La vida absurda e imprevisible de los objetos no tan inanimados

25/06/2016 - 12:00 am
Me doy cuenta de que la realidad no siempre es la realidad y que debo estar preparada para las sorpresas que dan las cosas aparentemente inanimadas que habitan mi humilde morada. Foto: Shutterstock
Me doy cuenta de que la realidad no siempre es la realidad y que debo estar preparada para las sorpresas que dan las cosas aparentemente inanimadas que habitan mi humilde morada. Foto: Shutterstock

Había perdido el pasaporte que tiene la visa estadounidense, un documento que –como sabemos- no es tan fácil obtener en estos días. ¿Y sin un día de estos llama Michael Fassbender para invitarme a tomar martinis en Rodeo Drive?, bromeaba con mis amigos, mientras por dentro me comía la ansiedad por tener que aceptar esa barrera infranqueable y todo por mi desidia, mi descuido.

-No la des por perdida, me aconsejó mi hermana, muy optimista. Pensaba la pequeña Maristain que yo iba a ir muy presta a decirle a los de la embajada que en realidad tenía una visa que me permitía entrar en su país y que sólo necesitaba que lo reconocieran.

De ninguna manera, de sólo pensar en lo engorroso de ese trámite, de la angustia que me provoca tratar de explicar algo a los normalmente sordos, ciegos y mudos funcionarios de la honorable representación estadounidense, se me revuelve el estómago.

-La visa vence en 2017. Ya tendré que hacer el trámite de renovación y con eso me alcanza, pensé mientras daba vuelta infructuosamente los cajones y estantes de mi estudio.

Hace unos días, en la madrugada, en esa hora de la duermevela cuando tanto me cuesta conciliar el sueño, algo extraño me impulsó hacia mi cuarto de trabajo. Encendí la luz y ahí estaba, en un estante de la biblioteca: brillante y azul, el pasaporte con la visa estadounidense.

¿Cuántas veces había buscado en ese sitio donde ahora me enceguece la luz del documento que necesitaba para no sentirme presa ni impedida de transitar por donde me diera la gana?

Antes de que llamen al loquero, guarden los chalecos de fuerza en algún armario lejano, porque esto no termina aquí.

Un amigo de Mexicali me dice: -Te he mandado mi libro, ¿lo recibiste? Con toda convicción le digo que no. Él me da el nombre de la empresa por donde lo envió, pero esperé en vano. El libro no aparecía.

Una tarde, en un momento inusual en que me animé a ordenar algo de la desordenada mesa donde pongo los libros, allí está: Los pinos salados, de Alejandro Espinoza.

No recuerdo en qué momento lo recibí, lo saqué del sobre, lo puse en la fila de pendientes de lectura, pero allí estaba el libro para poner en duda mi salud mental.

Últimamente he estado encontrando cosas que no sabía que tenía: un micrófono de manos libres que me mandó de regalo un amigo de Buenos Aires, el formulario del IMS, un disco de Diana Krall…veo que en esta casa los objetos aparecen y desaparecen a su antojo.

Me doy cuenta de que la realidad no siempre es la realidad y que debo estar preparada para las sorpresas que dan las cosas aparentemente inanimadas que habitan mi humilde morada.

Mientras tanto, si alguien me quiere invitar a dar una nueva por Nueva York, aquí estoy: puestísima, con visa en mano.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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