PARA LA VIOLENCIA, OTRA NARRATIVA: WINTERSON

09/11/2012 - 12:00 am

“No todo tiene que ser sobre drogas, fracaso y violencia. Hay otras maneras de negociar en la vida”, dice la escritora británica que decidió romper los silencios paternales, vivir y contar otra historia, desde la libertad

Jeanette Winterson. Foto: Irma Gallo.

Si no era La Biblia, leer estaba muy mal visto, casi prohibido, en la casa en donde creció Jeanette Winterson (Manchester, 1959), en el pueblo de Accrington, al noroeste de Inglaterra. Sólo había seis libros en ese hogar.

Afortunadamente, según cuenta ella misma en Fruta prohibida (Oranges are not the only fruit, 1985), el baño estaba afuera de la casa, y ahí la pequeña Jeanette podía leer relativamente a gusto. Relativamente, porque, para su madre adoptiva, una ferviente evangélica que casi rallaba en el fanatismo religioso, tardarse demasiado tiempo en el baño también era incurrir en una conducta sospechosa.

Aunque salió de casa a los 16 años, el disgusto más grande que le dio a su madre ocurrió cuando tenía 25, y su primera novela, Fruta prohibida, salió a la venta con un éxito sorprendente. Incluso ganó el Premio Whitbread, para la mejor primer obra de ficción.

Más allá del hecho de que hubiera decidido convertirse en escritora, lo que casi mata de un coraje a su madre fue el tema del libro: Jeanette, una chica adoptada, criada en un hogar profundamente religioso, sale de casa y en ese verdadero inicio de la vida, se enamora de otra mujer.

Aunque Jeanette, el personaje, no es estricta y totalmente Jeanette, la escritora, su madre no lo entendió así, y la reprendió porque, según ella, era la primera vez que tenía que ordenar un libro bajo un nombre falso.

Jeanette recuerda así ese momento: yo le dije: “Bueno, es una novela. No tiene que ser real, como un documental”. Pero ella no lo entendió porque yo me había usado a mí misma en el libro, había usado mi propio nombre para un personaje de ficción.

 ¿POR QUÉ SER FELIZ CUANDO PUEDES SER NORMAL?

Del profundo silencio que habitaba en la casa donde vivió su infancia, como una poderosa presencia invisible, Jeanette Winterson construyó su propio lenguaje, su única y distinta narrativa.

Hoy parece imposible imaginar que esta mujer se hubiera criado en medio del silencio: con su estilo un tanto andrógino, su corta melena rizada, pantalones de mezclilla y camisa blanca, nada de maquillaje y una sonrisa permanente, Jeanette Winterson no duda en carcajearse cuando algo la provoca. Habla rápido y acompaña sus múltiples gestos con movimientos amplios de las manos. Es una gran conversadora y parece que no tiene prisa.

La primera imagen que tengo de Jeanette Winterson es en traje de baño.

La mañana en la que teníamos cita para la entrevista, ella se daba un gozoso chapuzón en la alberca del hotel en el que se hospedaba en Xalapa. Aunque nunca nos había visto, no desaprovechó el momento para bromear con Concepción Moreno, colega periodista, y con esta reportera, acerca de su temperamento británico, que lo aguanta todo, hasta nadar en agua helada.

Ella nadaba y las dos reporteras estábamos a la orilla de la alberca, junto con otros compañeros, esperando nuestras respectivas entrevistas.

De pronto se dio cuenta de algo: si estábamos ahí, era porque, quizá, la esperábamos a ella: “¿A qué hora era nuestra cita?”, le preguntó a Concha. “A las 10”, respondió ella, sonriente. En ese momento ya eran las 10:15, así que después de disculparse, salió prácticamente volando de la alberca: “en cinco minutos estoy contigo”.

Y como buena británica, tardó exactamente cinco minutos en regresar.

Mientras Concha la entrevistaba, pude observar sus gestos, su semblante divertido.

Una vez que terminó, le pedí que me permitiera hacerle unas fotos. Dejó su vaso desechable con café a un lado y posó con disposición y naturalidad.

