Sandra Lorenzano
04/02/2024 - 12:02 am
Me refugio en una voz
Marian Anderson y Florence B. Price supieron, como tantas mujeres segregadas y violentadas a lo largo de los siglos, que son las redes de cuidados sororos las que nos protegen y salvan.
¿Me dejan confesarles algo? En esos momentos en que el mundo -o mi propia vida- parecen dar vueltas sin sentido, cuando hay demasiado ruido real y simbólico alrededor, cuando sé que lo único que me salva es reencontrar dentro de mí ese pequeño espacio de paz en el que puedo refugiarme, vuelvo a uno de mis talismanes más amados: la voz de Marian Anderson. Y especialmente a su conmovedora interpretación del “Erbarme dich, mein Gott”, de la Pasión según San Mateo de Bach. Algo que no puedo sino llamar mágico me sucede ante esos sonidos; son un bálsamo, una caricia tibia y, a la vez, como toda gran música, una interpelación: ¿qué sentido tiene mi paso por el universo? Las preguntas sobre lo sagrado y lo profano parecieran atravesarnos el cuerpo.
Erbarme dich, mein Gott (Ten Piedad, mi Dios), canta ella y con ella todos nosotros, aun cuando tengamos otros dioses u otras religiones, o ninguna.
Marian Anderson, de quien Arturo Toscanini dijera que voces como la suya aparecen una cada cien años, nació en Filadelfia el 27 de febrero de 1897. De familia humilde, se fue formando musicalmente gracias al apoyo que le dieron los pastores y algunos miembros destacados de su comunidad que entendieron que esta niña era la portadora de un don. Ese don no evitó que fuera rechazada, por su color de piel, en la Academia de Música de Filadelfia. El conocido maestro de canto Giuseppe Boghetti, deslumbrado, fue quien acompañó su formación. Gracias a él la cantante hizo sus primeras grabaciones importantes y una gira por Europa que la consagró más allá de las fronteras de Estados Unidos. Eran los primeros años de la década de 1930 y, a pesar del reconocimiento internacional, el racismo del país del norte seguía poniéndole crueles obstáculos a su carrera.
Por favor, dense unos minutos para escucharla.
El punto más álgido de la exclusión se dio en 1939 cuando la organización ultraconservadora de mujeres “Hijas de la Revolución Americana” le prohibió presentarse en el Constitution Hall de Washington, porque -argumentaron- era un espacio reservado sólo para artistas blancos.
Fue tal el escándalo provocado por este gesto que la primera dama, Eleanor Roosevelt, la invitó a que diera un concierto a cielo abierto en la plaza del Monumento a Lincoln en la misma ciudad. Allí se reunieron para escucharla ¡75 mil personas! Y varios millones siguieron la transmisión por la radio. Era 9 de abril de 1939. Domingo de Resurrección.
Sin embargo, tuvieron que pasar quince años más para que se convirtiera en la primera solista afroestadounidense invitada a la Ópera Metropolitana de Nueva York.
Hoy vuelvo a Marian Anderson, no sólo porque estoy pasando uno de esos momentos en que pareciera haber demasiado ruido real y simbólico a mi alrededor, como decía al comienzo, sino porque acabo de descubrir la obra de Florence B. Price, otra de las grandes artistas negras vinculadas al mundo de la música clásica. ¡La primera en ser reconocida como compositora sinfónica!
Florence era originaria de Arkansas donde nació el 9 de abril de 1887, diez años antes que Anderson, y justo cincuenta y dos años antes de aquel mítico concierto del Lincoln Memorial.
Era hija de una familia respetada en su comunidad, su madre era profesora de música y su padre dentista. Cuentan que logró ser aceptada en el Conservatorio de Boston haciéndose pasar por “mexicana” para evitar ser discriminada por afro. Como muchas familias del sur, la suya se había mudado al norte del país para escapar de las brutales leyes de segregación racial.
En 1933 la orquesta Sinfónica de Chicago estrenó su Sinfonía en Mí Menor, que había sido ya reconocida con un importante premio. Se convirtió entonces en la primera composición de una mujer afroamericana interpretada por una orquesta tan importante como esa, formada además en su totalidad por hombres blancos.
Sin duda el potente feminismo afroamericano contemporáneo tiene uno de sus momentos clave en aquel concierto de Washington DC, cuando Marian Anderson cerró el recital con el conocido “Negro spiritual” llamado “My Soul is Anchored in the Lord” (Mi alma está anclada al Señor), en la versión de Florence B. Price. Anderson mostraba así la fuerza de los lazos de solidaridad y amistad entre las artistas negras contemporáneas, a la vez que hacía un reconocimiento a sus ancestras, que cantaban como esclavas en las plantaciones o en los coros de las iglesias.
Marian Anderson y Florence B. Price supieron, como tantas mujeres segregadas y violentadas a lo largo de los siglos, que son las redes de cuidados sororos las que nos protegen y salvan. Por eso nombrar a Marian y a Florence, recordar sus logros y sus luchas, recordar el compromiso que tuvieron con sus hermanas, y disfrutar y difundir sus obras, constituye un gesto ético imprescindible.
Hoy la ópera “Marian’s song” (2020), obra del compositor afroamericano Damian Sneed, en la que fusiona canto lírico, con rap e imágenes, y el documental “The Caged Bird: The life and music of Florence B. Price” (2015), son sólo una muestra de la recuperación y actualización de su memoria. Las nombramos para que ningún viento de la historia, por muy conservador y violento que sea, pueda borrar su herencia.
Vuelvo a la mezzosoprano y a su “Erbarme dich, Mein Gott”. Vuelvo a aquel glorioso cierre de uno de los recitales más importantes de la historia. Y entre esas mujeres, en esas notas, en esa voz, en la historia que las marcó, en la que hoy aún nos desafía, encuentro mi refugio.
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