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Fabrizio Mejía Madrid

24/01/2024 - 12:05 am

La fantasía anti-AMLO

Empecemos por el principio: las fantasías sociales de pertenecer a algo son afectivas. Las fantasías son lo que te dices para no reconocer lo que necesitas para hacer sentido. No son meras ilusiones, sino una coraza que te protege.

Recibí muchos comentarios de la videocolumna de la semana pasada sobre los tipos de mentiras usadas por la oposición para engañar a sus electores. Entre ellas, varios que se quejaban de que no expliqué el fenómeno al que se le ha bautizado como el “de las tías del WhatsApp”. El comentario de Pablo del Valle, que tomaré como base para este seguimiento dice lo siguiente: “No me aclara esa parte del deseo de ser engañados. Es como el que ve un infomercial, sabe que es mentira, pero aún así desea una noche en ese colchón que alivia todos los males. Desea creer esa mentira, rosa”. El poeta de Baja California, Ramón Cuéllar Márquez, agrega: “El problema más grave de quien cree las mentiras es que necesitan que le mientan, pues no tolera la verdad de que lo que les vendieron como verdad ya no existe. La mentira les da una sensación de seguridad”. Y, finalmente, Poncho Gutiérrez, director del Deforma, dice: “Cada mentira es una bofetada y parece que están desarrollando masoquismo”.

Me quedé pensando en esas tres respuestas mientras veía cómo había algunas cuentas en extuiter que celebraban que el evasor fiscal, Ricardo Salinas Pliego, amenazara con demandas penales a una tuitera llamada “Catrina Norteña”. Lo festejaban con imágenes del dueño de Elektra como un poderoso toro de lidia, como si la fortuna millonaria del otro les diera ínfulas. Ambas cosas están relacionadas, según mi entender: las mentiras y las fantasías aspiracionistas. Ninguna de las dos es inocua porque estimula el difundir y el actuar y, por eso, el PRIAN tiene a un 20 por ciento del electorado, inamovible, duro, convencido. Es justo eso lo que trato de explicar: a esos nueve o diez millones de personas.  

Empecemos por el principio: las fantasías sociales de pertenecer a algo son afectivas. Las fantasías son lo que te dices para no reconocer lo que necesitas para hacer sentido. No son meras ilusiones, sino una coraza que te protege. En el caso del anti-obradorismo, son lazos y adhesiones a las que Lauren Berlant, la teórica de la cultura, ha llamado “afecto hacia la normatividad aspiracional”. Esta frase merece explicarse en los términos en los que Berlant lo hizo. En Optimismo cruel, su último libro, escribió: “Los apegos colectivos a menudo son hacia vidas convencionales que son sumamente estresantes. Debemos pensar en la normatividad como algo aspiracional y como un conjunto incoherente de promesas hegemónicas sobre la experiencia presente y futura de la pertenencia social”. Es decir, ciertas personas sienten un lazo afectivo hacia algo que les resulta, de por sí, estresante, que es cumplir y lograr las promesas de una vida buena que les hizo el neoliberalismo. Cumplir en ellos mismos esas promesas que la élite les endilgó, los hace pertenecer a una sociedad, no importa si es la que ellos imaginan que disfrutan personajes siniestros como Salinas Pliego. 

No es, por tanto, que quieran ser engañados, sino que es lo único que saben sobre la pertenencia a una comunidad que ni siquiera sabe que existen. El tipo de ciudadanía a la que se adhirieron en algún momento entre la modernización de Salinas de Gortari y la fiesta corrupta de Peña Nieto, es la atomización de la híper explotación emprendedora. Cada individuo tiene que someterse a la más vil explotación para poder probarse como “empresario de sí mismo”. Es una actividad estresante de la que no se obtienen resultados como los prometidos y que engendra mucha angustia y depresión. No en balde, las drogas del neoliberalismo fueron de la cocaína a los opioides, del ímpetu y la audacia al adormecimiento zombie. No en balde, tampoco, los best-sellers de esa era fueron los libros de autoayuda y Paulo Coelho. 