Tenía que empezar por saber por qué el amor es tan importante en su obra. Vital, se podría decir. Me respondió con una sonrisa y una frase simple pero contundente:

“¿Por qué tendría que ser un problema si yo te amo, si tú me amas, si amamos al vecino, si todo debería lo mismo?”

– México es un país muy católico, así que aquí todavía no es fácil hablar de estas cosas…

Lo sé. El Papa es un desastre, si sólo pudiéramos deshacernos del Papa… (Ríe)… Quiero decir que la Iglesia católica, con respecto al aborto, a las mujeres, especialmente con respecto a las mujeres y a los homosexuales, es terrible. Intentan hacer de los seres humanos algo que no son.

– Y esto no ha evolucionado en años…

– No, para nada. Yo me crié en un hogar muy religioso. Y Fruta prohibida y ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? tratan del choque, la pelea, entre la religión y el sexo. Y yo respeto a la religión, respeto la fe de la gente, pero no si se trata de esconder prejuicios. No creo que a Dios le importe si una mujer ama a otra mujer o un hombre ama a otro hombre; creo que Dios es sólo amor.

LOS SILENCIOS ROTOS 

– En ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? hablas de este sentimiento que tuviste toda la vida por ser adoptada. Dices que había un signo de interrogación al principio de tu vida, una parte de tu historia que no conocías y por ello tuviste que inventarla, o sea: te convertirse en escritora. Escribes: “No me convertí en una escritora. Tuve que escribir”.

– Por una parte, sí es una elección el querer ser una escritora. En parte es ambición y en otra parte es deseo, pero yo no tenía otra elección porque siempre estaba tratando de lidiar de la mejor manera con mi propia situación. Sabes cómo es, y hablo de ello en el libro, cuando estamos atribulados y molestos, enojados, perdemos el lenguaje, es como si las palabras se atoraran en nuestra garganta y no supiéramos qué decir. No podemos encontrar las palabras. El lenguaje nos abandona.

Y en mi situación, yo necesitaba un lenguaje que pudiera, al mismo tiempo describir lo que me estaba sucediendo, describir mis sentimientos, y además inventar una salida para ello.

Las palabras para mí fueron un escape, porque cuando pude hablar de lo que me estaba pasando ya no me sentí abrumada, sobrepasada, por la situación. Y cuando te va bien, eso es lo que sucede en una terapia: de pronto la persona encuentra las palabras otra vez para hablar de lo que le molesta.

Y por eso, mi madre, que era una contadora de historias muy buena, cuando empezaba con la historia del demonio… ¿Sabes? En cuanto tu mamá empieza a decirte cómo te va a llevar el demonio, o crees en esa historia o tienes que inventar una nueva. Y yo no quería ser una hija del demonio, así que tuve que contar una historia diferente.

Imposible no preguntarle ahora sobre el silencio: ese estar en la mesa, sus padres y ella, y no hablar nada. Sólo, tal vez, un “pásame la sal”.

Escribes también que tu hogar era un muy silencioso…

– Sí, con frecuencia mi mamá estaba deprimida, y como sabes, la gente deprimida no habla. Eso era otra parte de ello. Vivíamos bajo un silencio pesado, ese tipo de silencio en donde no se ha dicho todo, y simplemente está ahí, como colgando en la habitación. No era ese silencio acompañado, en el que te sientas junto a alguien, en silencio, ambos leyendo, por ejemplo, y es maravilloso. Éste era de aquellos en donde no todo se ha dicho, se eleva por encima de la habitación, como si fuera una horrible criatura que se asomara por encima de todos los que estábamos ahí, y nadie decía nada.

Y ¿Sabes? Es como sucede en todas las familias infelices: predomina el silencio. Siempre hay secretos que no puedes decir: quizá un niño ha sido abusado por el padre o el tío, y nadie puede decir nada… O quizá la madre ha sido golpeada por el esposo. Siempre en las familias infelices hay secretos, hay silencios, y cualquiera que rompa esos silencios no es perdonado, porque se supone que debió haberse quedado callado.

Jeanette rompió el silencio: cuando publicó Fruta prohibida le gritó al mundo la verdad sobre su preferencia sexual, porque aunque diga que el personaje de su novela no es “completamente” ella misma, sí tiene muchas cosas en común. Y una de ellas es, por supuesto, el descubrimiento de su verdadero amor.

