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En Cuautitlán Izcalli el COVID-19 es un mal menor: 11 mil familias temen que sus casas se colapsen

14/04/2020 - 4:30 pm

En esta colonia del Estado de México el coronavirus pasa a segundo plano. Desde su construcción hace tres lustros por la empresa Profusa, las casi 11 mil familias corren riesgo por estar sobre que podría desmoronarse y a metros de un tiradero de basura. Pese a los juicios ganados por sus habitantes, la justicia sigue pendiente.

 Por Arturo Contreras Camero

Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 14 de abril (SinEmbargo).– “Estamos tan lejos y tan apartados de todo que aquí no llega nada, ni la información. La gente no sabe nada”, dice Jorge Arzave. A su paso, la vida en las calles de Lomas de San Francisco Tepojaco, en Cuautitlán Izcalli, Estado de México, sigue como si nada. Tampoco se sabe mucho de la cuarentena por el coronavirus. Las pollerías están abiertas, los salones de belleza también. En las canchas deportivas hay una clase de taekwondo. Los carros avanzan, la gente camina y los perros ladran. Casi ninguna de las personas que vive aquí está consciente del peligro que los rodea; el coronavirus es lo de menos.

En Lomas de San Francisco Tepojaco hay más de 11 mil casas, casi todas de interés social. La pintura deslavada de las viviendas, sus ampliaciones sin pintar así como los jardines secos y sin vegetación le dan un tono plomizo al lugar. Aquí viven miles de obreros. Los que tienen suerte trabajan en las industrias de la zona, para los que no, llegar al Metro más cercano les toma cuatro horas en un día regular.

Sea por un temblor o por unas lluvias fuertes, todo este complejo urbano podría deslavarse junto con el lomerío en el que está. El suelo debajo de las casas es arcilloso, y podría desmoronarse. Además, en cada uno de los extremos del complejo urbano, como le llaman, hay un basurero. Uno en operaciones y otro que a pesar de estar clausurado, no deja de ser un riesgo. El depósito está sobre una falla geológica, misma que se extiende a través de las calles y las casas. Por ahí ya se filtraron desechos tóxicos al suelo y a los mantos acuíferos. También creó depósitos de metano debajo de las casas, burbujas de gas debajo de la tierra que podrían hacer volar lo que esté encima de ellas.

Jorge vive aquí, en estos lomeríos junto al Lago de Guadalupe. Según él, para construir, debieron haber sustituido el suelo, de arcilla a un material más duro, pero hacerlo habría significado elevar el costo de construcción. En 2003, cuando Jorge compró su casa, ésta parecía una colonia muy prometedora, con espacios abiertos y parques.

La mayoría de las cosas que cuenta Jorge se pueden comprobar haciendo un recorrido por la colonia, o escuchando sus historias de terror. También consta en la montaña de documentos, estudios científicos, juicios ganados y recomendaciones de organizaciones de Derechos Humanos que el ex militar ha coleccionado en 15 años de buscar que alguien se haga responsable de las omisiones en la construcción de todo el desarrollo urbano.

TRES LUSTROS DE CALAMIDADES

Jorge compró la casa en 2003 y se la entregaron un año después. Pero en esas fechas, él estaba internado en el hospital y no llegó a estrenar su casa de inmediato. En los meses que pasaron, el hogar se deterioró rápidamente.

“Llegamos a la casa y nos encontramos con que había un socavón atrás de la casa. Luego luego reclamamos, y vinieron y me la maquillaron. Rellenaron un poco y pusieron una canaleta”, cuenta Jorge. Las reparaciones que le hizo la constructora no duraron mucho. “El desplazamiento del suelo la fracturó. La canaleta está aquí afuera. También se fracturó el drenaje. En 2005 llueve mucho, y fue después de eso, que la casa se fue, como si fuera barco –mientras lo dice, pone el brazo en horizontal, y lo inclina como si lo moviera la marea. “Teníamos que amarrar el refri y la estufa, porque ya caminaban solos”.

La casa de Jorge, como muchas de aquí, no tienen cimentación, están construidas sobre una placa de concreto. Como las lomas debajo de ellas se están de desplazado, es como si las casas se deslizaran muy lentamente sobre una ola de tierra. En los muros se nota, muchos están fracturados, otros, se movieron y ya no empatan con el piso, o con el techo. Para volver a dejarla a nivel, han tenido que meter rellenos y rellenos de cemento, que a la larga, terminará por afectar más a la endeble construcción.

