Melvin Cantarell Gamboa
22/05/2024 - 12:05 am
Comprender la democracia
"No hay democracia cuando el colectivo social se ve obligado, por sometimiento voluntario o por la fuerza, a la aceptación de un poder que lo oprime".
Segunda parte
Nietzsche utilizó la palabra egipticismo para señalar aquellas sociedades que odian el cambio, por la semejanza que guardan con el antiguo Egipto, una cultura inmóvil que aspiraba a repetirse eternamente. Las sociedades históricas que le sucedieron se caracterizaron por el cambio; condición que hizo posible que en la Atenas del siglo V a. de n. e., surgiera la democracia como opción al poderío de la aristocracia. Impulsada por hombres sabios que manifestaron su preferencia y “amor a los pobres” y ante el deseo del pueblo de alcanzar una mayor igualdad social, la democracia dio ocasión también a la aparición de un nuevo ser social: el hombre como animal político (Aristóteles. Política); siglos después, en las democracias postrevolucionarias burguesas, ese ente se mejora al modificar su ser en animal político no estructuralmente estabilizado; había incorporado a su conciencia la célula genética del disenso o cualidad de ser capaz de cuestionar el orden establecido si este le es indeseable; hoy, ningún poder podrá extirpar de los ciudadanos esta capacidad adquirida para resistir y cambiar un estado de cosas que le es adverso y, en un contexto democrático, hacerlo sin violencia.
No hay democracia cuando el colectivo social se ve obligado, por sometimiento voluntario o por la fuerza, a la aceptación de un poder que lo oprime. Lamentablemente, como rescoldo del dominio tradicional de la nobleza, la democracia, como poder del pueblo, se vio obligada a compartir el poder con la “aristocracia” del dinero u oligarquía, con la que tuvo que conciliar dejándole organizar las nuevas instituciones.
Para fortuna de los oprimidos, como bien lo observó Aristóteles, la democracia también dio lugar al pensamiento rebelde, es decir, al hombre del disenso que desde entonces se ha opuesto a la uniformización de las conciencias; no obstante, el sistema insiste en su esfuerzo de convertir a los individuos en sujetos del consenso, en individuos pasivos, indiferentes, sugestionables, manipulables, procurando que domine en ellos el espíritu de rebaño y se comporten como meros espectadores de lo político, cuya participación en los ejercicios democráticos se reduzca a depositar periódicamente su voto en las urnas, sin cuestionamiento y sin preguntarse qué sucede en su entorno.
Como objetivo, esta intención ha tenido éxito; las oligarquías están convencidas que los nexos clasistas que el neoliberalismo y la globalización han conseguido, gracias a la universalización del consumismo, lograron establecer como paradigma la economía de mercado y neutralizado de este modo la formación de un pensamiento divergente que haga peligrar su dominio.
El filósofo italiano Diego Fusaro, en su libro Pensar diferente, Una filosofía del disenso (Editorial Trotta), dice que para las oligarquías neoliberales, ni la sociedad ni el pueblo existen, existe el individuo consumidor, condición que cierra la puerta al disenso y al pensamiento divergente y, en consecuencia, a formas posibles de vivir diferente, cuando la aceptación del estatus quo es, en los hechos, una forma de consenso pasivo e inerte. Por esa razón, dice el filósofo italiano, las democracias neoliberales están vacías de disenso y, por eso también, son cada vez menos democráticas. En Argentina, por ejemplo, el presidente Milei ha suplantado la soberanía del pueblo por la lógica del mercado, haciendo abstracción de las necesidades de quienes lo eligieron. ¿Por qué? Porque en el neoliberalismo las masas se dejan someter, no reflexionan antes de tomar decisiones, se dejan conducir como borregos por cualquier demagogo que les habla al oído y se apoya en el poder de los medios de comunicación que disfrazan sus mensajes, entrevistas o reportajes como intenciones neutras en búsqueda de consenso.
En Europa, explica Fusaro, el neoliberalismo como ideología permite a los individuos hacer lo que quieran a cambio de adhesión al crecimiento económico ilimitado; inculcan, gracias al poder del círculo mediático (el clero periodístico y la clase intelectual), imponer la ortodoxia del mercado y el consumo sin necesidad de la hoguera, porque no hay resistencia ni rebeldía posible.
Sin embargo, tras el mito de la tecnología, del crecimiento económico y el consumismo, continúa el filósofo, subyace la lucha de clases, conflicto de intereses entre burgueses y proletarios en el capitalismo; pudo ocultarlo masacrando el pensamiento divergente e induciendo en los trabajadores el uso, disfrute y compra de mercancías; ahora bien, en los hechos este comportamiento representa una venganza, una rebelión de las élites en que el amo recupera todo lo que le había arrebatado el esclavo. La masificación de la ideología neoliberal ha borrado en la modernidad las más importantes conquistas y reivindicaciones de la clase trabajadora, debilitando así la resistencia de los ofendidos del mundo; lo lograron de tal manera, que hoy los pueblos miren lo que ocurre como natural y crean que así ha sido siempre; el neoliberalismo, por ejemplo, ha suspendido derechos sociales haciéndolos pasar por privilegios, sin embargo, tal desatino es aceptado sin respuesta, pocos son los trabajadores que se atreven a confrontar al poder y a desafiar al orden establecido.
Por tal razón, los condenados de la tierra, los dañados de siempre, aceptan sin réplica la privatización de la educación, de la salud, el control de los salarios y la sobreexplotación de sí mismos porque han sido condicionados para ello, y lo peor, cuando llegan a percibir su fracaso y se lamentan de no haber alcanzado el éxito, piensan que no ser un triunfador, sino “un perdedor”, se debe a que no son lo suficientemente capaces de realizarse como sujetos de la modernidad.
