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Sandra Lorenzano

02/04/2017 - 12:02 am

Sin párpados

El 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf se suicidó en el río Ouse. Su cuerpo fue encontrado el 18 de abril. No puedo imaginar –te digo- cómo pasó ella esos veinte días. Ella ya no era ella, contestas. Lo sé. Ella ya no era “nadie”: un cuerpo flotando a la deriva. Nobody. William Blake […]

El 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf se suicidó en el río Ouse.

Su cuerpo fue encontrado el 18 de abril.

Él enterró sus cenizas bajo un árbol.

No puedo imaginar –te digo- cómo pasó ella esos veinte días. Ella ya no era ella, contestas. Lo sé. Ella ya no era “nadie”: un cuerpo flotando a la deriva. Nobody. William Blake con el sabor dulce de las mujeres.

Te paso los dedos por la espalda. Suave la piel bajo la caricia. Tibia.

Sólo la mujer amada tiene esa dulzura. Y él la amaba. A pesar de todo. You have given me the greatest possible happiness [1]. ¿Llegó al fondo del río? ¿Fueron suficientes las piedras en los bolsillos? ¿Se acostó en ese lecho de lodo y plantas y ya no pudo subir a respirar? ¿Ya no quiso?

Te mueves un poco. Incómoda por la imagen de esa Ofelia a la que comienzan a morder los peces oscuros. Te ovillas. ¿Cuántas piedras caben en los bolsillos de un abrigo inglés? Piedras de río que vuelven al río. Canto rodado. Tesoros infantiles en tu isla.

Tus sueños son acuáticos: el mar. Siempre. Las olas que te arrastran. Yo soy de las aguas marrones de los ríos del sur. Y sin embargo también soy náufraga. Tengo la memoria vieja de los barcos con idiomas mezclados.

¿Cómo era ella después de esas semanas de ausencia? Veinte días sin otro rastro que la nota que él llevaba colgada al cuello. Como un escapulario. O como un ancla. El aire que entra y sale de los pulmones. ¿Ya no pudo subir a respirar? La letra prolija, disciplinada. …the greatest posible happiness, escribió. I begin to hear voices. Dos, cinco, veinte, un mundo de seres que hablan al mismo tiempo. En las noches, ella se aferraba al cuerpo de él para no ahogarse. El aire en los pulmones.

Sólo la mujer amada tiene la piel dulce y tibia. Él lo sabía. Sólo ella guarda la sabiduría de la tierra. No puedo imaginar –te digo- cómo pasó esos veinte días. Ella ya no era ella, me contestas. Cómo fue el instante en que puso la primera piedra en el bolsillo. Quiénes le hablaban entonces. De quiénes eran las voces. O quizás fuera por fin el silencio. Ella y su silencio. Y el río. La crueldad del agua. Agachada, iba recogiendo las piedras que llenarían los bolsillos de su enorme abrigo inglés. En las noches se aferraba al cuerpo de él.

La piel que busca a la piel. El ritual del encuentro casi de madrugada. Para no ahogarse. Tú y yo: náufragas de distintos mares.

Alguien la vio pasar. Alta y callada. Dicen que su mundo es de palabras, comentaron. Dicen que se abraza al cuerpo de él para no ahogarse. Dicen que ha besado a otras mujeres. Dicen que cada tarde desgrana cuentos y murmullos. No son de aire. No más. Son del fondo lodoso del río. De los dientes afilados de los peces.

La piel de tu espalda. Un tatuaje en cada vértebra. Llegamos de otros puertos, de mapas carcomidos por la sal. No hay inocentes en este juego. ¿Hace falta contarlo?

La piel tibia.
Un tatuaje en cada vértebra.
Recorro con mis dedos tus misterios.

Nadie cierra los ojos en el fondo del río. Nadie tiene párpados. Ella ya no era ella, contestas.

“Tus poemas ahora serán escritos con sangre”, dice Nobody. I begin to hear voices. Como un escapulario cuelga del cuello de él. O como un ancla. No escaparás: el onceavo mandamiento. Veinte días en el río. Sin párpados. ¿Lo sabías?

Recorro con mis dedos la cartografía de tus naufragios. No me cuentes. Te ovillas. Sólo la mujer amada tiene la piel dulce.

Los dientes afilados de los peces. En el fondo lodoso del río las piedras son versos de otros.

Nuestras piernas entrelazadas en la madrugada. La piel dulce. Llegamos aquí con cicatrices. No me cuentes. Everything has gone from me but the certainty of your goodness, le escribe en la última nota. Deslizo mis dedos por tu espalda. La certeza de tu bondad. Murmullos.

Él enterró sus cenizas bajo un árbol.

Llegamos aquí con cicatrices. No me cuentes. Tú y yo: las piernas entrelazadas. Para no ahogarnos.

[1] Las frases en cursivas corresponden a la última carta que le escribió Virginia Woolf a su esposo Leonard antes de suicidarse.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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