LECTURAS | Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti: La espera, el adiós y la trascendencia

05/08/2017 - 12:03 am

Pensamiento y sensación: Poéticas en diálogo Garro y Paz, Beauvoir y Sartre, Vilariño y Onetti: La idea de este libro consiste en establecer los recursos y temas que posibilitaron posibles diálogos (conscientes o inconsciente, voluntarios o involuntarios) entre los textos elegidos de cada escritor y los textos de su respectivo par literario. Las tres partes dialogan textualmente a través de los pensamientos y las sensaciones compartidas en su vivir y en su hacerse, como sujetos y como escritores

Ciudad de México, 5 de agosto (SinEmbargo).- Al leer a Lou Andreas-Salomé y Rainer Maria Rilke, Silvia Plath y Ted Hughes, Jane Bowles y Paul Bowles, Alberto Moravia y Elsa Morante, Norah Lange y Oliverio Girondo y una innumerable lista de parejas de escritores, una no puede dejar de preguntarse si las horas compartidas, las sensaciones, los sentimientos, las pasiones, los dolores, y el día a día de la vida en común se filtraron en sus procesos creativos y los retroalimentaron mutuamente. Hay parejas de escritores de diversos orígenes y épocas que establecieron distintos tipos de relaciones amorosas: matrimonios, intensos encuentros pasionales, vínculos breves, relaciones de pareja alternadas con amistad, lazos indisolubles, uniones complicadas, grandes pasiones que se tornaron lazos fraternos y un amplio etcétera. Las pasiones y los amores crean lazos indescriptibles entre los involucrados, así como formas de comunicarse, de percibirse y de pertenencia, que rebasan lo individual.

Con el epígrafe de Gabriel García Márquez que dice “La fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados”, Teresa García Díaz analiza tres uniones literarias y de pareja que han sido profundamente fuertes para todas las partes involucradas. De esas uniones, rescatamos una parte de la dupla con los sendos creadores uruguayos: Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti. Publicamos este fragmento gracias a la editorial Tabaquería.

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Además de las cartas y de las obras que se dedicaron mutuamente, se pueden rastrear múltiples testimonios de amigos y testigos, entrevistas e incluso rumores, que narran, reseñan, interpretan o suponen fragmentos de la intensa historia amorosa entre Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti. A continuación retrocedo un poco en el tiempo para ofrecer una imagen más completa de la pareja de escritores. Idea nace un 18 de agosto de 1920. Su padre, Leandro Vilariño, un poeta anarquista, fue quien eligió los nombres de sus hijos: el primogénito se llamó Azul; la segunda, Alma; Idea es la tercera; y le siguen su hermana Poema y el menor, Numen. Podría incluso decirse lúdicamente que Idea Vilariño es nombre de poeta. La cercanía con la poesía desde la infancia y la visión de anarquista transmitida por el padre signaron a la mujer en que se convirtió. La poesía y una posición de izquierda, entre otras elecciones, conformaron su vida.

La enfermedad le fue cercana a Idea, por ella misma y su madre, Josefina Román, quien estaba enferma permanentemente. Por su parte, la poeta tenía serios problemas de asma que la obligaron a vivir sola a los 16 años, por las condiciones de la casa familiar que agravaban su enfermedad. Pero sobre todo tenía un grave y dolorosísimo padecimiento en la piel, un eczema, como la misma poeta recuerda: “La piel se me necrosaba todos los días. Entonces me metían en una bañera llena de agua con no sé qué producto hasta que la piel se ablandaba. Esa piel caía y yo quedaba con una piel tan frágil que si me movía se rompía.” (Vilariño, en Gilio y Domínguez, 1993: 230). La fragilidad temprana de su piel prefigura la fragilidad extendida a lo emocional y, por ende, su extrema sensibilidad. La experiencia de la muerte de seres queridos le fue cercana;varios de sus familiares directos murieron tempranamente. En 1940 muere la madre, en 1944, el padre, y en 1945, su hermano mayor. El duelo ante la pérdida se vuelve una constante en su vida, que puede deducirse de la sola lectura de los versos y confirmarse conociendo su historia. El dolor, la soledad, la ausencia, también le son recurrentes y oscurecen muchos de sus años, aunque paradójicamente iluminan sus versos. Su sensibilidad, sumada a sus capacidades creativas y a un temperamento apasionado, origina ese yo poético tan intenso, que sostiene toda su obra. Según el crítico español Antonio Muñoz Molina, en la obra de Vilariño “no hay paisaje exterior, ni explicaciones, ni adornos, ni nombres, sólo los amantes encerrados en esa habitación que será también la de la soledad y la espera, y la de un dolor demasiado cruel como para que lo designe la blanda palabra añoranza” (Muñoz Molina, 2008). Y en efecto, la palabra añoranza resulta muy tibia y limitada para calificar la profundidad de las sensaciones, los sentimientos y el desgarramiento que nutren sus versos. Respecto a la figura de Onetti, al igual que como sucedió con la de Vilariño, sus excentricidades, los imaginarios y las anécdotas de quienes lo conocían, establecen una maravillosa mezcla, para describirlo:

