Óscar de la Borbolla
30/10/2023 - 12:03 am
La muerte no es una cosa
Las cosas, afortunadamente, nos arrebatan de la muerte, nos hacen voltear hacia ellas, mirar hacia otro lado, pasar de largo.
La muerte… qué asunto mas trillado y, sin embargo, cuánta sorpresa causa cuando llega. No digamos cuando ocurre intempestivamente sin que nadie la haya previsto, sino cuando es completamente esperable, cuando la estadística muestra que ya era hora o cuando una prolongada enfermedad la hace inminente. Su arribo, no obstante, desconcierta, por más que a cierta edad uno haya sido ya testigo de muertes incontables. Y es que la muerte, hablo por supuesto, de la que pasa en la vivencia de los deudos, en aquellos a quienes la muerte de un ser querido los afecta; de la otra, de esa que como un chicle traemos todos en la boca con frases como: ‘estoy muerto de frío’, ‘me muero de amor’ o ‘muero de hambre’, esta otra no tiene ninguna importancia, es a lo más un énfasis del lenguaje. Hablo de cuando la muerte ocurre de veras y entre aquellos que nos importan: qué sorpresa, qué duro despertar a lo inevitable, a lo más sabido de nuestra condición de seres mortales. La muerte es la costumbre que siempre sorprende.
Con la muerte nos ocurre lo mismo que a los pájaros cuando el sol se hunde al atardecer. Esta muerte no es calaverita de azúcar ni viene vestida de catrina, ni de calaca pelona de la que nos burlamos. La muerte de la que hablo no es esa entidad cosificada ante la que, envalentonados, podamos cantar con José Alfredo Jiménez. Esas canciones y esos disfraces son más vida que otra cosa. Son fiesta, son gritos, baile y alegría (y qué bueno), porque la verdadera muerte nos deja sin palabras. Sin palabras, sin ojos, sin nada.
Y el muerto tampoco es el cadáver, ni la tumba o la lápida: es ese hoyo irreparable en la mirada, ese punto ciego donde aparece un faltante: está en esa silla que los demás miran como si no hubiera nada, y en la que en efecto no hay nada, no hay nadie; pero donde hay una nada que solo está para nosotros. Tampoco está en el altar que decoramos con fotografías y viandas, sino en el alma: el muerto es ese hueco que traemos de fijo en el alma, en el ánimo sin ánimo, en esa incurable desesperanza. La muerte y el muerto no son cosas. Como tampoco lo es nuestra propia muerte, ese asunto completamente inimaginable, aunque temido, aunque deseado, aunque ignorado y que solemos ocultar con cualquier cosa. Porque, precisamente, las cosas sirven para ocultar la muerte. Las cosas nos distraen, nos entretienen; eclipsan la muerte.
Las cosas, afortunadamente, nos arrebatan de la muerte, nos hacen voltear hacia ellas, mirar hacia otro lado, pasar de largo. Qué maravilla que en estos días que vienen, días de muertos, ni la muerte ni los muertos ocupen la vivencia y, mas bien, nos entreguemos a las cosas, qué bueno que estén las cosas para zafarnos de lo que con ellas se celebra.
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