor mundial de litio, con el 20.8 por ciento, mientras que Argentina es el cuarto productor mundial de litio con el 7.6 por ciento, y el Brasil el quinto, con el 4.2 por ciento.
Con respecto al cobre, Chile posee el 19.4 por ciento de las reservas mundiales, Perú el 10.2 por ciento y México el 5.4 por ciento. Estima la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que la región es la principal productora de cobre de mina del mundo, con una participación del 38 por ciento. Chile es el primer productor mundial de este mineral, con el 23.7 por ciento, y Perú el segundo, con el 10.2 por ciento de la producción mundial de cobre.
En el caso de las tierras raras, Brasil se posiciona como el segundo país con mayores depósitos del mundo, con el 23 por ciento, sólo superado por China. Las tierras raras son elementos químicos esenciales para nuevas tecnologías y aplicaciones modernas en electrónica, semiconductores, energías renovables, vehículos eléctricos y armamento de última generación.
Estados Unidos está muy interesado en doblegar al gobierno de Venezuela e imponer un gobierno títere por una razón económica muy simple, pero al mismo tiempo muy abusiva y mezquina. La región de América Latina y el Caribe cuenta con importantes reservas de petróleo y gas natural, la mayoría de las cuales se concentran en la República Bolivariana de Venezuela y el resto en unos pocos países, sobre todo la Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Guyana, México, Perú, Surinam, y Trinidad y Tobago. La República Bolivariana de Venezuela posee el 17.5 por ciento de las reservas mundiales de petróleo, las más importantes de todo el planeta, y los demás países de la región, el 1.5 por ciento. La relación entre reservas y producción indica actualmente que la región podría producir crudo durante 113 años más como máximo.
La situación es similar en el caso del gas natural. La República Bolivariana de Venezuela posee el 3.3 por ciento de las reservas mundiales de gas natural, y el resto de la región, el 1.0 por ciento. Nuestra región presenta una relación entre reservas y producción relativamente cómoda, de por lo menos 42.4 años, se concluye en el informe Panorama de los Recursos Naturales en América Latina y el Caribe 2023, publicado por la División de Recursos Naturales de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Este miércoles 17 de diciembre del 2025, por la tarde, Donald Trump insistió: “Recuerden que nos quitaron todos nuestros derechos energéticos. Nos quitaron todo nuestro petróleo no hace tanto. Lo queremos de vuelta. Nos quitaron nuestros derechos petroleros, a pesar de que hay mucho petróleo allí, como saben, expulsaron a nuestras empresas, y lo queremos de vuelta”.
En el mismo tono, Katherine Dueholm, Subsecretaria Adjunta Principal del Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental, dijo al comparecer ante el Senado de su país, que “el Departamento de Estado continúa presionando a México para que desempeñe un papel regional constructivo alineado con los objetivos de la política exterior de Estados Unidos".
Y desde lo más profundo de su arrogancia, desafiando la memoria de los agravios que Estados Unidos le ha infringido a México, la funcionaria estadounidense agregó: "Desafortunadamente, al apegarse a su política exterior no intervencionista, tal como establece su Constitución, la actual Administración [de Sheinbaum] ha actuado con frecuencia de maneras que contradicen lo que consideramos nuestros valores compartidos y los objetivos de Estados Unidos. Esto incluye, su apoyo al régimen cubano, brutal, corrupto y económicamente disfuncional".
Siempre acosado por el imperio, víctima de sus apetitos y su arrogancia, así se ha escriturado la historia de la nación mexicana. Hemos caminado durante más de dos siglos por terrenos muy accidentados, agrestes, peligrosos, y a pesar de todo, el país ha salido adelante en busca de su propio futuro, por encima de las acechanzas externas y las traiciones internas, que casi siempre llegan juntas. La historia de nuestro país es la de un pueblo rabiosamente fuerte y digno, con un celo salvaje por su libertad e independencia.
