Fabrizio Mejía Madrid
01/05/2025 - 12:04 am
Leyendo a Zedillo
Al final Zedillo es un resultado de su momento: un economista mediocre, un político desastroso que prefirió nunca reconocer a la oposición en Tabasco y Yucatán a dar por perdido al PRI y que, a decir, de Francisco Labastida, el candidato que perdió contra Fox, Zedillo habría negociado el cambio hacia el PAN por el préstamo de 20 mil millones de dólares al Gobierno de Estados Unidos en 1995.
Alguien convenció al expresidente del Fobaproa, las masacres de indígenas, y el golpe de Estado a la Suprema Corte de Justicia, Ernesto Zedillo, de que sería buena idea que él publicara un profundo, por insondable, ensayo en la revista Letras Libres dirigida por Krauze. Usted no me la va a creer pero Zedillo se estrena como historiador, estadista y profeta, en un gran combo en el que nos brinda su visión de la historia de México. De la Independencia, este prócer escribe, refiriéndose a las cuatro transformaciones: “La primera fue aquella en que déspotas y caciques transformaron la prometedora independencia de la joven Nación en miseria para el pueblo y en pérdida de gran parte del territorio nacional”. La creación de la Nación mexicana, la primera revolución popular de independencia de España, los Sentimientos de la Nación de Morelos y la primera Constitución, para el eminente doctor Zedillo se reducen a Antonio López de Santana y la invasión estadunidense. A lo mejor cuando estudió en Yale le quitaron páginas al libro de texto gratuito de historia de quinto año de primaria. De la segunda transformación, hasta eso, sí menciona a Benito Juárez pero, extrañamente no pone el nombre del dictador que tanto admiran los neoliberales, el General Porfirio Díaz. Zedillo cree que no nombrarlo es homenajearlo y escribe: “Por desgracia, la ambición de poder de un gobernante terminó por volcarse contra los ideales de la Constitución liberal y transformó la Reforma en una prolongada dictadura”. Con un dictador innombrable, quizás porque Porfirio Díaz sigue siendo el ideal de gobernante de la élite del ITAM, Zedillo sigue luciendo sus conocimientos de historia nacional y escribe: “Cuando concluía el siglo xx, los mexicanos logramos por fin decir con orgullo que pertenecíamos a una Nación con auténtica democracia, la misma que ahora los gobernantes de Morena están transformando en otra tiranía”. El doctorsísimo Zedillo no nos dice qué mexicanos decían con orgullo ---en medio de las matanzas de campesinos en Acteal, El Charco, Aguas Blanca y el Bosque, en medio de los fraudes electorales en Tabasco y Yucatán, en medio de el autócrata Presidente de la República eligiera a dedo a los ministros de la Suprema Corte y a los consejeros del IFE---, en medio de todo eso, digo que Zedillo no nos dice qué mexicanos celebraban con orgullo y sacaban las banderas tricolores porque vivían en democracia. A continuación su eminencia Zedillo nos lo aclara cuando escribe: “Desde el fin de la lucha armada revolucionaria en la década de 1920, nuestro país fue uno en el que los poderes Ejecutivo y Legislativo se renovaban periódicamente mediante elecciones regulares y multipartidistas, aunque limitadas”. Ya sabemos cuáles mexicanos piensan que vivían en una democracia: Zedillo y los priistas. Porque llamarle elecciones regulares al robo de urnas, la presión de los líderes charros para que sus trabajadores votaran por el PRI, la ejecución, encarcelamiento y desaparición de los opositores, es una falsificación de la palabra “democracia”. Así también, Zedillo ve “multipartismo” en el hecho de que sólo existiera un Partido Único, el suyo. Pues él que cree todas esas cosas seguro andaba celebrando la democracia. Pero insiste el distinguido ponente: “la estabilidad política que trajo el dominio de un partido único produjo un progreso económico y social significativo durante varias décadas y permitió la creación de instituciones importantes y útiles”. ¡La Conasupo bien vale una dictadura!
