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David Ordaz Bulos

11/04/2019 - 12:05 am

Sociedad civil, ¿volver al punto cero?

En los últimos 30 años la sociedad civil se ha ido construyendo como una representación social en el imaginario político. Por ejemplo, cabe suponer que de los ochentas para atrás, no se hablaba tanto de sociedad civil sino de pueblo.

“En los últimos 30 años la sociedad civil se ha ido construyendo como una representación social en el imaginario político”. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

“Somos como los músicos del Titanic, seguiremos tocando hasta que el barco se hunda, ya sabemos como acabará la historia”, dijo frente a las autoridades del nuevo gobierno la integrante de una organización de adultos mayores para hacer ver —casi como en una escena psicodramática— su despreocupación por las declaraciones del presidente sobre la sociedad civil en las últimas semanas. Tales declaraciones han movido las aguas al poner en entredicho el rol de las organizaciones, encasillándolas como “intermediarios”, a los que no se les otorgará ningún recurso público como dicta la Circular número 1 emitida por el mismo gobierno. ¿Cuál será el rol de la sociedad civil en la era “postneoliberal” que plantea la Cuarta Transformación?

En medio de esta marea me llamó la atención una declaración que habla sobre “Volver al punto cero” como sociedad civil que invita a hacer un recuento histórico y a contrapelo de la colonización que el sector ha tenido en las últimas décadas por partidos políticos y corporativos empresariales que las patrocinan para blanquear su imagen y mover sus intereses. Como la minera mexicana que provocó uno de los más grandes desastres ambientales de la historia en el Río Sonora y ahora —desde la impunidad— ofrece talleres de empoderamiento y articulación. O bien, los partidos políticos del Estado criminal huachicolero que en el rol de oposición coquetean y quieren “apoyar” a las organizaciones para utilizarlas como carne de cañón contra López Obrador.

“Volver a un punto cero” es una alusión a reimaginarse y recuperar la autonomía crítica, como el de la generación de la transición democrática mexicana de los ochentas y noventas que tenía como horizonte próximo el año 2000. Y venía impulsada por el movimiento estudiantil del 68, el sismo de 1985, el fraude electoral en 1988 y el levantamiento del Ejército Zapatista en 1994. Si en aquel entonces el marco que agrupó a los liderazgos civiles era lograr la transición democrática, ¿cuál es el marco de acción que agrupa a las organizaciones del presente? en una democracia desacralizada luego de la guerra contra el narco, el paso de Peña por la presidencia y la incertidumbre actual.

En los últimos 30 años la sociedad civil se ha ido construyendo como una representación social en el imaginario político. Por ejemplo, cabe suponer que de los ochentas para atrás, no se hablaba tanto de sociedad civil sino de pueblo, como lo explica Alejandra Leal (2015), en su estudio sobre la prensa escrita alrededor del sismo del 85. Años después, el discurso de la sociedad civil alcanzó un estatus legal y fiscal con la Ley Federal de Fomento a las Organizaciones de la Sociedad Civil que fue impulsada por muchos activistas en el 2004. Dicha ley abrió una espiral de política de fomento/no fomento y mucha simulación de parte de los gobiernos en turno, a los que siempre les ha parecido una piedra en el zapato ante la incomodidad de ser vigilados y tener contrapesos críticos de sus acciones. En los últimos meses, la representación social de la sociedad civil ha tenido uno de sus mayores auges, aunque este no necesariamente sea positivo.

El concepto de Gubernamentalidad es un filtro interesante para pensar la evolución del imaginario de la sociedad civil lejos de los lugares comunes; al verla como un discurso de resistencia que se convirtió en discurso experto: una tecnología de poder propia del liberalismo avanzado (más allá de la buena gobernanza). La Gubernamentalidad deviene del pensamiento de Michel Foucault que en sus últimos cursos definió a la sociedad civil como algo similar “a la locura o la sexualidad, realidades en transacción que no siempre existieron y que son resultado de puntos de escape en el juego de las relaciones de poder” (Foucault, 2012).