De 1833 a 1855 el país padeció la dictadura de su “Alteza Serenísima”, Antonio López de Santa Anna, quien ejerció el poder durante nueve periodos. En esa época, México enfrentó la guerra con Estados Unidos, declarada por el Presidente estadounidense James J. Polk, el 25 de abril de 1846, por la disputa del territorio de Texas. Ese conflicto terminó el 10 de marzo de 1848, con la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo, en los que nuestro país fue despojado de la Alta California, Nuevo México y Texas, a cambio de 15 millones de dólares, precio impuesto a punta de bayonetas y estruendo de cañones. Desde entonces, el imperio ha mostrado sus amenazantes dientes y sus siempre insanos apetitos.
La siniestra sombra del imperio estuvo en la conjura que en 1913 apoyó la rebelión de Bernardo Reyes y Félix Díaz, quienes el 17 de febrero apresaron al Presidente constitucional Francisco I. Madero, el “Apóstol de la Democracia”, y al Vicepresidente José María Pino Suárez, quienes con la complacencia y complicidad del Embajador estadounidense Henry Lane Wilson, fueron asesinados en la noche del 22 al 23 de febrero, por órdenes del chacal Victoriano Huerta, que con el aval del Gobierno de Estados Unidos usurpó el poder.
El riesgo es muy grande para México y América Latina. Habría que observar en nuestro país, con mucha atención, a los traidores que nacieron con corazón gringo, inspirado en la presunta gracia divina, ellos, los exquisitos y los acaudalados, los que se asumen como gente decente y de bien, que comparten las certezas del destino manifiesto, que por derecho, deber y mandato divino, tiene escriturada la supremacía del gobierno de Estados Unidos desde Alaska hasta tierra del fuego. Esos vendepatrias son mucho más peligrosos que los enemigos que potencialmente podrían invadir nuestro territorio para robarse las riquezas naturales de nuestra patria.
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19-12-2025 - 12:03 am
Durante décadas fue la memoria viva de un barrio que se resiste a perder su fisonomía de pueblo ante la irrupción de las torres de concreto que asfixian el drenaje, la movilidad y la convivencia. Su activismo no nacía de la ideología abstracta, sino del apego más elemental y honesto: el derecho a vivir con dignidad en el espacio que uno habita…

Era un hombre amable y siempre dispuesto, solicito. Sonriente, incansable. Uno de esos activistas vecinales que, sin buscar reflectores, entregan su tiempo a la defensa de la comunidad frente a la voracidad inmobiliaria desmedida, y las omisiones y corruptelas de la burocracia. Todos le llamábamos don Manuelito y lo teníamos como guardián del tesoro urbano de San Pedro de los Pinos, en la Alcaldía Benito Juárez. Falleció hace dos semanas, a los 78 años de edad.
Lo conocí a raíz de nuestra tarea periodística desde el periódico comunitario Libre en el Sur. Supimos de sus batallas y a menudo nos compartió asuntos que ameritaban difusión pública. Nos pasaba tips, pero también información documentada, veraz y confiable. Nos contaba sin parar, por horas, historias del antiguo San Pedro, de sus habitantes célebres, de episodios gratos, dramáticos, chuscos. Un día, por ejemplo, nos confió el misterio de los seis ahuehuetes, nietos directos de un árbol prehispánico, que están sembrados secretamente en el parque Miraflores para preservarlos, cuya ubicación nos compartió.
Con el tiempo, a partir de la confianza mutua hicimos amistad. Me duele ahora no haber estado más frecuentemente con él para aprender de sus enseñanzas. De manera voluntaria se convirtió en repartidor de los ejemplares de nuestra edición impresa en su colonia, casa por casa. Nos contaba muerto de risa las reacciones de “sus” lectores, sobre todo aquellos que se sentían incómodos con alguna información. También nos reclamaba cualquier retraso en la entrega y nos pedía, muy a su estilo, más ejemplares de nuestro periódico gratuito porque, decía, “la cobertura” era insuficiente para atender la demanda.
