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Fabrizio Mejía Madrid

15/05/2025 - 12:04 am

Pepe Mujica, una foto

Pepe Mujica se transformaría en el hombre sabio de la izquierda latinoamericana, contraparte de Raúl Sendic, el fundador de la guerrilla de Los Tupamaros, que funcionó siempre como un santo, una especie de monje venerado por su resistencia.

El día que conocí a Pepe Mujica, la mañana se nos hizo noche. Fue en diciembre de 2019 y el pretexto era hablar de cultura y su fomento. Los artistas estaban enojados con Andrés Manuel porque algunos de ellos, que habían cobrado durante treinta años sus becas de dinero público, se acababan de dar cuenta de que no serían vitalicias. Una escritora indígena habló entonces de cómo su comunidad se organizaba, según ella fuera del Estado, y lo feliz que le resultaban los usos y costumbres. Muy decente, Pepe Mujica le respondió:

---No tengo nada qué decir del tema indígena. Soy uruguayo.

Pero, a la hora de irnos a comer, Pepe me dijo:

---Oye, que no venga la que está contra el Estado. Estos indígenas son a los que adoran las trasnacionales españolas.

Y, durante la comida, hablamos durante horas del Estado pero no del de Uruguay o el de Cuba o China, sino de Pericles en la Grecia medio siglo antes de nuestra era.

---Levantar la Acrópolis es una labor de Estado que creó muchas fuentes de empleo ---me dijo Mujica--- Sólo el Estado es capaz de algo así.

---Todos los que movieron las piedras tuvieron trabajo ---le dije por interrumpirlo.

---Y los que las labraron. Tienes empleo, desarrollo, y además te queda el Partenón para disfrute de las siguientes generaciones.

Para ese momento, Pepe era un hombre sabio. Tenía la sabiduría de quien sufrió la cárcel por sus ideas políticas, que fue torturado y pisoteado por los militares del golpe de 1973, pero que nunca les guardó rencor. De hecho fue a visitar al policía que le disparó una vez cuando él ya estaba herido en la calle para asegurarle que nunca cobraría venganza. Esa clase de ponderación que le hizo comparar el dolor con una mochila que cargas a donde vas pero a cuyo interior no te estás asomando continuamente. Por eso el poeta y músico Silvio Rodríguez le escribe una canción llamada Más Porvenir que en un verso dice: “El daño que me hiciste/se fue por donde vino/se fue por donde vino/aprendizaje triste/pero no fue mi destino/pero no fue mi destino/jamás soñé venganza /ni prolongué lamentos/presentí la esperanza tras la sombra del viento/No quise ser esclavo de una cuenta pendiente”.

No era un hombre que mirara de más hacia dentro de su mochila de dolores y sufrimientos sino que tomaba la vida como se tomó, esa noche, tres copas de vino blanco. Él, cuya familia materna hacía vino y que, desde los diez años hasta su muerte el día de hoy, a los 89 años, cultivó y vendió flores para vivir. Es el contacto con la tierra, con plantar una gladiola, una lilly, un crisantemo ---como lo hizo en un hueco del suelo de la cárcel--- lo que le ató a la vida. Y al pueblo. Siempre vendió más flores en los barrios pobres que en los ricos y él da su explicación: “Los pobres tienen más visitas a los cementerios”.

Pero esa noche yo veía a un hombre que no era un sobreviviente sino un ser humano con la altura de la dignidad. Era un expresidente del Uruguay que creía fervientemente en la filosofía oral, que tomaba la mesa del restorán como un teatro para improvisar ideas sobre lo fugitivo de la obra política, el amor y la lealtad como las únicas cosas que nos mantienen unidos, y siempre la preocupación por lo que vendría de seguir la crisis climática. Pepe Mujica, ahora ya muerto, es como dijo su Secretario de Defensa y ex guerrillero Eleuterio Fernández Huidobro: “El que piensa como Aristóteles, pero habla como Juan Pueblo” o como solían decirle los periodistas: “Mujica es el Platón de los pelotudos”. Es un hombre que practica la charla como una forma de ordenar pensamientos, pensé esa noche. Él mismo dice que lo que no se siembra en el campo de las ideas, simplemente no funciona”. Y hablamos de intelectuales. Él hizo los siguientes comentarios que reproduzco de memoria, es decir, parafraseo. Ni modo, una disculpa:

---La crisis es el campo del pensamiento», que no consiste en «ir por ahí leyendo libros viejos. Ya los hemos leído… Es la panoplia de nuevas hipótesis sobre el trabajo y nuevos fundamentos. Necesitamos la audacia que tenían los viejos. No necesitamos simplemente repetirlas. Este es un frente de trabajo; no tenemos teoría. Toda teoría es provisional, pero la gente necesita hipótesis teóricas para avanzar. Hablando del Frente Amplio en particular, continuó:

---¡No solo desmovilizamos la base, desmovilizamos el esfuerzo intelectual! No hay nada más incómodo que los intelectuales. Y tengan en cuenta que los burócratas no son intelectuales ni tampoco los técnicos especialistas en tal o cual área. No. Respeto a los intelectuales. Son los que lo revisan todo, proponiendo nuevas aventuras en el pensamiento. Hay que separar al especialista del intelectual. Está en la naturaleza del intelectual generar ideas, plantear contradicciones, incomodar, ser una molestia, siempre el revisionista. y el inconformista que rompe con los esquemas. Ahora bien, no se puede ser Gobierno y eso a la vez; por eso el partido tiene que funcionar bien.

Esa tarde que comíamos, le abrumaba el que, con la crisis climática, Uruguay dejaría de ser un proyecto perpetuo de granero de América Latina. Él, que había luchado desde muy joven contra los rentistas de la tierra y que, como Presidente, no logró obligarlos del todo a venderle al Gobierno para crear cooperativas agrícolas, había comenzado su lucha política, primero legal y, luego, armada, por la defensa de los campesinos de la caña y el arroz. Eran los años sesenta. Había escuchado al Che Guevara en su visita a la Universidad de la República en 1961, aprovechando la reunión de la OEA en Punta del Este. Pepe Mujica se transformaría en el hombre sabio de la izquierda latinoamericana, contraparte de Raúl Sendic, el fundador de la guerrilla de Los Tupamaros, que funcionó siempre como un santo, una especie de monje venerado por su resistencia. Pepe no. Él fue un hombre que prefería actuar y resumir en aforismos casi populares el sentido de la vida en la lucha por brindarle a los más pobres un futuro.

Lo de Raúl Sendic lo recordé sólo mientras me regresaba en Metro a mi casa esa noche. Reconstruí en la memoria un volante que tenía impreso un retrato a lápiz del líder Tupamaro reclamando su libertad en Uruguay. Yo tendría si acaso diez años de edad y estaba de paseo con mi familia en Chapultepec, donde nos dieron ese volante y un panfleto que se preguntaba si Jesucristo era comunista. Recuerdo que me llevé a casa el dibujo de Sendic sin entender por qué estaría ese señor preso. El dibujo me gustó y lo tuve un tiempo pegado con una tachuela a la pared del cuarto que compartí con mi hermano. Pepe Mujica tenía en su pared de joven un retrato de Aparicio Sarabia, el dirigente del Partido Nacional que se levantó en armas contra un fraude electoral. Muchos años más tarde conviviría con varios hijos del exilio uruguayo en la ciudad de México, las güeras y los güeros que se reunían a hablar de sus papás desaparecidos, exiliados o presos, en secreto, y que, cuando vino el “no” a la dictadura, se regresaron para esperar a que les llegara la edad de ir a votar.

Pero en esos años del volante, tanto Mujica como Sendic estaban presos por la dictadura militar uruguaya por formar parte de Los tupamaros, la guerrilla propagnadista de América Latina que prefería actos simbólicos, casi intervenciones estéticas, para acentuar las luchas de los arroceros y cañeros del norte del país que habían ocupado por la fuerza los latifundios y que habían tenido que defenderlos a balazos. Sendic asaltó bancos para comprar las municiones. Se llamaron “tupamaros” no por Tupac Amaru, el insurgente indígena peruano, sino por los personajes campesinos pobres de una novela, Ismael (1888) de Eduardo Acevedo Díaz, quien también fue un revolucionario. “Tupamaros” son los obreros agrícolas explotados de su novela. Una guerrilla que regalaba árboles de Navidad o tomaba un pueblo llamado Pando, durante una noche, para llevar a a cabo un funeral para el asesinado Che Guevara. Pero el ejército los derrota entre abril y septiembre de 1972. Mujica y otros ocho presos van a prisión como un seguro de los militares contra los demás Tupamaros y la oposición. Con ellos como prenda se negocia, se extorsiona a la izquierda. Vive 13 años en confinamiento solitario. Pierde la razón. Le consiguen una terapeuta y ella descubre que son los libros lo que podría devolverlo a la cordura. Un anti-Quijote.