¿Por ello tu madre nunca te perdonó?

– No. Nunca me perdonó por hablar, por escribir, por la historia alternativa. Porque no quise aceptar su historia.

Quiero decir: todos tenemos la historia de nuestras vidas, y cada vez que te encuentras a alguien en la calle, empiezas a contarle una historia; le dices: ¿A qué no adivinas lo que me pasó hoy? … Contamos historias todos los días, unos a otros, así es como nos comunicamos.

Y creo que lo que la literatura hace, cuando nos cuenta una gran historia, es que nos pone de nuevo “a cargo” de nuestra propia historia. Cuando leemos, no se trata solamente de que encontramos a alguien que es como nosotros en el sentido de que vive circunstancias similares a las nuestras, se trata de que encontramos a alguien que, emocionalmente, es parecido a nosotros. Y pensamos: sé lo que siente esa persona. Yo me siento igual. O, de repente: entiendo cómo me siento, lo que me está pasando. Y esto nos libera, en la imaginación.

Y por eso creo mucho, muchísimo, en el poder de los libros, en la importancia de la literatura. No es una bolsa de mano carísima, o un producto que no necesitemos, es algo que realmente se necesita.

Y a veces, especialmente en Occidente, donde la gente está aburrida y cansada, se piensa que es un objeto de lujo, o algo que no importa, o que sólo es para gente muy educada. Y eso está muy mal.

Creo que el arte está absolutamente en el centro de nuestras vidas para ayudarnos a confrontar esta vida, para retarla y para entenderla. Pero en un nivel muy personal, debajo del nivel de la política.

¿Qué cambió en tu vida cuando ganaste el Premio Whitbread por Oranges are not the only fruit (Fruta prohibida), que además era tu primera novela?

– Fue maravilloso y terrible. Nada es nunca una sola cosa. Fue maravilloso porque entonces tuve espacio para convertirme en una escritora, la gente quería que yo escribiera, fue muy estimulante. Y fue terrible porque yo era joven, y uno comete muchos errores, todo el mundo te observa, y como tenemos esta cultura de la revista Hola: todo el mundo quiere saber acerca de tu vida privada. Y si eres una escritora eso es difícil, porque eres una persona seria, que quiere estar sola para escribir, y de pronto todos te preguntan: ¿Quién es tu novia?, ¿cuánto dinero has ganado?, ¿qué tipo de carro manejas?… (Interrumpe su relato con una carcajada muy fuerte).

Y uno hace cosas estúpidas, y de pronto a nadie le importa lo que escribes (bueno, así es en Gran Bretaña), y de repente otra vez dicen: “Es muy buena; es maravillosa”. O: “No. La odiamos. Odiamos su trabajo”… Y así, todo da vueltas, como en un ciclo. Y tú piensas: “Yo lo único que he hecho es escribir mis libros”.

Y algunas veces es maravilloso, te dicen: “Aquí está el dinero”; y otras, en cambio: “Lárgate de aquí; estás acabada. Estás muerta”. Y tú estás haciendo las mismas cosas.

Al final es algo muy bueno, porque te da un especie de entendimiento budista de la vida; piensas: “Haga lo que haga, seguirán pensando lo que quieran, así que seguiré haciendo lo que amo”.

Sabemos que todos los artistas tenemos otros trabajos, la vida es difícil, es estresante. Pero cada uno de nosotros tiene que encontrar algo, cueste lo que cueste, que realmente amemos, y hacerlo por nuestro propio bien, por nosotros mismos, por nuestra alma humana.

El alma no es un concepto cuestionable: la usa tanto la gente religiosa como cualquier otra. Pero es real. Todos tenemos un alma. Y no tengo que explicar más cuando digo: encuentra algo que ames, por el bien de tu alma.

LA BUENA LITERATURA NOS HACE MEJORES PERSONAS

¿El arte y la literatura nos hacen mejores personas?

