Author image

Óscar de la Borbolla

25/07/2016 - 7:00 am

¿Morir de ida o de regreso?

A mí por deformación profesional o maldición congénita, da igual, se me desmorona la eternidad a cada rato y hay circunstancias en las que de manera invariable este odioso tema se me hace presente. Una de ellas es cuando abordo un avión.

A mí por deformación profesional o maldición congénita, da igual, se me desmorona la eternidad a cada rato y hay circunstancias en las que de manera invariable este odioso tema se me hace presente. Una de ellas es cuando abordo un avión. Foto: Especial
A mí por deformación profesional o maldición congénita, da igual, se me desmorona la eternidad a cada rato y hay circunstancias en las que de manera invariable este odioso tema se me hace presente. Una de ellas es cuando abordo un avión. Foto: Especial

Todos, alguna vez, nos hemos planteado el asunto de nuestra propia muerte y nadie, de quienes hoy están leyendo este texto, cree que estará aquí para el próximo 9 de septiembre de 2116 (sí, leyó usted bien: 2116). Sin embargo, todos, por fortuna, vivimos la mayor parte del tiempo con la mirada puesta en otra parte y la distracción de Eso es, precisamente, lo que nos permite vivir como si fuéramos eternos. A mí por deformación profesional o maldición congénita, da igual, se me desmorona la eternidad a cada rato y hay circunstancias en las que de manera invariable este odioso tema se me hace presente. Una de ellas es cuando abordo un avión. No sé qué me provocó este trauma y, aunque viajo por este medio con frecuencia y no se me asoma ningún síntoma de angustia, quiero decir: no avanzo hacia mi asiento temblando como si fuera hacia el cadalso, sí pienso, cada que vuelo, que ese será mi último vuelo.

Mi temor llega a su clímax cuando el avión arranca o cuando escucho los horrorosos bufidos del despegue. Entonces sí cierro los ojos y paso revista a mis seres queridos, vivos y muertos, porque quiero despedirme de este mundo contemplando sus mejores caras, en mi fuero interno. Es, para todos los efectos, un ritual que termina cuando el avión se estabiliza y, ya quitado de la pena, me pongo a leer, a ver por la ventanilla o a escribir sobre mi tableta, aunque a veces también duermo.

Todo esto lo menciono como la biografía de la pregunta que hoy deseo formular: si el viaje es de vacaciones y el avión va a caer, ¿qué será preferible: morir a la ida o al regreso? El instinto me dice que obviamente al regreso, luego de haber disfrutado del viaje, y me atrevo a suponer que a todos nos parecerá, que si no hay más remedio, es mejor que la muerte nos sorprenda al regreso. Me interesa esta unanimidad por lo que esconde: a todos nos resulta preferible disfrutar de la vida antes de que se acabe. Parece obvio y lo es. Pero resulta extraordinario que en este tiempo en que todo es relativo y cada quien apunta en una dirección diferente exista algo en lo que todos comulgamos sin dificultad.

Ahora modifiquemos el supuesto: no se trata de un viaje para vacacionar, sino que su propósito es definir si la enfermedad que nos aqueja (es un caso hipotético) es, como ya nos lo han asegurado los galenos locales, incurable. También en este caso el avión caerá y la pregunta es: ¿será mejor que el avión caiga a la ida o a la vuelta? Adivino que las opiniones se dividen, unos dirán: de una vez a la ida cuando todavía sobrevive la esperanza de la curación; y otros, en cambio, insistirán en que prefieren de regreso…

Me llama la atención la diferencia en los dos casos: unanimidad y diversidad y, sobre todo, la unanimidad, repito, en un universo de individuos donde es rarísima la unanimidad: ¿por qué todos eligen disfrutar en vez de perderse el disfrute? La respuesta obvia es porque el disfrute vale la pena. La respuesta no obvia lo que deja ver es una faceta de la condición humana, un unánime escoger lo que se considera bueno. Sinteticémoslo y digámoslo en una línea clara: los seres humanos, pese a que van a morir, prefieren el bien y ese bien, lo que sea que cada quien entienda por él, es lo que consideran La Vida.

Twitter

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video