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Ricardo Ravelo

18/11/2022 - 12:04 am

Narco: La disputa por los mares

“Así, la batalla a muerte que los cárteles internacionales libran en los territorios ahora se ha trasladado a los mares”.

Mediante naves especiales, cuyo valor supera el millón de dólares, la transportan a cualquier punto del planeta. Foto: Semar.

Al crimen organizado nada lo detiene: no sólo disputa territorios y mercados de la droga: ahora la batalla es por el control de los océanos, pues se han dispuesto construir bases submarinas como bodegas para almacenar cientos o miles de toneladas de droga: cocaína, heroína o sintéticas para que ninguna autoridad las descubra.

Y luego, mediante naves especiales, cuyo valor supera el millón de dólares, la transportan a cualquier punto del planeta. En los mares también libran batallas tan cruentas como en la tierra: hunden barcos, detectan submarinos y en los puertos ejercen un férreo control para boicotear a sus rivales.

Así, la batalla a muerte que los cárteles internacionales libran en los territorios ahora se ha trasladado a los mares: es la otra guerra por el control del planeta y del boyante negocio del narcotráfico que actualmente arroja ganancias de más de 400 mil millones de dólares anuales, según las cifras menos optimistas.

En esta disputa están implicadas organizaciones internacionales de Rusia, Malasia, Indonesia, Japonesa y China, aunque sus aliados o socios latinoamericanos ya se están sumando a la nueva modalidad de transporte y resguardo de enormes cargamentos en el fondo del mar.

La guerra por el océano

 El crimen organizado internacional, con sus amplias redes, ha emprendido proyectos para la transportación de drogas que van desde la narcoavioneta hasta las llamadas lanchas voladoras, barcazas con motores fuera de borda capaz de poner un cargamento de cocaína en México en unas cuantas horas.

Pero lo verdaderamente extraordinario fue la construcción de los llamados “narcosubmarinos” –también conocidos como semisumergibles –que tienen una longitud de hasta 30 metros y la capacidad de navegar como un submarino. Algunos cuentan con una capacidad para cargar hasta diez toneladas de cocaína.

Aún cuando son lentos –algunos pueden navegar a 23 kilómetros por hora –estos submarinos diseñados por los cárteles del narcotráfico, particularmente colombianos, pueden colocar un cargamento de droga en cualquier parte del mundo. Una vez que descargan la droga, el navío es hundido por sus tripulantes para borrar cualquier rastro que los implique en algún delito.

El boom de los semisumergibles se pudo de moda en Colombia en la década de los noventa por parte de los cárteles de Cali y Medellín que entonces operaban en ese país y que eran encabezados por Pablo Escobar Gaviria y los hermanos Rodríguez Orehuela, respectivamente.

En ese tiempo, los grupos criminales mandaban a construir sus submarinos; de acuerdo con la dinámica actual del narcotráfico, los cárteles colombianos –ahora conocidos como “Los Invisibles por su pequeña estructura criminal y bajo perfil –prefieren rentar estos servicios para el transporte de droga a otros proveedores. Esto forma parte de la diversificación que ha sufrido el negocio del narcotráfico en el país sudamericano.

En la industria de los submarinos equipados para el narcotráfico hay de todo: desde navíos de fabricación casera que son rentados al mejor postor como si fueran taxis hasta embarcaciones construidas en astilleros ubicados en el Pacífico y cuyo armado tiene un costo de un millón de dólares. Su tiempo de fabricación es de un año. Para lograr el armado de un submarino eficiente y sin riesgos, los armadores son asesorados por ingenieros navales de alta escuela, quienes trabajan para el crimen organizado.

El año pasado autoridades colombianas desmantelaron una organización dedicada a la construcción de submarinos eléctricos; su manufactura era algo rudimentaria, pero resultaban eficientes para transportar droga hacia México. Los principales clientes eran los cárteles mexicanos, quienes cruzaban con el semisumergible la ruta Centroamérica-México.

