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Darío Ramírez

02/02/2017 - 12:00 am

Banderas inútiles

Detesto la idea de las banderas llenando los avatares de las personas. Me parecen un llamado a la falsa unidad. Al falso reconocimiento como mexicanos. Es un intento de unidad vacía y peligrosa. Engañosa. Podrida y tramposa. No es un cúmulo de adjetivos los que dejo aquí. Simplemente es para señalar que la salvación del […]

Detesto la idea de las banderas llenando los avatares de las personas. Me parecen un llamado a la falsa unidad. Al falso reconocimiento como mexicanos. Es un intento de unidad vacía y peligrosa. Engañosa. Podrida y tramposa. No es un cúmulo de adjetivos los que dejo aquí. Simplemente es para señalar que la salvación del país no está por ser menos o más mexicanos. Creo que más bien pasa porque unos dejen de chingar, someter, robar, encubrir a otros mexicanos.

Las banderas llaman a un falso patriotismo. Donald Trump se merece todas las groserías del vocablo español. De eso estoy cierto. Pero no confundamos Trump, sus dichos y actos, con nuestras propias debilidades. Somos un país que languidece de muchas cosas y eso nos hace débiles ante los embates del presidente norteamericano. A lo que voy es que reconozco la idoneidad de tener un enemigo común que nos haga olvidar el desastre en casa. Un enemigo –como si fuera partido de futbol- al cual con gol en el último minuto nos dé la posibilidad de descansar en los lechos de la victoria y olvidar lo que verdaderamente somos.

La multiplicación de las banderas seguramente para algunos es un momento de unidad. Un breve lapso en el espacio donde somos iguales y pertenecemos a la misma nación. Un acto que genera empatía y es fácil porque se hace desde la computadora. Poner la bandera (o no) en estos tiempos permite que los insultos al insultador vayan cargados de defensa patriótica.

La amenaza contra la nación no es Trump. Eso deberíamos tenerlo claro. Está bien el enojo eufórico contra el personaje, sus actos claramente lo reclaman. Pero si queremos hablar del momento que vive el país de las amenazas reales. Nuestros problemas lacerantes. De la precariedad de nuestra situación, y de los riesgos que corremos de seguir en la misma ruta: la respuesta no está en el norte.

Es cierto que el gobierno federal ha mostrado deficiencias serias para administrar la nación. Para comunicar, transparentar sus acciones. El temor generalizado a que un presidente que tiene una aprobación solamente del 16% haga las negociaciones con Trump es muy válido. Muchos no le vemos la capacidad al presidente Peña y su camarilla para defender los intereses de México. Es cierto que mostrar músculo nacional contra Trump podría ayudar a nuestros representantes gubernamentales. Sin embargo, la idea es que Trump ha llegado en un pésimo momento para México por la debilidad de sus instituciones. Es decir, ser víctimas del amoral Trump será fácil.

La llegada de Donald Trump podría significar la oportunidad para que el rumbo del país cambie. No con la anuencia del gobierno federal y locales, sino porque la presión social y ciudadana es tan fuerte que nos obligan a mirar nuestras vulnerabilidades como país y a buscar mecanismos de cambios profundos que den respiro a la República.

Somos débiles por el rumbo que han implantado algunos cuantos y que el resto hemos dejado. Es un momento oportuno para replantear a los partidos y desterrarlos de sus millonarios presupuestos y hacer que la compra y prebenda del voto se transforme por ideas aglutinadas en una plataforma política real. En México la sociedad civil está cansada de ver los constantes atropellos. Las marchas, huelgas, gritos son constantes contra prácticamente todos los gobiernos son constante. La aceptación de Peña cae, y sigue cayendo.

Es decir, no hay pasividad de la sociedad. Desde mi punto de visto, lo que bloquea toda posibilidad de hacer política dentro de nuestra democracia son los partidos políticos que tenemos. Son éstos los que ponen diques para una verdadera posibilidad de cambio. Su génesis se ha desdibujado. Sus intereses son de grupo y no el interés público. Su camaleónica actitud hacer que sean una mancha borrosa en nuestro sistema político.  Buscan el poder para generar negocios y no para una función pública. Por eso todos (o casi todos) los políticos se hacen millonarios. Entonces, el primer paso es quitarles un gran porcentaje del dinero público del cual viven.

El señor Trump ha comunicado que el mundo ha cambiado y nosotros deberíamos aprovechar ese llamado para comenzar la reconstrucción del país.  El problema es la ausencia clara de liderazgo interno. El presidente Peña claramente no es la persona indicada para diseñar e implementar el cambio de ruta. Ni líder ni mesías. No hay soluciones fáciles ni inmediatas. El primer paso deberá ser cambiar el sistema de partidos. Es decir, cambiar las reglas del juego de nuestra tramposa democracia. Pero mientras los malos gobernantes no vean ninguna consecuencia de sus delitos en agravio a la sociedad. El cambio es imposible.

Mentarle la madre a Trump más allá de un ejercicio catárquico, no sirve de nada. Demandar cambios internos lo es todo.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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