A diferencia de los políticos oportunistas (que lo son prácticamente todos), nunca buscó un beneficio personal a través de su activismo vecinal. Ni se apropió jamás de méritos ajenos (como ocurrió hace unos meses con la Diputada Laura Ballesteros, de Movimiento Ciudadano, que quiso montarse en la defensa vecinal del árbol Laureano y obtener presencia pública para sus proyectos electorales y estuvo de dar al traste con una lucha ambientalista ejemplar), porque al contrario apoyaba los esfuerzos de otros siempre que fueran a favor de la comunidad.
El caso de don Manuel Alfredo Sandoval García, que así se llamaba este hombre cabal, nos recuerda que en la Ciudad de México, --donde la voracidad inmobiliaria devora barrios enteros con la misma velocidad con la que se firma un permiso irregular--, existen figuras que actúan como diques de contención. No son políticos de carrera ni empresarios en busca de reflectores: son vecinos que deciden que su calle no está en venta.
Por eso su partida deja un vacío profundo en el que fue su barrio querido y en todos los que lo conocimos.
Don Manuelito, nacido en 1947, fue jefe de manzana y coordinador del Comité Vecinal de San Pedro; pero en realidad fue mucho más que un representante vecinal. Durante décadas fue la memoria viva de un barrio que se resiste a perder su fisonomía de pueblo ante la irrupción de las torres de concreto que asfixian el drenaje, la movilidad y la convivencia. Su activismo no nacía de la ideología abstracta, sino del apego más elemental y honesto: el derecho a vivir con dignidad en el espacio que uno habita.
Psicólogo de formación por la UNAM, Sandoval aplicó una suerte de terapia comunitaria a su entorno. Entendió que el problema de las construcciones ilegales no era sólo un asunto de ladrillos y varillas, sino de salud social. Cuando los vecinos denunciaban la falta de agua, la tala de un árbol o la saturación de la infraestructura, Manuel estaba ahí para darles estructura técnica y voz legal. Fue él quien encabezó la resistencia contra proyectos en la calle Pirineos y otros muchos puntos críticos, logrando lo que pocos consiguen en esta ciudad: que la autoridad se detuviera a revisar la legalidad de lo que previamente había bendecido.
Su figura destaca en una época de activismos digitales a menudo superficiales. Manuel Sandoval era un hombre de asambleas, de caminatas por la colonia y de pláticas constantes en los rumbos de la parroquia de San Vicente Ferrer, el jardín Pombo, la panificadora Los Pinos, el parque Miraflores, la Secundaria Número 8, exconvento de las madres Teresianas construido en 1895, la Pirámide de Mixcoac. Su liderazgo se basaba en la autoridad moral que otorga el conocimiento profundo del territorio. Conocía cada casa, cada esquina de su San Pedro porque ahí se formó, desde sus días de estudiante en la secundaria “Leopoldo Ayala”, en Mixcoac, hasta su madurez como el guardián de la identidad barrial.
Habitante de una hermosa casa conocida como “la casa de los mosaicos”, en la Avenida 2, fue vecino del escritor, periodista y dramaturgo Vicente Leñero, fallecido en 2014, a quien --me contó—veía pasar todas las tardes, durante varios años --los últimos del autor de Los albañiles--, del brazo de su esposa la doctora psicoanalista Estela Franco, rumbo al parque.
La misa-homenaje que la comunidad le rindió hace apenas unos días, el 13 de diciembre pasado, no fue un acto protocolario, sino un reconocimiento a la resistencia civil. En un sistema donde los intereses inmobiliarios han extendido sus redes en la Alcaldía Benito Juárez, personajes como Sandoval García resultan incómodos. Son incómodos porque no tienen precio y porque su lealtad no es con una bandera partidista, sino con el bienestar de sus vecinos y la preservación de los servicios públicos que a todos pertenecen.
