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María Rivera

02/05/2024 - 12:01 am

Debate

“El problema para Xóchitl de hacerles caso, querido lector, es que esos intelectuales, parte de la política prianista del pasado, solo se representan a ellos mismos y a sus intereses”.

“La candidatura de Xóchitl Gálvez obedeció a la imagen distorsionada y caricaturesca que tienen del movimiento de López Obrador, pero sobre todo a su incapacidad palmaria para reconocer su motor”. Foto tomada de video.

Aunque mejoró, este segundo debate presidencial volvió a tener fallas técnicas. El INE tendrá que averiguar qué ocurrió, dar explicaciones y evitar que el próximo y último, se vuelvan a presentar fallas que resultan imperdonables.

En cuanto al debate mismo, me pareció que dejó mucho que desear, por falta de propuestas. El nivel de infantilismo y grosería de la candidata opositora Xóchitl Gálvez, terminó por volverlo irrelevante, más que como un pobre espectáculo. Y es que, muy diligente, la candidata se cuadró ante las sugerencias que su cuarto de guerra público (que está conformado por viejos intelectuales y analistas muy solícitos) le hizo en programas y columnas. Guerra sucia, acoso, groserías, interrupciones… y un huipil. Esto le dio un nivel de pleito de mercado indigno de un debate presidencial.  La candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, desde mi punto de vista se equivocó en desperdiciar su tiempo en contestar los ataques y en contratacar, en vez de decirnos sus propuestas específicas. También, la defensa del gobierno actual resultó innecesaria y reiterativa: muchos hubiéramos preferido que usara ese tiempo en exponer su proyecto y en contestar las preguntas que los ciudadanos les hicieron.

Resultó muy obvio pues, que las candidatas estuvieron hablándole a sus seguidores, más que a la población en general, cosa que sí hizo Álvarez Máynez, de Movimiento Ciudadano. Gálvez logró lucir “mejor” que el debate pasado, desde el punto de vista de su porra que cree que los debates políticos equivalen a pleitos cantineros y no se dan cuenta de que en realidad generan burlas y memes, cuando no repulsión. Porque, de pronto, el espectador podía darse cuenta de que Gálvez más parecía una niña berrinchuda haciendo señas que una política digna de dirigir el destino del país, una funcionaria con la más alta responsabilidad. Vamos, no necesitaba serlo, solo parecerlo: en cambio se empeñó en darnos la impresión contraria. Una bully dispuesta a infringir las normas más elementales en un debate como no interrumpir al otro. No es un detalle menor, ni se justifica por los pobres resultados del debate pasado. Quiero decir, no es mera estrategia fallida: es una perfecta fotografía de los intereses que representa, es decir, de la peor política del pasado. Haber visto, escuchado durante semanas cómo la regañaban e instruían en programas de opinión y verla poniendo en acción las sugerencias, habla mucho peor de ella que sus insultos en pantalla: la retrata como un títere de los intereses de otros que no son, ni siquiera, sus propios partidos políticos, sino los antiguos intelectuales orgánicos que en sus mesas de debate se desgañitaban en críticas.

El problema para Xóchitl de hacerles caso, querido lector, es que esos intelectuales, parte de la política prianista del pasado, solo se representan a ellos mismos y a sus intereses. Durante décadas vivieron en un país distinto al de la mayoría de los mexicanos, sustentado en privilegios indebidos, otorgados por los gobiernos anteriores. Por ello, no tienen ninguna noción real de los problemas, sufrimientos y aspiraciones de la mayoría que sufre de una inequidad monstruosa y son incapaces de pensar fuera de su burbuja que, naturalmente, tiene muy poco eco entre la población.

Pero como la alianza opositora solo sirve a sus intereses, la candidata fue al debate a complacerlos, a ellos. No fue a convencer a los indecisos, no a generar entusiasmo en nuevos votantes, ni siquiera a debatir los temas que a todos nos preocupan, incluso del gobierno de Morena, no. Fue a buscar la aprobación de sus críticos que, claro, terminado el debate le aplaudieron la obediencia. Porque eso fue: obediencia que, además, al ser mujer la coloca en un papel muy lamentable. Diría, incluso, que Xóchitl Gálvez es su rehén si no fuera porque resulta ya más que obvio que fue ese grupo de “inteligencias”, junto con empresarios, el que le regaló la candidatura presidencial, para la cual no tenía ningún mérito (y sí cola que le pisen).

Lo he escrito aquí varias veces: la candidatura de Xóchitl Gálvez obedeció a la imagen distorsionada y caricaturesca que tienen del movimiento de López Obrador, pero sobre todo a su incapacidad palmaria para reconocer su motor: las inmensas injusticias que durante la época de la transición democrática sufrió la mayoría de los mexicanos. Construyeron, pues, un caballo de Troya que no tenía ni patas, ni costado, ni hocico de caballo incapaz de engañar a nadie. Por eso, hace agua por todos lados su candidatura y al mismo tiempo, los exhibe a ellos. Y hay que decirlo, también: sus intereses, por más contrarios que sean a los de la mayoría, son legítimos. Aunque sean una minoría, tienen todo el derecho a ser representados políticamente y hasta de usar a los partidos como sus cascarones. Lo que no es legítimo y es antidemocrático es que, debido a su debacle y el rechazo mayoritario, aduzcan soflamas en mesas de opinión como “elección de Estado” para justificar su fracaso.

Porque en el fondo, querido lector, lo que realmente se decidirá en unas semanas es si México debe volver a ser gobernado por el mismo grupo, una minoría rapaz y corrupta que privatizó el Estado (en esto no podemos no darle la razón al presidente), imponiendo sus intereses sobre la mayoría del pueblo de México. Ese es el verdadero sentido de estas elecciones, no si la democracia y la libertad están en riesgo, sino si los mexicanos le van a regresar a la clase política, empresarial e intelectual que expolió a este país durante décadas, el poder.  O decidirá continuar con Morena los siguientes seis años y su proyecto político.

No sé, si como dice el presidente López Obrador, “el pueblo ya cambió”, no sé si las encuestas realmente reflejan las intenciones de voto, ni si la mayoría se negará a regresar al pasado de escandaloso latrocinio prianista, pero por fortuna falta un mes para saberlo, querido lector.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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