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CRÓNICA | Por eso aún está en el lugar de siempre, en las mismas ciudades, con su misma gente

30/08/2016 - 12:04 am

Alberto Aguilera Valadez falleció el domingo pasado en Santa Mónica, California. Fue un infarto, informó su representante. Murió en paz y con tranquilidad, informó uno de sus agentes. Juan Gabriel, el “Divo de Juárez”, era reconocido como uno de los más grandes compositores de música popular en México y, además, como un showman, un artista por los cuatro costados que le cantó a los mexicanos y que logró homologar el gusto de todas las clases sociales. Juanga tenía 66 años de edad y su intempestiva muerte ha causado conmoción en los círculos políticos y culturales en México y América Latina. Ayer, en la Plaza de Garibaldi, sus admiradores más devotos se unieron en cantos, rezos, abrazos para el cantautor nacido en Parácuaro, Michoacán.

Ciudad de México, 30 de agosto (SinEmbargo).– “Yo no sé si está pasando el tiempo o tú lo has detenido. Así quiero estar por siempre”, cantó el “Divo de Juárez”.

“Abrázame que el tiempo hiere y el cielo es testigo; que el tiempo es cruel y a nadie quiere. Por eso te digo: abrázame muy fuerte, amor, mantenme así a tu lado. Yo quiero agradecerte, amor, todo lo que me has dado”.

Y ahora, de regreso, miles quieren dar a Juan Gabriel todo lo que recibieron de él.

“Él me ha dado de comer por años”, dice un imitador de Juan Gabriel que rindió tributo a su ídolo, afuera del Palacio de Bellas Artes, un día después de su muerte.

En el mismo sitio, los admiradores del “Divo de Juárez” montaron un altar en su memoria y le leyeron cartas. Como si lo tuvieran frente a ellos. Y mientras, de fondo, se escuchaban sus canciones.

El cuerpo no llegaba ayer a México pero en todas partes, incluso en Estados Unidos, los homenajes espontáneos brincaron aquí, allá: en donde estuviera su imagen o en donde él hubiera pisado la tierra. De Parácuaro a Ciudad Juárez; de Garibaldi y Hollywood, donde tiene su estrella.

En el corazón de la capital del país, y a sólo unas cuadras, en la emblemática Plaza de Garibaldi los músicos hicieron su parte: entre lágrimas y sollozos, grupos de mariachis y hasta espontáneos con guitarra en mano le cantaron a Juanga algunos de sus grandes éxitos, que fueron muchos. O todos.

“No me he querido ir para ver si algún día que tú quieras volver me encuentres todavía. Por eso aún estoy en el lugar de siempre, en la misma cuidad y con la misma gente; para que tú al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer y nunca más dejarnos. Probablemente estoy pidiendo demasiado. Se me olvidaba que ya habíamos terminado, que nunca volverás, que nunca me quisiste. Se me olvido otra vez que sólo yo te quise”.

 

Su estatua en esa plaza, que se erige junto a otros grandes ídolos de la música mexicana –como Lola Beltrán, José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Jorge Negrete, José Ángel Ferrusquilla, Tomás Méndez, Cirilo Marmolejo, María de Lourdes, Manuel Esperón y Javier Solís–, estaba repleta de flores y mensajes.

Miles de admiradores del cantautor, que nació el 7 de enero de 1950 en Parácuaro, Michoacán, y falleció en Santa Mónica, California, el pasado 28 de agosto, arribaron desde la mañana a esa plaza que, desde principios del siglo pasado, ha sido el punto de reunión para los amantes de la música popular mexicana.

En su ir y venir por Garibaldi, la gente –que llegó desde diversos puntos de la ciudad e incluso desde el Estado de México– se organizaba en grupos, hacía “coperacha” para que los mariachis le cantaran a su ídolo, y otros más, a capela o en coros, realmente conmovidos, “como si se nos hubiera muerto un familiar”, entonaban los éxitos de quien, incluso antes de su muerte, ya era considerado como uno de los más grandes compositores que ha dado México.

