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David Ordaz Bulos

13/11/2022 - 12:02 am

Noche de fuego y la máquina de guerra

“Noche de fuego teje lo íntimo micro con el espectro de lo macro, deja ver la manera en que opera la barbarie de la máquina de guerra, parejo y sin distinciones…”

Noche de fuego. Foto: Netflix

 

La narcomáquina es un fantasma

Rossana Reguillo

 

La película Noche de Fuego de Tatiana Huezo muestra ternura, pero no esa ternura que deja en el plano de víctimas a las mujeres. Por el contrario, en la película las mujeres confrontan una realidad que va subiendo en los niveles de atrocidad. La historia está centrada en Ana, que desde su mirada de niña de cinco años nos lleva a recorrer sus entornos cercanos en los que, conforme crece, los roles de género adquieren un peso abrumador que llega a imposibilitar la vida misma. La narrativa de tonos fríos en la fotografía, contrapone la intimidad frágil de una niña con la brutalidad de un entorno controlado por el narcotráfico en el que opera la «narcomáquina» de la que habla Rossana Reguillo (2021), desplegando cuatro tipos de violencia: estructural, histórica, disciplinar y difusa. Esa máquina de guerra la vemos en la película con la pobreza de los habitantes de la comunidad, con el trabajo precario de la producción amapola, con el levantamiento del mujeres para la trata de personas y con la destrucción del ecosistema con la minería a cielo abierto; pues como dice Cristina Rivera Garza (2019), «antetodo, la máquina de guerra opera desde múltiples funciones, desde la organización política hasta las organizaciones mercantinles». Desde la historia de Ana, la película nos enfreta como espectadores, con las escabrozas aristas del presente mexicano en un poblado de Guerrero en el que las barreras entre lo legal y lo ilegal están llenas de porosidades, dando como resultado dos amenazas similares: el ejercito y el narcotráfico. El contexto se parece al «estado de guerra civil permanente» del que habla Hobbes, antes de la emergencia del Leviatán con sus instituciones civilizatorias.

En la trama de Noche fuego, todo parte de Ana, de su cuerpo en desarrollo y del vínculo de intimidad con su madre y sus amigas que se cuidan entre sí, en una comunidad enclavada en la montaña donde el devenir niña, adolescente, mujer está completamente cancelado. Por eso, cuando al cuerpo de Ana y de sus amigas se le empieza a notar la adolescencia, sus madres deciden que lo mejor es cortarles el pelo para disimular (fallidamnente) su condición de carnadas fáciles para el mercado de trata de personas u objetos de violación, tortura y muerte. Paralelamente, la película muestra la condición de ser niño, adolescente, hombre en comunidades completamente vulneradas, con el personaje de Margarito, que pasa de ser un niño inocente a un adolescente seducido y obligado a ser parte del narcotráfico. El personaje, es un reflejo de las alternativas que los varones suelen tener: emigrar como ilegales a los Estados Unidos o unirse a las filas de los cárteles para hundirse en la espiral sin fin de sangre y violencia que configura masculinidades violentas. Sayak Valencia (2016), ha enmarcado lo anterior, en el contexto de la «Narco-nación», donde «el nuevo Estado no es detentado por el gobierno, sino por el crimen organizado, principalmente por los cárteles de la droga, e integra el cumplimiento literal de las lógicas mercantiles y la violencia como herramienta de empoderamiento, deviniendo así en una narco-nación». En ese sentido, la misma autora subraya como desde siempre: «las construcciones de género en el contexto mexicano están intimamente relacionadas con la construcción del Estado. Por ello, ante la coyuntura contextual de México en la actualidad y su desmoronamiento estatal, es necesario visibilizar las conexiones entre el Estado y la clase criminal, en tanto que ambos detentan el mantenimiento de una masculinidad violenta», tan ensaldada en nuestros días por el loop que se repite en las calles con las líricas de la narcocultura. En esta reflexión, encuentro conexión con los estudios sobre la juventud que en las últimas décadas ha hecho Rossana Reguillo (2021), observando que el capital de jóvenes se ha convertido en un sector codiciado por el narcotráfico, donde las nuevas generaciones se enfrentan a los quiebres institucionales, al aumento de la impunidad, de la pobreza y de la exclusión. La investigadora estima que «por lo menos el 50% de nuestros jóvenes, muchas de ellas y de ellos son orillados a utilizar un marco único de valor de cambio: correr riesgos, vender riesgos».

Sin duda los escenarios de precariedad y vulnerabilidad que aparecen en la película: las casas, la escuela, el campo de cultivo de amapola o el salón de belleza en los que interactúan Ana, Margarito y los demás personajes, dan cuenta de la circunstancia de vaciamiento institucional del que habla Rossana Reguillo y al mismo tiempo nos muestra la intimidad de Ana en su casa de piso de tierra, cocina, lava la ropa, alimenta a los animales y juega con sus amigas que se maquillan e intenta conectar con entre sí a través de la telepatía. Ahí, observamos la ausencia y el abandono del padre que deriva en una situación donde la madre de Ana, busca desesperadamente conectar con él cuando el teléfono tiene señal en la cima de uno de los cerros mientras intenta sacar adelante y proteger a su hija; no desde un rol pasivo, sino desde el entrenamiento para que Ana aprenda a distinguir los sonidos alrededor de la casa para que, en caso de que la maquina de guerra se aproxime a tocar la puerta, corra a meterse dentro del agujero que han cavado en el terreno. La madre sortea las turbulencias con todo y sus limitaciones existenciales que la hacen recurrir al alcohol y le impiden abordar la verdad de los acontecimientos y los afectos que fluyen en consecuencia. ¿Quién en esas circunstancias podría actuar con coherencia, cuando el abismo va ganando terreno en la cotidiandad del pueblo en el que siempre has vivido, vaciando las casas de las personas que conoces y sembrando muertos sin saber con certeza quiénes son?

Noche de fuego teje lo íntimo micro con el espectro de lo macro, deja ver la manera en que opera la barbarie de la máquina de guerra, parejo y sin distinciones, arrasando desde adentro a las casas, expandiéndose a los paisajes que dan forma al pueblo. La desaparición y muerte de las niñas va de la mano con la destrucción y muerte de la (madre) tierra. La película enuncia, denuncia y a la vez, juega con la belleza de las personajes y de la naturaleza mientras visibiliza el contexto que viven miles de personas en México.

 

David Ordaz Bulos

@David_Orb

 

Referencias:

  • Reguillo, R. (2021). Necromáquina. Cuando morir no es suficiente. ITESO y NED Ediciones.
  • Valencia, S. (2016). Capitalismo gore. Control económico, narcoviolencia y narcopoder. Paidós.
  • Garza, C. R. (2019). Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación. Debolsillo.

 

 

David Ordaz Bulos
Psicólogo social. Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante del doctorado en Creación y Teorías de la Cultura de la Universidad de las Américas Puebla.

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