incontables y divertidísimas anécdotas sobre las excentricidades, extravíos y ferocidades supuestas de Onetti en sus relaciones eróticas —sobre todo las que habían jalonado sus amores con la poeta Idea Vilariño— muchas de ellas sin duda exageradas o inventadas, pero que eran una prueba tangible de la fama de “escritor maldito” que ya se había ganado no podía imaginar que el autor de aquellas temerarias historias fuera el hombrecillo tímido hasta la mudez y ensimismado que temblaba como el azogue ante la idea de enfrentarse a un micrófono y que, salvo cuando hablaba de algún libro, pareciera ser el más desvalido de la creación. (Vargas Llosa, 2009: 52).

La timidez de Onetti y su nerviosismo ante auditorios o micrófonos coinciden con cierto retraimiento de Idea. Dos personalidades fuertes, grandes talentos creativos, mucha indecisión de Onetti, mucho sufrimiento de Vilariño, además de la intervención de muchos otros actores —en la vida de los dos— y otras distintas situaciones, ensombrecieron desde el inicio esa singular y abruptamente interrumpida historia de amor.

La misma Vilariño alude a ese momento en que Onetti la sedujo: “estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré.” (Vilariño, en Gilio y Domínguez, 1993: 114). Los enamoramientos son sorpresivos e inexplicables; la magnificación del ser amado como parte del proceso del enamoramiento, y la hipersensibilidad y la complacencia ante los deseos o necesidades del otro sobre las propias, explican muchas de las conductas amatorias. Sin embargo, cuando Idea se descubre enamorada, racionalmente sabe que esa relación no funcionaría. Aunque se tenga certeza de las pocas posibilidades de una relación amorosa a futuro, no impide que alguien se entregue del todo a ese amor complicado y quizá imposible o poco duradero. Las grandes diferencias y la falta de entendimiento no detienen ni limitan dicha entrega:

Teníamos la relación más difícil y más imposible. Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Y así teníamos nuestros grandes desencuentros. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos un camello. Y me fui. (Domínguez, 2009: 112-113).

La incomunicabilidad del amor, los malentendidos, las heridas a través del lenguaje,46 el sufrimiento y la permanencia en una relación deteriorada, son más frecuentes de lo deseado. La incondicionalidad y la disponibilidad de Idea —al alto costo de dejar a quien la valoraba y amaba por pasar unas horas con Onetti, a pesar de su inestable relación y la incertidumbre generada por ésta— contrastan fuertemente con la imagen que él aparenta asumir ante el amor de ella. El enigmático escritor uruguayo, en la frialdad de las siguientes líneas, expresa que nunca creyó en el amor de Idea por él:

—¿Por qué dice Idea que nunca sabrás quién es ella? — pregunta la Gilio, acaso la periodista que más lo entrevistó.

—No sé Yo nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí.

—No entiendo, ¿cómo que nunca estuvo enamorada? ¿Y los poemas que te escribió?

—Yo no digo que no estuvo, sino que nunca sentí que estuvo. Yo creo que lo suyo es algo muy cerebral, intelectual.

— ¿Nada más?

—También cama.

El hecho de querer reducir la entrega amorosa, a algo “muy cerebral, intelectual” puede leerse también como una explicación a su falta de respuesta amorosa. El no aceptar la existencia del amor de Idea, después de lo compartido y lo escrito por ella, significa no querer ver la realidad, implica mentirse y por lo tanto no asumir los errores y la falta de reciprocidad, tan decisivos para que la relación entre ellos fuera dolorosa.

Asimismo, esa incredulidad para aceptar el amor de Idea coincide con la perspectiva de los siguientes versos del poema “Y el pan nuestro” de Onetti, en el cual el yo poético expresa inseguridad en el terreno amoroso por el desconocimiento de la pareja, y manifiesta la necesidad de conocer todo de la vida y todo sobre el otro, para disipar el misterio:

el misterio

mi terca obsesión de desvelarlo

y avanzar porfiado y sorprendido

tanteando tu pasado (Onetti, 2013: 51)

El amante siente cierta incertidumbre o necesidad de conocimiento sobre toda la vida pasada y presente de quien ama, para caminar sobre seguro en los complicados terrenos amorosos que pueden ser sorprendentes y peligrosos, para el equilibrio emocional de quien está involucrado con alguien de quien se desconocen los niveles de respuesta y de madurez emocional. Sin embargo, el amor de Idea por Juan Carlos perdurará hasta la muerte del escritor. Muñoz Molina relata a sus lectores una triste anécdota en un homenaje póstumo a Onetti:

