Jaime García Chávez
02/09/2024 - 12:01 am
Debacle en política exterior
Nunca había estado tan provinciana la política exterior. De una u otra manera López Obrador, por decisión propia, se asume como un hombre providencial y carismático, sin darse cuenta que ese tipo de personajes suelen vivir un amargo retiro.
No hemos reparado lo suficiente sobre el déficit que deja el Gobierno del Presidente López Obrador en materia de política exterior. Y vaya que en esto todos estuvimos prevenidos de que el Ejecutivo mantendría la antigualla de que la política interior estaría por encima de las relaciones que México mantiene con el mundo y en particular con los muy importantes socios comerciales por ocupar un destacado lugar en el concierto mundial entre las principales economías.
En estos tiempos es difícil tener una política hacia el mundo que se encierra en una especie de provincianismo, además de peleonero o grotesco como han sido las expresiones presidenciales hacia países como Nicaragua, Ecuador, Perú o Argentina, por no mencionar la petición que se le hizo a España referente a la Conquista de hace más de 500 años.
Aquí se involucra el que López Obrador gobernó valiéndose del opio de la historia y de los símbolos que él rescató para construir un mito unificador del país, justo como lo hizo el PRI que usufructuó la Revolución mexicana y el nacionalismo que se construyó en derredor de ese importante proceso desatado en 1910.
En este Gobierno se abandonaron los reales motivos que más allá de coincidencias o divergencias dieron brillo a la política exterior mexicana. Se abandonó la profesionalización nombrando embajadores sin mérito y como concesión política al PRI.
Tenemos peculiaridades, es cierto. En primer lugar, el carácter popular de nuestra Independencia nacional con que inició el proceso de descolonización, las lecciones que nos quedaron de la lucha contra el Imperio de Maximiliano donde destacó el liderazgo de Benito Juárez y lo que progresivamente recogió la Constitución de 1917 en materia de autodeterminación de los pueblos y la adhesión a la alternativa de resolver los conflictos de manera pacífica, no violenta.
México, en su tiempo, jugó su papel en contra del nazifacismo y levantó la voz a favor de la república española y abrió sus puertas a los transterrados a los que tanto debe la cultura nacional.
Históricamente la defensa de la soberanía nacional ha estado presente, pero navegando en un mundo multipolar e imbricado económicamente con todo el planeta, a grado tal que hoy la economía mexicana y nuestro país, tiene tratados y convenciones que lo comprometen económicamente, con cláusulas democráticas e infinidad de pactos que tienen que ver con la cultura y especialmente con la defensa del medio ambiente.
Pero claro está que no es lo mismo las relaciones del país con una potencia como la norteamericana que con algún país en el que todavía prevalece el monocultivo absolutamente dependiente de un único país.
La interpretación de nuestras relaciones con Estados Unidos ha evolucionado a grado tal que hoy tenemos firmado un T-Mec, un enorme problema migratorio y una conexión ineludible como para ser testigos de una visión caprichosa y personalista que le puede traer graves problemas al país.
López Obrador cree que al gritar contra el Embajador Ken Salazar de los Estados Unidos, del que siempre fue fraterno, va a llenar las plazas de patriotas, dejando de hacerse cargo que está creándole al futuro gobierno un grave problema, que dicho sea de paso, no se lo merece, aunque por lo pronto no se marque un deslinde.
Hoy no funcionan la conducción constitucional de las relaciones internacionales y la cancillería ha sido sustituida por los pronunciamientos en las mañaneras con una frivolidad que la convierten en intendencia. En esencia Salazar fijó la postura de su gobierno y se le puso en pausa como castigo, sea lo que sea ese capricho fini-sexenal.
López Obrador en los próximos treinta días mostrará la crisis de abstinencia del poder que tendrá que entregar y llega al extremo de crear conflictos de carácter internacional, cierto que somos un país soberano para las grandes decisiones políticas que nos atañen, lo que no es obstáculo para considerar que con la reforma al Poder Judicial de la Federación y de los estados muestra miedo y se quiere blindar preventivamente de la obligación de rendir cuentas después del 1 de octubre y por eso de un plumazo quiere desfigurar la división de poderes, postrar al judicial y a las autonomías imprescindibles, siempre atento a su visión interna de la política exterior y se enoja frente a los que disienten.
En estos días Brasil, presidido por Lula Da Silva, exige nuevas elecciones en Venezuela y frente a esa postura activa y progresiva, López Obrador se ve defendiendo entelequias como lo es una embajada en pausa, insisto cualquier cosa que eso signifique. Lo grave es que permite que inicie una tendencia en la que México puede ser territorio de operación política internacional como se vislumbra con el posicionamiento de China comunista abanderándose contra la doctrina Monroe.
En esta materia, mal termina el Presidente. Le envenena el país a Clara Sheinbaum y es así porque su ego busca un lugar en la historia. En este caso gritándole a su amigo el embajador.
Nunca había estado tan provinciana la política exterior. De una u otra manera López Obrador, por decisión propia, se asume como un hombre providencial y carismático, sin darse cuenta que ese tipo de personajes suelen vivir un amargo retiro que magistralmente examina Jacqueline de Romilly en su obra Alcibíades.
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