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Darío Ramírez

25/08/2016 - 12:00 am

La parvedad de nuestro asombro

Hemos perdido la capacidad de asombro y con ella la posibilidad de entender nuestro entorno y a nosotros mismos.

El Presidente mintió. No hizo una tesis. Con toda intención, plagió el 29 por ciento de su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho. Instalado en su falsa ética, escondido detrás de paredes altas y guardias presidenciales, el presidente vive días de silencio y un alejamiento constante de la sociedad a la que se debe. Foto: Cuartoscuro
El Presidente mintió. No hizo una tesis. Con toda intención, plagió el 29 por ciento de su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho. Foto: Cuartoscuro

“La filosofía comienza con el asombro” dice el comienzo del libro “Metafísica” de Aristóteles. Sin asombro no hay conclusión posible de los fenómenos que tenemos delante. Esos fenómenos que deben tener una explicación y respuesta a las innumerables preguntas que pueden circular por nuestra mente ante los embates de la realidad.

Hemos perdido la capacidad de asombro y con ella la posibilidad de entender nuestro entorno y a nosotros mismos.

Los hechos nos avasallan. Son continuos y sin remanso. El diálogo para entendernos está truncado y la capacidad de asombro petrificada. Eso somos, una sociedad sin asombro. Autómatas del dolor sin consecuencias. Un desgobierno social pulido y sostenido por una mal lograda democracia que no cumple con los mínimos indicadores para sostener que es el mejor sistema que podemos tener. Ya nada nos sorprende porque entendemos poco de lo que nos pasa. El recuento de daños es más importante que la explicación y entendimiento de los mismos. Así estamos condenados a la repetición.

El Presidente mintió. No hizo una tesis. Con toda intención, plagió el 29 por ciento de su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho. Instalado en su falsa ética, escondido detrás de paredes altas y guardias presidenciales, el presidente vive días de silencio y un alejamiento constante de la sociedad a la que se debe.

Es un presidente sin asombro ni temple. Es un contemplador de la realidad que se desquebraja ante sus ojos pero que su cuerpo y mente no reaccionan ante la emergencia. Es un presidente escondido detrás de su investidura que en vez de generar respeto y admiración como líder, genera lástima e ira. Es un presidente que tiene el arrojo de esconder la cabeza en el hoyo mientras se le acusa de plagiario, pensando que el silencio es suficiente hasta que pase la tormenta. Mientras tanto medios como el New York Times, The Guardian y Washington Post reportan la gravedad del plagio, la oficina del presidente opta por la técnica avestruz. Así el arrojo de nuestro líder.

Tal vez la escasez de asombro de saber a nuestro presidente plagiario de tesis se debe a su conducta como servidor público. El asombro precisa de sorpresa y, lo que quiero decir, es que de él se puede esperar casi todo: he ahí la falta de asombro sobre lo que nos vamos enterando de él. En cambio –en nuestra cultura del nulo asombro- vale más catalogar a Carmen Aristegui de revanchista que agradecerle por advertirnos que tenemos un presidente cuya calidad moral, académica y ética le permitieron, sin reparo, plagiar parte de su tesis. Si Aristegui le echó mucha crema a sus tacos a la hora de anunciar su reportaje (cuyo contenido no ha sido desmentido) me parece que no merece más que un breve juicio de opinión. Pero allá con su ignorancia y falta de asombro para aquellos que se traguen el veneno de presidencia que señalaba que no es plagio sino: “errores de estilo” y que Carmen Aristegui es una periodista estridente porque el presidente no puso comillas.

El asombro es lo que marca, lo que inicia y decide. Sin asombro no llegaremos a parte alguna. Sin él se estará a expensas de lo que nos cuenten, de los asombros tal vez de los demás –por ejemplo de la comunidad fuera de México- sin construir por nosotros mismos nuestra realidad. La normalización de los escándalos, su lectura fácil, la falta de consecuencias de lo que por segundos parecería ser un seísmo en el centro de nuestro sistema político se convierte en una mera brisa de verano. La impunidad anidada en el lema nacional: Aquí nada pasa.