La ausencia de don Manuelito Sandoval nos obliga a reflexionar sobre quiénes cuidan nuestras ciudades. Mientras el desarrollo urbano sea visto únicamente como un negocio de dividendos rápidos y no como un proceso de construcción de comunidad, necesitaremos más figuras como él. Su legado no se queda sólo en los expedientes de las denuncias que presentó, sino en la conciencia de los habitantes de San Pedro de los Pinos que hoy saben que defender su calle es, en última instancia, defender su propia historia.
La ciudad pierde a un defensor, pero su ejemplo queda como una hoja de ruta para quienes creen que otro urbanismo es posible: uno que respete la vida, el agua, los árboles y, sobre todo, la dignidad de quienes caminan sus aceras. Válgame.
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19-12-2025 - 12:02 am
Aunque quisiera, y aún suponiendo que el corazón de Sheinbaum esté con Maduro, como Jefa del Estado Mexicano, la Presidenta no puede darse el lujo de que Estados Unidos la vea como enemiga o aliada de sus enemigos.

La Presidenta Claudia Sheinbaum decidió colocarse en una complicadísima posición en el conflicto entre Venezuela y Estados Unidos. Al ofrecerse como mediadora mandó un mensaje de neutralidad, acorde con la historia de la diplomacia mexicana, una jugada sin duda interesante, que, sin embargo, puede resultar de alto riesgo por los personajes de los que se trata y por la historia reciente de nuestra política exterior.
El riesgo estriba en que los gobiernos de la llamada Cuarta Transformación han sido cualquier cosa menos neutral en el tema de Venezuela. Han apoyado a Nicolás Maduro como muy pocos. De hecho, si México se hubiera sumado al reclamo de la transparencia electoral junto con Colombia y Brasil probablemente Maduro no hubiera aguantado la presión internacional. La supuesta neutralidad no fue tal, pues al no exigir al gobierno venezolano que mostrara las actas en la práctica avaló el fraude que le permitió a Maduro permanecer en el poder. El Gobierno de Sheinbaum fue de los pocos que envió un representante a la más reciente toma de posesión. Antes está la historia de Segalmex y la triangulación de ayuda a Cuba vía Venezuela y las cálidas expresiones de destacados miembros de la 4T en apoyo al llamado gobierno bolivariano.
Aunque quisiera, y aún suponiendo que el corazón de Sheinbaum esté con Maduro, como Jefa del Estado Mexicano la Presidenta no puede darse el lujo de que Estados Unidos la vea como enemiga o aliada de sus enemigos. Ella nunca llamará a Nicolás Maduro dictador, como sí lo dijo, con todas sus letras el Presidente colombiano, Gustavo Petro, pero tampoco saldrá a defenderlo. El discurso de la autodeterminación será un salvavidas al que se aferrará la Presidenta, mismo que servirá sólo mientras la mar esté calma. Si la mar se pone brava, si Estados Unidos decide realizar una acción militar unilateral, la presión sobre México será enorme.
Para que la política de neutralidad y autodeterminación de los pueblos sea eficaz, y más aún, para aspirar a convertirse en un mediador respetable y respetado, México tiene que ser congruente en su política exterior y no lo ha sido. A la 4T le gusta que los pueblos se autodeterminen sólo cuando determinan lo que le gusta.
La presión de Estados Unidos va a subir y sin duda usará su relevancia económica y comercial para presionar a México a alinearse a sus intereses. Más que atender al discurso y los rollos mañaneros hay que atender a lo que México haga o deje de hacer, tal como sucedió, por ejemplo, con la política migratoria con López Obrador.
Todo parece indicar que viene una nueva temporada de dobladillas de espinazo. La pregunta es quién le hará frente, si el Canciller Juan Ramón de la Fuente regresará después de su licencia por motivos de salud o si será el interino Roberto Velasco a quien le toque bailar este son.