Pronto su visión histórica tan compacta que hasta evita nombrar a Porfirio Díaz, le da paso a la intención de su empeño ensayístico, que es despotricar contra la elección de juzgadores este primero de junio, algo que es parte de la Constitución y que fue respaldado en las urnas por 36 millones de ciudadanos. Sin embargo, como las mayorías siempre se equivocan y eligen dictadores, sobre todo cuando no me eligen a mí, pues Zedillo se permite ir contra el mandato popular del Plan C. Pero, primero, tiene que hablar bien de sí mismo y de la designación a dedo que hizo de la Suprema Corte de Justicia a inicios de su sexenio. Hay que recordar que el 1 de enero de 1995 Zedillo cerró la Suprema Corte durante un mes. No tuvimos poder judicial federal durante ese lapso en que el Presidente cesó a los 26 ministros y nombró a dedo a unos nuevos que le aceptaron los del PRIAN. Él decidió eso como un autócrata. Después de todo, el Senado que convalidó ese golpe de Estado era del PRI: de 128 senadores que integrabanla Cámara Alta, las dos terceras partes eran 85 senadores y el PRI contaba con 95. Hablando de sobre representación. El doctorazo Zedillo omite decir, por ejemplo, que la oposición, el PRD, abandonó el Senado encabezada por Heberto Castillo. Según Zedillo, él fue y negoció con los grupos parlamentarios. Una vez más el PRIAN niega ser el PRIAN, algo que hasta su última candidata niega calderónicamente. De 26 ministros de la Corte, Zedillo nomás dejó once y sólo dos repitieron en el cargo: Juan Díaz Romero y Mariano Azuela Güitrón, ambos aprobaron cuando el demócrata Vicente Fox mandó desaforar a Andrés Manuel en 2005. A Zedillo que le parece que antes vivíamos en el Edén Democrático, el Senado, controlado por el PRIAN, le aceptó íntegra la lista de nuevos ministros, algunos de ellos, como Salvador Aguirre Anguiano, eran tan independientes que eran miembros del PAN. Su jugarreta, que coqueteó con el golpe de Estado o el fujimorazo, como le llamaron algunos en esa época, tenía como objetivo que el Presidente Zedillo tuviera control directo sobre sus once elegidos con los que podría sobreponerse a cualquier decisión de los diputados. Esto es porque le dio a la nueva Corte la facultad de decidir sobre inconstitucionalidades. Temiendo que la opisición creciera en la Cámara de Diputados, Zedillo nombró la nueva Corte para tener control sobre las leyes que se iban a aprobar.
Teniendo todo esto en cuenta, que no es mi opinión, sino cómo sucedieron las cosas, Zedillo se arma de valor para seguir disertando: “Mi reforma creó el Consejo de la Judicatura, al que se encargaron funciones como administrar el presupuesto judicial, nombrar a los tribunales inferiores, determinar criterios rigurosos de mérito y desempeño, y establecer mecanismos de supervisión. En consecuencia, se fortalecieron los requisitos para elevar los estándares profesionales de los miembros del sistema judicial y se frenó la laxitud tradicional en los nombramientos y jubilaciones por motivos políticos”. Pero vamos por partes. Zedillo crea un Consejo de la Judicatura que está presidido por el presidente de la Suprema Corte, es decir, él mismo se evalúa. La simulación tiene efecto si uno evita escribirlo en su ensayo. Se atreve a decir que se termina con la “jubilación por motivos políticos” cuando él mando jubilar por la fuerza a 26 ministros otorgándoles, a cambio, pensiones de retiro de por vida. Todos, menos su ensayo, sabemos que los mandó retirar porque una tercera parte de esos ministros le debían sus puestos a su entonces archienemigo, Carlos Salinas de Gortari. El resto, a Miguel de la Madrid. Pero se llena la boca de que se terminó con la grilla en el nombramiento de ministros como diciendo: “Bueno, yo fui el último que la ejerció tan plenamente que extinguí a un poder de la República durante un mes”.
El problema de leer a Zedillo es que es indignante lo que piensa de sus propios lectores: cree que somos ignorantes de lo que sucedió en México entre 1988 y 2018, que no sabemos del fraude de 2006, de la compra de cinco millones de votos en 2012. Por eso se atreve a asegurar algo como esto: “La reforma de 1996 estableció las condiciones para que México tuviera por fin elecciones competitivas, imparciales y justas; en una palabra, impecables”. Ya entrado en el autoelogio escribe con estatura de gigante: “Ello marcó el fin de la Presidencia autocrática y abusiva, y el ansiado arribo de una Presidencia verdaderamente democrática”. Se refiere a Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto a quienes un día sí y el siguiente también se le puede decir “abusivos” y “autócratas” pero Zedillo prefiere el “verdaderamente democráticos”. Los fraudes, la compra de votos quizás no apliquen como autoritarismo para pensadores de la talla de Zedillo. En su mente, tan adelantada a su tiempo que vive en un México demócrata cuando todavía ni los fraudes se podían ocultar, a lo mejor son democráticos La Pareja Presidencial, el desafuero, la guerra contra el crimen organizado, Genaro García Luna, el Pacto por México, la entrega de la energía a los extranjeros.
