Óscar de la Borbolla
14/05/2025 - 12:04 am
La brújula del sentido de la vida
Si con el tiempo obligatorio se actúa para tener; con el tiempo de la libertad se actúa no para tener, sino para ser.
El tiempo de la vida puede dividirse de múltiples maneras: por semana, por año, por estaciones; pero hay una forma que a mí me parece fundamental: el tiempo que uno dedica a las actividades obligatorias, las que de alguna manera son necesarias para garantizar el sustento, y el tiempo que uno, a veces contra todo, toma para sí mismo: no se trata del ocio ni del llamado tiempo libre, sino de un tiempo para la libertad que uno destina a hacer lo que realmente quiere.
En el obligatorio, uno hace lo que "tiene" que hacer, lo que es "necesario" para garantizar la subsistencia: uno trabaja, estudia, se capacita, cumple con las tareas de la actividad productiva que haya encontrado o elegido; lo que uno hace en este tiempo, por muy rutinario que sea o por mucha creatividad que pueda imprimirle, es lo imperativo: se tiene, ante todo, que cumplir con la meta señalada, pues, de lo contrario, uno pierde esa forma de ganarse la vida.
En el tiempo de la libertad, en cambio, no hay obligación: lo que uno hace no necesariamente cumple con una meta, más bien uno "puede" hacer (conste: dije "puede" y no "tiene" o "debe"): uno puede hacer lo que desea.
Si con el tiempo obligatorio se actúa para tener; con el tiempo de la libertad se actúa no para tener, sino para ser. Uno se hace a sí mismo en este tiempo ganado con la voluntad.
Si no se trata de lo que se tiene, sino de lo que se es, ¿qué es lo que cada uno es? Intentaré aclarar esta idea: yo no soy mis propiedades, ni mi cuenta bancaria, tampoco soy mis deudas. Yo tengo unas propiedades y unas deudas. Yo soy en todo caso un escritor, un lector, un pensador: soy lo que he hecho de mí en ese tiempo que llamo de libertad. Lo que soy, por tanto, es lo que llevo conmigo a todas partes, no lo que está afuera de mí, sino lo que me constituye por habérmelo apropiado. Lo que soy tampoco depende de que haya luz o no, no peligra con los terremotos ni con las devaluaciones, no puedo heredarlo: lo que soy no depende ni de los otros: lo que soy es lo único que morirá conmigo.
Cuando se comprende la importancia de este tiempo con el que uno forma su propio ser, la vida adquiere una brújula que nos permite dirigirla, pues darle sentido a la vida no está en las actividades con las que uno consigue tener o subsistir, sino en aquellas en las que uno se convierte en lo que ha elegido. El que uno pueda con esas actividades, además de ser, tener, es asunto secundario: un médico con vocación es médico más allá del ingreso que perciba por sus servicios, o un poeta puede enriquecerse con sus versos, pues aunque resulte increíble ha habido algunos que lo han lograron.
Ofrezco un par de ejemplos: la semana pasada, el lunes y el martes por la tarde, dediqué mi tiempo de libertad a dos actividades muy distintas: el lunes estuve escroleando en las redes sociales: con el dedo índice pasaba y pasaba imágenes en Instagram y en TikTok… He de confesar que fui atrapado: uno tras otro desfilaban ante mí videos breves con imágenes de mujeres jóvenes, guapas y con cuerpos extraordinarios que ponían cara de sensualidad, y también me quedé contemplando muchos videos de competencias absurdas en las que unos jóvenes recorrían una serie de obstáculos: encestar una pelota, brincar un muro, derribar unas latas, pasar por un aro… en fin, ese tipo de videos que abundan en estas redes sociales. Me preocuparon los cientos de miles de likes que tenían: cuatrocientos mil, ochocientos mil likes y miles y miles de comentarios. Por la noche me sentí vacío, la tarde entera se me había esfumado; intenté recordar algo memorable y no había nada, literalmente: había matado mi tiempo.
El martes apagué mi tableta y mi teléfono, y descubrí en mi biblioteca un pequeño libro de Plutarco, uno al que le traía ganas desde que leí Vidas Paralelas; me refiero al que se llama: Cómo Sacar Provecho de los Enemigos. Fue una tarde estupenda, entendí que los enemigos pueden ser nuestros maestros, pues nadie mejor que ellos nos estudian para asestarnos un golpe, causarnos un perjuicio; nadie mejor que un enemigo para advertir nuestras debilidades y por ahí dañarnos. Los enemigos, dice Plutarco, son maestros gratuitos que nos ayudan a ver amplificados nuestros defectos, y nosotros podemos, gracias a esas señales, corregirlos, pues una calumnia siempre contiene, aunque sea en germen, algún elemento verdadero. De ahí que más que menospreciar esos ataques resulte útil sopesarlos, y vernos desde la perspectiva de una mirada adversa.
Dediqué el tiempo de la libertad de esa tarde a leer el tratado de un pensador del siglo I de nuestra era y, gracias a ello, hoy entiendo mejor y me entiendo mejor y me conozco más: realmente fue un tiempo invertido en formarme a mí, en nutrir lo que soy. ¿La ganancia? Ninguna: sólo soy más propiamente yo.
X @oscardelaborbol
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