Campesinos colombianos dejan el cultivo de la coca para regresar a los de café

09/03/2016 - 9:00 pm

Muchos campesinos colombianos cultivaron coca a finales de los 90 y comienzos de este siglo, los años de mayor bonanza, pero se cansaron de la vida en la ilegalidad y de los riesgos que entrañaba esa actividad. “Son cosas que no lo llevan a uno a ningún destino sino que siempre generan más violencia, y me dio por cambiar a los cultivos buenos”, dijo uno de ellos.

Foto: EFE.
Un hombre guía unos becerros en Monterrey, departamento de Bolívar (Colombia). Foto: EFE.

Por Jaime Ortega Carrascal

Briceño (Colombia), 9 mar (EFE).- Como muchos campesinos colombianos, Omar Jiménez dejó los cultivos de coca en el noroeste del país para volver a sus orígenes y sembrar café, un producto con el que ayudan a construir lo que llama “una paz silenciosa”.

También como muchos campesinos de esta región del departamento de Antioquia, Jiménez cultivó coca a finales de los 90 y comienzos de este siglo, los años de mayor bonanza, pero se cansó de la vida en la ilegalidad y de los riesgos que entrañaba esa actividad y decidió regresar a lo suyo.

Hoy vive en su pequeña propiedad cerca de la aldea de Las Auras, que hace parte del municipio de Briceño, en el departamento de Antioquia, una región donde los modos de vida son definidos por las agrestes montañas de la cordillera de los Andes que dominan el paisaje y donde las mulas siguen siendo el principal medio de transporte de los productos del campo.

“Se erradicó la coca y se sembró el cultivo de café (…) y a eso es lo que estamos apostándole, a una reconversión, o sea a unos cultivos que al menos nos den un sustento más digno y no sean ilícitos. Esto es lo que se llama una paz silenciosa, le estamos apostando a lo bueno y no a lo malo”, dijo Jiménez a Efe mientras mostraba orgulloso su plantación.

Por su difícil orografía y ubicación estratégica para el paso de drogas hacia el golfo de Urabá, en el Caribe, la zona de Briceño ha sido escenario del conflicto armado entre el Ejército y la guerrilla, paramilitares y más recientemente las bandas criminales, que ha dejado cerca de 600 minas antipersona en su territorio.

“Yo trabajé también con la coca y son cosas que no lo llevan a uno a ningún destino sino que siempre generan más violencia, y me dio por cambiar a los cultivos buenos”, agrega Jiménez sobre el cafetal donde trabaja a diario con su mujer, Luz Dary Tapias.

El trabajo es duro porque los Jiménez Tapias trabajan con las uñas, sin la maquinaria adecuada, para producir un grano de calidad superior que venden en una cooperativa de la Asociación para el Desarrollo Productivo, Económico, Social y Ecológico de Briceño (Asdesebri).

Esta cooperativa, que beneficia a 332 familias de 20 zonas rurales de Briceño, funciona gracias al apoyo del programa Colombia Responde, financiado por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), que también invierte en otras iniciativas y en la pavimentación de calles en los caseríos.

De las cerca de 10.000 plantas que tiene la finca de Jiménez salieron parte de las 25 toneladas de café que Adesebri exportó en enero pasado a Bélgica, su primer negocio con el exterior, con el apoyo de Colombia Responde y de la empresa Laumayer.

“Aquí en Briceño siempre había bastantico cultivo ilícito, pero (…) en mucha parte muchos caficultores terminaron con la coca y siguieron con el café”, explicó a Efe José Vicente Patiño, representante legal de Asdesebri.

Patiño reconoce que él también sembró coca hace unos veinte años, pero vio “que eso era un fracaso” que no le dejó nada porque los cultivos ilícitos, a pesar de ser más rentables, “traen mucho peligro, mucho problema con la comunidad, con toda la autoridad”.

“Hay mucho beneficio con el café, al menos uno está tranquilo, no está escondiendo nada, no necesita uno alimentar grupos al margen de la ley sino que esto es un beneficio para el campesino”, subraya por su parte Jiménez.

Los campesinos trabajan con entusiasmo en los cafetales, pero piden que se les ayude con vías de comunicación para poder sacar sus productos porque la sinuosa carretera que conduce a Briceño está sin asfaltar, y a las zonas rurales se llega por caminos de herradura que han sido ampliados en los últimos años.

“La necesidad que tenemos en este momento es la vía que nos conduce desde la cabecera municipal hasta San Fermín”, donde se conecta con la carretera asfaltada que lleva al vecino municipio de Yarumal y a Medellín, la capital regional, explica el concejal y productor de café Oderi Monsalve.

Son cerca de 30 kilómetros de una carretera bordeada por abismos y cortada en diferentes puntos por cascadas de agua pura que baja de las montañas y que, en el mejor de los casos, se recorren en dos horas en camioneta, porque no es cualquier tipo de vehículo el que puede sortearlos.

“Nosotros podemos producir mucho, pero si no tenemos por donde sacar los productos perdemos todos”, concluye Monsalve. EFE

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