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19-12-2025 - 12:01 am
Estos tres casos son expresión de un mismo patrón de violencia contra mujeres que incomodan o que se encuentran en situación de vulnerabilidad, perpetradores ligados al poder político, económico o militar, y un sistema de justicia que falla por complicidad o negligencia. Así, la impunidad es un arreglo político que aceita los engranajes del sistema político.

Hay fechas que no deberían pasar como simples efemérides. Esta semana se cruzaron tres sucesos que, leídos en conjunto, revelan una constante del Estado mexicano: la impunidad como política y la violencia contra las mujeres como daño tolerado. Lydia Cacho, Marisela Escobedo y Ernestina Ascencio no comparten sólo la condición de víctimas; comparten haber sido abandonadas por las instituciones que tenían la obligación de protegerlas.
Hace veinte años, entre el 16 y 17 de diciembre de 2005, Lydia Cacho fue detenida arbitrariamente, trasladada por policías entre estados por 20 horas, amenazada y torturada por atreverse a investigar y publicar sobre redes de pederastia que involucraban a empresarios y políticos. El mensaje fue que en México, señalar a los poderosos tiene un costo. Dos décadas después, salvo Mario Marín (exgobernador de Puebla), ningún responsable intelectual ha sido procesado, mucho menos sancionado. Los nombres se conocen, las grabaciones existen, las resoluciones judiciales van y vienen en un proceso zigzagueante que castiga algunos participantes y exoneran a otros, en esta operación de Estado perfilada para escarmentarla. Lydia vive hoy en el exilio, luego de que hace seis años se intentara atentar contra su vida. Las redes de explotación sexual infantil que documentó no han sido investigadas a cabalidad ni desmanteladas con profundidad, precisamente por la protección política de la que gozan quienes aparecen en ellas.
Quince años han pasado desde que Marisela Escobedo fue asesinada frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua. La mataron el 16 de diciembre de 2010 por exigir justicia para su hija, Rubí Frayre, víctima de feminicidio. La mataron después de denunciar amenazas, después de recorrer instituciones, después de exhibir la negligencia judicial. Marisela no fue sólo una madre buscando justicia; fue una mujer castigada por romper el pacto del silencio. Su asesinato sigue impune y su caso es hoy símbolo de una verdad incómoda: en México, defender la vida de las mujeres puede costar la propia.
También esta semana, a 18 años de los hechos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado mexicano por la violación sexual, tortura y muerte de Ernestina Ascencio, mujer indígena náhuatl, en Veracruz, por parte de militares. Durante años, el Estado -empezando por Felipe Calderón, pasando por la PGR y terminando con la complicidad de la CNDH- negó lo evidente. Se fabricaron versiones, se desacreditó a la víctima, se cerró el caso bajo el argumento de una “gastritis crónica mal atendida”. El Ejército fue protegido y la verdad, enterrada. La sentencia no sólo repara a la familia de Ernestina; desnuda una práctica reiterada, consistente en la protección del Ejército en sucesivos gobiernos.
La militarización atraviesa esta historia como telón de fondo. Desde los años en que Ernestina Ascencio fue violentada en el gobierno de Calderón, hasta la reafirmación del papel castrense durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, las Fuerzas Armadas han sido blindadas frente al escrutinio civil. Se les confirió poder, presupuesto y funciones más allá de su natrualeza, pero no controles democráticos efectivos. La promesa de que la militarización traería seguridad y orden se estrelló, una vez más, contra la realidad.
Estos tres casos son expresión de un mismo patrón de violencia contra mujeres que incomodan o que se encuentran en situación de vulnerabilidad, perpetradores ligados al poder político, económico o militar, y un sistema de justicia que falla por complicidad o negligencia. Así, la impunidad es un arreglo político que aceita los engranajes del sistema político.
