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Tomás Calvillo Unna

24/05/2017 - 12:00 am

El rapto de la interioridad

La ciudad es un segundo en el tiempo de la naturaleza.

La ciudad es un segundo en el tiempo de la naturaleza. Pintura: Tomás Calvillo

Los inmensos anuncios ocupan el horizonte. Playas y hoteles, ropa interior y refrescos, bancos y coches, cervezas y zapatos, grupos musicales y seguros de vida… nuestra mirada esta capturada, no puede ver más allá… los escapes de algunas motos, la música de la radio, las noticias, las llamadas telefónicas, no hay silencio posible. La naturaleza se multiplica en la apariencia de la realidad virtual y está sometida a ella y a su tiempo, al tenerla así, a la mano y poder incluso desaparecerla en segundos.

El sueño de domar a la naturaleza alcanza su clímax, el costo es la degradación ecológica, que muchos aún niegan, a ella se suma el ambiente social cada vez más asfixiante.

Si vemos desde esta perspectiva lo que pasa políticamente en Estados Unidos, con su presidente Trump, nos damos cuenta que es la mejor expresión de esta cultura que hechiza y domina los escenarios del mundo con más espectáculos y más consumos.

Es el triunfo del arquetipo del millonario, el nuevo héroe de la economía mundial, del llamado “capitalismo salvaje” que se arropa de bienes, gestos, manías y oculta su profunda ignorancia. El mismo que hace de la complejidad una oportunidad para exaltar la simpleza y reducirla incluso al insulto. Su hacedor de imagen, Roger Stone, lo expresa con lucidez: “Trump, escupe lo que dice”, y eso más que un defecto es una virtud, va al ritmo del Twitter, y aún más rápido, refleja la agresividad necesaria para no perder tiempo en acumular más al hacer un buen negocio sin importar si corre sangre. Ahí está su viaje a Arabia Saudita, los miles de millones en venta de armamento a una región que solo necesita diplomacia y paz.

Ante su descaro, que en su camino es una virtud, y ante sus groserías, que son una apreciada elocuencia para este estilo depredador que enaltece al triunfador, cuyo mundo mental se reduce a los casinos; ante esa presencia facciones importantes de las elites económicas de México y de otros países callan e incluso en algunos casos lo aplauden y admiran como un gran negociador. Y es cierto, de alguna manera  él los encarna también, son sus mismos valores.

El tema del deterioro que experimentamos en México no es ajeno a esta cultura del poder del dinero como principio ordenador de la economía, la política[1], la misma cultura y demás. Las nuevas figuras, los iconos, son hoy en día los millonarios y este es su mundo, el del mercado que conquista nuestras mentes y multiplica nuestros deseos y levanta el muro de la virtualidad que separa a la naturaleza de nuestras vidas, negando la posibilidad incluso de comprender el sentido de morir.

Entre más riqueza de unos cuantos, más miedo, parece ser la ecuación de esta época. Más entretenimiento, más aceleramiento, más ruido, más violencia, más muerte.

Es el juego de los nuevos dioses, demasiado simples para entender la profundidad de la experiencia de saber ser y saber estar.

 

 

[1] “Un político pobre, es un pobre político” frase repetida hasta el cansancio y hasta ahora solo reclamada en su origen por la estirpe política del estado de México, que ha hecho escuela en todas las fuerzas políticas.

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