En esta línea, la sociedad civil es parte de lo que Nikolas Rose (2007), llama el Gobierno de las Comunidades, donde el Estado ha quedado replegado ante el desmoronamiento y muerte de lo social, (una creación propia de los albores de los Estados – Nación del siglo XVII); en un territorio poblado por comunidades al margen del Estado que son calculables, técnicas, accesibles a la transparencia, responsables y preparadas para invertir en sí mismas.

El Gobierno de las Comunidades tiene tres características: 1) La destotalización, fin del territorio nacional unificado y el paso a la aldea global con comunidades morales (ecologistas, feministas, religiosas), de estilo de vida (gustos, moda) y de compromiso (discapacidad, salud, activismo local). 2) El cambio en el carácter ético: que interpela directamente al individuo (el ejemplo más claro es la frase: “el cambio está en unx mismx”) y ya no como colectivo o clase y 3) Las nuevas identificaciones mediante redes de lealtad sobre diferentes causas, marcas y sentidos comunes.

En el Gobierno de las Comunidades, la razón gubernamental está esparcida más allá del Estado y sus burocracias. Los gobernados se convierten en expertos del gobierno que exigen desde diversas arenas ajustar al Estado que se presenta con diferentes máscaras: inexperto, ausente o criminal.

En términos Foucaultianos, se trata de una lucha por el saber, entre racionalidades establecidas como las del Estado social frente a racionalidades emergentes, en las que el saber de los gobernados debe servir de principio del gobierno. Foucault (2012) verá esto como la principal característica del arte liberal de gobernar, al fundar el principio de racionalización del arte de gobernar en el comportamiento racional de los gobernados.

Además, el Gobierno de las Comunidades funciona como un lazo, en el que uno de los extremos busca recomponer el tejido social con los interéses desinteresados (altruismo, solidaridad, empoderamiento) de sujetos económicos agrupados en núcleos egocéntricos (nunca como masas a las que aspiraba a noción de pueblo). Y el segundo extremo del lazo, deshace los intentos solidarios, anteponiendo los intereses egoístas que se manifiestan por ejemplo, en en la obscena autopromoción digital de los sujetos expertos/consumidores.

¿Es posible volver a un punto cero, con los ánimos participativos de la transición democrática del siglo XX? No lo creo, al menos desde esta apresurada aproximación, pues el contexto ha cambiado, ahora entre la hipercompetitividad y la ultraproximidad digital que, como explica Byung Chul Han (2017), elimina a través de las pantallas las distancias necesarias para construir al otro y crear vínculos sólidos que devengan en acción política. ¿Será que estamos en un mundo parecido al descrito en Serotonina, la nueva novela del escritor francés Michel Houellebecq, donde la democracia perdió la libertad de acción política y economica, y sólo se reserva el derecho individual de indignarse desde el smartphone y el hashtag más atinado

@David_Orb

 

  1. Alejandra Leal. (2015). El despertar de la sociedad civil: sismo del 85 y neoliberalismo. 3 de febrero 2017, de Horizontal Sitio web: https://horizontal.mx/el-despertar-de-la-sociedad-civil-sismo-del-85-y-neoliberalismo/
  2. Byung Chul Han. (2017). La expulsión de lo distinto. España: Herder.
  3. Michel Foucault. (2012). Nacimiento de la Biopolítica. Argentina: Fondo de Cultura Económica.
  4. Nikolas Rose. (2007). ¿Muerte de lo social? Re-configuración del territorio de gobierno. Revista Argentina de Sociología, 5, 327 – 356.
  5. [1]Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Sociales José María Luis Mora, Psicólogo Social por la Universidad Autónoma de Hidalgo y Coordinador de Grupos con Técnicas Psicodramáticas por la Escuela Mexicana de Psicodrama y Sociometría.

David Ordaz Bulos
Psicólogo social. Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante del doctorado en Creación y Teorías de la Cultura de la Universidad de las Américas Puebla.

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