– Sí. Y sé que es una visión un poco pasada de moda, porque en el mundo moderno, no se supone que nada nos haga mejores.Todo es relativo, a nadie le importa nada, ya nadie cree en los políticos, nadie cree que el mundo cambiará. Y eso es muy malo. Es como si nos estuviéramos dirigiendo nosotros mismos a la destrucción. Y todo el mundo dijera: “No podemos cambiarlo”. Las grandes compañías, los gobiernos, todo está controlado.

Pero yo no lo creo. Pienso que una de las maneras en las que puedes motivar a los demás a que cambien las cosas es leyendo porque en las páginas de un libro siempre hay una situación en crisis, ¿no es así?, siempre la hay, y a lo largo de las páginas del libro, consigues ayuda, te vuelves fuerte.

No tiene que tener un final feliz, pero ves cómo la gente logra manejar sus vidas, y tiene dignidad, aún en las circunstancias más terribles, y tiene fuerza, y tiene relaciones humanas que importan. Aún cuando todo está perdido, todavía se ayudan unos a otros. Y  encontramos todo eso cuando leemos. Y por ello digo que nos hace mejores personas. Pensamos: no tengo que ser mediocre, y cruel, y egoísta, y estúpida. Puedo ser mejor. ¿Por qué no?

OTRAS NARRATIVAS COMO RESPUESTA A LA VIOLENCIA

Estamos en Veracruz, en el Hay Festival. En una reunión que celebra la palabra, la reflexión y el pensamiento crítico. No se puede hablar con alguien como Jeanette Winterson, escritora, guionista, dramaturga, dibujante de cómics, y sobre todo, periodista, sin preguntarle sobre la violencia que se ha convertido, como el silencio en su casa materna, en una presencia inmensa que acecha todo el tiempo este país, y especialmente, este estado.

– Veracruz tiene un gran problema de violencia…

– Lo sé. He estado leyendo acerca de ello…

– Hay gente muriendo todos los días. Mujeres desaparecidas, periodistas perseguidos…

– ¿Y son más mujeres que hombres, verdad? 

– Sí. Mujeres jóvenes… ¿Crees que el hecho de hacer un festival literario aquí, como el Hay Festival es especialmente importante en este contexto?

Sí. Porque está ofreciendo una cultura alternativa. No todo tiene que ser sobre drogas, fracaso y violencia. Hay otras maneras de negociar en la vida. Cuando la gente está desesperada recurre a las drogas. Cuando ya no tienen nada más. Por supuesto, quieres salir de tu propia cabeza cuando ya no tienes nada. Realmente lo entiendo. Y nuestros políticos no se dan cuenta de esa situación, porque el mundo está lleno de desigualdad y sufrimiento. Y traer un festival aquí sirve realmente para hablar de tener una vida que está solamente en el interior, no en el exterior. Porque todo ahora tiene que ver con el dinero, con las posesiones, con el bienestar material. Y todo ello es tan inestable, tan injusto.. Pero la vida del interior, que es la vida del espíritu, y la vida de la mente, y la vida de la imaginación, es algo que cualquiera puede tener.

No se trata de dinero, se trata de algo más: se trata de la cultura, se trata del arte, se trata de los valores, se trata de todas las cosas en las que creemos, se trata de la sociedad, y se trata de las relaciones humanas.

Así que ésta es la manera de decir: no. Hay alternativas. Hay más de una sola historia. El momento en el que sentimos que sólo hay una historia, y ésta es oscura, y es peligrosa, ya no queda nada.

Cada vez que aportas otra narrativa, como cuando yo era una niña y dije: no puede haber una sola historia; cuéntenme otra, cambias algo, lo transformas. Es lo que estamos haciendo con un festival como éste: estamos contando otras historias.

Jeanette Winterson se despide con un apretón de manos. Toma su café y sus gafas oscuras y la veo marcharse con esa sonrisa que la acompaña todo el tiempo.

En ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? escribió: “La verdad es algo muy complejo para cualquiera. Para un escritor, lo que dejas fuera dice tanto como aquellas cosas que incluyes. ¿Qué se esconde en el margen del texto?”

A pesar de que tengo la impresión de que esta charla fue tan sincera como puede serlo en una entrevista con una grabadora de por medio, me quedo pensando qué parte de su historia, Jeanette ha decidido dejar al margen.

El enigma la vuelve un personaje aún más interesante.

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