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Gerardo Grande

30/07/2016 - 12:04 am

Poesía del otoño porteño

Cuando un árbol suelta sus hojas en otoño, también tira con ellas un poema que arrastra el viento. Así las otras estaciones podrán leer lo que se dijo de ellas. El otoño porteño. Un bar en la esquina de la 9 de Julio y Avenida Corrientes; varios chops helados (incluso con la baja temperatura propia […]

rolando curten
Rolando Curten, poeta porteño nacido en el 91. Foto: Especial

Cuando un árbol suelta sus hojas en otoño, también tira con ellas un poema que arrastra el viento. Así las otras estaciones podrán leer lo que se dijo de ellas. El otoño porteño. Un bar en la esquina de la 9 de Julio y Avenida Corrientes; varios chops helados (incluso con la baja temperatura propia de la estación) y una charla sobre la obra de Temperley, los hermanos Lamborghini y sobre si Boca saldría campeón con Tévez. Así fue la tarde que conocí a Rolando Curten, poeta porteño nacido en el 91. Hasta ese momento e incluso varias semanas después, no había tenido la dicha de leer o escuchar algún poema de este escritor que coedita y dirige la revista literaria Palabras y Barbas. Yo comenzaba a conocer las voces recientes de Baires; así que prestaba atención total a lo que tienen que decir y cómo lo dicen. Había asistido a muchos recitales donde participaban poetas de veintitantos años. Lecturas en diversos ambientes: desde lo under hasta lo mainstream y debo decir que pocas voces poéticas recientes me gustaban, aún no me sacudía la poesía de carne, hueso, furia y amanecer. Entonces, una noche en una fiesta en el barrio de Boedo, tanguero por naturaleza, Rolando dijo un poema de memoria y quedé sorprendido. Ahí estaban los versos hablando del incendio interior. Ahí estaba la exploración del lenguaje, que es explorarse así mismo. El juego de lenguaje que es jugar a renombrar el entorno. Una voz poética reciente en constante búsqueda desde la biografía personal hasta la biografía de la ciudad de la furia

Cuando era músico me preguntaba cómo sería la canción
en la que el silencio fuese tónica y dominante del sentido.
Ahora me pregunto cómo llevar eso a un libro.
A un libro disparo
a un libro sueño
a un libro distancia
a un millón de libros muertos de distancia.
He asistido al momento
en el que el libro existe solo en tu cabeza
y brilla.
Y en el fondo de tus ojos hay un tiroteo
-vuelvan esquiarlas-
caen casquillos de palabra
que de tu mente se disparan
y te acribillan.
Gota roja -sobre- página en blanco.

Rolando Curten tiene bien claro que en el inicio ser autogestivo es una de las mejores maneras de secar las propuestas a la luz del sol. Junto con el editor peruano Juan Manuel Corbera editaron la plaquette Hojas muertas. Ésta es la primera publicación en solitario del joven poeta porteño. La publicación también es una hoja objeto. Invita al lector a ser partícipe no sólo del contenido literario, sino también del papel impreso como una extensión del poema mismo: para llegar al texto antes se debe recorrer el camino y las líneas del tiempo de la hoja. Esta es una plaquette hecha con entrega total. Lleva impreso el deseo por cantar y ofrecer el corazón, ese músculo que va a ninguna parte; pero va a construir. Supe que Rolando fue recolectando hojas muertas muy particulares para aderezar su plaquette, para que, al hacerla artesanalmente, cada ejemplar llevara un poco de la voz de los habitantes viejos de Buenos Aires. Ese canto que, paradójicamente, nos lleva a una de las voces recientes más maduras e interesantes de la poesía porteña.

Hojas muertas fue un bello desafío. Foto: Especial.
Hojas muertas fue un bello desafío. Foto: Especial.

Viejo sauce negro,
me rindo a tus formas.
Bien sabemos,
aunque no seamos árboles,
estamos plantados
en nuestra propia tumba.

En esta ocasión, quise invitar al autor a que dijera unas palabras sobre el entorno literario de Buenos Aires. En esta ocasión, quise acercar la voz del poeta a un posible lector. Va entonces, un poema más de Rolando Curten y una brevísima entrevista que le hice entre mates y facturas.

La muerte de un libro

He asistido a la muerte de un libro.
He asistido al momento exacto en que sus páginas
se convierten en panes o en soles o en siglos.
Puedo afirmarlo aunque se me juzgue por loco.
Los versos que no he leído son estacas que no he clavado
para carpas en las que no he dormido.
Imaginen esas estrellas.
Hay alucinaciones que esperan por ser vividas.
Yo bebo agua y espero que me alucinen.
Puedo afirmarlo aunque se me juzgue por loco.
Mis hábitos son los usos y costumbres de las flores
guardo hojas secas entre los pétalos de un libro.

Clorofila coagulada en palabras
la savia duda de los muertos.

Espero un día dar vuelta su recuerdo
y encordarlo
como a las hojas de algunos árboles
que no apuntan al sol
sino al centro.