La pregunta obligada: ¿Cómo es posible que el neoliberalismo haya convencido a los habitantes del planeta de tal mentira y que el mundo, tal como lo ha erigido el neoliberalismo, es la única realidad posible? Existencialmente vivimos en la actualidad una realidad no social en la que impera un individualismo extremo, monádico y aislado mientras nos comportamos y actuamos como parte de una muchedumbre solitaria que imagina ser libre; como “yoes” individuales que se conforman con consumir, que desean y anhelan las mismas cosas de manera solitaria, sin conciencia crítica e incapaces de disentir, es decir, sometidos al orden simbólico del neoliberalismo, especialista en disfrazar contradicciones y diferencias clasistas insalvables.
Volvamos a la tesis fundamental del texto Filosofía del disenso de Diego Fusaro, dice el autor: “el sistema actual esconde la contradicción fundamental del capitalismo: la lucha de clases, ese irreconciliable antagonismo entre explotados y explotadores, para substituirla por una constelación de fingidas oposiciones: derechas e izquierdas, ateos-creyentes, extranjeros-nacionales, homosexuales-heterosexuales, hombres-mujeres, vegetarianos-carnívoros, etc. hipertrofiando así la lucha de burgueses y trabajadores con dicotomías estériles”
Lo cierto es que la oligarquía neoliberal solo cree en el libre mercado y en él concentra sus intereses, pues su única preocupación es imponer el consumismo como la ideología dominante valiéndose del credo mediático y los aparatos ideológicos de Estado. En México, por ejemplo, las élites, los muy ricos, los intelectuales y los extranjeros que hicieron sus fortunas con la explotación de los trabajadores y se apropiaron de los bienes terrenales de México están convencidos de que el monoteísmo de mercado ha impregnado de tal manera las conciencias al grado de creer que su hegemonía les permite expresar sin consecuencias su particular clasismo: reniegan de este país y al mismo tiempo desprecian y odian a sus habitantes. Andrés Manuel López Obrador en su libro ¡Gracias! (Editorial Planeta), da testimonio de este pensamiento clasista y racista; escribe (página 506 de libro citado) que en una ocasión le expresó a Guillermo Sheridan su admiración por el pueblo de México y éste intelectual “fifí” le contestó: “No estoy de acuerdo. El mexicano es por lo general ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, sexista, caprichoso, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a sus hijos y a las mujeres, idolatra el ruido, tira basura, nunca ha respetado el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, compra y vende piratería, zarandea a los peatones, no duda a la hora de hacer tranzas, desprecia la ley, no sabe aritmética ni tirar pénaltis. Lo mismo puede decirse de la clase baja. Tenerle amor a eso es masoquismo o demagogia”.
El disenso es existencial, una forma de vivir diferente y de rechazo a lo establecido, por eso el poder aspira a reprimirlo, solo la democracia lo acepta, no lo suprime, su fortaleza está en permitirlo, en coexistir con él, ya que permite el juego dialógico entre contrarios. Puede decirse, en consecuencia, que la democracia no es una sociedad de consenso, necesita del disenso y lo tolera, como lo hace el gobierno actual con el PRIAN en el actual periodo electoral al dejarlo expresarse libremente sin negarle espacios o medios para la manifestación de su disenso.
Sin embargo, la derecha nunca juega limpio; en las sociedades abiertas hay dos formas de combatir políticamente: una con las leyes y el respeto a las reglas del juego democrático; la otra con la fuerza de la manipulación mediante la mentira, el engaño y la difamación. La primera es propia de los hombres, la segunda de las bestias; pero, como la primera muchas veces no basta, conviene recurrir a la segunda, pues el demagogo encontrará siempre quien se deje engañar.
¿Cómo explicar esto? Pese a los grandes cambios ocurridos en los últimos ochenta años, el sistema capitalista no ha podido superar las contradicciones que se derivan de la lucha de clases, incluso en su intento de ocultarla han aprovechado la competencia democrática y la existencia de partidos políticos para diluirla, estableciendo antagonismos menos peligrosos, como bien dice Fusaro.
En México a unos días de las elecciones la oposición ha recurrido a la guerra sucia total pero es obvio que han fallado en el intento; de ahí que en su desesperación ahora culpen al Presidente de la República de los problemas del país, acusándolo, sin pruebas, de ser autoritario; algo común en los grupos reaccionarios que profesan el fascismo y utilizan la proyección como mecanismo de defensa: identifican el poder con la dictadura de un solo hombre y, atribuyen al otro sus propias emociones, pensamientos y características. A López Obrador se le puede reprochar su activismo político, de no quedarse callado y responder a quien lo ataca; sin embargo, lo que la oligarquía, los políticos reaccionarios y sus testaferros no pueden hacer es acusarlo de corrupto y demostrarlo, como puede probársele a la mayoría de los dirigentes y candidatos del PRIAN; el presidente es un hombre honesto e incorruptible y de ahí su histeria.
Los síntomas neurótico-histéricos que hoy exhibe la derecha y los medios solo han servido para convertir el ambiente político en un campo minado; de allí la urgente necesidad de comprender la democracia y, al mismo tiempo hacer una crítica efectiva de sus enemigos, refutarlos para dar al pueblo de México y sus ciudadanos elementos suficientes para decidir, con un mínimo de error, por quien hay que votar. Ya no se trata, como pensaba Sieyés, de buscar el equilibrio entre los intereses del pueblo y los de la oligarquía, sino de salvaguardar la soberanía popular.
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