“Es bueno vivir como uno piensa, porque si no, puedes terminar pensando de la manera en que vives”. Él vivirá en una austeridad que le permite reírse de quienes dicen que es pobre: “Soy rico”, responde, “tengo una casa donde vivir”.

Cuando sale de la cárcel en 1985, Mujica da un discurso improvisado que debería retumbar a la izquierda mexicana de hoy. Dice: “Ya en 1966 teníamos claro que en la lucha ideológica nadie debía insultar a nadie, absolutamente a nadie, y les recuerdo que la pasión no puede justificar la pobreza del alma. Nacimos para luchar por la igualdad y por el sueño, si no de un nuevo ser humano, al menos de uno algo mejor. Estamos con todos, para todos, para demostrar que se puede discrepar sobre lo que se debe hacer (la práctica), pero aun así estar del mismo lado. No acepto el camino del odio, ni siquiera contra quienes nos trataron mal, porque el odio no es constructivo. Llevo ya bastante tiempo aquí como para darme cuenta de que la gente de este país puede tener momentos de Don Quijote, pero también mucha sabiduría de Sancho Panza. Los liderazgos son equipos, y un equipo de líderes sólo tendrá éxito en la medida en que haya sido capaz de generar otros, mejores. Lo tenemos claro y definido: somos ramas alrededor de las cuales el enjambre puede reunirse más tarde; ser exigentes con nosotros mismos es la mejor fuente de la ternura hacia los demás; no podemos alcanzar las estrellas mañana, ningún programa que valga la pena termina jamás, no hay tierra prometida al final de ningún programa. Soñar no significa dejar de pensar, porque pensar es la forma de medir tus limitaciones. Necesitamos preparar generación tras generación para luchar por mejorar la especie. Pero ese trabajo nunca termina. Somos hermanos de todos aquellos en la historia que nos han enseñado algo: que uno debe hacer un poco más por los demás”.

Acabamos hablando aquella noche de las derrotas como lo que nos une a todos en la izquierda y como luchamos, pensamos, soñamos para devolvernos la dignidad que da empujar, aunque sea un poquito, una causa justa, aunque esté perdida. Mientras hablaba acariciando su copa de vino blanco recuerdo haber pensado que estaba con alguien que había sido derrotado durante cuarenta años para acabar ganando una elección a la Presidencia, con un Frente Amplio. Pero que, ya en la Presidencia, sufrió todavía más derrotas contra las oligarquías, los medios que le llamaban loco, y los poderes globales. Nunca dejamos de perder los que queremos a los demás.

Hoy que ha muerto me puse a escribir esta columna lo mejor que pude y revisé algunos de sus dichos, que constituyen ---que duda cabe--- su ideario de lo que el Che llamó “el hombre nuevo” y que en Mujica no es más que un poco mejor. En uno de sus alegatos verbales habla de la muerte. Se los reproduzco para hacer un poco las veces de lo que se dice hacía la esposa de Pericles, es decir, discursos fúnebres. Dice Mujica: “No quiero ser recordado. Si pudiera elegir, lo que quisiera sería ser olvidado. No hay nada peor que la nostalgia, que andar por ahí creyendo en dioses muertos. Lo que hay que hacer con los muertos es enterrarlos y luego honrarlos una vez al año en su fecha asignada… Nada se puede construir con los muertos. La gente tiene que vivir hacia adelante, con audacia. Hay que servir de fertilizante, no ser un obstáculo. Y servir de fertilizante significa mineralizarse, simplificarse, convertirse en algo útil”.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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