El asombro se recarga con las ganas de conocer, entender y explicar. La falta de asombro nos abre el paso para estar forjando nuestra historia reciente de una matanza a otra, de un hecho de robo embustero a las arcas a otro robo de mayor calado, de una mentira presidencial a otra, es lo que nos tiene en un tobogán sin freno y en caída libre. Diría el optimista: No todo es malo. Tal vez sea cierto, no todo. Pero me declaro incompetente para saber qué tanto porcentaje está mal o bien. Pero reconozco que lo que nos debería de preocupar como sociedad, como partidos políticos, como sociedad civil organizada, como medios, como académicos y comunidad internacional sobre el rumbo de México no está basado en el asombro de lo que pasa frente a nuestras narices.

Del plagio a las ejecuciones extrajudiciales por parte de la Policía Federal (PF) en Tanhuato, Michoacán. Desde hace meses se sabía sobre la incapacidad de la PF para hacer uso racional y proporcionado de la fuerza en su combate al crimen organizado. ¿Nos asombra que la PF torture, dispare por la espalda, y queme cuerpos de presuntos delincuentes? No. La realidad es que por ahí no pasa nuestra capacidad de asombro de lo que está haciendo nuestra PF. Lo normalizamos y así nos damos confort ante el desamparo.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) documentó con profesionalismo la barbarie de la PF y nos advirtió que más que una policía en ciertos momentos su actuar responde más a un escuadrón de la muerte –cuyo desprecio para el debido proceso y estado de derecho es absoluto- que a una policía federal que conoce los límites del uso de la fuerza y sabe que la tortura no es parte de esa facultad legal.

Algunos datos sobre el actuar de su PF en Tanhuato para alimentar su asombro, cortesía de la CNDH:

  • Se comprobó que la PF mintió sobre los hechos en Tanhuato
  • Ejecutó arbitrariamente a 22 civiles (13 por la espalda)
  • Durante el enfrentamiento murieron 42 civiles y un policía federal
  • Torturó a 2 personas detenidas
  • Carbonizó un cuerpo de un agresor
  • Ejecutó con 4 mil disparos de helicóptero a un presunto delincuente

Normalizamos la barbarie y ese es el camino más terso para dejar de asombrarnos. Con una pequeña dosis de asombro para conocer y componer la recomendación de la CNDH merecería palabras presidenciales, cambios y acciones para garantizar la no repetición. En cambio, nos quedamos con notas pasajeras sobre una de las masacres más letales cometidas por agentes del estado (sí, aquellos que nos deberían estar protegiendo). El silencio de partidos políticos y medios es igual de cómplice. Bueno, todo silencio contemplativo lo es en realidad.

En mi ociosidad quería leer la versión oficial o respuesta del gobierno federal a la CNDH. Con asombro (y lo digo en serio) reparé que ni en la página web de la PF ni en la de Secretaría de Gobernación estaba el comunicado oficial de respuesta leído días antes por Renato Sales, el policía mayor. Esa es la importancia del no asombro, de la rendición de cuentas y de la presión social para garantizar justicia.

Al cierre de este texto ya había llegado el otro hecho que no merecía, tampoco, el menor asombro por la prensa nacional: las fosas de Telencingo, Morelos, de donde se exhumaron 117 cadáveres algunos de niñas y otros con signos de tortura. De tragedia en tragedia, así estamos forjando nuestra historia.

Sin asombro no llegaremos a ninguna parte y estaremos garantizando el constante deterioro de nuestro mismo entorno. Si continuamos asumiendo como realidad lo que nos dicen, lo que nos trasmiten unos y otros relegándonos a un segundo plano, seremos –como estamos siendo- meros espectadores de nuestra desgracia.

@dariormrs

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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