Las tres fueron castigadas por no ocupar el lugar que el sistema les asignaba. Lydia por investigar. Marisela por exigir. Ernestina por su condición de vulnerabilidad como mujer, indígena, pobre y adulta mayor. En los tres casos, la respuesta institucional fue minimizar, desacreditar, dilatar. Y con el tiempo, apostar al olvido.
Pero sus luchas no quedaron en silencio. Por el contrario, han despertado conciencia y siguen siendo retomadas por mujeres, colectivas y organizaciones que hoy claman por justicia, por mejores condiciones de seguridad y por la erradicación de la violencia machista, cuyas expresiones más atroces son la tortura sexual, desaparición y el feminicidio. Sus nombres, como las de miles de víctimas de la violencia misógina, son recordatorio de que la memoria también es una forma de resistencia.
Lo más grave es que, lejos de romper con esta lógica, el Estado mexicano la ha reproducido. Cambian los gobiernos, pero no el reflejo de proteger a los perpetradores y revictimizar a quienes denuncian. La retórica de los derechos convive sin pudor con prácticas de encubrimiento. Se habla de transformación, pero se conserva el pacto de impunidad.
Mientras Lydia Cacho siga en el exilio; mientras los deudos de Marisela Escobedo no reciban justicia, verdad y reparación; mientras Ernestina Ascencio haya necesitado de tribunales internacionales para que se reconozca la verdad, México seguirá siendo un país donde la violencia contra las mujeres es una constante administrada.
Nombrarlas a todas es romper el silencio que el poder -tal como se ha construido en México- necesita para sobrevivir. Si se quiere un cambio de verdad, los pactos de impunidad se tienen que acabar.
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18-12-2025 - 12:05 am
Quien sabe hasta donde y por cuanto tiempo los Estados Unidos de Trump insistan en imponer su “corolario” como lo está intentando ya en Venezuela y que amenaza con desembocar en un cambio de gobierno vía una invasión externa. Quién sabe si incluso puede intentarlo contra un México que se resiste a caminar por la senda de la derecha como ya lo hacen otros países y otros electorados de la región.
LA MALA SUERTE. Pues resulta que en nuestro continente ha reemergido una maldición: la de pretender que toda la América sea zona de influencia exclusiva de Estados Unidos, al menos así se asienta en la National Security Strategy o Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), un documento endosado personalmente por el propio Presidente Donald Trump.
La ESN, una comunicación de 30 cuartillas de Washington al mundo que anuncia que Estados Unidos se propone mantener su estatus como el gran poder internacional, aunque de manera tangencial admite que sus capacidades para imponer por sí sólo sus prioridades en todo el orbe ya no son lo que fueron tras ganar la guerra fría. Ante las realidades de Asia y Europa los estrategas de Trump han decidido rediseñar un tanto sus viejos planes, pero por lo que hace al hemisferio occidental Estados Unidos informa que está decidido a mantenerlo como una región de su exclusiva competencia y donde el juego interno y externo del poder será definido por Washington y por nadie más. Y ese “nadie más” incluye no sólo a actores extracontinentales sino también a todos los países del propio continente -una columna de opinión de Steven Simon y Jonathan Stevenson en el New York Times [08/12/2025] explora de manera sucinta las implicaciones de esta posición.
En su introducción al ESN Trump no tiene empacho en asentar, entre otras cosas, que se propone resucitar de entre los muertos a la llamada Doctrina Monroe (DM). De esta manera el mandatario asume sin mediar acuerdo o consulta alguna con los implicados, que es legítimo que la América Latina, Canadá y el Caribe sean vistos como regiones de dominio político y económico exclusivo de Estados Unidos. De aceptarse explícita o implícitamente esa posición de Trump entonces la soberanía nacional de 34 de los 35 países que conviven en el continente dejará de ser considerada como una de sus características para convertirlos en meros administradores de un poder que en última instancia reside en Washington.