En un análisis respecto del uso de los submarinos por parte del crimen organizado, la organización InSigth Crime sostiene que esta subcontratación supone la reducción de costos para los traficantes de droga, quienes no tienen que ocuparse de toda la logística para el envío de cocaína, sino que sólo coordinan los eslabones más pequeños de la cadena.

En muchos casos –añade la misma fuente –en un solo submarino puede haber tres embarques diferentes para distintas organizaciones criminales, quienes en conjunto pagan el flete y les resulta más económico.

En el año 2015, durante una operación conjunta entre la DEA y las Fuerzas Federales de Colombia capturaron a once integrantes de una organización que ponía al servicio de los cárteles estos navíos. Según la Fiscalía de Colombia, los submarinos fueron construidos en Cali, Colombia, donde fue aprehendido un personaje conocido en el mundo del hampa como “Pinzón”, enlace entre los armadores y varios cárteles de la droga.

Este sujeto, de acuerdo con los reportes de la policía de Colombia, dirigía varias actividades de construcción de los submarinos; también se dedicaba a la renta de estos aparatos marinos y, debido a su eficiencia, era frecuentemente contactado por diversos cárteles mexicanos, entre otros, el de Sinaloa y el cártel de Jalisco Nueva Generación.

El tráfico submarino      

Tan socorrido como el avión, los submarinos tienen tanta demanda en el narcotráfico –ya que los manden construir o los renten –que en el mundo criminal a estas embarcaciones submarinas las llaman “Los taxis del narcotráfico”.

Reportes de la prensa colombiana y mexicana sostienen que entre 2019 y 2020 han sido incautados más de 40 taxis submarinos tanto en aguas internacionales como en las costas de Colombia; la mayoría de los submarinos, sostienen los informes, son rentadas por los grupos criminales para transportar cocaína sin ser detectados. De esta manera, se reducen los riesgos de perder sus cargamentos de droga, valuados en millones de dólares.

Estos aparatos que ahora son tan demandados por el crimen organizado son construidos con un blindaje metálico que cubre la parte superior; además, están equipados con tecnología que les permite evadir radares, censores y otros sistemas de detección que ponen en operación las autoridades antinarcóticos en todo el continente latinoamericano.

Los submarinos en tareas de transporte de drogas empezaron a utilizarse a finales de la década de los noventa. La Armada de los Estados Unidos los conoce como “Big Foot Sub” y son utilizados para transportar grandes cantidades de droga desde Colombia a Estados Unidos y España.

Durante la década de los años ochenta, las lanchas Go Fast eran las embarcaciones preferidas de los narcotraficantes, debido a su alta velocidad de crucero tanto de día como de noche, pero el transporte de estupefacientes comenzó a cambiar conforme mejoraron las coberturas por radar, uso de aviones de patrullaje marítimo y patrulleros costeros y oceánicos por parte de México, Colombia y particularmente de Estados Unidos.

Por ello, los narcotraficantes han modificado y adaptado nuevos métodos y tecnologías para evadir la detección en altamar diseñando y construyendo los llamados semisumergibles, mejor conocidos como “narcosubmarinos”.

Los datos sobre la capacidad de transportación de estos aparatos es sorprendente. De acuerdo con una ficha técnica consultada, un narcosubmarino de veinte metros puede transportar unas diez toneladas de cocaína a una velocidad de 23 kilómetros por hora.

La primera vez que la Armada de Estados Unidos capturó un narcosubmarino fue en el año 2006. El navío navegaba a unos 145 kilómetros al oeste de Costa Rica. Los marinos estadunidenses lo llamaron “El Big Foot” porque, según dijeron, disponían de informes sobre estos equipos pero nunca habían visto uno.

