Óscar de la Borbolla
07/05/2025 - 12:04 am
Cada vez estamos más locos
Se ha confundido la performatividad del lenguaje con la magia. Se ha fomentado la creencia de que la voluntad también es una capacidad mágica que materializa al instante el deseo.
La frontera entre lo ilusorio y lo real ya no es tan clara, recuerdo que de niño me resultaba muy fácil distinguir lo que era de mentiritas o de juego de lo que iba en serio y era real; hoy, lo uno y lo otro se imbrican profundamente como si estuvieran machimbrados, y noto que muchísima gente vive, de hecho, no solo con un pie aquí y el otro allá, sino francamente con ambos allá: en lo ilusorio, y que sienten ese "allá" como si ahí estuvieran su casa, sus amistades y su mundo. No es extraño que alguien me presuma los cientos de amigos que tiene en Facebook, amigos con quienes, por cierto, jamás ha tenido ningún encuentro en persona, o que me muestren como propios textos literarios que no han hecho ellos mismos, sino que se los ha redactado la IA.
También, por todos lados encuentro libros, videos, memes y gurús que dan por hecho que basta con desear —pero desear de veras, dicen— para que lo deseado se cristalice, como si no fueran el trabajo, las circunstancias y la perseverancia, sino la mera voluntad la que diera los frutos: presentan la voluntad como fuente de realidad.
Y, por si esto fuera poco, hay quienes creen que basta con decir: "soy una mariposa" para que se conviertan en una mariposa y deban ser tratados como tales por los demás. Este disparate (me atrevo a denominarlo así, pese a la andanada de improperios que podrá atraerme) se debe a que se ha mal entendido la función del lenguaje que se denomina performativa. Pues aunque el lenguaje crea realidad, solo lo hace en algunos casos. Me explico: un juez puede crear el vínculo matrimonial al declarar esposos a dos personas, y otro juez puede disolver ese vínculo declarándolo nulo; un sínodo de profesores puede convertir en licenciado a alguien en el contexto de un examen profesional, o un notario puede dar fe de la autenticidad de unos documentos y convertirlos en válidos, pero no todos pueden casar, ni todos pueden autentificar documentos o transacciones. El lenguaje, ciertamente, en algunos casos, crea realidad, pues los vínculos legales son reales ya que implican obligaciones y derechos, y, también, por supuesto, los efectos que produce una certificación notarial son reales; pero de ahí a que ahora se crea que cualquiera posee esa capacidad performativa del lenguaje y que la puede emplear para todo lo que se le ocurra es completamente equivocado. No es sensato creer en que la palabra de uno es mágica como la del mago Merlín, y que basta con decir de sí mismo cualquier cosa para uno se convierten en eso. Pero lo más desatinado es que ya existen legislaciones que están permitiendo que varones digan que son mujeres, y se metan tramposamente en certámenes deportivos, porque hay leyes que lo permiten.
Se ha confundido la performatividad del lenguaje con la magia. Se ha fomentado la creencia de que la voluntad también es una capacidad mágica que materializa al instante el deseo. Estos errores, más el hecho de permanecer demasiadas horas al día en la virtualidad, son parte de la causa de que lo ilusorio y lo real se mezclen en una frontera tan ancha que ya no se sabe muy bien dónde termina una y comienza la otra. Hoy extraño la claridad de mi infancia, cuando lo de mentiritas estaba encerrado en unos confines infranqueables, y en un instante milimétrico se era capaz de mudar de piel pasando de policía a bandido. Hoy eso ocurre, pero ese es otro tema.
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