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Catalina Ruiz-Navarro

24/02/2016 - 12:00 am

Con los ojos cerrados, con los ojos abiertos

El viernes pasado una jueza falló en contra de la cantante de pop Kesha, que buscaba liberarse de su contrato con Sony alegando que su productor, Dr. Luke Kornreich, había abusado de ella física, sexual, psicológica y emocionalmente durante diez años.

La cantante pop Kesha a su salida del tribunal superior en Nueva York, el pasado viernes. Foto: AP
La cantante pop Kesha a su salida del tribunal superior en Nueva York, el pasado viernes. Foto: AP

El viernes pasado una jueza falló en contra de la cantante de pop Kesha, que buscaba liberarse de su contrato con Sony alegando que su productor, Dr. Luke Kornreich, había abusado de ella física, sexual, psicológica y emocionalmente durante diez años. La jueza no encontró pruebas contundentes para las acusaciones de Kesha, que no “recolectó evidencia” después de los abusos y no tiene más que su testimonio. Por eso, el contrato de Kesha con Sony sigue en pie, y si bien no parece que la vayan a poner a trabajar directamente con su posible agresor, éste sí va a redituar de su trabajo. El caso ha despertado una solidaridad -inusual con las víctimas de violencia sexual- y varias artistas mujeres han mostrado su apoyo en redes sociales.

Una de las razones por las cuales este caso ha sido emblemático es que muestra que hasta las mujeres blancas, anglosajonas y famosas son susceptibles de este tipo de abusos. Imagínense lo que pasa de ahí “para abajo”. No hay privilegio que proteja a las mujeres de la violencia de género.

Por otro lado, deja en evidencia, una vez más, lo insuficiente que es el derecho frente a los casos de violencia sexual. Abusos como el emocional o el psicológico no suelen dejar gran evidencia física, y una violación sólo es comprobable si hubo violencia manifiesta que se pueda registrar como prueba. Las víctimas de violación muchas veces ni siquiera están seguras de qué fue lo que pasó (como ocurre con frecuencia en las violaciones en donde hay una cita romántica o la víctima siente que bebió demasiado), otras entran en negación y quizás les tomará unos días entender que fueron víctimas de violencia sexual. Y a veces años. La mayoría de los protocolos para recoger estas pruebas exigen que las mujeres vayan inmediatamente con alguien capacitado para hacerlo, pero la mayoría de las mujeres no saben a dónde toca ir a quejarse si a uno lo violan y el primer reflejo de muchas es bañarse para hacer un corte simbólico y físico con el evento. En muchos casos lo único que sostiene que no hubo consentimiento es el testimonio de la víctima. ¡Y a las víctimas no les creen! A pesar de que solo entre el 2 y 8 por ciento de las denuncias por violación resultan ser falsas, el 100 por ciento de las denuncias por violación tienen a alguien que sospecha que la acusación es falsa porque la víctima quiere algún provecho. Esto es especialmente absurdo pues nada estigmatiza tanto a una persona como asumirse públicamente víctima de violación. En resumen, denunciar una violación es altamente estigmatizante y posiblemente quedará impune. El costo es muy alto y por eso las víctimas casi siempre callan.

Finalmente, el caso de Kesha ilustra la altísima vulnerabilidad de las mujeres artistas, cantantes o actrices que, si bien en esencia es la misma que enfrentan las mujeres en todos los campos, tiene constantes como la hipersexualización de las artistas, el consumo forzado, inducido o voluntario de sustancias psicoactivas, los problemas de adicción y desórdenes alimenticios, todo oculto gracias a un fuerte aislamiento de la artista y la idealización de su público.

Les confieso que al ver en los medios la historia de Kesha no he podido dejar de pensar en Gloria Trevi. Ya sé, son distintísimas. De hecho, son ejemplos de lo mismo con resultados opuestos. Tanto Sergio Andrade como Dr. Luke se presentan como machos con el don de Midas en sus respectivas industrias de entretenimiento y tienen pleno acceso al cuerpo y la mente de sus víctimas. No hay controles para los productores todopoderosos, y desde las lógicas del mercado, las artistas son carne para el sacrificio. Por eso a ellos se les permite todo. “Padre, amigo, maestro, amante, esposo”, decía Gloria Trevi, que nunca alcanzó a llamarlo victimario. En cambio, dejó que coreáramos gustosos Con los ojos cerrados. Son historias diferentes porque la Trevi se convirtió en víctima-victimaria y luego fue absuelta por un juez, y perdonada por Televisa tras llorar -literal- como la Magdalena. Y porque nunca denunció legalmente. Pero también eran los noventa y en ese entonces poco habíamos avanzado en el debate sobre consentimiento, abuso y violación. ¿Habría denunciado Gloria Trevi hoy?

Kesha, en cambio, mostró una valentía casi que revolucionaria, especialmente en el contexto de una industria que -todos lo sabemos- abusa sistemáticamente de sus artistas, especialmente cuando son mujeres jóvenes. Todos queremos decir que Kesha se convertirá en un ejemplo para muchas, todos esperamos que su coraje sea contagioso, pero su historia también es un crudo testimonio de la realidad adversa que enfrentan las víctimas. Hoy quizás la revictimización es menor, pero la impunidad sigue igual. Y nosotros, para ser consumidores responsables, como mínimo tenemos que preguntarnos: ¿Cuántas artistas enfrentan situaciones similares? ¿Serán como Kesha o como Gloria Trevi? ¿Y nosotros? ¿Hambrientos, o empáticos? ¿Qué tipo de espectador seremos? ¿Tendremos los ojos abiertos o cerrados?

Twitter: @Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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