Onetti había muerto y yo hablaba de su literatura en una sala donde estaban mirándome, sentadas en la primera fila, la mujer que había vivido con él más de cuarenta años y la que había escrito para él esos poemas de amor descarado y clarividencia sin consuelo. En uno de ellos cuenta las noches que pasaron juntos: no más de nueve. (2008)

Los cuarenta años y las no más de nueve noches, con una y otra mujer, darían una impresión contraria a la relevancia que Idea tuvo en la vida de Onetti. La poeta tuvo muy poca presencia física en la vida del narrador, pero demasiada trascendencia. Nunca se sabrá la razón por la cual Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti, amándose tanto por un largo periodo temporal, decidieron separarse de manera abrupta y definitiva; sin embargo, a través de sus poéticas se puede establecer temas y vínculos que los unen como escritores o leer entre líneas parte de la vida que tuvieron en común. Aunque el lector crítico sepa el sinsentido de hacer suposiciones, la literatura da la licencia poética de vincular vida y obra cuando se tienen los datos o referentes que orienten esa interpretación. Como se verá en el siguiente apartado, la comunicación epistolar fue un recurso que prolongó la vitalidad de los afectos y de la comunicación de quienes no pudieron amarse con las maneras habituales de dos seres que se aman y permanecen juntos y comparten todo, desde la cotidianidad del día a día hasta los hechos más trascendentes que les atañen.

DESDE EL URUGUAY: UNA POETA

Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti tienen ya un lugar especial dentro de la historia literaria latinoamericana.

Su vigencia, además de estar sustentada en su evidente calidad estética y en positivas lecturas críticas, da cuenta, con diferentes matices y desde diferentes ángulos, tanto del valor literario como de la capacidad para remitir a la condición humana mediante sus plumas, que aún seducen y conmueven a los lectores contemporáneos. La obra de ambos rebasa lo local y va más allá del tiempo de publicación: es universal y atemporal. En este apartado hago una semblanza mínima de quién fue y es Idea, y en el siguiente apartado realizo una descripción a través de múltiples voces de quién fue y es Onetti.

Ana Inés Larre Borges, la gran especialista en Vilariño, en el prólogo a Diario de juventud hace la siguiente reflexión, que cimbra al lector:

Idea pertenece a la tribu de escritores suicidas que no mueren. De los que lo son toda la vida y paradójicamente sacan de esa agonía una obra. Ese espacio ambiguo entre la vida y la muerte —que es también el de la enfermedad— es el lugar de su poesía. La amenaza sostenida y no cumplida del suicidio es una estrategia, aunque incómoda y culposa, para habitar ese estado agónico. En una entrevista tardía Idea reconoció que no haberse suicidado fue una de sus mayores inconsecuencias. (En Vilariño, 2013: 31).

Calificar la vida de Vilariño como la de una escritora en agonía que parirá una obra se hace una sentencia tremenda e infausta, que simula una especie de condena. Como lectora y estudiosa de su obra, prefiero imaginarla como una mujer extremadamente sensible, cuya particular forma de pensar y sentir la vida le permitió escribir la magistral obra que está en las manos del lector. Y quiero pensar que fue feliz y plena en muchos momentos de su vida. En ese mismo texto de Larre Borges, más adelante la autora se remite a Kafka para ahondar en la necesidad de soledad de algunos creadores como Idea, pues cree que ambos compartían esa necesidad: “Idea insiste de modo similar en la defensa de su soledad. Es una opción de vida y no de muerte, pero demanda el coraje del suicida y comparte su capacidad de daño.” (2013: 32). Y agrega: “Idea Vilariño no parece haber necesitado su soledad para escribir, sino para ser la que habría de escribir. Y esa tarea le demandaba no ya un cuarto propio, sino la vida entera.” (32). Probablemente la soledad les sea necesaria a algunos creadores para potencializar sus capacidades creativas, e inevitablemente las experiencias vitales permean quiénes son y cómo su propia vida empapa la pluma con la que escriben. Quizá sería entrar en la fabulación ahondar en estas reflexiones, pero considero pertinente destacar esa perspectiva de la crítica.

