Jaime García Chávez
12/05/2025 - 12:02 am
MORENA: ¡Habemus littera!
A lo sumo lo que Sheinbaum puede obtener con su carta es una nueva feligresía de la religión política obradorista, pero no ciudadanos libres de tomar sus propias decisiones y actuar conforme a la Ley, la Constitución, cosas estas que no son del agrado de un aparato que cuando le conviene se llama “movimiento” y cuando no es “partido”, con las taxativas que ya se señalaron.
Iniciando el mes de mayo MORENA celebró la primera sesión del Consejo Nacional en el periodo de Claudia Sheinbaum en calidad de Presidenta del país. Ese sólo hecho marca la importancia del evento porque señala la ruta o tendencia de esta fase inicial de lo que se ha dado en llamar “segundo piso” de la Cuatroté.
Examinando los acuerdos y particularmente la esperada carta que Sheinbaum ofreció a raíz de los adelantados movimientos por el poder en entidades como Chihuahua, tengo la impresión de que no hay genuina voluntad política de que el partido lopezobradorista entre en una etapa de institucionalidad, coherente con el sistema democrático. En realidad el balance de este aparato electoral es prácticamente famélico, contra lo que algunos esperaban.
Mientras MORENA no rompa con la dualidad de partido político y movimiento, y más con el poder que ha alcanzado, estaremos lejos del proyecto democrático y muy cerca de acrecentar el presidencialismo autocrático y sin límites, y la ruptura de nuestra débil democracia liberal, que a pesar de todo vive en los artículos de la Constitución General de la República que aún no han sido tocados por un constituyente sumiso y desentendido de la historia política mexicana.
Inútil sería, a estas alturas, trazar un paralelismo entre la fundación del Partido Nacional Revolucionario por el Presidente Plutarco Elías Calles, que abrió una etapa de cambios que pasaron por la creación de un partido que reivindicó a la Revolución mexicana (PRM) y desembocó en el PRI, que jugó el papel de partido hegemónico a partir de la época de Miguel Alemán hasta Ernesto Zedillo, que para algunos fue el último Presidente del PRI y el primero del PAN. Como se sabe, hubo un corte a partir del 2000 cuando el viejo PRI pierde ante el improvisado Vicente Fox.
Ese paralelismo no lo podemos hacer porque los tiempos son diferentes. En 1929 había fenecido la sombra del caudillo Obregón, se apostó por una unidad respaldada en una revolución y, aunque fuera de los dientes para afuera, se postuló el objetivo de darle curso a una democracia. Bien sabemos que esto no llegó y que la unidad de lo que fue la “familia revolucionaria” pasó por cortarle la cabeza a un buen número de generales levantiscos.
Ahora MORENA, ante la oportunidad de autogenerar un genuino partido, continúa como un movimiento amorfo que permite dobles o triples militancias, que priva a sus adherentes de tres derechos básicos: decidir su programa y línea política, elegir a sus dirigentes de todos los niveles y asumirse como autoridad suprema para designar a sus candidatos abanderados en campañas políticas por el poder, también de todos los niveles.
MORENA sale de su más reciente Consejo Nacional como un aparato de Estado, como una extensión del poder establecido y, deplorablemente, sustentado en un catecismo de buenas intenciones contenidos en la carta presidencial. Al leer el decálogo de Sheinbaum, más se percibe un aliento de creación de una cofradía política bajo reglas y recomendaciones casi monásticas. La política es otra cosa y este tipo de cartillas morales, que tanto gustan al fundador de este movimiento y, por lo que se ve, sin duda a la Presidenta, sólo sirven para articular el castigo a los que supuestamente caigan en desobediencia, cierta o no, de los debidos votos.
Con todos los peros que se le pongan a Calles, actuó políticamente. Sheinbaum recurre a un lenguaje cuasireligioso –no es extraño la forma de decálogo– con lo que aparenta que va a profundidad en un sin fin de recomendaciones que la realidad le dirá que no tienen más valor que el papel en el que están escritos.
Así los morenistas mejores posicionados serán los obedientes, o los que aparenten lealtades al decálogo, desentendiéndose de que la política suele transitar por caminos mucho más complejos (baste decir que es el andamiaje hacia el poder) y que eso atañe al curso que el país en su conjunto tome.
A lo sumo lo que Sheinbaum puede obtener con su carta es una nueva feligresía de la religión política obradorista, pero no ciudadanos libres de tomar sus propias decisiones y actuar conforme a la Ley, la Constitución, cosas estas que no son del agrado de un aparato que cuando le conviene se llama “movimiento” y cuando no es “partido”, con las taxativas que ya se señalaron.
Envuelta en un discurso casi evangélico, merodea la sombra del nuevo caudillo porque en el mandamiento número 6 “sugiere” a todos los militantes de su movimiento estudiar los “logros del periodo del Presidente López Obrador”. Para Calles había terminado, trágicamente, Obregón; para Claudia Sheinbaum, el tabasqueño sigue siendo un lastre, por más que lo idolatre.
En fin, la carta está cargada de muchos deberes, cuando lo que está en presencia son los haberes.
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