Rubén Martín
09/03/2025 - 12:03 am
Dependencia tóxica con EU
Estamos aquí no sólo por los intereses de Estados Unidos sino también por los intereses que empujó su momento una clase gobernante y un puñado de tecnócratas formados en universidades de Estados Unidos.
Lo advirtieron en su momento sindicatos, organizaciones campesinas, académicos, pequeños comerciantes e industriales, y organizaciones de la sociedad civil como la Red Mexicana de Acción Frente al Libre Comercio (Rmalc): los tratados de libre comercio no son la solución para procurar el desarrollo y el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población. E insistieron repetidamente que no era sano ni sensato poner todas las expectativas de crecimiento (todos los huevos en la misma canasta) en la relación comercial e integración económica y comercial con América del Norte, especialmente con Estados Unidos.
Y henos aquí, tres décadas y media después amenazados una semana sí y otra también por el Presidente racista e imperialista Donald Trump, de imponer aranceles y otro tipo de sanciones comerciales, jurídicas o militares, contra México si el Gobierno no cumple con sus exigencias. Sí, la élite del poder de Estados Unidos propició que se negociara y se firmara un tratado de libre comercio entre los tres países de América del Norte, pero las clases gobernantes mexicanas abrazaron y empujaron la idea como si fuera propia.
Y ahora, 31 años después, estamos profundamente entrelazados con la economía estadounidense: 82 por ciento de las mercancías que se producen en México para la exportación se venden al país del norte, 92 por ciento del gas y 55 por ciento de la inversión extranjera proviene de allá. Más que entrelazados, es una dependencia tóxica porque nos vuelve vulnerables y nos pone en riesgo ante los intereses hegemónicos de Estados Unidos y ante los estados de ánimo volubles y caprichosos del actual inquilino de la Casa Blanca.
Insisto, estamos aquí no sólo por los intereses de Estados Unidos sino también por los intereses que empujó su momento una clase gobernante y un puñado de tecnócratas formados en universidades de Estados Unidos, quienes aprendieron en sus clases que el libre mercado puro era el paradigma para las economías nacionales y que los tratados de libre comercio eran el remedio contra los males del proteccionismo y la economía nacionalista que prevalecía en México.
Pero resulta que era un engaño, un engaño que ya en los tiempos de negociación del TLCAN, admitía la prensa estadounidense: El Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA por sus siglas en inglés) “es reminiscente de una era anterior cuando madres patrias como Inglaterra ofrecían acuerdos de comercio preferenciales a las excolonias para mantenerlas atadas económica, financiera y políticamente… Las motivaciones (de EU) en el caso de México ciertamente nos recuerdan aquellas del Imperio Británico”, escribió Robert Kuttner en el semanario Business Week en mayo de 1991. La cita fue recordada por el profesor de la UNAM John Saxe-Fernández en una conferencia en la que hablaba del NAFTA y los cruces de la geopolítica y geoeconomía del capital, en diciembre de 1993.
Los operadores de los organismos del capital consideran que en realidad estos tratados buscan ir construyendo “una constitución mundial de los derechos del capital”, como planteó el ex director de la OMC, Renato Ruggiero, según recordó el profesor e integrante de Rmalc, Alberto Arroyo Picard en un ensayo de 2019.
Pero aún los críticos de los tratados de libre comercio, como el mismo Alberto Arroyo, admiten que es difícil desatar los nudos de la dependencia, pero por algún lado se tiene que empezar. Lo primero es hacer consciente que no es sana esta dependencia tóxica que tenemos con Estados Unidos (prácticamente en todos los ámbitos) por lo que la conclusión lógica es buscar otras relaciones comerciales y diplomáticas que nos ayuden a evitar situaciones de virtual extorsión que el Gobierno de Estados Unidos impone a nuestro país, con la amenaza de las tasas arancelarias o incluso de intervenir directamente para combatir a los cárteles del narcotráfico.
