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Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/10/2019 - 12:05 am

Leer rápido

Me lo he preguntado varias veces sin tener una respuesta contundente que se exprese en términos de velocidad entendidos como palabras por minuto o páginas por hora. No soy un coche. O sí. El velocímetro de mi automóvil rebasa los 200 km/h pero nunca he llegado, ni por mucho, a ese frenesí. De hecho, dadas las restricciones viales de la ciudad y el tráfico de la misma, no suelo pasar de la primera mitad del círculo del velocímetro.

“Y no todas las lecturas las he hecho a la misma velocidad”. Foto: Bernandino Hernández, Cuartoscuro

Cada tanto, una o dos veces al semestre, mis alumnos me hacen preguntas en torno a la velocidad de lectura. Algunos quieren saber qué tan rápido leo. Otros, entusiasmados ante la oferta de ciertos cursos, lo que opino sobre la lectura dinámica. A los primeros les digo que no sé, que depende el texto y la intención. A los segundos, más o menos lo mismo.

Mi hijo mayor ha descubierto el entusiasmo por la lectura. Supongo que éste abreva tanto del ejemplo en casa como de lo que le dejan en la escuela. Aunado a eso, ya pasó esa cruel etapa en que se silabea o se adivinan las palabras más que leerlas. Junto con su entusiasmo, sin embargo, ha llegado también la pregunta. Está interesado en leer más rápido. Las razones son varias: porque quiere acabar las tareas antes, porque le urge saber qué pasará al final del libro, porque quiere tener tiempo para leer más cosas. Así que, de nuevo, arriba la pregunta hasta mis oídos: ¿A qué velocidad leo?

Me lo he preguntado varias veces sin tener una respuesta contundente que se exprese en términos de velocidad entendidos como palabras por minuto o páginas por hora. No soy un coche. O sí. El velocímetro de mi automóvil rebasa los 200 km/h pero nunca he llegado, ni por mucho, a ese frenesí. De hecho, dadas las restricciones viales de la ciudad y el tráfico de la misma, no suelo pasar de la primera mitad del círculo del velocímetro.

Algo similar pasa con la lectura. Me he dedicado a ella gran parte de mi vida. He leído por placer, por trabajo, por asuntos académicos, por obligación, por encargo, para encontrar erratas, para evaluar la calidad de un texto, para enterarme de algo, para hacer una entrevista, para buscar información y varias posibilidades más. Y no todas las lecturas las he hecho a la misma velocidad. Ésta cambia dependiendo del propio libro o de la manera en la que me relaciono con él. Así, durante un semestre específico de mi vida estudiantil, leí palabra por palabra, intentando desmadejar el misterio oculto en un cuento. Ocupar cuatro meses en un texto de cinco cuartillas siempre parece un exceso. Tanto como cuando uno pasa, sin emociones mediante, las páginas en lectura diagonal, sólo para enterarse de lo que trata y sin profundizar demasiado. Entonces, trescientas páginas se pueden ir en menos de una hora. Y falta considerar la complejidad de los textos. Algunos son más exigentes que otros.

Me da la impresión de que los cursos para mejorar la velocidad de lectura se centran en lo más básico de ésta: la decodificación de signos. Es un entrenamiento válido, por supuesto, pero no suficiente. Hay muchas formas de aproximación textual que exigen otro tipo de rutinas para mejorar nuestros tiempos: van desde la comprensión hasta la actitud que tomamos frente a la belleza. En cualquiera de los casos, me parece mucho más relevante que leer rápido, ser capaz de comprender lo que se lee, encontrar matices, analizar, incluso esgrimir un planteamiento crítico. El diálogo con los libros es igual que el que entablamos con las personas: no suele funcionar bien si es apresurado. Al menos, no se disfruta tanto.

Mi consejo sólo es para mi hijo pero puede ser extensivo a quien le sirva: más que leer rápido, importa leer bien. Y, sobre todo, disfrutarlo. La velocidad será una consecuencia parcial de la acumulación de lecturas. El resto es puro goce.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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