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Diego Petersen Farah

24/06/2016 - 12:00 am

¿Quién llora al PRD?

Sumido en su peor crisis desde su fundación en 1989, el PRD pasea su tragedia por el país con un agravante: a nadie parece importarle demasiado el futuro del que fuera uno de los pilares de la democracia mexicana. Gracias al PRD de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo pudo logarse la transición democrática de […]

Agustín Basave, ex dirigente nacional del PRD. Foto: Cuartoscuro
Agustín Basave, ex dirigente nacional del PRD. Foto: Cuartoscuro

Sumido en su peor crisis desde su fundación en 1989, el PRD pasea su tragedia por el país con un agravante: a nadie parece importarle demasiado el futuro del que fuera uno de los pilares de la democracia mexicana. Gracias al PRD de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo pudo logarse la transición democrática de este país con mucho menos sangre de la hubiéramos imaginado (tampoco es cierto que fue una transición sin mancha, hubo muchos muertos en la batalla, pero todos hemos preferido obviarlos y seguir la narrativa de la transición pacífica).

¿Está en riesgo de extinción el partido que gobierna la capital y dos estados importantes, Michoacán y Morelos? En un escenario donde Morena, con Andrés Manuel a la cabeza, logre conquistar la presidencia de la república, el PRD prácticamente desaparecería del mapa político. A lo mejor conservaría el registro, pero su existencia perdería sentido: un partido de izquierda no será jamás el contrapeso de un Gobierno de izquierda. Paradójicamente, pues, el peor escenario para el PRD es que gane la izquierda. Pero si López Obrador ganara la presidencia ¿a quién le importaría que exista o no otro partido de izquierda?

El reto del PRD sigue siendo el mismo para el cual trajeron a Agustín Basave, el recién renunciado presidente del partido: construir un perfil ideológico que tenga sentido en el México de siglo XXI. La gran virtud del partido del sol azteca, que fue aglutinar bajo un mismo paraguas a todos los partidos y corrientes de izquierda de los años ochenta, hoy n parece tener mayor sentido. Aquella virtud pronto se convirtió además en su peor problema, pues más que un partido nacional con matices ideológicos en las diferentes regiones del país, el PRD se conformó como una confederación de tribus. El partido nunca pudo formar un cuerpo ideológico sólido, lo que a la postre derivó en que todos cabían pero nadie se identificaba. Sigue vigente aún aquella frase demoledora de los años noventa de Manuel Rodríguez Lapuente, entonces líder del PRD en Jalisco, quien, ante la euforia de un joven universitario que para quedar bien con el maestro le dijo que no militaba en el PRD pero simpatizaba, confesó: “que suerte la suya; yo sí milito en el PRD y no simpatizo nada”.

El lugar del PRD, como el de cualquier izquierda moderna en el siglo XXI, está en la agenda de ampliación de libertades. Después de ver cómo el PRI rechazó las propuestas del presidente en materia de matrimonio igualitario y marihuana, el conocido, y congruente, voto en contra de Acción Nacional en estos temas, y el conservadurismo escurridizo de Andrés Manuel, y por lo tanto de Morena, el único partido capaz de encabezar una agenda liberal es el de la Revolución Democrática.

Por ello, y quizá solo por ello, su extinción sería una pérdida para el país y amerite algo más que una lágrima.

 

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