He asistido a la muerte de un libro
al entierro endiablado
y juego entre los juncos como en la panza de mi madre.

No me puse esta soga al cuello
pero estoy listo para dar brincos.
Escribir es despertar cada mañana con un ojo en compota
tras pasar la noche entera boxeando con un verso.
Puedo afirmarlo con los nervios rotos de una mano.
Veo a la poesía como al doblejuego del dobleritmo
del doblearma con que escribo.
No sé vivir de otro modo,
lo demás es falsa alegría.

¿Qué opinas del auge de editoriales independientes que hay a lo largo de toda Argentina?

La mayoría de los libros que compro y que más disfruto son de editoriales independientes, que editan lo que les gusta:

En Argentina estas editoriales se animan cada vez más a publicar libros muy ambiciosos, bien presentados, que no tienen nada que envidiarle a los grandes grupos editoriales. La industria se profesionalizó, y la única diferencia entre un libro de Anagrama y uno independiente es el contenido (y la distribución, que se da por otros medios).
Este año la FLIA (Feria del Libro Independiente y Autogestiva) cumplió 10 años, y sigue siendo un hito en formas de producción alternativa. Pienso que este salto (de calidad y cantidad) es positivo, siempre y cuando la mayor oferta sea acompañada por un mayor consumo de libros.

¿Y de la poesía escrita por jóvenes?

Disfruto de ser contemporáneo de algunos de los poetas jóvenes que andan dando vueltas, aunque sean difíciles de encontrar. Los eventos de poesía o micrófonos abiertos ayudan a democratizar la palabra, pero no todo lo que se dice es poesía: el stand-up no es poesía, un diario personal no es poesía, un chat de Facebook, tampoco. Pueden llegar a serlo, pero requieren de un trabajo formal para dar el salto estético. La poesía no trabaja con verdades lógicas, sí con verdades estéticas. La hibridación es un desafío. En cuanto a la poesía joven, me interesa que sea desenfadada (incluso pretenciosa si es necesario) pero que emocione, que interpele, que se pueda releer, que se sostenga a sí misma, que soporte un análisis y de la que podamos aprender.

¿Qué retos implicó hacer tu primera plaqueta?

Hojas muertas fue un bello desafío. Implicó madrugadas sin dormir, porque era el único momento en que nos podíamos juntar a trabajar con el editor, Juan Manuel Corbera. Ajustamos cada detalle en función de lo que queríamos decir (tipografías, papel, ilustraciones). Incluso se imprimió en Esquina Libertad, una cooperativa gráfica manejada por sus propios trabajadores, en Buenos Aires, lo cual fue un placer. Principalmente fue un acto de entrega, veo a las plaquetas como objetos bellos, de fácil circulación. También me gusta pensarlas como los EP de la poesía.

 Una voz poética reciente en constante búsqueda desde la biografía personal hasta la biografía de la ciudad de la furia. Foto: Especial.
Una voz poética reciente en constante búsqueda desde la biografía personal hasta la biografía de la ciudad de la furia. Foto: Especial.

Háblanos del ritmo, la forma y el fondo de tus poemas.

El ritmo se reconoce (tanto cuando está como cuando falta). Leo en voz alta para regular eso. Cuando la poesía funciona produce la misma satisfacción que una melodía, ese es el objetivo: el desplazamiento de las palabras. Disfruto de las sutilezas del lenguaje, pequeños trastoques, grandes matices, en ese sentido soy fanático del idioma castellano. No tengo un parámetro fijo, es un radar que se agudiza para cada texto.

Hace un tiempo creo que la forma y el fondo son lo mismo (“La obra literaria es forma pura; no es ni cosa ni tampoco un material, sino una relación de materiales”, escribió Shklovski). Lo cierto es que esa forma varía todo el tiempo (y para cada texto). Sí intento que mis poemas tengan una unidad, un clima, una humedad. Últimamente escribo sobre la muerte. A lo que me refiero es a que las palabras no son envases de algo más, son ellas mismas ese algo.

Tres poetas argentinos que recomiendes.

Vicente Luy, un desquiciado de muerte trágica. Sus poemas apuntan directo a tu cabeza y dejan tu cerebro desparramado en el asfalto (como el suyo). De él recomiendo el libro Poesía popular argentina (Años luz). Mariano Blatt es una forma joven y amable de entender Buenos Aires (al menos una parte) y sus videos están en youtube. Drogas, fútbol y muchachos están en sus poemas. Por último, Gustavo Yuste es futuro. Yuste es filoso y su poesía, breve y directa, tiene mucho para dar (síntesis y reflexión) a las personas de a pie. Su último libro, Tendido eléctrico (Objeto editorial), finaliza con un epílogo de Fabián Casas, otro gran poeta ar

Gerardo Grande
Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Poeta. Publicó La edad atómica (La Bella Varsovia, Córdoba, España, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, Entre Ríos, Argentina, 2015), Seguir (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, Argentina, 2016). Es co-compilador de Astronave, panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, México, 2015).

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