En una de las tantas reparaciones que ha tenido la casa, mientras excavaban para reparar el desagüe roto, encontraron un hueco a 15 metros de profundidad, lleno de metano, que se había filtrado desde uno de los basureros.

Ante el peligro, estudiantes de Ciencias de la Tierra del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura de Ticomán hicieron una serie de recorridos, manzana por manzana, calle por calle.

No solo testificaron la mala calidad de los materiales de construcción, sino también lo que Jorge ya sospechaba: toda la colonia está construida en una enorme resbaladilla de lodo.

“Aquí, le digo, la gente vive como si nada. Tenemos 12 escuelas y no hay ninguna que no tenga daño estructural del último sismo, pero los alumnos aún van”. Luego, cuenta otro de los peligros de la colonia: “Para el abasto de agua hay dos depósitos, que aprovechan la inclinación de las lomas para mandar el agua por gravedad. Están tan mal construidos, que los dos tanques se fracturaron. Hay uno hasta allá arriba, pero hay otro aquí, junto a un jardín de niños. Imagínese si se revienta”.

En 2010, Protección Civil del Estado de México dictaminó la zona como de riesgo. “Ellos dicen que no tienen facultades para sancionar a los responsables, pero su ley dice que sí, no sé por qué no lo han hecho”, reclama Jorge.

Una casa pertrecha y en riesgo de caer es el centro de salud provisional, donde llegan brigadas de salud, porque en esta zona urbana, de más de 40 mil habitantes, no planificaron servicios de salud. Foto: Arturo Contreras Camero, Pie de Página.

LAS ENFERMEDADES DE LA BASURA

Cuando Jorge llegó a vivir aquí, empezó a tener problemas respiratorios. “¡Yo nunca he fumado!”, dice que le respondió al médico que lo revisó cuando fue a revisarse. Tenía los pulmones como fumador, Jorge era una víctima más de lo que él cree podría ser un nuevo fenómeno epidemiológico: la tos de lomas, un mal recurrente entre la población de la colonia.

“Mis nietos se ponen muy malos”, añade Jorge. Las repisas de su casa no solo están llenas de papeles, carpetas y archivos, de los juicios que lleva por la mala calidad de construcción de su casa. También hay cajas de medicamentos por doquier. “Ya nos lo alertaron otros médicos: o salen de ahí o el grado a la salud ya no va a ser reversible.

Las aguas negras del lugar, a donde eventualmente se filtran los residuos de los basureros, son una muestra de la toxicidad y el peligro de vivir junto a dos basureros. un estudio del Politécnico Nacional documentó presencia de metano, cloruros, sodio y azufre, todos venenosos para el humano.

“A dónde más me voy si no tengo ningún lado”, dice Jorge como con impotencia. “¿Con qué me voy de aquí si me acaban de depositar 9 mil 500 de mi pensión mensual, y me quedan tres años de pagar la casa? ¿A dónde me voy?”.

Según una medición hecha por el Tribunal Permanente de los Pueblos, una organización de justicia internacional que vela en contra de las violaciones a derechos humanos, las casas más cercanas a los basureros se encuentran a 280 metros, el vertedero clausurado, y a 500 el basurero Bicentenario de la Independencia. A pesar de que la norma oficial mexicana 083 Semarnat-2003 señala que los tiraderos de basura deben estar a una distancia mínima de 500 metros de la última parte de la traza urbana, las afectaciones a la población se ven a simple vista.

“Además, yo ya lo he visto con otros estudios, que la gente con los malos olores sí se pone más agresiva”, dice al respecto de los olores. “Lo peor es que la gente anda así como si nada, pero pues también, qué podrían hacer, si aquí no hay instalaciones médicas. No hay registro de enfermedades. Aquí hay mucha gente enferma y no nos han sabido decir qué fue”.

Según un estudio del Tribunal permanente de los pueblos, y como cuenta también Jorge, este desarrollo urbano estaba pensado para poco más de 11 mil casas, pero dejaría espacio de construcción para equipamientos y servicios públicos, como escuelas, parques y puestos médicos. Sin embargo, como nunca se construyeron dieron lugar a más casas.

Si bien Jorge ya llevaba un largo camino legal reclamando la pobreza de los materiales con los que construyeron su casa y la falsedad de los permisos técnicos de suelo que permitieron su construcción, con esto sumó una causa más a su lucha.

