Óscar de la Borbolla
23/10/2023 - 12:03 am
Lo que empeora los males
"Esta polarización debería ser imposible en un mundo que hace tiempo derribó el absoluto; que hizo de la razón occidental uno más de los puntos de vista, y que ha propagado sin descanso la idea de que todo es relativo, histórico, transitorio".
Cuenta la leyenda griega que Zeus, deseoso de venganza, envió a Prometeo un cofre que contenía todos los males. Nuestro benefactor lo había engañado varias veces. La portadora, en efecto, era Pandora; quien llegó con su famosa caja a hacer la entrega. La mala suerte quiso que no fuera el astuto Prometeo quien la recibiera, sino su inocente hermano, Epimeteo. El resto también lo conoce todo el mundo…
Hoy tengo la sensación de que volvió a abrirse la infausta caja, pero antes, un hado perverso preparó el terreno para que la guerra, el hambre, las rivalidades políticas, el conflicto de los géneros, la tensión entre las clases sociales, las enfermedades… y todas las desgracias no solo se desparramaran por la Tierra, sino que se tornara imposible alguna solución.
Entiendo, por supuesto, que darle forma de leyenda a los conflictos que nos han traído a este crítico momento de la historia es caricaturizar la realidad, que la acumulación de agravios ha llevado los problemas hasta este punto de inflexión que ya, desde hacía tiempo, era insostenible; toléreseme, sin embargo, la metáfora para poder referirme a esta complejidad de disputas como si se tratara de un conjunto y tener, gracias a ello, la distancia que me permita reflexionar. Requiero de esa distancia para no tomar partido, para no nutrir con mi punto de vista el fuego que precisamente aviva los conflictos. Quiero entender. No votar: intentar entender este tiempo de querellas internacionales e intestinas.
Porque no sólo están los problemas, sino un terreno o, mejor aún, una generalizadísima actitud que empeora los de por sí muy graves males: la polarización. Por polarización entiendo no sólo un estado en el que las posturas antagónicas se extreman, sino esa actitud que, como anteojos, se antepone para mirar, y que trae como consecuencia que lo primero que se ve del otro no es si es gordo o flaco, bello o feo, inteligente o lerdo, alto o bajo, sino si está conmigo o contra mí.
Una polarización que hace del mundo un paisaje en blanco y negro, sin matices, sin grises; un mundo donde cada grupo cree que le asisten toda la razón y todo el derecho, donde cada grupo está cerradamente convencido de estar en la absoluta posesión de lo correcto y, en consecuencia, que al grupo contrario le falta la razón y no tiene ningún derecho. Un mundo totalizado por el fanatismo de la polarización; un mundo que da miedo porque no hay lugar para el individuo, pues las personas tienen que masificarse en alguno de los dos bandos en pugna, sin que se toleren las discrepancias, sin que quepan los peros, ni ninguna clase de ponderación. Un mundo compacto de dos bloques sólidos que chocan.
Esta polarización debería ser imposible en un mundo que hace tiempo derribó el absoluto; que hizo de la razón occidental uno más de los puntos de vista, y que ha propagado sin descanso la idea de que todo es relativo, histórico, transitorio; y, sin embargo, es precisamente ahora cuando esas relatividades son erigidas por cada facción como —permítaseme la redundancia— el único absoluto. Hoy, para desgracia de todos, la polarización también ha salido de la nueva caja de Pandora.
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