Pero la necesidad de replantear las relaciones de dependencia con Estados Unidos no surge sólo porque tenemos a un presidente extorsionador en la Casa Blanca sino porque el periodo económico ligado a los tratados de libre comercio (con América del Norte y con otras regiones y naciones) no han traído el crecimiento económico, la prosperidad, el desarrollo y el progreso que prometieron los promotores del libre comercio, sino una era de crecimiento mediocre, que ha afectado a distintos sectores nacionales y ha beneficiado a un puñado de empresas y a unos pocos los ha enriquecido de modo insultante para el resto de la población que vive al día.
En 2018 el doctor José Luis Calva, unos de los economistas más críticos del proyecto neoliberal, escribió: “Durante los 24 años cumplidos de operación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994-2017), los trabajadores con contrato colectivo en las ramas de jurisdicción federal perdieron el 32.7 por ciento del poder adquisitivo de sus salarios; los salarios reales en la industria manufacturera se redujeron (…) En el mismo lapso, los campesinos perdieron, en promedio, cerca del 30 por ciento del poder de compra de sus cosechas; casi diez millones de mexicanos emigraron al extranjero —principalmente a Estados Unidos— en busca de empleos que no encontraron en nuestro país; y el número de mexicanos en pobreza aumentó en más de 20 millones”.
Por su parte el economista Alberto Arroyo ha insistido en varios estudios sobre las tasas mediocres de crecimiento que ha traído la era del TLCAN. Durante el Cardenismo la economía mexicana orientada al mercado interno creció 2.53 por ciento; en la siguiente década orientada a la industrialización sustitutiva de importaciones la economía creció 2.90 por ciento; el periodo del desarrollo estabilizador (1951-1970) la economía creció 3.41 por ciento del PIB; el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976) el crecimiento fue de 2.25 por ciento; y de 3.81 por ciento en el sexenio de José López Portillo empujado por las exportaciones petroleras. Pero desde el inicio del periodo neoliberal asociado a los tratados de libre comercio, la economía apenas ha crecido 1.09 por ciento, según detalló Alberto Arroyo en su ensayo “No a la modernización de TLCAN: una nueva integración de México en el mundo”, publicado en 2018 (para los interesados en profundizar, el ensayo se puede leer aquí: https://cutt.ly/pryLszr9). Las tasas de crecimiento en los gobiernos de la Cuarta Transformación no han tenido mejor desempeño.
En mayo de 2015 un conjunto de académicos de todo el país publicó un manifiesto en el que consideraron que “En el TLCAN, las fuertes desigualdades iniciales en PIB per cápita entre México, Estados Unidos y Canadá, lejos de reducirse se han agrandado; y sus principales beneficiarios han sido las grandes corporaciones de los tres países, mientras que nuestros pueblos han resultado ser perdedores netos”, según el Consejo Nacional Universitario.
Más allá de las relaciones con otras naciones del mundo, es necesario replantear el proyecto de país y es necesario que, desde abajo, desde la sociedad impulsemos otras formas y modos de relaciones económicas que no dependan del capital y de las dinámicas de acumulación, sino que surjan desde la solidaridad, la cooperación y relaciones de horizontalidad. Relaciones económicas y de producción material de nuestras vidas que no estén expuestas a la dependencia tóxica con la potencia imperial.
El proyecto que ha planteado la presidenta Claudia Sheinbaum es la apuesta por otro ciclo industrialista según ha expuesto en el llamado Plan México. Pero se extraña que un Gobierno que se dice progresista no esté considerando seriamente apostar por formas asociativas y colectivas de producción. No estaría de más apostar por la creación y multiplicación de cooperativas tanto en el campo, en la industria y en el comercio y modos de economía solidaria como las cajas populares que han sido el sostén de millones de familias a lo largo del tiempo. Quizá a la larga el desprecio que ahora nos muestran las élites de Estados Unidos sea una oportunidad de buscar nuestro bienestar mirando hacia adentro, hacia abajo y hacia los lados, de manera horizontal y procurando la vida digna para todos desde la solidaridad y el común.
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