“El futuro no importa tanto”: Chomsky; la privatización de universidades se preocupa sólo por la ganancia inmediata

20/03/2014 - 1:00 am
Con los nuevos gobiernos, la educación se ha vuelto prácticamente inaccesible para las clases medias en muchas partes del mundo. Foto: EFE
Con los nuevos gobiernos, la educación se ha vuelto prácticamente inaccesible para las clases medias en muchas partes del mundo. Foto: EFE

Ciudad de México, 20 de marzo (SinEmbargo).– Las recientes protestas estudiantiles en el mundo hacen que muchos se pregunten por la función que el Estado está obligado a cumplir en la educación; esa área tan importante para el bienestar común cuyo peso han tratado de quitarle al sector público algunos gobiernos en distintas partes del orbe, adoptando políticas que privilegian a las élites acaudaladas.

Es así que, de acuerdo con los nuevos gobiernos, quien quiera su título universitario debe pagarlo de su propio bolsillo, convirtiéndose la educación en un lucrativo coto prácticamente inaccesible para las clases medias, quienes a menudo tienen que acudir a intermediarios o servirse de créditos bancarios. Lo que conduce a muchas interrogantes sobre lo qué los jóvenes deben hacer ante estas universidades que les cierran las puertas.

Hace días el afamado lingüista y activista intelectual Noam Chomsky, académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), ofreció una charla en la Universidad de Toronto en Scarborough, donde examinó este problema y, entre otras cosas, destacó el hecho de que la privatización de la universidad pública “significa la privatización para los ricos [y] un nivel más bajo de formación más bien técnica para el resto”.

En Estados Unidos, la tendencia es que las universidades públicas reciban cada vez más ingresos a través de la matrícula estudiantil y menos por la contribución del Estado, con lo cual, eventualmente, solo los “community colleges” (el nivel más bajo del sistema) recibirán dinero público para su manutención. Y quizás al final ni siquiera estos, publicó la emisora internacional RadioNederland.

El intelectual suscribió el análisis en el que Doug Henwood, especialista en economía, asegura que para convertir completamente gratuita la educación superior en Estados Unidos bastaría con destinar a las universidades menos del 2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) del país. ¿Por qué, entonces, con esos niveles de riqueza y gasto público en otros rubros contra el bajo monto que requeriría la educación gratuita ésta se deja de lado e incluso se le intenta desaparecer? Es obvio que no se trata de un asunto económico, sino político y de control social.

“En una democracia en que las elecciones son esencialmente compradas por las concentraciones de capital privado, no importa lo que el público quiere”, dice el lingüista.

Las recientes protestas estudiantiles en el mundo despiertan interrogantes sobre la función que el Estado está obligado a cumplir en la educación. Foto: EFE
Las recientes protestas estudiantiles en el mundo despiertan interrogantes sobre la función que el Estado está obligado a cumplir en la educación. Foto: EFE

Chomsky dice que la investigación efectuada en las universidades corre una suerte parecida. Si se deja de desarrollar tecnología en las universidades, se tiende a la división de la sociedad en dos estratos clara e implacablemente diferenciados, caracterizados por la “concentración muy limitada de la riqueza y el estancamiento para casi todo el resto”.

Paradójicamente, la intención de rescindir al Estado de sus obligaciones para con la educación solo mina la capacidad de EU como potencia ahora que la llamada “economía de alta tecnología” se basa, sobre todo, en mano de obra calificada e innovación creativa.

Pero, a decir de Chomsky, pareciera que en los últimos años “hemos entrado en una nueva etapa del capitalismo de Estado en la que el futuro no importa tanto. Las ganancias provienen cada vez más de manipulaciones financieras. Las políticas corporativas están orientadas hacia el beneficio a corto plazo, reduciendo la preocupación por la fidelidad a una empresa para un período largo”.

Si estos planes se cumplen en su totalidad y el Estado deja de financiar la educación superior, sin duda las universidades corren un grave peligro. Si bien el financiamiento estatal parece, de inicio, abrir una fisura por la cual el poder del gobierno dirija y coarte la libertad de cátedra o investigación, lo cierto es que la intromisión del Pentágono era prácticamente nula hace 40 años, cuando invertía cantidades considerables de dinero en las universidades.

Sin embargo, en años recientes la inversión militar en las universidades estadounidenses poco a poco fue desplazada por la de instituciones de salud ligadas todavía al Estado. Según Chomsky, esto no es sino un efecto de la economía contemporánea.

Antes, en los años 50 y 60, “el Pentágono fue una vía natural para robar el dinero de los contribuyentes, haciéndoles creer que así los protegían de los rusos o de cualquiera, y dirigirlo en cambio a las ganancias de las corporaciones”. Ahora la economía “se basa cada vez más en la biología. Por lo tanto, la financiación está cambiando” y orillada a investigaciones como la ingeniería genética, biotecnología, farmacéutica.

Este cambio en los patrones de financiamiento parece confirmar lo que el pensador asegura sobre la nueva característica del capitalismo que impera últimamente, la que mira poco o nada por el futuro y se preocupa sólo por la ganancia inmediata, a diferencia de la perspectiva del Pentágono hace 50 años.

El dilema entre el financiamiento público y el privado genera otras contrariedades y dudosos beneficios como mayor reserva en las investigaciones y sus resultados, amenazas a la independencia y libertad de la actividad académica y la integridad de la institución financiada, la paulatina conversión de la universidad en una corporación supeditada a los criterios de la eficacia que no necesariamente son válidos al interior de la vida universitaria.

Con relación a esto último, Chomsky imagina un escenario en el que se quita a los profesores de tiempo completo y se pone en su lugar estudiantes de posgrado: una buena medida para el presupuesto de la universidad, pero con costos significativos difícilmente medibles, sobre todo en términos de calidad educativa, mismos que terminan absorbiendo los estudiantes y al final la sociedad entera.

¿Cómo medir, entonces, el impacto y las consecuencias humanas y sociales de que las escuelas dejen de ser tales para convertirse en instalaciones productoras de mercancías para el mercado laboral? El intelectual no propone una solución, pero dice: “Generar pensamiento creativo e independiente y creencias críticas y desafiantes, explorar nuevos horizontes y olvidar la restricciones externas. Todo eso es un ideal que sin duda se ha revelado deficiente en la práctica, pero en la medida en que se desarrolló dio cuenta del nivel de civilización alcanzado”.

El análisis de Chomsky deja más preguntas que respuestas. Nadie, por sí solo, podría ser árbitro en un terreno como el de la educación en el que intervienen tantos oponentes y alguno que otro aliado. En nuestro tiempo el dilema entre el financiamiento público o privado para las universidades se complica todavía más si se considera, como dice el lingüista, que “se trata de dos fuentes que no son fáciles de distinguir debido al control que intereses privados tienen sobre el Estado”.

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