“Por derecho resarcitorio, por no habernos dotado de servicios médicos, en 2008 nos mandaron una doctora. “Cuando llegó, la demanda era muchísima. Me acuerdo que el primer día empezamos a las 10 de la mañana y a las cuatro de la tarde la doctora no se había podido ni levantar al baño”.

Como la casa junto a la suya está deshabitada, por sus pobrezas estructurales, Jorge pensó que ahí sería un buen lugar para tener las consultas de los médicos itinerantes que llegaban

dos o tres veces por semana, pero con el tiempo empezó a disminuir la frecuencia de las visitas. Con la llegada del coronavirus, los médicos dejaron de ir.

DESENTERRAR LA CONSTRUCCIÓN Y ENCONTRAR UN LODERÍO

El de Jorge es el primer caso en México que llega a instancias de derecho internacional por violar el derecho humano a la vivienda. Hasta el momento, Jorge lleva más de 30 juicios, algunos aún permanecen abiertos, y la mayoría tienen sentencias que resuelven las cosas en papel, pero que no llevan a los responsables de la construcción de este desarrollo urbano.

Estos juicios, algunos por la falta del suministro de agua, por la falta de unidades médicas y la violación al derecho de la salud, o porque el número de casa de Jorge no corresponde con el de los planos, han ido abriendo brechas y un loderío legal.

Por lo mismo, las amenazas contra Jorge fueron llegando cada vez con más frecuencia. “Cada vez que de un juicio nos salía una sentencia favorable, aquí abajo –señala hacia la esquina de la casa– se pone a disparar una persona. Dos o tres días después de las resoluciones, pasa algo, disparos, intentos de robo. El último, me llamaron diciendo que era la familia Michoacana y que querían descuartizarme.

Esa noche, escuchó cómo una pickup negra se estacionó afuera de su casa. “Traía corridos en el radio y en uno, el coro decía algo como somos del merito Michoacán. Cuando llegó esa parte, le subieron a la música y se arrancaron, en cuanto llegué a abrir la ventana para ver, la camioneta le corrió”.

Según cuenta Jorge, desde 1989 existían planes de construir un fraccionamiento en esta zona, pero se necesitaban varios dictámenes. Fue hasta septiembre de 1999 que la entonces Secretaría de la Reforma Agraria, hoy de Desarrollo Territorial y Urbano, le dio los permisos necesarios.

“En ese entonces, esto eran minas de material de construcción, piedra y arena. Lo que hicieron, para empezar a construir, fue quitarle la punta a algunas lomas y rellenar los Valles, y así fueron construyendo”, cuenta Jorge de cómo, poco a poco, la constructora Profusa, de Francisco y Ricardo Fontanet comenzaron a construir esta colonia que más bien parece una trampa mortal, fue el que firmó muchos dictámenes de hoteles en centros de riesgo de inundación y de deslave”.

Los hermanos Fontanet son dueños de varias empresas constructoras e inmobiliarias que se hacen de espacios antes catalogados como de riesgo o como reservas naturales para urbanizarlos. Otro de sus hermanos, Jorge, fue diputado estatal en la entidad, desde donde desarrolló vínculos con el grupo político de Atlacomulco, del expresidente Enrique Peña Nieto.

Jorge cree que, a pesar de que a través de sus juicios Protección Civil ya reconoció que la colonia está en zona de riesgo, la cercanía política de los constructores han permitido que no se les haya aplicado ninguna sanción. “Hace unos pocos días fui a ver un oficio más. Me atendió un tal licenciado Soto, estábamos demandando una investigación que está en contraloría interna en la que no han hecho nada. ‘Por mis huevos esto no va a pasar’, nos dijo. Así ha sido todo el tiempo. Una vez alguien nos dijo que era un caso perdido, porque los de la constructora desayunaban cada ocho días con el fiscal”, reconoce.

Esta colonia no debería estar aquí. Por la inestabilidad del suelo, por la mala calidad de las construcciones, porque tiene dos tiraderos de cerca, porque no tienen servicios necesarios, pero aún así, miles de personas de aquí salen a trabajar todas las mañanas, a las cuatro de la madrugada.

“Ya hay pruebas de fraude y sigue abierta la averiguación previa. Mientras no haya muertos esto no va pasar, eso es lo que me dicen en las oficinas de la procuraduría del estado”, lamenta Jorge.

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