Ahora bien, muchas voces coinciden en que la poeta llevaba una vida retraída; ella era una excelente traductora y profesora, y además se dedicaba a la escritura. Tan lejos deseaba estar de la vida pública que incluso declinó en su momento algunos premios literarios; tampoco se interesó por obtener becas norteamericanas, como la Guggenheim, pues consideraba que ese dinero podría estar contaminado por los botines de guerra estadounidenses. Muñoz Molina perfila uno de los tantos rostros de la poeta:

Idea Vilariño era el nombre inscrito en la dedicatoria de Los adioses y una leyenda dibujada ambiguamente entre 130 la literatura y el chisme de capital pequeña, densa de vapores intelectuales y sentimentales. Hablaban de ella, pero Idea Vilariño no aparecía la musa distinguida y pálida que toma de pronto las riendas de su propia vida imponiendo su presencia en un círculo de hombres, escribiendo poemas que al cabo de muy poco tiempo ya se han despojado de cualquier rastro de retórica y de musicalidad evidente, han adquirido una mezcla de desbordamiento impúdico y rigor expresivo que lo deja a uno sin respiro desde la primera lectura. (2008)

La fuerza y la intensidad de sus versos rebasan la simbiosis vida/literatura tan mitificada y recurrente en la poesía. Es una realidad de la que el lector no puede permanecer distante por los sentimientos y sensaciones transmitidos por la voz poética, ya sea que conozca o no aquél los pasajes vitales de Vilariño. Por otra parte, Ignacio Echevarría, en un elogioso texto sobre la estética de la uruguaya, sugiere que quizás:

haya una forma de amor, y de desamor, que tuvo su sede original en el cuerpo femenino. La poesía mística, tan cargada de sensualidad, invita a esta pregunta, como invitan a hacérsela esos retazos de voz llegados de tantos siglos atrás y que suenan todavía con voz inconfundible de mujer. La misma pregunta vuelve a repetirse con la poesía de Idea Vilariño, que en su cada vez más absoluto desnudamiento arranca al lector, cualquiera que sea su sexo, un gemido de mujer. (2014).

Echevarría destaca la feminidad como un atributo que singulariza su escritura y la enriquece cuando lo relaciona con lo místico y lo sensual, y esa suma de elementos le confiere una innegable profundidad y excelencia a la poesía de Vilariño.

Muñoz Molina escribe que:

Idea Vilariño miraba como emboscada en el interior de sí misma y rodeada de gente parecía tan a solas como en esa habitación que es el espacio visible o implícito de casi todos sus poemas: la habitación del insomnio, la de la soledad al mismo tiempo orgullosa y desgarrada, la del amor furioso y sobre todo la de la ausencia y la rememoración pasional y desengañada del amor, la habitación de no esperar nada y sin embargo seguir esperando unos pasos en la escalera y unos golpes en la puerta, debajo de la cual se ha encendido a deshoras la luz del descansillo. (2008)

La descripción que hace Muñoz Molina de Vilariño y de los yos poéticos de sus poemas, como mujeres atrapadas por la impotencia de la espera, las cuales viven “emboscadas” en la soledad resultante de la espera de quien quizá no llegará, con todas sus implicaciones emocionales, las emparienta con la mucama del hotel de Los adioses, que es descrita por el narrador:

“con esos ojos fríos inconvincentes, de las mujeres que esperaron demasiado tiempo” (Onetti, 2009c: 60).

Los yos poéticos de varios poemas también han esperado “demasiado tiempo” y viven simbólicamente en la desesperanza, aunque no compartan la mirada fría del personaje de Onetti: algunos aún esperan y quizá conserven la ilusión en la mirada, otros saben que perdieron el objeto de su amor y todo lo que implicaba dicho vínculo amoroso: una muerte en vida cercana a la del protagonista de Los adioses.

Si seguimos con la importancia que tiene la mirada en la construcción del sentido textual, en la poesía de Vilariño “voz y mirada no hacen más que recordarnos que es ésta una poesía hecha desde el cuerpo, que existe en la materialidad del cuerpo, en su gozo y sobre todo en su dolor. La presencia del cuerpo aparece colmada cuando se escribe el erotismo que sabe en Idea ser delicado y audaz.” (Larre Borges, 2003: 21).

La poeta se abre y describe todo por su nombre, por eso abundan los sustantivos y las repeticiones que aluden a acciones y a las pasiones. En una aparente sencillez, el verso de Idea está construido con una forma muy pensada y estructurada, con un ritmo muy marcado, y logra transmitir que “el cuerpo es parte de esa materialidad concreta y cotidiana de la poesía de Idea que coexiste raramente con aquella soberanía de nombrar al dolor y al amor y a la soledad por su nombre exacto”. Y esa manera de ser tan directa y contundente transmite el surgimiento de los sentimientos, los cuales le fluyen de manera natural, como fluyen los versos y las emociones más profundas en su poesía.

Teresa García Díaz, autora del libro. Foto: Facebook

¿Quién es Teresa García Díaz?: Doctora en Literatura Mexicana por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde el 2014. Académica de la Facultad de Letras Españolas e integrante del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana. Sus líneas de investigación abarcan la Literatura Mexicana y la Literatura Hispanoamericana. Ha realizado estancias de investigación en la Universidad de Bolonia, Italia, El Colegio de México, Instituto Iberoamericano y la Universidad Nacional de Rosario.

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