Lauren Berlant pone un ejemplo que me parece ilustrativo: el ratón que fue enseñado a picar un botón mediante el que recibía comida pero que últimamente sólo le da choques eléctricos. ¿Por qué lo sigue tocando con la esperanza de, esta vez sí, recibir comida? Berlant da una respuesta inequívoca: “El animalito se ve obligado a regresar porque regresar es lo que sabe hacer”. Es una forma de vida que, sin ningún tipo de gratificación, encontró en la repetición su recompensa. Escribe la autora: “Lo gratifican, en el sentido de que se trata de una escena que reconoce. Reconocerse a uno mismo cuando se ha sobrevivido al shock proporciona la base para un modo de supervivencia que es más que simplemente no morir”. El lazo afectivo es con lo que cuenta en la vida o con ese modo de supervivencia que vendió el neoliberalismo: el de sostener una fantasía mientras todos los días tus propias condiciones de vida te dicen que es insostenible. Ya no haces sentido porque pasaste sin intermedios del “échele ganitas” a que los programas sociales fueran universales. Entonces, pareciera que no tuvo ningún sentido bregar en busca de la recompensa por tu esfuerzo. Es común escuchar “a las tías del WhatsApp” declarar que ellas lograron todo por sí mismas y no con la ayuda del Gobierno. Aunque ese todo sea haber corrido un maratón para sólo lograr permanecer en la línea de salida. 

Apoyar a alguien como Salinas Pliego es aferrarse a esa fantasía de que alguien pudo ser millonario por sí mismo. Se evita, por supuesto, escuchar que heredó Elektra, que su padre la usaba para no pagar impuestos, que la televisora del Ajusco fue, en realidad, una compra de Raúl Salinas de Gortari para esconder su lavado de dinero, que se agenció un canal extra mediante un comando armado, que su jefe de seguridad era Cárdenas Palomino, el socio de Genaro García Luna en los montajes televisivos. Tienen que negar todo eso para seguir teniendo sentido dentro de la sociedad que les dijeron era la que merecía que construyeran una vida así. 

Me parece crucial pensar en términos empáticos con estas víctimas de la fantasía neoliberal que no han sabido encontrarse un sentido dentro de la Cuarta Transformación del obradorismo. Mientras los excluidos de la vida pública, los ninguneados, los pobres, los migrantes, han encontrado en la política una forma de arraigo al país, este otro grupo sólo experimenta la política como angustia, como terror al futuro, y como odio. Armados con eso, coleccionan rumores que oyen en la radio, recelos de la televisión, e incredulidades que comparten con sus iguales. Esto último también me parece importante: a pesar de que les hicieron creer en que son átomos dispersos, siguen teniendo la necesidad de compartir con otros, aunque sea sus prejuicios raciales, económicos, étnicos, de gusto. Junto con nosotros que sentimos efervescencia y entusiasmo por el momento histórico, ellos sienten también que el acontecimiento es visceral, personal, que les afecta. Pero la pregunta es, ¿en qué les afecta el obradorismo? 

La respuesta no es material sino afectiva. Se les dice: no han aumentado los impuestos, la inflación está controlada, la inseguridad ha ido decreciendo, el dólar es barato, hay casi pleno empleo, la inversión extranjera directa es histórica, no habrá crisis por la deuda, como en los anteriores sexenios. Pero ellos se aferran a su visión de que el México de hoy es igual al del México que detestan: curiosamente, siempre es el de Echeverría y López Portillo, y no el del saqueo y la guerra contra el narco, de Salinas a Peña Nieto, pasando por Fox y Calderón. El objeto del afecto no es material ni siquiera de relación entre el mundo de castas donde un Presidente tenía que lucir como si fuera el Primer Ministro canadiense y los pobres respetar las jerarquías. No es ni siquiera eso. Son las promesas. Realmente no importa si les hicieron, como fue, mucho daño: si fueron de la angustia de 1995 a la depresión del 2009, del esfuerzo a la frustración. Lo que importa en esas promesas del neoliberalismo es su forma. Algo que le da sentido y continuidad a su manera de pertenecer a la sociedad, a la forma de entender lo que es una buena vida. No importa tampoco que ese conjunto de promesas te inhabiliten porque, al mismo tiempo, te dan cierta coherencia para seguir viviendo. Por eso, Laren Berlant le llamó “optimismo cruel”.  