¿Pero qué es la DM? Si por doctrina se entiende un sistema de creencias que pretende tener validez general, entonces lo enunciado por el Presidente norteamericano James Monroe el 2 de diciembre de 1823 en el mensaje a su congreso no es una doctrina sino apenas un pronunciamiento unilateral frente a hipotéticos proyectos de reconquista de la América española que entonces circulaban en las cancillerías europeas.
La esencia de la DM era subrayar que Estados Unidos, pese a no ser entonces una potencia, se proponía observar una regla muy simple: ese país no tomaría partido en las interminables disputas europeas, pero a cambio demandaba que Europa no intentara recuperar el control de los países americanos. Originalmente, Monroe y su Secretario de Estado supusieron que tamaña declaración sólo tendría sentido si Inglaterra la respaldaba con su flota, pero al final optaron por lanzarla en solitario y las potencias europeas simplemente no se dieron por aludidas.
Una década más tarde Inglaterra se apoderó de las islas Malvinas y Estados Unidos no chistó y en los 1860 Francia se lanzó sobre México sin tomar en cuenta a unos Estados Unidos que tenían una guerra civil entre manos. Sólo hasta que Estados Unidos alcanzó el estatus de potencia a fines del siglo XIX la DM fue rescatada por Washington. Fue entonces cuando el primer presidente Roosevelt (Theodore) formuló un “corolario” que explícitamente asentó que Estados Unidos era el único país autorizado para intervenir en los asuntos internos de los países vecinos ya que los que consideraba como su zona de influencia. Diez años más tarde y a raíz de la Revolución Mexicana y de la I Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson, sin acudir a ninguna “doctrina” o “corolario”, impuso la hegemonía norteamericana al sur del Bravo, empezando por México.
TRUMP Y EL SEGUNDO “COROLARIO”. Pues bien, con la publicación de la ESN en noviembre de 2025, Trump anunció que su objetivo final en política exterior es: “asegurar que Estados Unidos se mantenga como la nación más grande y exitosa de la historia humana y que albergue en su seno la libertad. En los años por venir…haremos a América [Estados Unidos] más segura, más rica más libre, más grande y poderosa que nunca”.
Y por lo que se refiere concretamente a nuestro continente la ESN anuncia lo que ya hay un nuevo “Corolario Trump” y que este reza así: “Tras años de descuido los Estados Unidos se propone recuperar y aplicar la Doctrina Monroe para restablecer su preeminencia en el hemisferio occidental y proteger así a nuestro país lo mismo que mantener nuestro acceso a puntos geográficos estratégicos en la región. Negaremos a nuestros competidores de fuera del hemisferio la capacidad de estacionar fuerzas o erigir estructuras que les den la capacidad de amenazarnos y de obtener la propiedad o el control de recursos estratégicos vitales en nuestro hemisferio”.
De las líneas anteriores y que obviamente hoy están dedicadas a China, se deduce que Estados Unidos se propone “recuperar” un derecho que nadie le ha otorgado pero que se deduce de una “doctrina” hemisférica que sólo Washington considera que es tal, es decir, que supuestamente constituye un conjunto de ideas u opiniones políticas, sustentadas por su gobierno para aplicarlas en todo un continente como si ese gobierno fuera el legítimo detentador de la soberanía de los 35 países del hemisferio, lo que no es para nada el caso.
Quien sabe hasta donde y por cuanto tiempo los Estados Unidos de Trump insistan en imponer su “corolario” como lo está intentando ya en Venezuela y que amenaza con desembocar en un cambio de gobierno vía una invasión externa. Quién sabe si incluso puede intentarlo contra un México que se resiste a caminar por la senda de la derecha como ya lo hacen otros países y otros electorados de la región. En cualquier caso, hay que estar preparados para, llegado el caso, reactivar el nacionalismo mexicano y defender la soberanía frente a las pretensiones de un inaceptable corolario Trump y de una igualmente inaceptable “doctrina”.
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