“No hay nadie como él”, le dijo uno de sus fans a SinEmbargo. Otros más comentaron que no existe en México una persona que no conozca sus canciones, las haya bailado e incluso se enamorara con ellas.

“Fue un ejemplo a seguir”, coincidieron varios de los seguidores. “Nació pobre y luchó por salir adelante hasta ser el mejor”, comentaron. También destacaron la humildad con la que Juan Gabriel se comportaba particularmente con su público.

“Mis amigos y familiares me preguntan: ‘¿Qué no te aburres de escucharlo todo el tiempo… desde el 79?’”, dijo otro de sus admiradores. Y él mismo respondió: “No, porque es el más grande”.

“Para mí es un honor tocar la música de Juan Gabriel, porque comparto sus sentimientos con la gente”, comentó un guitarrista miembro de un mariachi.

En el “Salón Tenampa”, fundado en 1925, apenas después de que la Plaza de Garibaldi se destinó a la música y a la fiesta mexicana, se encuentra una enorme pintura que hoy se convirtió en un altar donde cientos de fans colocaron flores y veladoras.

“Te voy a olvidar
y aunque me cueste la vida
y aunque me cueste el llanto
yo te juro que te tengo que olvidar”.

EL MÁS QUERIDO

Alberto Aguilera Valadez nació pobre en Parácuaro, Michoacán. De muy joven se trasladó a Ciudad Juárez, Chihuahua, en donde empezó, en el mítico Noa Noa, su carrera como cantante y compositor. Murió el domingo pasado, sorpresivamente –porque no era conocido que tuviera alguna enfermedad–, en Santa Mónica, California.

El ícono de la música popular mexicana falleció en su residencia de la ciudad de Santa Mónica, dos días después de haber dado su último concierto en Inglewood, también el área de Los Ángeles.

Cantó al amor y al desamor. Brilló en el Palacio de Bellas Artes hace ya más de dos décadas y hacía, con su enorme don, cuanto quería: daba un concierto tras otro, se comprometía –y cumplía– a giras extenuantes. En los palenques, la gente lo escuchaba de pie porque era imposible no contagiarse de tanta energía; en los espacios más grandes, como en el Auditorio Nacional, era capaz de mantener a miles cantando durante cuatro, cinco, seis horas. No escatimaba.

Juan Gabriel fue una figura fundamental de la música popular en México y en América Latina en los últimos 50 años. Como compositor fue prolífico, y quizás sólo puedan competirle, en el siglo XX, artistas como Agustín Lara o José Alfredo Jiménez. Casi todo lo que compuso se cantó en las calles; vendió millones de discos y ganó cuanto premio es posible ganar.

Era un promotor incansable de lo mexicano. Para muchos críticos, no hubo un mayor impulsor de la música regional como él. Sumó músicos de todo México a sus giras y tuvo una gran conciencia, siempre, de los estilos y las formas: combinó tanto como quiso y al final quedó una sola cosa: él. Su voz, poderosa, no era extraordinaria en términos de la ortodoxia pero sonaba a cantina, a pueblo, a barrio, a vecindad. A gente de verdad. De allí su gran arrastre.

SU IMPACTO MUNDIAL

Ayer, el mismísimo Barack Obama, Presidente de Estados Unidos trasmitió su pésame por la muerte del músico mexicano Juan Gabriel, que definió que uno de los “más grandes músicos latinos” y quien “trascendió fronteras y generaciones”.

En un comunicado, Obama aseguró que el “divo” fue “uno de los más grandes músicos latinos y su espíritu vivirá en sus canciones duraderas y en los corazones de sus fans que lo aman”.

“Durante cuarenta años, Juan Gabriel aportó su querida música mexicana a millones, trascendiendo fronteras y generaciones”, explicó Obama en su pésame por la muerte del “Divo de Juárez” a los 66 años.

“Para muchos mexicano-americanos, mexicanos y gente en todo el mundo, su música sonaba al hogar. Con sus letras románticas, sus actuaciones apasionadas y su estilo particular, Juan Gabriel cautivó al púbico e inspiró a incontables músicos jóvenes”, expuso también el comunicado del Presidente estadounidense.

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