Me resulta apasionante el pensar qué sucede cuando la pérdida de lo que no funciona es más insoportable que seguirla padeciendo. Porque eso es lo que se ve en estos millones de personas que votarán por el PRIAN otra vez. Un ejemplo sorprendente es la Ciudad de México, donde uno de los líderes del Cartel Inmobiliario es justo el candidato de Acción Nacional, el PRI, y el PRD. La encuesta lo coloca con una intención de voto de 29 por ciento. La pérdida del PRIAN es peor que lo que hicieron como gobernantes. Es mejor votar por ellos, aunque se hayan aprovechado de los inquilinos, las constructoras, las inmobiliarias, y hayan puesto en riesgo hasta el entorno, aunque hayan abandonado con sus edificios ilegales cualquier idea de urbanismo para darle rienda suelta simplemente a la especulación del suelo citadino. Esa sería la intención: aferrarse a una idea donde concebí mi propia pertenencia a la sociedad. Circular de nueva cuenta en una familiaridad política de los años dosmiles que me prometió un modelo de vida buena que, aunque no lo haya yo obtenido nunca, ni de lejos, es preferible a lo incierto de un movimiento de derechos universales, programas sociales, y proyectos planificados desde el Estado y administrados —¡Oh, por Dios!— por militares. Hay algo de fidelidad a lo que no funcionó, a quien los traicionó, una familiaridad con los hampones del pasado, simbolizados hoy por “Alito”, Marko, Zambrano, y hasta Taboada y Xóchitl Gálvez. 

En este contexto, podemos decir que la promesa neoliberal, la de que se podía ascender en la escala social armado tan sólo de talento y esfuerzo, fue muy poderosa para ese 20 por ciento, que magnetizó sus lazos afectivos con esa promesa de vida, a tal grado, que perduran a contrapelo del resto del país, dentro de una fantasía que los protege. ¿De qué? De que no sea cierta. De que, para triunfar en ese modelo de vida, hay que pertenecer a una familia adinerada, ser corrupto, ser hombre, blanco, y de la capital. ¿De qué protegerse? De que los pobres tengan derechos que no se ganaron con una tesis universitaria. De los nacos que pueden ser presidentes, a pesar de que dicen: “dijistes”. ¿De qué los escuda esa fantasía? De la planificación del Estado que, seguro, le está quitando la iniciativa empresarial a alguien, su derecho a competir, como diría el Juez Gómez Fierro. 

La idea de la candidatura de Xóchitl Gálvez fue una mala idea de Aguilar Camín y Silva Herzog: una indígena que se había “hecho a sí misma” apelaba sólo a quienes ya vivían dentro de la promesa del “echeleganismo” y que no pasaban, desde entonces, del 20por ciento. Encima, los opinólogos hablaban de los “desencantados” de la 4T que no son muchos. Entonces, machacaron con la idea de la dictadura, de un Presidente que buscaba “adueñarse” del Poder Judicial y desaparecer al INE, que tenía pactos con la delincuencia, cuyos hijos eran beneficiarios de los contratos de Pemex, que iba a perpetuarse en el poder vía la candidata de Morena. Pero eso estaba destinado a la derrota porque se trató de convencer a los convencidos. Son los que últimamente creyeron que la señora Uresti se iba de Milenio por censura desde Palacio Nacional. Eran, desde el inicio, los que eran. No podían aumentar. 

Hay afectos que disciplinan nuestro imaginario de lo que es una buena vida y cómo debe comportarse la gente. De esa fantasía de lo social es que pende la disposición a creer en las mentiras que ha fabricado la oposición en estos ya casi seis años de obradorismo en la Presidencia. Se pregunta Lauren Berlant: “¿Cuál es la buena vida cuando el mundo que debía haber sido creado por la movilidad ascendente y la elevación colectiva que el neoliberalismo prometió sale mal delante de nuestras narices?” Se responde: “Una sensación de estar excluido del futuro y, debido a que la vida ordinaria continúa, un sentido del presente que no tiene sentido con el resto.” 

Eso es lo que le ha ocurrido, según mi particular lectura de Berlant y de la oposición a la 4T. La fantasía ha dado lugar a la circulación de mentiras, dentro de las cuales, existe también el autoengaño de que las encuestas no significan nada, que hay un voto “oculto” por el PRIAN que no se atreve a decir su nombre, que los 20 o 30 puntos de ventaja de Sheinbaum son, de alguna extraña forma, remontables. Pero eso terminará con la elección presidencial de este año. Confío en que ese 20 por ciento encuentre en la nueva situación una forma de encontrarse un sentido que hoy los tiene extraviados, vagando por las vías del Tren Maya, sumergidos en el lodo del Lago de Texcoco, comprándose una camiseta rosa y lentes oscuros para ir a su marcha de siempre. Confío. 

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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