En el año 2006, las autoridades estadunidenses informaron que habían detectado tres narcosubmarinos; en 2008 reportaron la detección de diez por mes, pero también dieron a conocer que las tripulaciones de estos aparatos, al terminar sus maniobras –la entrega de la droga a sus destinatarios, suelen hundir el navío para evitar responsabilidades legales. Una travesía desde Colombia a Estados Unidos, según los agentes de la DEA, puede durar unas dos semanas, si es que no hay contratiempos.

Reportes consultados ante las autoridades antinarcóticos de Colombia señalan que los llamados narcosubmarinos se construyen en la costa de manera clandestina.

La costa occidental de Colombia tiene muchos ríos que cruzan la selva y desembocan al Oceáno Pacífico; ahí se facilitan las construcciones de todo tipo de embarcaciones, incluidos estos semisumergibles, las cuales se realizan en astilleros clandestinos que son difíciles de descubrir y tienen rápido acceso al mar.

En muchas ocasiones, los narcosubmarinos son construidos en una bodega; el tiempo de construcción es de un año y su costo es de un millón de dólares. En el año 2000, dicen las fuentes consultadas, la policía de Colombia descubrió un submarino con casco metálico en una bodega de Bogotá, el cual estaba en proceso de construcción con la ayuda de ingenieros navales rusos.

Ya terminado, el submarino hubiera medido unos 32 metros de longitud y habría tenido una capacidad de carga de unas 15 toneladas de cocaína. Su alcance se estimaba en unos 3, 800 kilómetros y una capacidad para sumergirse de cien metros (330 pies).

Pero la tecnología en este ramo ha avanzado desde la década de los años noventa a la fecha; ahora se fabrican aparatos más seguros, sofisticados y veloces.

Normalmente cuentan con una estructura y cubierta de fibra de vidrio, un motor diésel de 300-350 hp y son tripulados por tres o cuatro personas contratadas. Los navíos disponen de una capacidad para transportar entre 10 y 15 toneladas de cocaína; cuentan con tanques de combustible y con tanques de lastre para lograr la estabilidad y flotación regular.

Disponen de ventilación permanente al exterior, pero algunos ingenieros colombianos sostienen que en su interior el calor es extremo debido al clima, la humedad y a que el motor siempre está funcionando.

El narcotráfico los prefiere porque, como están hechos de fibra de vidrio y se desplazan debajo de la superficie del mar, es muy difícil detectarlos por medio visual, radar o sonar. Algunos narcosubmarinos cuentan con una delgada capa de plomo en la cubierta para evitar detección por medio de luz infrarroja.

La mejor oportunidad de detectarlos es durante el día y por medio visual desde una aeronave. Las autoridades estadunidenses sostienen que entre 25 a 40 narcosubmarinos arriban a Estados Unidos procedentes de Colombia cargados con droga. Esta cifra es del año 2008, pero se estima que en la actualidad esa tecnología ya está más avanzada, pues se han detectado estos navíos en los oceános Pacífico, Atlántico y El Caribe.

Los últimos reportes indican que los nuevos narcoubmarinos ahora cuentan con sistema satelital (GPS) y un sistema de apoyo logístico completo por buques de pesca que los reabastecen de combustible, agua, comida e información sobre barcos y aeronaves en la proximidad.

Para los tripulantes de un narcosubmarino completar su trayecto y entregar el cargamento de cocaína representa un pago de unos cien mil dólares.

Entre 1993 y 2008, fueron decomisados en Colombia 26 narcosubmarinos tanto en proceso de construcción como en el mar; en 2007 se aseguraron trece semisumergibles. Actualmente, entre el crimen organizado y las autoridades antidrogas de Estados Unidos hay una lucha por el uso de la tecnología: Ahora los guardacostas estadunidenses se encuentran programando y ajustando hidrófonos (micrófono marino) para detectar los sonidos particulares desde este tipo de embarcaciones desde la distancia. Pero el crimen, a su vez, prepara nuevas tecnologías para mantener el abastecimiento de droga al mercado más boyante del mundo: Estados Unidos.

 

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.

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