Sigue el expresidente Fobaproa contra su enemigo totalitario, el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Escribe el expresidente con pensión vitalicia del Banco de México sobre la elección en la que participaremos todos el 1 de junio: “No se están dando las condiciones para llevar a cabo la votación con equidad, pulcritud y transparencia. Con todo tipo de triquiñuelas, se están desechando las reglas y prácticas que garantizaban el respeto al voto de los mexicanos que existió desde la reforma electoral de 1996”. Pues, doctorazo, qué le digo: si son las reglas y prácticas del “sobregiro” del fraude electoral de 2006, pues bienvenido que se desechen. Pero Zedillo se injerta en profeta. Él que dijo que en su sexenio se crecería al siete por ciento y decrecimos 4 por ciento, él que prometió bajar la inflación y el aumento de precios en su sexenio llegó a 505 por ciento, el que vio multiplicarse por siete las tasas de interés y, con ello, llevó a la desaparición de toda la clase media mexicana. Él, pués, ahora es profeta en su propia revista subsidiada por gobiernos estatales. Dice, muy sorprendido de lo que vendrá: “Habrá, por tanto, jueces, magistrados y ministros que obedecerán, no a la Ley, sino al poder político dominante. Y por si hubiera dudas, no se olvide que el nuevo régimen dispondrá también de los medios para castigar a los “desobedientes”, como puede comprobarse con facilidad viendo lo que serán los órganos que sustituirán al Consejo de la Judicatura: un nuevo órgano de Administración Judicial y el vergonzoso Tribunal de Disciplina Judicial”. Está tan sorprendido que puede ser, incluso, que el sometimiento al poder presidencial sea tan obvio como si los ministros y magistrados fueran nombrados por él en 1995. ¡Vaya desvergüenza! ¡Vaya retroceso histórico! Se le olvida a Zedillo que existimos los ciudadanos que forzamos la aplicación del Plan C dándole la mayoría calificada a Morena. No existimos para él que sólo puede pensar en la tiranía de un señor que ya hace medio año se fue de la Presidencia, a pesar de que el PRIAN juró y perjuró que se iba a reelegir. Para él no existen los 36 millones para Claudia Sheinbaum y el 80 por ciento de aprobación que tiene. Él sigue hablando de sobre representación cuando fue su partido, el PRIAN, el que la puso en la Constitución. Sigue hablando de que su sexenio limpió a los jueces. De hecho, ya instalado en lo que tanto le criticó a Salinas de Gortari, es decir, su obsesión por salir bien parado en la Historia Nacional, aunque sea sólo en sus propios textos, Zedillo se atreve a escribir: “Me complació saber que con ninguna de las once personas elegidas en 1995 por el Senado para ser ministros de la Corte había tenido yo jamás una relación profesional, política o personal previa. Esa Suprema Corte de Justicia dio prueba irrefutable de su independencia durante mi gestión al fallar en contra del ejecutivo, que yo encabezaba, en asuntos muy importantes”. No dice cuáles decisiones le refutó la Suprema Corte y el lector, con el dedo en la barbilla, se pregunta por qué no las enlista si este es su momento para brillar y demostrar que, contra lo que todo mundo piensa, él sí era bien demócrata. Pero Zedillo agrega: “Estos hechos, de los que dan rigurosa cuenta múltiples fuentes académicas y de información general disponibles, acreditan la naturaleza calumniosa de la referencia a la reforma de 1994 utilizada por el expresidente y la presidenta para abogar por su propia reforma”. Tampoco detalla las “múltiples fuentes académicas y de información general disponibles”. Yo busqué algunas: Miguel Ángel Granados Chapa, en contra. El doctor Ignacio Burgoa de la UNAM y quien no era precisamente un anti-priista dijo: “Esta reforma es lo peor que se ha hecho porque desmantela a la SCJN y le restaba autonomía e independencia. Se ha querido someter al poder judicial como lo ha hecho Fujimori en el Perú. A los ministros se les despidió tal y como si fueran empleados del Presidente de la República y no pueden hacer nada porque, a pesar de sus inconformidades, no les conviene ni protestar”. No sé a qué fuentes periodísticas o académicas se podrá referir el doctorazo Ernesto Zedillo.
No les sigo aburriendo con la disertación sesuda del doctor Zedillo donde lo mismo se queja de la militarización del ejército, que reclama lo del INE no se toca, o vuelve sobre que las muertes por la COVID no se debieron a la epidemia de obesidad y diabetes sino a la austeridad republicana. Es el compendio de las necedades del PRIAN todas juntas otras vez en este ensayo que yo pensé que iba a revolucionar la forma en que vemos la historia nacional.
Al final Zedillo es un resultado de su momento: un economista mediocre, un político desastroso que prefirió nunca reconocer a la oposición en Tabasco y Yucatán a dar por perdido al PRI y que, a decir, de Francisco Labastida, el candidato que perdió contra Fox, Zedillo habría negociado el cambio hacia el PAN por el préstamo de 20 mil millones de dólares al Gobierno de Estados Unidos en 1995. De ese tamaño el demócrata que termina lapidando al Gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum con una frase para ser forjada en bronce: “Que no nos engañen: nuestra joven democracia ha sido asesinada”. Y sí, si a eso llamaba él “democracia”, pues sí pasó a mejor vida.
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